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por Pero Gruyo 15 anos atrás

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Psi del MITO

La historia se centra en la figura del héroe que, tras obtener la bendición de una deidad, debe regresar al mundo con un elixir para la restauración de la sociedad. Este viaje de retorno puede estar lleno de complejidades, especialmente si el héroe ha conseguido el trofeo a pesar de la oposición de entidades sobrenaturales.

Psi del MITO

Psi del MITO

El héroe de las mil caras

Psicoanálisis del mito

Joseph Campbell

1949

II.EL CICLO COSMOGÓNICO

EPILOGO: EL MITO Y LA SOCIEDAD
3. El héroe de hoy

Todo esto se halla lejos del punto de vista contemporáneo; pues el ideal democrático del individuo que se determina a [341] sí mismo, la invención de los artefactos mecánicos y eléc­tricos, y el desarrollo de los métodos científicos de inves­tigación han transformado la vida humana en tal forma que el universo intemporal de símbolos hace mucho tiempo heredados ha sufrido un colapso. A esto se refieren en el Zaratustra de Nietzsche las trascendentales palabras que anuncian una época: “Muertos están los dioses”.3 Es una fábula que sabemos que se ha repetido de mil maneras. Es el ciclo del héroe de la edad moderna, la maravillosa histo­ria de la especie humana que llega a la madurez. El lastre del pasado, la atadura de la tradición han sido destruidos con seguros y poderosos golpes. La telaraña del sueño mítico cayó, la mente se abrió a la íntegra conciencia despierta, y el hombre moderno surgió de la ignorancia de los antiguos, como una mariposa de su capullo o como el sol del ama­necer surge del vientre de la madre noche.

No solamente las investigaciones con el telescopio y el mi­croscopio han eliminado el lugar oculto de los dioses: ya no existe la clase de sociedad de la que los dioses eran soporte. La unidad social no es ya la portadora del contenido reli­gioso, sino una organización económico-política. Sus idea­les no son ya los de la pantomima hierática, que hace visibles en la tierra las formas del cielo, sino los del estado seglar, que libra una competencia difícil y sin tregua por la supremacía y los recursos materiales. Las sociedades aisladas, atadas al sueño dentro de un horizonte mitoló­gico, no existen más que como regiones de explotación. Y dentro de las mismas sociedades progresistas, todos los últi­mos vestigios de la antigua herencia humana de ritual, moralidad y arte, están en plena decadencia.

El problema actual de la especie humana es, por lo tan­to, precisamente opuesto al de los hombres de los períodos comparativamente estables de aquellas mitologías poderosamente coordinadoras que ahora se conocen como mentiras. Entonces todo el significado estaba en el grupo, en las gran­des formas anónimas, no en la expresión individual pro­pia; hoy no existe ningún significado en el grupo ni en el mundo; todo está en el individuo. Pero en él el significado es absolutamente inconsciente. El individuo no sabe hacia dónde se dirige, tampoco sabe lo que lo empuja. Las líneas de comunicación entre la zona consciente y la inconsciente [342] de la psique humana han sido cortadas, y nos hemos par­tido en dos.

El hecho del héroe no es hoy lo que era en el siglo de Galileo. Donde antes había oscuridad, hoy hay luz; pero también donde había luz hay ahora oscuridad. La hazaña del héroe moderno debe ser la de pretender traer la luz de nuevo a la perdida Atlántida del alma coordinada.

Obviamente, este trabajo no podrá realizarse dando la espalda o apartándose de lo que ha sido alcanzado por la re­volución moderna, porque el problema pierde todo su contenido si no concede significación espiritual al mundo moderno —o mejor dicho (para expresarlo de otro modo), no existe si no hace posible para los hombres y las mujeres alcanzar la madurez humana íntegra a través de las condi­ciones de la vida contemporánea. Pues estas condiciones en sí mismas son las que han convertido las fórmulas anti­guas en cosas poco efectivas, equívocas y hasta perniciosas. La comunidad actual es el planeta y no la nación con fron­teras. De aquí que los patrones de la agresión proyectada que anteriormente servían para coordinar el grupo, ahora sólo sirvan para dividirlo en partidos. La idea nacional, con una bandera como tótem, es hoy un ampliador del ego infantil, no el aniquilador de una situación infantil. Sus parodias de los rituales en la plaza de armas, sirven a las finalidades de Garra o Soporte, el tirano dragón, no al Dios en el que el propio interés es aniquilar. Y los numerosos santos de este anticulto —los patriotas cuyas fotografías rodeadas de banderas pueden verse en todas partes— sir­ven como ídolos oficiales, son precisamente los guardianes de los umbrales locales (nuestro demonio del Cabello Pe­gajoso); la primera tarea del héroe es vencerlos.

Ni tampoco las grandes religiones del mundo, como se entienden actualmente, satisfacen todos los requisitos. Pues se han asociado con las causas de los partidos y son instrumentos de propaganda y de alabanza propia. (Has­ta el budismo ha sufrido últimamente esta degradación, como reacción a las lecciones de Occidente.) El triunfo universal del estado seglar ha puesto todas las organiza­ciones religiosas en una situación definitivamente secun­daria y en última instancia inefectiva, que ha logrado reducir la pantomima religiosa a un ejercicio santurrón de la mañana del domingo, mientras que la ética económi­ca y el patriotismo rigen por el resto de la semana. Esa [343] santidad hipócrita no es lo que requiere el funcionamiento del mundo, sino que es necesaria una transmutación de todo el orden social, de manera que a través de cada deta­lle y de cada acto de la vida seglar, la imagen vitalizadora del hombre-dios universal, que por el momento es inmanen­te y efectiva en todos nosotros, pueda de algún modo hacerse conocida a la conciencia.

Y ésta no es la clase de labor que puede llevar a cabo la conciencia por sí misma. La conciencia ya no puede inven­tar, ni siquiera predecir, un símbolo efectivo que prediga o controle el sueño de la noche. El problema se estudia en otro nivel, a través de lo que está destinado a ser un largo y terrible proceso, no sólo en las profundidades de cada psi­que del mundo moderno, sino también en esos titánicos campos de batalla en que se ha convertido últimamente el planeta entero. Estamos observando el tremendo chocar de las Simplégades a través del cual el alma debe pasar sin identificarse con ninguno de los dos lados.

Pero hay algo que podemos saber, y es que cuando los nuevos símbolos se hagan visibles, no serán idénticos en las diferentes partes del globo; las circunstancias de la vida local, la raza y la tradición deben estar compuestas en fórmulas efectivas. Por lo tanto, es necesario que los hom­bres comprendan y sean capaces de ver que a través de diferentes símbolos se revela la misma redención. “La ver­dad es una —leemos en los Vedas—; los sabios hablan de ella con muchos nombres.” Es una sola canción con las dife­rentes inflexiones del coro humano. La propaganda general para una o la otra de las soluciones locales es superflua, o más bien, una amenaza. La única forma de volverse humano es aprender a reconocer los lineamientos de Dios en todas las maravillosas modulaciones del rostro del hombre.

Con esto llegamos a la sugestión final de lo que debe ser la orientación específica de la tarea del héroe moder­no, y a descubrir la causa real de la desintegración de todas nuestras fórmulas religiosas heredadas. El centro de gravedad, o sea, del reino del misterio o del peligro, ha sido eliminado definitivamente. Para los pueblos cazadores primitivos de los más remotos milenios humanos, cuando el tigre de colmillos de sable, el mamut y el reino de las presencias animales menores eran las manifestaciones primarias de lo que era ajeno —al mismo tiempo la fuente [344] del peligro y del sustento—, el gran problema humano era establecer una liga psicológica con el hecho de com­partir la selva con estos seres. Una identificación incons­ciente tomó lugar y esto finalmente tomó conciencia en las figuras mitad humanas mitad animales de los ante­cesores totémicos mitológicos. Los animales se convirtieron en los tutores de la humanidad. Por medio de actos de imitación literal —como vemos ahora en los juegos de los niños (o en el manicomio)— se llegó a una aniquilación efectiva del ego humano y la sociedad alcanzó una organi­zación cohesiva. En forma similar, las tribus que se soste­nían con alimentos vegetales, se reunieron alrededor de la planta; y los rituales de la siembra y de la cosecha se iden­tificaron con los de la procreación humana, el nacimiento y el progreso hacia la edad adulta. Sin embargo, tanto la planta como el mundo animal fueron sometidos al con­trol social. De allí que el gran campo del milagro instruc­tivo se moviera hacia los cielos y la especie humana pusiera en vigor la gran pantomima del sagrado rey luna, del sagrado rey sol, y del estado hierático y planetario, y tam­bién los festivales simbólicos de las esferas que regulan al mundo.

Hoy todos estos misterios han perdido su fuerza; sus símbolos ya no interesan a nuestra psique. La noción de una ley cósmica, que sirve a toda existencia y ante la cual debe inclinarse el hombre mismo, hace mucho que pasó a través de las etapas místicas preliminares representadas en la astrología antigua y ahora es algo que se da por sabido en términos meramente mecánicos. El descenso de los cielos a la tierra de las ciencias occidentales (desde la astro­nomía del siglo xvii a la biología del siglo xix) y su con­centración actual, por fin, en el hombre mismo (en la an­tropología y la psicología del siglo xx), marcan el camino de una maravillosa transferencia del punto de enfoque del asombro humano. Ni el mundo animal, ni el mundo de las plantas, ni el milagro de las esferas, sino el hombre mismo, es ahora el misterio crucial. El hombre es la presencia extraña con quien las fuerzas del egoísmo deben reconci­liarse, a través de quien el ego debe crucificarse y resucitar y en cuya imagen ha de reformarse la sociedad. El hom­bre, entendido no como “yo”, sino como “tú”: pues nin­guno de los ideales o instituciones temporales de ninguna tribu, raza, continente, clase social o siglo puede ser la [345] medida de la divina existencia inagotable y maravillosa­mente multifacética que es la vida de todos nosotros.

El héroe moderno, el individuo moderno que se atreva a escuchar la llamada y a buscar la mansión de esa pre­sencia con quien ha de reconciliarse todo nuestro destino, no puede y no debe esperar a que su comunidad renun­cie a su lastre de orgullo, de temores, de avaricia racio­nalizada y de malentendidos santificados. “Vive —dice Nietzsche— como si el día hubiera llegado.” No es la socie­dad la que habrá de guiar y salvar al héroe creador, sino todo lo contrario. Y así cada uno de nosotros comparte la prueba suprema —lleva la cruz del redentor—; no en los brillantes momentos de las grandes victorias de su tri­bu, sino en los silencios de su desesperación personal.

2. La función del mito, del culto y de la meditación

En su forma viva, el individuo es necesariamente sólo una fracción y una distorsión de la imagen total del hombre. Está limitado, ya sea hembra o varón; también lo está en cualquier período de su vida, como niño, como joven, como adulto o como anciano; y no sólo eso, sino que en su vida está necesariamente especializado como artesano, comer­ciante, sirviente o ladrón, sacerdote, líder, esposa, mon­ja o prostituta; no puede serlo todo. De aquí que la totalidad, la plenitud del hombre, no esté en un miembro aparte, sino en el cuerpo de la sociedad como un todo; el individuo puede sólo ser un órgano. De su grupo ha tomado las técnicas de vida, el lenguaje en que piensa, las ideas por las cuales lucha; los genes que han construido su cuerpo descienden del pasado de esa sociedad. Si pre­tende aislarse, ya sea en hechos, pensamientos o sentimien­tos, sólo logra romper las relaciones con las fuentes de su existencia.

Las ceremonias tribales del nacimiento, la iniciación, el matrimonio, el entierro, la adquisición de un estado so­cial, etc., sirven para trasladar las crisis y hechos de la vida del individuo a formas clásicas e impersonales. Estas formas tienen por objeto mostrarlo a sí mismo, no como esta personalidad o la otra, sino como el guerre­ro, la desposada, la viuda, el sacerdote, el jefe; al mismo tiempo se representa para el resto de la comunidad la vieja lección de las etapas arquetípicas. Todos participan en el ceremonial de acuerdo con su rango y su función. La sociedad entera se hace visible como una unidad viva e im­perecedera. Pasan generaciones de individuos como célu­las anónimas de un cuerpo vivo; pero permanece la forma [338] sustentante e intemporal. Por una ampliación de la visión para abarcar a este superindividuo, cada uno se descubre a sí mismo engrandecido, enriquecido, apoyado y magnifi­cado. Su papel, aunque no sea nada impresionante, se ve como intrínseco a la bella imagen festiva del hombre, la imagen potencial pero necesariamente inhibida que está dentro del individuo.

Los deberes sociales continúan la lección del festi­val en la existencia diaria y normal y se le da más validez al individuo. Por el contrario, la indiferencia, las revolu­ciones o el exilio rompen las conexiones vitales. Desde el punto de vista de la unidad social, el individuo aislado no es sino una nada, un desperdicio. De aquí que el hom­bre o la mujer que puedan decir honestamente que han vivido su papel —ya sea el de sacerdote, prostituta, reina o esclavo— se refieren al sentido completo del verbo ser.

Los ritos de la iniciación y de la adquisición de una situación, pues, muestran la lección de la unidad esencial del individuo y el grupo; los festivales de las estaciones abren un horizonte mayor. Así como el individuo es un órgano de la sociedad, así es la tribu o la ciudad —así es la humanidad entera—, sólo una fase del poderoso orga­nismo del cosmos.

Ha sido costumbre describir los festivales de las esta­ciones de los llamados pueblos primitivos como esfuerzos para dominar a la naturaleza. Ésta es una representación equivocada. Hay mucha voluntad de dominio en todos los actos del hombre, y particularmente en aquellas ceremonias mágicas que se supone han de traer la lluvia, curar las enfermedades o detener las inundaciones; sin embargo, el motivo dominante en el ceremonial de todas las religiones verdaderas (oponiéndolas a la magia negra) es la sumisión a lo inevitable del destino, y en los festivales de las esta­ciones este motivo es particularmente evidente.

No se ha registrado ningún mito tribal que intente postergar la llegada del invierno; al contrario: los ritos preparan a la comunidad para soportar, junto con el resto de la naturaleza, la estación del frío tremendo. Y en la primavera, los ritos no intentan obligar a la naturaleza a producir de inmediato maíz, frijol y calabazas para la co­munidad debilitada; por el contrario, los ritos dedican a todo el pueblo a la obra de la estación de la naturaleza. El maravilloso ciclo del año es celebrado con todos sus [339] contratiempos y períodos de júbilo, y es bosquejado y represen­tado como una continuidad del ciclo vital del grupo humano.

Muchas otras simbolizaciones de esta continuidad lle­nan el mundo de la comunidad mitológicamente instruida. Por ejemplo, los clanes de las tribus cazadoras norteame­ricanas se consideraban descendientes de ancestros mitad animales y mitad humanos. Estos ancestros no solamente eran los padres de los miembros humanos del clan, sino también de la especie animal de donde el clan tomaba su nombre. Así, los miembros humanos del clan del castor eran primos hermanos de los castores, protectores de dicha especie y al mismo tiempo protegidos por la sabiduría animal del pueblo de los bosques. Y otro ejemplo: el hogan, o choza de barro de los Návajo de Nuevo México y Arizona, se construye según el plan de la idea del cosmos de los Návajo. La entrada está hacia el oriente. Los ocho lados representan las cuatro direcciones principales y los puntos que quedan entre ellas. Cada arista y cada viga corresponde a un elemento en el gran hogan de la tierra y el cielo que todo lo abarcan. Y como el alma del hombre es considerada en su forma como idéntica al universo, la choza de barro es la representación de la armonía básica del hombre y del mundo y un recordatorio del escondido camino vital de la perfección.

Pero hay otro camino, diametralmente opuesto al de los deberes sociales y los cultos populares. Desde el punto de vista del camino del deber, el que es exiliado de la comu­nidad es nada. Desde el otro punto de vista, este exilio es el primer paso en la búsqueda. Cada uno lleva el todo dentro de sí mismo, por lo tanto puede buscarse y des­cubrirse dentro de él. Las diferenciaciones de sexo, edad y ocupación no son esenciales a nuestro carácter, sino meras vestiduras que llevamos por un tiempo en el esce­nario del mundo. La imagen interior del hombre no debe confundirse con su atuendo. Pensamos que somos ameri­canos, hijos del siglo xx, occidentales y cristianos civili­zados. Somos virtuosos o pecadores. Sin embargo, esas designaciones no dicen lo que debe ser el hombre, denotan solamente accidentes geográficos, fecha de nacimiento e ingresos económicos. ¿Cuál es el meollo de nosotros? ¿Cuál es el carácter básico de nuestro ser?

El ascetismo de los santos medievales y de los yoguis [340] de la India, los misterios helénicos de las iniciaciones, las antiguas filosofías del Oriente y del Occidente, son técnicas para desplazar el hincapié de la conciencia individual fue­ra de la presencia exterior. Las meditaciones prelimina­res del aspirante apartan su mente y sus sentimientos de los accidentes de la vida y lo llevan hasta lo más profundo. “Yo no soy esto ni lo otro —medita—; no soy mi madre ni el hijo que acaba de morir; mi cuerpo, que está enfermo o envejece; ni mi brazo, mis ojos, mi cabeza, ni la suma de todas estas cosas. No soy mis sentimientos, ni mi mente, ni mi fuerza intuitiva”. Por medio de estas meditaciones sale de su propia profundidad y finalmente alcanza inson­dables realizaciones. Ningún hombre puede regresar de practicar tales ejercicios y tomarse muy seriamente en cuenta como Don Fulano, de tal o cual población de cierto país. La sociedad y los deberes se esfuman. Don Fulano, al descubrirse grande con el hombre, se convierte en una persona abstraída y apartada.

Ésta es la etapa de Narciso contemplándose en la fuen­te, del Buddha sentado en forma contemplativa debajo del árbol, pero no es la última meta; es un requisito, pero no es el fin. La meta no es ver, sino caer en la cuenta de que uno es, esa esencia; entonces, el hombre es tan libre de vagar por el mundo como lo es su esencia. La esencia de uno mismo y la esencia del mundo son una sola. De aquí que la separación, el aislamiento, ya no sean necesarios. Por dondequiera que vaya el héroe y cualquier cosa que haga, siempre está en presencia de su propia esencia, porque ha perfeccionado sus ojos para ver. No hay aislamiento. Así como el camino de la participación social puede llevar a la realización del Todo en el individuo, así el exilio trae al héroe al Yo en todo.

Centrado en este punto capital, el problema del egoísmo o del altruismo desaparece. El individuo se ha perdido en la ley y ha renacido identificado con el significado íntegro del universo. Por Él y para Él se ha hecho el mundo: “Oh Mahoma —dijo Dios—, si no fuera por ti, no hubiera crea­do el cielo.”

1. El que cambia de forma

No hay un sistema final para la interpretación de los mitos y nunca habrá tal cosa. La mitología es como el dios Proteo, “el veraz anciano de los mares”. El dios “probará de convertirse en todos los seres que se arrastran por la tierra, y en agua, y en ardentísimo fuego.”1

El viajero de la vida que quiera recibir enseñanzas de Proteo debe “sujetarlo aunque desee e intente escapar­se” y finalmente aparecerá en la forma que le es propia. Pero este astuto dios nunca descubre, ni siquiera ante el más hábil interrogador, el contenido íntegro de su sabidu­ría. Contestará a la pregunta que se le haga y la respuesta será grande o trivial, según lo que se le haya preguntado. “Cuando el sol, siguiendo su curso, llega al centro del cielo, el veraz anciano de los mares, oculto por negras y encrespadas olas, salta en tierra al soplo del Céfiro. Enseguida se acuesta en honda gruta y a su alrededor se po­nen a dormir, todas juntas, las focas de natátiles pies, hijas de la hermosa Halosidne, que salen del espumoso mar ex­halando el acerbo olor del mar profundísimo.”2 El rey gue­rrero griego Menelao, guiado y ayudado por una hija de este viejo padre del mar a sus salvajes lares, e instruido por ella de cómo lograr la respuesta del dios, deseaba sólo pregun­tar el secreto de sus dificultades personales y el paradero de sus amigos personales. Y el dios se dignó responder.

La mitología ha sido interpretada por el intelecto mo­derno como un torpe esfuerzo primitivo para explicar el mundo de la naturaleza (Frazer); como una producción de fantasía poética de los tiempos prehistóricos, mal en­tendida por las edades posteriores (Müller); como un sustitutivo de la instrucción alegórica para amoldar el indi­viduo a su grupo (Durkheim); como un sueño colectivo, sintomático de las urgencias arquetípicas dentro de las profundidades de la psique humana (Jung); como el [337] vehículo tradicional de las intuiciones metafísicas más pro­fundas del hombre (Coomaraswamy); y como la Revela­ción de Dios a Sus hijos (la Iglesia). La mitología es todo esto. Los diferentes juicios están determinados por los diferentes puntos de vista de los jueces. Pues cuando se la investiga en términos no de lo que es, sino de cómo funciona, de cómo ha servido a la especie humana en el pasado y de cómo puede servirle ahora, la mitología se muestra tan accesible como la vida misma a las obsesiones y necesidades del individuo, la raza y la época.

4.DISOLUCIONES
2. El fin del macrocosmos

Así como la forma creada del individuo debe disolverse, así también la forma del universo:

“Cuando se sepa que después del lapso de cien mil años el ciclo debe renovarse, los dioses llamados Loka byuhas, habitantes de un cielo de placer sensual, deambularán por el mundo, con el cabello suelto flotando en el viento, llo­rando y limpiándose las lágrimas con las manos una y otra vez, y con ropas rojas y en gran desorden. Y harán el si­guiente anuncio:

‘Señores, después del lapso de cien mil años el ciclo debe renovarse; este mundo será destruido; también ha de secarse el poderoso océano; y la gran tierra, y Sumeru el monarca de las montañas han de ser destruidos y quema­dos —hasta el mundo de Brahma se ha de extender la des­trucción. Por lo tanto, señores, cultivad la amistad; culti­vad la compasión, el júbilo y la indiferencia; respetad a vuestras madres; respetad a vuestros padres; y honrad a vuestros mayores entre vuestros parientes.’

Esto se llama la Conmoción Cíclica.”8

La versión maya del fin del mundo está representada en una ilustración que cubre la última página del Códice de Dresden.9 Este antiguo manuscrito registra los ciclos de los planetas y de ellos deduce cálculos de vastos ciclos cósmi­cos. Los números serpiente que aparecen al terminar el texto [332] (así llamados porque aparece entre ellos un símbolo en forma de serpiente) representan períodos del mundo de unos treinta y cuatro mil años —doce y medio millones de días— y éstos están registrados una y otra vez. “Den­tro de estos períodos casi inconcebibles todas las unidades pequeñas pueden tomarse como si llegaran finalmente a una conclusión más o menos exacta. ¿Qué importan unas pocas decenas de años de más o de menos en esto, que es prácti­camente una eternidad? Finalmente, en la última página del manuscrito se representa la Destrucción del Mundo, a la cual han abierto el camino los números más altos. Aquí vemos a la serpiente de la lluvia, que se extiende por el es­pacio y deja caer torrentes de agua. Grandes corrientes de agua brotan del sol y de la luna. La vieja diosa, la de las garras de tigre y el aspecto imponente, la malévola patrona de las inundaciones y de los aguaceros, vuelve la vasija de las aguas celestes. Los huesos cruzados, símbolo temible de la muerte, decoran su falda, y una serpiente enroscada adorna su cabeza. Debajo, con su lanza que apunta hacia la tierra y simboliza la destrucción universal, el dios negro se adelanta, con una lechuza chillando encima de su temi­ble cabeza. Aquí está retratado gráficamente el último cataclismo que todo ha de abarcar.”10

Una de las más fuertes representaciones aparece en la Edda poética de los antiguos vikingos. Odín (Wotan), el jefe de los dioses, quiso saber cuál sería su maldición y la de su panteón, y la “Mujer Sabia”, personificación de la Madre del Mundo, el Destino articulado, le contestó:11

Los hermanos lucharán uno contra el otro,

Y los hijos de las hermanas mancillarán el parentesco;

Caerá sobre la tierra una gran prostitución;

Tiempo de hachas, tiempo de espadas, de hendidos escudos;

Tiempo del viento, tiempo de los lobos, aquí desaparece el mundo;

Nunca los hombres serán clementes.

En la tierra de los gigantes, cantará Jotunheim, un gallo rojo y hermoso; en el Valhalla cantará el gallo Cresta Dora­da; y en el infierno cantará un pájaro rojo, color de moho. [333] El perro Garm en la puerta de su cueva, que es la entrada al mundo de los muertos, abrirá sus grandes fauces y aulla­rá. La tierra temblará, los árboles y los arbustos se rompe­rán en pedazos y el mar se derramará sobré la tierra. Los grilletes de aquellos monstruos que fueron encadenados en el principio se romperán: el Lobo Fenris correrá libre­mente y avanzará con la quijada inferior contra la tierra y la superior raspando el cielo (“Abriría más la boca si hubiera lugar para ello”); echará fuego por los ojos y la nariz. La serpiente del océano cósmico que envuelve al mundo se levantará en una cólera gigante y avanzará junto al lobo sobre la tierra, escupiendo veneno que salpi­cará todo el aire y el agua. Naglfar navegará a su albedrío (el barco construido con las uñas de los muertos) y ha de transportar a los gigantes. Otro barco navegará con los habitantes del infierno. Y el pueblo del fuego avanzará desde el sur.

Cuando el guardián de los dioses sople el cuerno estrepi­toso, los hijos guerreros de Odín serán llamados a la batalla final. De todas partes vendrán dioses, gigantes, enanos y duendes y se dirigirán al campo de batalla. El Fresno del Mundo, Yggdrasil, ha de temblar, y ninguna cosa del cielo o de la tierra se salvará del temor.

Odín avanzará contra el lobo, Thor contra la serpien­te, Tyr contra el perro —el peor de todos los monstruos— y Freyr contra Surt, el hombre de las llamas. Thor matará a la serpiente y se alejará diez pasos, pero el veneno le hará caer muerto en tierra. Odín será tragado por el lobo, y luego Vidarr, poniendo un pie en la quijada inferior, to­mará en su mano la quijada superior del lobo y le desga­rrará las fauces. Loki matará a Heimdallr y será muerto por él. Surt arrojará fuego sobre la tierra y quemará el mundo entero.

El sol se ennegrece, la tierra se hunde en el mar,

Las estrellas ardiendo caerán desde el cielo;

Fiero crece el vapor y la llama que alimenta la vida,

Hasta que el fuego suba y alcance el cielo.

Garm aullará ante Gnipahellir,

Los grilletes se romperán y el lobo estará libre;

Mucho sé y más puedo ver

Del destino de los dioses, los poderosos en batalla.

Y cuando Jesús estaba en el Monte de los Olivos, sus [334] discípulos vinieron a preguntarle: “Dinos cuándo será todo esto y cuál la señal de tu venida y de la consumación del mundo. Jesús les respondió: Cuidad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, y dirán: Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos. Oiréis hablar de guerras y de rumores guerreros; pero no os turbéis, porque es pre­ciso que esto suceda, mas no es aún el fin. Se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá hambres y terremotos en diversos lugares; pero todo esto es el co­mienzo de los dolores.

Entonces os entregarán a los tormentos y os matarán, y seréis aborrecidos de todos los pueblos a causa de mi nombre. Entonces se escandalizarán muchos y unos a otros se harán traición y se aborrecerán; y se levantarán muchos falsos profetas que engañarán a muchos, y por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos, mas el que perseverare hasta el fin, ése será salvo. Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin.

Cuando viéreis, pues, la abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo (el que le­yere entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes; el que esté en el terrado no baje a tomar nada de su casa y el que esté en el campo no vuelva atrás en busca del manto. ¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días! Orad para que vuestra huida no tenga lugar en invierno ni en sábado.

Porque habrá entonces una tan gran tribulación cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá, y, si no se acortasen aquellos días, nadie se sal­varía; mas por el amor de los elegidos se acortarán los días aquellos. Entonces, si alguno os dijere: Aquí está el Mesías, no le creáis, porque se levantarán falsos mesías y falsos pro­fetas, y obrarán grandes señales y prodigios para inducir a error, si posible fuera, aun a los mismos elegidos. Mirad que os lo digo de antemano. Si os dicen, pues: Aquí está, en el desierto; no salgáis; aquí está, en un escondite, no lo creáis, porque como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde está el cadáver, allí se reúnen los buitres.

Luego, enseguida, después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se conmoverán. [335] Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande. Y enviará sus án­geles con poderosas trompetas y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro... De aquel día y aquella hora nadie sabe, ni los ánge­les del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.”12

1. El fin del microcosmos

El poderoso héroe de las fuerzas extraordinarias —el que puede levantar el Monte Govardhan con un solo dedo, y llenarse con la gloria terrible del Universo— es cada uno de nosotros: no el ser físico que se refleja en el espejo, sino el rey que está en su interior. Krishna declara: “Yo soy el ser que se asienta en el corazón de todas las creaturas. Soy el principio, el medio y el final de todos los seres.”1 Éste es precisamente el sentido de las plegarias por los muertos, en el momento de la disolución personal: que el individuo debe ahora retornar al momento de su conoci­miento prístino de la divinidad creadora del mundo que durante su vida se reflejó dentro de su propio corazón.

“Cuando el individuo se debilita —sea porque llegue a la debilidad por la edad o por la enfermedad—, se libe­ra de sus miembros como un mango o un higo se libera de su vínculo, y luego se apresura a volver a la vida, de acuerdo con la entrada y el lugar de origen. Así como los nobles, los policías, los cocheros, los jefes de los pueblos esperan con comida, bebida y alojamiento al rey que viene y gritan: ‘¡Aquí viene! ¡Aquí viene!’, así esperan todas las cosas a aquel que ha adquirido el conocimiento y gritan: ‘¡Aquí viene el Imperecedero! ¡Aquí viene el Imperece­dero!’ ”2

Esta idea puede encontrarse en los textos funerarios del antiguo Egipto, en que el muerto se refiere a sí mismo como un solo ser con Dios:

Yo soy Atum, el que estaba solo;

Soy Re, en su primera aparición.

Soy el Gran Dios, generador de sí,

El que inventó sus nombres, el señor de los dioses,

Al que nadie se acerca entre los dioses.

Ayer existí, conozco el mañana.

El campo de batalla de los dioses se hizo cuando yo hablé.

[325] Y sé el nombre del Gran dios que está allí.

“Alabanza de Re”, es su nombre.

Yo soy el gran Fénix que está en Heliópolis.3

Pero, como en la muerte del Buddha, la fuerza para re­montarse a través de las épocas de la emanación depende del carácter del hombre cuando vivía. Los mitos hablan de una peligrosa jornada del alma con obstáculos que deben ser sobrepasados. Los esquimales de Groenlandia enumeran una marmita hirviendo, un hueso pélvico, una gran lám­para ardiente, guardianes monstruosos y dos rocas que se entrechocan y se abren.4 Esos elementos son rasgos norma­les del folklore popular mundial y de la leyenda heroica. Los hemos estudiado antes en nuestro capítulo de “La aven­tura del Héroe”. Y han recibido el más elaborado y significativo desarrollo en la mitología de la última jornada del alma.

Una plegaria azteca que debía recitarse en los lechos de muerte previene al que parte de los peligros del ca­mino que lleva al esquelético dios de la muerte, Tzontémoc, “Al que el Pelo se cae”. “¡Oh hijo! Ya habéis pasado y padecido los trabajos de esta vida; ya ha sido servido nuestro señor de os llevar, porque no tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quién se calienta al sol, es nuestra vida; hízonos merced nues­tro señor que nos conociésemos y conversásemos los unos a los otros en esta vida y ahora, al presente ya os llevó el dios que se llama Mictlantecutli y por otro nombre Aculnahuácatl o Tzontémoc, y la diosa que se dice Mictecacihuatl, ya os puso por su asiento, porque todos nos­otros iremos allá, y aquel lugar es para todos y es muy ancho, y no habrá más memoria de vos... y ya os fuisteis al lugar oscurísimo que no tiene luz, ni ventanas, ni ha­béis más de volver ni salir de allí, ni tampoco más habéis de tener cuidado y solicitud de vuestra vuelta.

Después de os haber ausentado para siempre jamás, ha­béis ya dejado a nuestros hijos, pobres y huérfanos, y nietos, ni sabéis cómo han de acabar, ni pasar los trabajos de esta [326] vida presente; y nosotros allá iremos adonde vos estuviéres antes de mucho tiempo.”

Los ancianos y oficiales aztecas preparaban el cuerpo para el funeral y cuando ya lo habían envuelto en forma apropiada, le echaban un poco de agua en la cabeza, diciéndole:

“ ‘Ésta es la que gozasteis viviendo en el mundo’; y to­maban un jarrillo lleno de agua, y dábanselo diciendo: ‘Veis aquí con que habéis de caminar’; y poníansele entre las mortajas, y así amortajaban el difunto con sus mantas y papeles, y atábanle reciamente; y más daban al difunto todos los papeles que estaban aparejados, poniéndolos or­denadamente ante él, diciendo:

‘Veis aquí con qué habéis de pasar en medio de dos sie­rras que están encontrándose una con otra... Veis aquí con qué habéis de pasar el camino donde está una culebra guardando el camino... Veis aquí con qué habéis de pasar a donde está la lagartija verde, que se dice Xochitónal... Veis aquí con qué habéis de pasar ocho páramos... Veis aquí con qué habéis de pasar ocho collados... Veis aquí con qué habéis de pasar el viento de navajas’.”

El desaparecido debía llevar un perrito con él, de pelo rojo y brillante. Alrededor de su cuello colocaban un sua­ve hilo de algodón, lo mataban y lo cremaban con el cuerpo. El difunto navegaba sobre el animalito cuando cruzaba el río del mundo subterráneo. Y después llegaba con él ante el dios, a quien él presentaba sus papeles y re­galos. Y era admitido, junto con su fiel compañero a los “nueve infiernos.”5

Los chinos hablan del cruce del Puente de las Hadas bajo la guía de la Doncella de Jade y el Adolescente Do­rado. Los hindúes pintan un altísimo firmamento de cielos y un mundo subterráneo de infiernos con muchos niveles. El alma gravita después de la muerte hacia el piso que le corresponde según su densidad relativa, y allí debe digerir y asimilar el significado de su vida pasada. Cuando ha aprendido la lección regresa al mundo y se prepara para el siguiente grado de experiencia. Así se abre gradualmente [327] camino a través de los niveles de los valores de la vida hasta que deja atrás los confines del huevo cósmico. La Di­vina Comedia de Dante es una descripción exhaustiva de los diferentes estadios. El “Infierno” es la miseria del espíritu ligada al orgullo y a las acciones de la carne; el “Purgatorio” es el proceso de trasmutar la carne en expe­riencia espiritual; el “Paraíso” es el grado de la realización espiritual.

Fig. 19. Osiris, juez de los muertos.

Una visión profunda y terrible de la jornada está en el Libro de los Muertos de los egipcios. El hombre o la mu­jer que han muerto son identificados con Osiris y llamados por ese nombre. Los textos se abren con textos de alabanza a Re y Osiris y luego proceden a los misterios de la sepa­ración del espíritu del mundo. En el “Capítulo en que se [328] da una boca a Osiris N.”6 leemos la frase: “Salgo del huevo en la tierra escondida.” Éste es el anuncio de la idea de la muerte como un renacimiento. Después, en el “Ca­pítulo en que se abre la boca de Osiris N.” el espíritu que despierta reza: “Que el dios Ptah abra mi boca, y que el dios de mi ciudad suelte las ataduras, hasta las ataduras que están sobre mi boca.” El “Capítulo para que Osiris N. posea la memoria en el Mundo Subterráneo” lleva el pro­ceso del renacimiento dos etapas más adelante. Entonces empiezan los capítulos de los peligros que el viajero soli­tario tiene que arrostrar y superar en su camino hacia el trono del temible juez.

El Libro de los Muertos era enterrado con la momia como un libro guía para los peligros del difícil camino, y se recitaban capítulos en el momento del entierro. En una de las etapas de la preparación de la momia, el cora­zón del muerto era abierto en dos y un escarabajo de ba­salto montado en oro, símbolo del sol, se le colocaba dentro con la plegaria: “Mi corazón, mi madre, mi corazón, mi madre, mi corazón de las transformaciones.” Esto queda prescrito en el “Capítulo para no permitir que el corazón de Osiris N. le sea arrancado en el Mundo Subterráneo.” Después leemos en el “Capítulo para echar al cocodrilo”: “Regresa, oh cocodrilo que vives en el occidente... Regre­sa, oh cocodrilo que vives en el sur... Regresa, oh coco­drilo que vives en el norte... Las cosas creadas están en el hueco de mi mano y aquellas que no han llegado al ser están en mi cuerpo. Estoy vestido y he sido provisto con tus palabras mágicas, oh Re, las cuales están en el cielo por encima de mí, y en la tierra, por debajo de mí...” Al “Capítulo para rechazar a las serpientes” sigue el “Capítulo para rechazar a Apshait”. Y el alma grita al último demo­nio: “Parte de mí tú que tienes labios que roen.” En el “Ca­pítulo para echar a las dos diosas Merti” el alma declara sus objetivos, y se protege confesando ser el hijo del padre: “... Reluzco en el bote de Sektet, soy Horus el hijo de Osiris, y he venido a ver a mi padre Osiris.” El “Capítulo para vi­vir de aire en el Mundo Subterráneo”, y el “Capítulo para volver la serpiente Rerek al Mundo Subterráneo”, llevan al héroe más adelante en su camino y luego viene la gran pro­clama, en el “Capítulo que hace a un lado los asesinatos [329] que se cometen en el Mundo Subterráneo”: “Mi cabello es el cabello de Nu. Mi rostro es el rostro de Disk. Mis ojos son los ojos de Hathor. Mis orejas son las orejas de Apuat. Mi nariz es la nariz de Khenti-khas. Mis labios son los labios de Anpu. Mis dientes son los dientes de Serget. Mi cuello es el cuello de la divina diosa Isis. Mis manos

Fig. 20. La serpiente infernal Kheti abrasa a un enemigo de Osiris.

son las manos de Ba-neb-Tattu. Mis brazos son los brazos de Neith, Señora de Sais. Mi espinazo es el espinazo de Suti. Mi falo es el falo de Osiris. Mis lomos son los lomos de los señores de Kher-aba. Mi pecho es el pecho del pode­roso Señor del Terror... No hay miembro de mi cuer­po que no sea el miembro de algún Dios. El Dios Thoth escuda mi cuerpo y cada día que pasa soy Re. Nadie me arrastrará por los brazos, ni nadie tomará mis manos con violencia...”

Igual que en la muy posterior imagen budista del Bodhisattva, en cuyo nimbo están quinientos Buddhas trans­formados, cada cual atendido por quinientos Bodhisattvas, y cada uno de ellos, a su vez, por dioses innumerables, también aquí el alma llega a la plenitud de su estatura y de su poder asimilando las deidades que anteriormente se había pensado que estaban separadas de su cuerpo y fuera de él. Son proyecciones de su propio ser y cuando éste vuelve a su verdadero estado, las reabsorbe.

En el “Capítulo para aspirar el aire y dominar el agua del Mundo Subterráneo”, el alma se proclama como guardián del huevo cósmico: “¡Oh, árbol sicomoro de la diosa Nut! Concédeme el agua y el aire que viven en ti. Abrazo el trono que está en Hermópolis y cuido y guardo el huevo del Gran Cacareador. Crece, crezco; vive, vivo; respira el aire, lo respiro yo; yo, Osiris N. triun­fador.”

Sigue el “Capítulo para no permitir que se le arranque al hombre su alma en el Mundo Subterráneo” y el “Capí­tulo para beber el agua del Mundo Subterráneo y para no ser quemado por el fuego”, y entonces se llega a la [330] gran culminación, el “Capítulo para llegar de día al Mun­do Subterráneo”, en que el alma y el ser universal se co­nocen como uno solo: “Yo soy Ayer, Hoy y Mañana, ten­go el poder de nacer por segunda vez: soy la divina alma escondida que crea a los dioses y que da comidas de se­pulcro a los ciudadanos del Mundo Subterráneo de Amentet y del Cielo. Soy el timón del este, el poseedor de dos rostros divinos donde se ven sus rayos. Soy el señor de los hombres que se levantan; el señor que sale de la oscuridad y cuyas formas de existencia son las de la casa donde están los muertos. ¡Salud, par de halcones que estáis trepados en vuestros lugares de descanso, que atendéis a las cosas que él dice, que guiáis el ataúd al lugar secreto, que acompañáis a Re y lo seguís al lugar más alto del santua­rio que está en las alturas celestes! Oh, señor del san­tuario que está en el medio de la tierra. Él es yo y yo soy él, y Ptah ha cubierto su cielo de cristales...”

Fig. 21. Los dobles de Ani y su mujer beben agua en el otro mundo.

De allí en adelante, el alma puede recorrer el universo a voluntad, como se muestra en el “Capítulo en que se levantan los pies y se sale a la tierra”, el “Capítulo para viajar a Heliópolis y recibir allí un trono”, el “Capítulo del hombre que se transforma en la forma que le agrada”, el “Capítulo para entrar a la Gran Casa” y el “Capítulo para llegar a la presencia de los Divinos Soberanos Príncipes [331] de Osiris”. Los Capítulos de la llamada Confesión Negativa declaran la pureza moral del hombre que ha sido redi­mido: “No he hecho iniquidades... No he robado con vio­lencia... No he hecho violencia a ningún hombre... No he cometido robo... No he matado ni hombre ni mujer...” El libro concluye con alabanzas a los dioses y después vienen el “Capítulo para vivir cerca de Re”, el “Capítulo para ha­cer que un hombre regrese para ver su casa en la tierra”, el “Capítulo para que el alma se haga Perfecta”, y el “Capítulo para navegar en la gran barca del Sol de Re”.7

3.TRANSFORMACIONES DEL HÉROE
8. La partida del héroe

El último acto de la biografía del héroe es el de su muerte o partida. Aquí se sintetiza todo el sentido de la vida. No es necesario decir que el héroe no sería héroe si la muerte lo aterrorizara; la primera condición es la reconciliación con la tumba.

“Mientras estaba sentado bajo la encina de Mamre, Abraham percibió un relámpago y olfateó un dulce olor, y volviéndose vio a la Muerte que llegaba hacia él en gran gloria y belleza. Y la Muerte le dijo a Abraham: ‘No pien­ses, Abraham, que esta belleza es mía o que así llego a to­dos los hombres. Mas si alguien es justo como tú, tomo [317] una corona y vengo a él, y si es pecador, llego entre gran corrupción, y con sus pecados hago una corona para mi cabeza, y los sacudo con un gran temor y ellos quedan sobrecogidos’. Y Abraham le dijo: ‘¿Y eres tú el que se lla­ma Muerte?’ Y contestó y dijo: ‘Yo soy el amargo nom­bre’, pero Abraham contestó: ‘No iré contigo.’ Y Abraham le dijo a la Muerte: ‘Muéstranos tu corrupción.’ Y la Muer­te reveló su corrupción, y mostró dos cabezas; una tenía la faz de una serpiente y la otra era como una espada. Todos los sirvientes de Abraham murieron al mirar la faz terrible de la Muerte, pero Abraham oró al Señor y él los resucitó. Como los rostros de la Muerte no consiguieron que el alma de Abraham le abandonara, Dios tomó el alma de Abraham como en un sueño y el arcángel Miguel la llevó al cielo. Después, grandes loas y alabanzas fueron dadas al Señor por los ángeles que trajeron el alma de Abraham, y después de que Abraham se inclinó a adorarlo, se oyó la voz de Dios, que dijo así: ‘Lleva a Mi amigo Abraham al Paraíso, donde están los tabernáculos de los justos, y las mansiones de mis santos Isaac y Jacob en su regazo, don­de no hay dificultades, ni congojas, ni suspiros, sino paz y regocijo y vida eterna’.”36

Comparemos con el siguiente sueño: “Estaba en un puente y encontré un violinista ciego. Todos echaban mo­nedas en su sombrero. Me acerqué y vi que el violinis­ta no estaba ciego. Era bizco y me miraba de reojo. Repentinamente apareció una ancianita sentada a un lado del camino. Estaba oscuro y yo tuve miedo. ’¿Adónde lleva este camino?’, pensé. Un joven campesino se acercó y me tomó de la mano. ‘¿Quieres venir a casa —me dijo— y tomar café?’ ‘¡Suéltame! ¡Aprietas demasiado!’, grité, y desperté.”37

El héroe, que en su vida representa la perspectiva dual, después de su muerte es todavía una imagen sintetizadora: como Carlomagno, duerme y sólo se levantará a la hora del destino, o sea, está entre nosotros bajo otra forma.

Los aztecas hablaban de la serpiente emplumada, Quetzalcóatl, monarca de la antigua ciudad de Tollan en la [318] edad de oro de su prosperidad. Era maestro de las artes, inventor del calendario y les había dado el maíz. Él y su gente fueron derrotados al terminar su época por la magia más poderosa de la raza invasora, la de los aztecas. Tezcatlipoca, el héroe guerrero de la gente joven y de su era, arrasó la ciudad de Tollan; y la serpiente emplumada, rey de la edad de oro, quemó sus habitaciones, enterró sus tesoros en las montañas, convirtió sus plantas de cacao en mezquites y ordenó a los pájaros multicolores, sus sirvien­tes, que huyeran delante de él, y partió con gran con­goja. Cuando llegó a la ciudad llamada Cuautitlán, donde había un árbol alto y grande, se acercó al árbol, se sen­tó debajo de él y se miró en un espejo que le trajeron. “Soy viejo”, dijo, y el lugar fue llamado “Cuautitlán el Viejo”. En otro lugar del camino se detuvo a descansar y al mirar en dirección a Tollan, lloró y sus lágrimas atra­vesaron una roca. Dejó en ese lugar la marca de las pal­mas de sus manos y de su cuerpo. Más tarde se encontró con un grupo de nigromantes que lo retaron y le prohi­bieron que avanzara hasta que les hubiera dejado el arte de trabajar la plata, la madera y las plumas y el arte de la pintura. Cuando cruzó las montañas, todos sus sirvientes, que eran enanos y jorobados, murieron de frío. En otro lugar se encontró con su antagonista, Tezcatlipoca, que lo derrotó en el juego de pelota. En otro lugar apuntó con su flecha a un gran árbol de póchotl; como la flecha tam­bién era un árbol de póchotl completo, cuando la disparó y atravesó el árbol, los dos formaron una cruz. Así pasó, dejando muchas señales y nombres de lugares detrás de él, hasta que al llegar al mar, partió en una balsa de serpien­tes. No se sabe cómo llegó a su destino, Tlapallán, su lugar de origen.38

De acuerdo con otra tradición, al llegar a la playa se inmoló a sí mismo en una pira funeraria, y de sus cenizas se levantaron pájaros de plumas multicolores. Su alma se convirtió en la Estrella de la Mañana.39

El héroe ansioso de vivir, puede resistir a la muerte, y posponer su destino por cierto tiempo. Se ha escrito que Cuchulainn oyó un grito en sus sueños “tan espantoso y [319] terrible, que cayó de su cama al suelo, como un saco, en el ala oriental de su casa”. Se levantó sin armas, seguido por Emer, su esposa, que llevaba sus armas y vestidos. Y descubrió un carro enganchado a un caballo castaño que tenía sólo una pata y la vara atravesaba su cuerpo y le sa­lía por la frente. Adentro estaba sentada una mujer con las cejas rojas y envuelta en un manto escarlata. Un hom­bre muy alto caminaba a un lado, también con una capa escarlata, portando un bidente de avellano y conduciendo una vaca.

Cuchulainn reclamó la vaca como suya y la mujer se opuso y Cuchulainn preguntó por qué hablaba ella en vez del hombre grande. Ella contestó que el hombre era Uargaeth-sceo Luachair-sceo. “Por lo menos —dijo Cuchula­inn— el largo del nombre es asombroso.” “La mujer con quien hablas —dijo el hombre grande— se llama Faebor beg-beoil cuimdiuir folt sceub-gairit sceo uath.” “Estás bur­lándote de mí”, dijo Cuchulainn; brincó a la carroza, puso los dos pies en los hombros de ella y su lanza en medio de sus cabellos. “No uses en mí tus armas afiladas”, dijo ella. “Entonces dime tu verdadero nombre”, dijo Cuchulainn. “Pues retírate de mí. Soy una poetisa festiva y llevo esta vaca como recompensa por un poema.” “Dime tu poema”, dijo Cuchulainn. “Quítate de donde estás —dijo la mu­jer—; con sacudirte sobre mi cabeza no ganas nada.”

Cuchulainn se apartó hasta colocarse en medio de las dos ruedas del carro. La mujer le cantó una canción de reto y de insultos. Él se preparó para saltar sobre ella, pero, en un instante, el caballo, la mujer, la carroza, el hom­bre y la vaca desaparecieron y en la rama de un árbol había un pájaro negro.

“Tú eres una peligrosa mujer encantada”, le dijo Cu­chulainn al pájaro, porque cayó en la cuenta de que ella era la diosa de las batallas, Badb o Morrigan. “Si hubiera sa­bido que eras tú, no nos hubiéramos separado así.” “Lo que has hecho —contestó el pájaro— ha de traerte mala suerte.” “No puedes hacerme daño”, dijo Cuchulainn. “Ciertamen­te que sí —dijo la mujer—, soy el guardián de tu lecho de muerte y estaré guardándolo de hoy en adelante.”

Entonces la encantadora le dijo que llevaba a la vaca des­de la colina de las hadas de Cruachan para que fuera fecun­dada por el toro del hombre grande, que era Cualigne, y que cuando el becerro tuviera un año de edad, Cuchulainn habría [320] de morir. Ella misma vendría a buscarlo cuando es­tuviera luchando con un hombre “tan fuerte, tan victorioso, tan diestro, tan terrible, tan incansable, tan noble, tan bravo, tan grande” como él mismo. “Me convertiré en anguila—dijo ella—y me enlazaré en tus pies durante la batalla”. Cuchulainn cambió amenazas con ella y ella des­apareció en el suelo. Pero al año siguiente, cuando se llevó a cabo la lucha predicha en el vado, él la venció y vivió para morir otro día.40

Un curioso y quizá juguetón eco del simbolismo de la salvación en el más allá resuena vagamente en el pa­saje final del cuento popular Pueblo del niño Cántaro de Agua. “Mucha gente vivía dentro del manantial, mujeres y niñas. Todas corrieron al joven y lo abrazaron, porque estaban contentas de que el hijo hubiera vuelto a casa. Así encontró el joven a su padre y a sus tías. El joven per­maneció allí una noche y al día siguiente volvió a su casa y le dijo a su madre que había encontrado a su padre. Pero su madre enfermó y murió. El joven se dijo a sí mismo: ‘No tengo por qué seguir viviendo con esta gente,’ De ma­nera que los dejó y fue al manantial. Y allí estaba su madre. Ésa fue la manera en que él y su madre fueron a vivir con su padre. Su padre era Avaiyo’ pi’i (serpiente roja del agua). Les dijo que no hubiera podido vivir con ellos en Sikyat’ki. Por eso enfermó a la madre del muchacho, para que muriera y ‘viniera a vivir conmigo —dijo el padre—: ahora viviremos todos juntos’, le dijo Avaiyo’ a su hijo. Así fue como el joven y su madre fueron a vivir allí.”41

Este cuento, como el de la mujer almeja, repite punto por punto la narrativa mítica. Las dos historias son encan­tadoras dentro de la aparente inocencia de su fuerza. El extremo opuesto es la narración de la muerte del Buddha; llena de humor, como todos los grandes mitos, pero cons­ciente hasta un grado máximo.

“El Bendito, acompañado por una gran congregación de sacerdotes, se acercó al banco más alejado del río Hirannavati, y a la ciudad de Kusinara, y al soto Upavattana de los Mallas, y habiendo llegado, se dirigió al venerable Ananda:

[321] ‘Ten la bondad, Ananda, de tenderme una cama con la cabecera al norte en medio de dos árboles gemelos. Es­toy cansado, Ananda, y quisiera recostarme.’

‘Sí, Reverendo Señor’, dijo el venerable Ananda al Ben­dito y tendió la cama con la cabecera al norte en medio de dos árboles gemelos. Cuando el Bendito yació en su lado derecho, como lo hacen los leones, y colocó un pie en­cima del otro, permaneció alerta y consciente.

En ese momento, los dos árboles gemelos habían flo­recido completamente, aunque no era estación de flores, y los capullos cayeron sobre el cuerpo del Tathagata, y se derramaron y esparcieron sobre su cuerpo en adoración al Tathagata.42 También cayó del cielo polvo de madera de sándalo y cayó sobre el cuerpo del Tathagata y se esparció sobre él en adoración al Tathagata. Y música sonó en el cielo en adoración al Tathagata y coros celestes cantaron en adoración al Tathagata.”

Durante las conversaciones que entonces tuvieron lu­gar, mientras el Tathagata yacía sobre su costado como un león, un gran sacerdote, el venerable Upavana, estaba de pie frente a él, abanicándolo. El Bendito le ordenó que se hiciera a un lado; y el asistente del Bendito, Ananda, se quejó con el Bendito. ‘Reverendo Señor —dijo— ¿cuál fue la razón y cuál la causa, de que el Bendito fuera duro con el venerable Upavana y le dijera: hazte a un lado, sacerdote, no te pares frente a mí?’ ”

El Bendito replicó: “Ananda, casi todas las deidades de diez mundos han venido juntas a contemplar al Tathagata. A una distancia, Ananda, de doce leguas a la redonda, alrededor de la ciudad de Kusinara y del soto de Upavattana de los Mallas, no hay un pedazo de tierra libre ni para meter la punta de un cabello, todo está ocupado por las poderosas deidades. Estas deidades, Ananda, están indignadas y di­cen. ‘De lejos hemos venido a contemplar al Tathagata, pues raras veces un Tathagata, un santo y Supremo Buddha se ha levantado en el mundo; y esta noche, en la última vela, el Tathagata pasará al Nirvana; pero ese poderoso sacerdote está de pie frente al Bendito y lo oculta, y no te­nemos oportunidad de ver al Tathagata aunque sus últimos momentos se acercan’. Por eso, Ananda, están indignadas las deidades.”

[322] “¿Qué hacen las deidades, Reverendo Señor, a quienes el Bendito percibe?”

“Algunas de las deidades, Ananda, están en el aire, con las mentes colmadas de cosas terrestres, y dejan flotar sus cabellos y gritan alto y tienden los brazos y gritan más y caen de cabeza al suelo y ruedan de un lado para otro diciendo: ‘Demasiado pronto ha de pasar el Bendito al Nirvana; muy pronto desaparecerá de nuestra vista la Luz del Mundo.’ Algunas deidades, Ananda, están en tierra, con sus mentes colmadas de cosas terrestres, y dejan flotar sus cabellos y gritan alto, y tienden los brazos y gritan más y caen de cabeza al suelo y ruedan de un lado para otro diciendo: ‘Demasiado pronto ha de pasar el Bendito al Nirvana; muy pronto desaparecerá de nuestra vista la Luz del Mundo.’ Pero las deidades que están libres de pasiones, que piensan y son conscientes, lo soportan con paciencia, diciendo: ‘Transitorias son todas las cosas. ¿Cómo es posible que aquello que ha nacido, que ha llegado a ser, que está organizado y es perecedero, no haya de perecer? Esa condición no es posible.’”

Las últimas conversaciones continuaron por algún tiem­po y durante su curso el Bendito consoló a sus sacerdotes. Luego se dirigió a ellos:

“Y ahora, oh sacerdotes, me aparto de vosotros; todos los constituyentes del ser son transitorios; trabajad con diligencia en vuestra salvación.”

Y éstas fueron las últimas palabras del Tathagata.

“Entonces el Bendito entró en el primer trance; y al le­vantarse del primer trance entró en el segundo trance; y al levantarse del segundo trance entró en el tercer trance; y al levantarse del tercer trance entró en el cuarto trance; y al levantarse del cuarto trance entró en el reino de la infinitud del espacio; y al levantarse del reino de la infinitud del espacio entró en el reino de la infinitud de la conciencia; y al levantarse del reino de la infinitud de la conciencia en­tró en el reino de la nada; y al levantarse del reino de la nada entró en el reino que no es ni de la percepción ni de la no-percepción; y al levantarse del reino que no es de la percepción ni de la no-percepción llegó adonde cesan la per­cepción y la sensación.

Luego el venerable Ananda habló al venerable Anuruddha como sigue:

[323] ‘Reverendo Anuruddha, el Bendito ha pasado al Nirvana.’

‘No, hermano Ananda, el Bendito no ha pasado al Nirvana, sólo ha llegado adonde se detienen la percepción y la sensación.’

Entonces el Bendito se levantó de donde cesan la sen­sación y la percepción y entró en el reino que no es de la percepción ni de la no-percepción; y al levantarse del rei­no que no es de la percepción ni de la no-percepción en­tró en el reino de la nada; y al levantarse del reino de la nada entró en el reino de la infinitud de la conciencia; y al levantarse del reino de la infinitud de la conciencia en­tró en el reino de la infinitud del espacio; y al levantarse del reino de la infinitud del espacio entró al cuarto trance; y al levantarse del cuarto trance entró en el tercer trance; y al levantarse del tercer trance entró en el segundo trance; y al levantarse del segundo trance entró en el primer tran­ce; y al levantarse del primer trance entró en el segundo trance; y al levantarse del segundo trance entró en el ter­cer trance; y al levantarse del tercer trance entró en el cuarto trance; y al levantarse del cuarto trance, el Bendito pasó inmediatamente al Nirvana.”43

7. El héroe como santo

Antes de que pasemos al último episodio de la vida, un tipo más de héroe debe ser mencionado: el santo o asce­ta, el que renuncia al mundo.

“Dotado de un entendimiento puro, refrenando el yo con firmeza, alejándose del sonido y los otros objetos, [315] y abandonando el odio y el amor; viviendo en la soledad, comiendo poco, dominando la palabra, el cuerpo, la mente, siempre en meditación y concentración, cultivando la libe­ración de las pasiones; olvidando la vanidad y la fuerza, el orgullo y la lujuria, la ira y las posesiones, tranquilo de corazón y libertado de su ego, merece volverse un solo ser con lo imperecedero.”34

La regla es la de ir al padre, pero más bien a su aspecto no manifiesto que a su aspecto manifiesto, dando el paso al que renunció el Bodhisattva: aquel tras el cual no hay retorno. No se implica aquí la paradoja de la perspectiva dual, sino el último llamado de lo invisible. El ego se deshace. Como una hoja muerta en la brisa, el cuerpo continúa moviéndose sobre la tierra, pero el alma se ha disuelto ya en el océano de la beatitud.

Tomás de Aquino, como resultado de una experiencia mística mientras celebraba una misa en Nápoles, dejó la pluma y la tinta en una repisa, para que los últimos, capítulos de su Summa Theologica fueran completados por otra mano. “Mis días de escritor —dijo— han terminado; porque me han sido reveladas tales cosas, que todo lo que he escrito y enseñado me parece de poca importancia; espero en Dios que, así como ha llegado el fin de mi enseñanza, pronto venga el fin de mi vida.” Poco después, a los cuarenta y nueve años, el santo murió.

Estos héroes están por encima de la vida y también por encima del mito. Ninguno de ellos trata el mito, ni el mito puede tratar de ellos en forma apropiada. Se han es­crito sus leyendas, pero los sentimientos piadosos y las lec­ciones de sus biografías son necesariamente inadecuados, casi mezquinos. Ellos salieron del reino de las formas, en el que la encarnación desciende y en el que Bodhisattva perma­nece, el reino del perfil manifiesto del Gran Rostro. Cuando el perfil escondido se ha descubierto, el mito es la pen­última palabra y el silencio es la última. En el momento en que el espíritu pasa a lo escondido, sólo permanece el silencio.

*

Cuando el rey Edipo supo que la mujer con quien se había casado era su madre y que el hombre que había asesinado era su padre, se sacó los ojos y vagó en penitencia sobre la [316] tierra. Los freudianos dicen que cada uno de nosotros mata a su padre, y se casa con su madre al mismo tiempo, sólo que inconscientemente: las maneras indirectas y simbólicas de hacer esto y las racionalizaciones de la consecuente ac­tividad compulsiva constituyen nuestras vidas individuales y civilización común. Si los sentimientos cayeran en la cuenta de la verdadera importancia de los actos y de los pensamientos del mundo, cada uno sabría lo que Edipo sabía.: la carne se nos presentaría como un océano de vio­lación propia. Éste es el sentido de la leyenda del papa Gregorio el Grande, nacido del incesto y que vivió en in­cesto. Aterrorizado, huye a una roca en medio del mar, y en ella hace penitencia por su vida misma.

El árbol se ha convertido en una cruz: el Joven Blanco que mamó la leche se ha convertido en el Crucificado que traga hiel. La corrupción llega hasta donde antes florecía la primavera. Por encima de este umbral de la cruz —por­que la cruz es un camino (la puerta del sol), no un fin— está la beatitud en Dios.

“Posuit signum in faciem meam, ut nullum praeter eum amatorem admittam.

Desponsari, dilecta, veni, hiems transiit, turtur canit, vineae florentes redolent,

Annulo suo subarrhavit me Dominus meus Jesus Christus, et tamquam sponsam decoravit me corona.

Induit me Dominus cyclade auro texta, et inmensis monilibus ornavit me.”35

6. El héroe como redentor del mundo

Han de distinguirse dos grados de iniciación en la man­sión del padre. Del primero, el hijo vuelve como emisario; del segundo, con el conocimiento de que “yo y mi padre somos uno.” Los héroes de esta segunda y más alta ilu­minación son los redentores del mundo, las así llamadas encarnaciones, en su más alto sentido. Sus mitos adquie­ren proporciones cósmicas. Sus palabras llevan una autori­dad superior a todo lo dicho por los héroes del cetro y del libro.

“Observadme. No miréis a vuestro alrededor —dijo el héroe de los apaches Jicarilla, Matador de Enemigos—. Es­cuchad lo que digo. El mundo es del tamaño de mi cuerpo. El mundo es del tamaño de mi palabra. El mundo es del tamaño de mis plegarias. El cielo es del tamaño de mis [311] palabras y de mis plegarias. Las estaciones son del tamaño de mi cuerpo, de mis palabras y de mis plegarias. Lo mismo pasa con las aguas; mi cuerpo, mis palabras y mis plegarias son más grandes que las aguas.

Quien me crea, quien escuche lo que yo digo, tendrá una larga vida. El que no escuche, el que piense de mala manera, tendrá una corta vida.

No penséis que estoy en el este, en el sur, en el oeste, o en el norte. La tierra es mi cuerpo. Estoy aquí. Estoy en todas partes. No penséis que estoy debajo de la tierra o en lo alto del cielo, o sólo en las estaciones, o del otro lado de las aguas. Todo eso es mi cuerpo. La verdad es que el mundo subterráneo, el cielo, las estaciones y las aguas son mi cuerpo. Estoy en todas partes.

Ya os he dado aquello con que podríais hacerme una ofrenda. Tenéis dos clases de pipas y el tabaco de la mon­taña.”30

El objeto de la encarnación es refutar con su presencia las pretensiones del ogro tirano. Este último ha cerrado la fuente de la gracia con la sombra de su personalidad limitada; la encarnación, completamente libre de tal conciencia del ego, es una manifestación directa de la ley. En una escala grandiosa, actúa la vida del héroe (lleva a cabo los actos del héroe, mata al monstruo), pero es todo con la libertad de un trabajo hecho con el objeto de hacer eviden­te al ojo aquello que podía haberse llevado a cabo igual­mente con un mero pensamiento.

Kans, el cruel tío de Krishna, usurpador del trono de su propio padre en la ciudad de Mathura, oyó un día una voz que le dijo: “Tu enemigo ha nacido; tu muerte es segura.” Krishna y su hermano mayor, Balarama, habían pasado del vientre de su madre a unos pastores para protegerlos de este equivalente hindú de Nemrod. Y éste mandó demonios en su persecución —Putana la de la leche envenenada fue el primero—, pero todos fueron destruidos. Cuando todos sus recursos fallaron, Kans decidió atraer a los jóvenes a su ciudad. Un mensajero fue enviado a invitar a los pastores a un sacrificio y a un gran tor­neo. La invitación fue aceptada. Con los hermanos entre ellos, los pastores llegaron y acamparon fuera de la muralla de la ciudad.

Krishna y Balarama, su hermano, fueron a ver las [312] maravillas que había en la ciudad. Había grandes jardines, palacios y bosquecillos. Se encontraron con un lavandero y le pidieron algunas ropas finas; pero él se rió y rehusó, y entonces ellos tomaron la ropa por la fuerza y se vistieron muy alegremente. Cuando una jorobada le pidió a Krishna que le permitiera frotarlo con pasta de sándalo, él se acer­có, colocó los pies en los de ella, y poniéndole dos dedos debajo de la barba, la levantó y la dejó derecha y hermosa. Luego le dijo: “Cuando haya matado a Kans regresaré y estaré contigo.”

Los hermanos llegaron al estadio vacío. Allí se puso el arco del dios Shiva, del alto de tres palmeras, grande y pesado. Krishna avanzó hacia el arco, tiró de él, y el arco se rompió con un gran ruido. Kans oyó el sonido dentro de su palacio y se sobrecogió.

El tirano mandó sus tropas para que mataran a los hermanos dentro de la ciudad. Pero los jóvenes asesinaron a los soldados y volvieron a su campamento. Dijeron a los pastores que habían dado un paseo interesante, cenaron y se fueron a dormir.

Kans tuvo aquella noche sueños terribles. Cuando des­pertó, ordenó que prepararan el estadio para el torneo y tocaran las trompetas para reunir al pueblo. Krishna y Balarama llegaron vestidos de juglares, seguidos de los pasto­res, sus amigos. Cuando entraron por la puerta, había un elefante salvaje preparado para deshacerlos, poderoso como diez mil elefantes corrientes. El que lo guiaba lo encaminó directamente a Krishna. Balarama le dio un golpe tal con su puño, que se detuvo y comenzó a retroceder. El que lo guiaba lo hizo atacar de nuevo, pero los dos hermanos lo azotaron contra el suelo, y murió.

Los jóvenes marcharon por la arena. Todos vieron lo que sus propias naturalezas les revelaron: los luchadores pensa­ron que Krishna era un luchador, las mujeres que era un tesoro de belleza, los dioses lo reconocieron como su señor y Kans pensó que era Mara, la Muerte misma. Cuando hubo deshecho a todos los luchadores que enviaron en su contra, y al fin mató al más fuerte, brincó al palco real, arrastró al tirano por los cabellos y lo mató. Los hombres, los dioses y los santos mostraron su deleite, pero las mujeres del rey vinieron a llorarlo. Krishna, al ver su dolor, las consoló con su sabiduría primigenia: “Madre —dijo— no llores. Nadie puede vivir y no morir. Imaginarse a uno mismo como [313] poseedor de algo es estar equivocado; nadie es padre, ma­dre o hijo. Hay sólo el círculo continuo del nacimiento y de la muerte”.31

Las leyendas del redentor describen el período de la desolación como causado por una culpa moral de parte del hombre (Adán en el paraíso, Jemshid en el trono). Pero desde el punto de vista del ciclo cosmogónico, hay una alternancia regular de aciertos y errores, que es caracte­rística del espectáculo del tiempo. Como en la historia del universo sucede en la de las naciones; la emanación lleva a la disolución, la juventud a la vejez, el nacimiento a la muerte, la vitalidad creadora de formas al peso muerto de la inercia. La vida se agita, precipita formas, y luego se apaga dejando todo atrás. La edad de oro, el reinado del emperador del mundo, alternan, en el pulso de todos los momentos de la vida, con la tierra baldía, reino del tirano. El dios que es el creador, se convierte al fin en destructor.

Desde este punto de vista el ogro tirano no es me­nos representativo del padre que el anterior emperador del mundo cuya posición usurpó, o que el héroe brillante (el hijo) que ha de suplantarlo. Él representa lo estable, así como el héroe es el portador de los cambios. Y dado que cada momento del tiempo se libera de los grilletes del mo­mento anterior, así este dragón, Soporte, es descrito como perteneciente a la generación inmediatamente precedente a la del salvador del mundo.

Para decirlo en términos directos: el trabajo del héroe es exterminar el aspecto tenaz del padre (el dragón, el que pone las pruebas, el rey ogro) y arrebatar de su poder las energías vitales que alimentarán el universo. “Esto puede hacerse de acuerdo con la voluntad del Padre o en su con­tra. Él [el Padre] puede ‘decidir su muerte, para el bien de sus hijos’ o bien pudiera ser que los Dioses impusieran la pasión sobre él, haciéndolo su víctima propiciatoria. Es­tas doctrinas no son contradictorias, sino diferentes ma­neras de decir una y la misma historia; en realidad, el matador y el dragón, el sacrificador y su víctima, son solamente una mente detrás de bambalinas, donde no hay polaridad de contrarios, pero mortales enemigos en la es­cena donde se presenta la eterna guerra entre los Dioses [314] y los Titanes. En cualquier caso, el Padre Dragón es una Plenitud, que no merma por lo que le arrancan ni crece por lo que recobra. Él es la Muerte, de quien nuestra vida depende; y a la pregunta ‘¿la Muerte es una o muchas?’ se pronuncia la siguiente respuesta: “Es una, porque una está aquí, pero es muchas en cuanto está también en sus hijos.”32

El héroe de ayer se convierte en el tirano de mañana, a menos que se crucifique a sí mismo hoy.

Desde el punto de vista del presente hay tal indiferen­cia en la entrega del futuro, que aparece nihilista. Las palabras de Krishna, el salvador del mundo, a las esposas del muerto Kans, entrañan un armónico aterrador, y tam­bién las palabras de Jesús: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo a la hija más que a mí, no es digno de mí.”33 Para proteger a los impreparados, la mitología vela las últimas revelaciones en forma que las oscurece a medias, pero in­siste en la forma gradualmente instructiva. La figura del salvador que elimina al padre tirano y después asume la corona se apodera (como Edipo) del sitial de su señor. Para suavizar el terrible parricidio, la leyenda representa al pa­dre como un tío cruel o un Nemrod usurpador. Sin embar­go, permanece el hecho escondido a medias. Una vez entrevisto, surge el espectáculo completo; el hijo mata al padre, pero el hijo y el padre son uno mismo. Las figuras enigmáticas se disuelven en el caos primario. Ésta es la sabiduría del fin (y el recomenzar) del mundo.

5. El héroe como emperador y como tirano

El héroe de acción es el agente del ciclo, y prolonga en el movimiento vivo el impulso que movió al mundo por pri­mera vez. Porque nuestros ojos están cerrados a la para­doja del enfoque doble, vemos el hecho como realizado en medio del peligro y de grandes dolores, llevado a cabo por un vigoroso brazo; mientras que la otra perspectiva es, como la muerte arquetípica del dragón, de Tiamat por Marduk, sólo la realización de lo inevitable.

El héroe supremo, sin embargo, no es meramente el que continúa la dinámica del ciclo cosmogónico, sino quien re­abre los ojos, de manera que a pesar de todas las idas y venidas, los deleites y las agonías del panorama del mundo, la Presencia Única será vista de nuevo. Esto requiere una sabiduría más profunda que lo otro, y resulta no en un modelo de acción, sino de representación significativa. El símbolo de lo primero es la espada de la virtud; el de lo segundo, el cetro del dominio o el libro de la ley. La aven­tura característica de lo primero, es ganar a la desposada —la desposada es la vida—. La aventura del segundo caso es el viaje hacia el padre —el padre que es lo desconocido invisible.

Las aventuras del segundo tipo se acomodan directa­mente en los patrones de la iconografía religiosa. Aún en los cuentos populares sencillos, resuena una repentina profundidad cuando el hijo de la virgen pregunta a su madre: “¿Quién es mi padre?” La pregunta toca el problema del [308] hombre y lo invisible. Los familiares motivos míticos de la reconciliación siguen inevitablemente.

El héroe Pueblo, el niño Cántaro de Agua, preguntó esto a su madre: ‘“¿Quién es mi padre?, dijo. ‘No lo sé’, dijo ella. Él preguntó de nuevo: ‘¿Quién es mi padre?’, pero ella lloró y no contestó. ‘¿Dónde está la casa de mi pa­dre?’, preguntó él. Ella no pudo decírselo. ‘Mañana voy a buscar a mi padre.’ ‘No podrás encontrar a tu padre’, le dijo ella. ‘Yo no salgo con ningún hombre, de manera que no hay lugar donde puedas encontrar a tu padre.’ Pero el muchacho dijo: ‘Tengo un padre, sé dónde vive y voy a verlo.’ La madre no quería que fuera, pero él quiso ir. A la siguiente mañana, muy temprano, ella le preparó comida y él fue hacia el sureste, donde había un manantial llamado Waiyu powidi, mesa del caballo. Cuando estaba cerca del manantial vio que alguien pasaba cerca. Era un hombre. El hombre preguntó: ‘¿Adónde vas?’ ‘Voy a ver a mi pa­dre’, contestó. ‘¿Quién es tu padre?’, dijo el hombre. ‘Mi padre vive en este manantial.’ ‘Nunca encontrarás a tu pa­dre.’ ‘Bien; quiero entrar al manantial; mi padre vive dentro.’ ‘¿Quién es tu padre?’, dijo el hombre de nuevo. ‘Bueno, yo creo que tú eres mi padre’, dijo el muchacho. ‘¿Cómo sabes que soy tu padre?’, dijo el hombre. ‘Bueno, yo sé que eres mi padre.’ Entonces el hombre lo miró, para asustarlo. El muchacho siguió diciendo: ‘Tú eres mi padre.’ Hasta que el hombre dijo: ‘Sí, yo soy tu padre, salí del agua para recibirte’, y puso el brazo alrededor del cuello del muchacho. El padre se alegró de que su hijo hubiera venido y lo llevó al interior del manantial.”28

Cuando la meta del esfuerzo del héroe es el descubri­miento del padre desconocido, el simbolismo básico sigue siendo el de las pruebas y el camino que se revela a sí mismo. En el ejemplo de arriba la prueba queda redu­cida a las preguntas persistentes y a la mirada aterrorizadora. En el cuento anterior de la mujer almeja, se probó a los hijos con el cuchillo de bambú. Hemos visto, al revi­sar la aventura del héroe, hasta qué grado puede llegar la severidad del padre. Para la congregación de Jonathan Edwards, se convertía en un verdadero ogro.

El héroe bendecido por el padre vuelve para representar al padre entre los hombres. Como maestro (Moisés) o como emperador (Huang Ti) su palabra es ley. Puesto que el [309] héroe se ha centrado en la fuente, hace visible el reposo y la armonía del lugar central. Es un reflejo del Eje del Mundo, de donde se extienden los círculos concéntricos —la Montaña del Mundo, el Árbol del Mundo—; él es el perfecto espejo microcósmico del macrocosmos. Verlo es percibir el significado de la existencia. De su presencia nacen los dones, su palabra es el viento de la vida.

Pero en el carácter representativo del padre puede haber un deterioro. Esa crisis queda descrita en la leyenda per­sa zoroástrica sobre el Emperador de la Edad de Oro, Jemshid.

Todos miraron al trono y no oyeron ni vieron

A nadie más que a Jemshid, él solo era Rey,

Absorbía todos los pensamientos, y en sus alabanzas

Y adoración por ese hombre mortal

Olvidaron la adoración por el gran Creador.

Y orgullosamente a sus nobles habló,

Embriagado con sus fuertes aplausos,

“Soy inigualable, pues a mí la tierra

Me debe toda su ciencia y nunca existió

Una soberanía como la mía, benéfica

Y gloriosa, que borró de la tierra poblada

La enfermedad y la necesidad. La alegría doméstica

Y el descanso proceden de mí, todo lo que es bueno y grande

Espera mi orden; la voz universal

Declara el esplendor de mi gobierno,

Que está por encima de lo concebido por el corazón humano

Y me hace el único monarca del mundo.”

—En cuanto estas palabras salieron de sus labios,

Palabras impías e insultantes al alto cielo,

Su grandeza terrestre se deshizo —todas las lenguas

Se volvieron clamorosas y atrevidas. El día de Jemshid

Quedó en las tinieblas, toda su brillantez se oscureció.

¿Qué dijo el Moralista? “Cuando eras rey

Tus súbditos eran obedientes, pero quien sea

Que descuide orgullosamente la adoración de su Dios

Trae desolación a su casa y a su hogar.”

—Y cuando notó la insolencia de su pueblo

Supo que había provocado la ira del cielo

Y el terror lo sobrecogió.29

[310] Cuando el emperador ya no relaciona los dones de su rei­nado con su fuente trascendental, rompe la visión estereóptica que está en su papel sostener. Ya no es el mediador entre dos mundos. La perspectiva del hombre se achata e incluye sólo el término humano de la ecuación y en el acto cae la experiencia de la fuerza sobrenatural. La idea que sostiene a la comunidad se ha perdido. La fuerza es todo lo que la sostiene. El emperador se convierte en el ogro-tirano (Herodes-Nemrod), el usurpador de quien debe salvarse el mundo.

4. El héroe como amante

La hegemonía arrancada al enemigo, la libertad ganada de la malicia del monstruo, la energía vital liberada de los afanes con el tirano Soporte, son simbolizadas como una mujer. Ella es la doncella de los innumerables asesinatos del dragón, la novia robada al padre celoso, la virgen rescatada del amante profano. Ella es la “otra porción” del héroe mismo, pues “cada uno es ambos”: Si la estatura de él es la de monarca del mundo, ella es el mundo, y si él es un guerrero, ella es la fama. Ella es la imagen del des­tino que él debe sacar de la prisión de la circunstancia que lo envuelve. Pero cuando él ignora su destino, o está engañado por consideraciones falsas, ningún esfuerzo de su parte vencerá los obstáculos.26

[305] El adolescente magnífico, Cuchulainn, en la corte de su tío, el rey Conchobar, hizo que los nobles temieran por la virtud de sus esposas y sugirieran que buscara una mujer propia. Los mensajeros del rey fueron a cada provincia de Irlanda, pero no pudieron encontrar una aceptable. Luego, Cuchulainn mismo fue a ver a una doncella que conocía en Luglochta Loga, los “Jardines de Lugh”. Y la encontró en su campo de juego, con sus hermanastras alrededor de ella, enseñándoles labores de agu­ja y hermosos trabajos manuales. Emer levantó su bello rostro, reconoció a Cuchulainn y dijo: “¡Que te salves de todo peligro!”

Cuando el padre de la joven, Forgall el Astuto, supo que la pareja había hablado, envió a Cuchulainn a aprender las argucias de la guerra con Donall el Soldado, en Alba, con la esperanza de que el joven nunca volviera. Donall le señaló otra tarea: la imposible jornada hacia cierta mujer guerrera, Scathach, a quien el joven debía obligar a ins­truirlo en sus artes de valor sobrenatural. La jornada de héroe de Cuchulainn muestra con extraordinaria sencillez y claridad todos los elementos esenciales de la clásica consumación de la tarea imposible.

El camino cruzaba una planicie de mala suerte; en la primera mitad, los pies de los hombres se quedaban pe­gados; en la segunda, la hierba brotaba y los retenía entre las puntas de sus hojas. Pero apareció un hermoso joven que dio a Cuchulainn una rueda y una manzana. En la primera parte de la planicie la rueda rodaría delante de él, y en la segunda parte, la manzana. Cuchulainn sólo tenía que seguir la línea que éstas le marcaran, sin dar un paso fuera de ella. Así alcanzó a cruzar el estrecho y peligroso camino.

La residencia de Scathach estaba en una isla, y a esta isla sólo podía llegarse por un peligroso puente: tenía los dos extremos bajos y la parte del medio alta, y cuando alguien pisaba una de las puntas la otra se levantaba y lo tiraba de espaldas. Cuchulainn cayó tres veces. Se enfu­reció. Tomó impulso y dio un salto de héroe, como un salmón, y cayó en medio del puente; el otro extremo toda­vía no se había levantado cuando llegó a él; desde él brincó y llegó al suelo de la isla.

La mujer guerrera Scathach tenía una hija —como sue­le pasar con los monstruos— y esta joven, en su soledad, [306] nunca había contemplado nada que se aproximara a la belleza de ese joven que llegó por el aire a la fortaleza de su madre. Cuando hubo escuchado cuál era el proyecto del joven, le descubrió cuál era la mejor manera de per­suadir a su madre para que le enseñara los secretos de valor sobrenatural. Debería acercarse con su salto de salmón al gran tejo donde Scathach estaba instruyendo a sus hijos, ponerle la espada entre los pechos, y debería hacer su petición.

Cuchulainn, siguiendo sus instrucciones, logró familia­rizarse con los recursos de la hechicera-guerrera, casarse con su hija sin pagar la dote, conocer su futuro y tener relaciones sexuales con ella misma. Permaneció allí un año, durante el cual asistió a una gran batalla contra la ama­zona Aife, con quien engendró un hijo. Finalmente, des­pués de matar a una bruja que le disputaba una estrecha vereda a la orilla de un precipicio, marchó hacia su hogar en Irlanda.

Tuvo todavía otra aventura de guerra y de amor, y regresó para encontrar a Forgall el Astuto todavía predis­puesto en su contra. Esta vez decidió raptar a su hija y se casaron en la corte del rey. La aventura en sí misma le había dado la capacidad de aniquilar toda oposición. El único trastorno fue que su tío Conchobar, el rey, consu­mó sobre la desposada su prerrogativa real antes de que ella pasara oficialmente al novio.27

El motivo del trabajo difícil como requisito previo al lecho nupcial ha regido los hechos del héroe en todos los tiempos y en todo el mundo. En las historias de este tipo el padre desempeña el papel de Soporte o Garra; la solución astuta de la tarea llevada a cabo por el héroe equivale a matar al dragón. Las pruebas impuestas son difíciles por encima de toda medida. Parecen representar la abso­luta negación, por parte del padre ogro, a permitir que la vida siga su camino; sin embargo, cuando aparece un candidato adecuado, ninguna de las tareas del mundo está por encima de su habilidad. Auxiliares imprevistos, mila­gros en el tiempo y en el espacio, apoyan su proyecto; el destino mismo (la doncella) presta ayuda y muestra el pun­to débil del sistema paterno. Barreras, grilletes, abismos, murallas de toda clase se disuelven ante la presencia autoritaria [307] del héroe. El ojo del héroe vencedor percibe inme­diatamente la grieta en toda fortaleza con que se topa, y de un golpe la ensancha.

El más elocuente y profundo de los elementos de esta pintoresca aventura de Cuchulainn es el de la vereda única e invisible que fue abierta para el héroe por medio de la rueda y de la manzana. Esto debe leerse como algo simbólico e instructivo del milagro del destino. Para el hombre que no se deja llevar por los sentimientos que ema­nan de las superficies de lo que ve, sino que responde valero­samente a la dinámica de su propia naturaleza —para el hombre que es, como dice Nietzsche: “Una rueda que gira por sí misma”—, las dificultades se disuelven y caminos imprevisibles se abren ante él.

3. El héroe como guerrero

El lugar del nacimiento del héroe, o la tierra remota del exilio del cual retorna para llevar a cabo sus hechos de adulto entre los hombres, es el punto central u ombligo del mundo. Así como surgen las ondas de un manantial sumer­gido, así las formas del universo se expanden en círculos desde su fuente.

“Arriba de las amplias, inmóviles profundidades; de­bajo de las nueve esferas y de los siete pisos del cielo, en el punto central, el Ombligo del Mundo, el lugar más tran­quilo de la tierra, donde la luna no desaparece, ni el sol se pone; donde rige el eterno verano y el cuclillo canta eter­namente, allí adquirió la conciencia el Joven Blanco.” Así empieza el mito de un héroe de los Yakut de Siberia. El Joven Blanco fue a averiguar dónde estaba y cómo era el lugar en que vivía. Al este se extendía un campo amplio y abandonado, en medio del cual se levantaba una enorme colina y en el centro de la colina un árbol gigantesco. La resina del árbol era transparente y de dulce olor, la corteja nunca se secaba ni rompía, la savia brillaba como plata, las exuberantes hojas nunca se marchitaban y las flores eran como un grupo de tazas boca abajo. La copa del árbol se levantaba sobre los siete pisos del cielo, y servía como poste de amarre para el Alto Dios, Yryn-ai-tojon; mientras que las raíces penetraban en los abismos subterráneos, donde formaban los pilares de las habitaciones de las criaturas míticas propias de esa zona. El árbol sostenía conversacio­nes, por medio de su follaje, con los seres del cielo.

Cuando el Joven Blanco volvió el rostro al sur percibió en medio de una verde pradera el tranquilo Lago de Leche que ningún soplo agita; en las orillas del lago había espesos pantanos de nata. Al norte había un bosque sombrío con árboles que susurraban día y noche; y en ellos existían toda clase de bestias. Altas montañas se levantaban detrás; parecían [299] llevar sombreros de piel de conejo blanco, se apoya­ban contra el cielo y protegían el lugar central del viento del norte. Un campo de arbustos bajos se extendía hacia el oeste y detrás de él estaba un bosque de abetos altos; de­trás del bosque esplendía una serie de agudos y solitarios picos.

Así era el mundo que contempló el Joven Blanco a la luz del día. Cansado de estar solo, sin embargo, fue hacia el árbol gigante de la vida. “Honorable y Alta Señora, Ma­dre de mi Árbol y del Lugar en que Vivo —rezó—: todo lo que vive existe en parejas y engendra descendientes, pero yo estoy solo. Quiero viajar y buscar una esposa de mi espe­cie; quiero medir mis fuerzas en contra de mi especie; quiero conocer hombres y vivir de acuerdo con las costum­bres de los hombres. No me niegues tu bendición, pues rezo humildemente. Inclino mi cabeza y doblo mi rodilla.”

Entonces las hojas del árbol empezaron a susurrar, y una lluvia fina, blanca como la leche, cayó desde ellas hasta el Joven Blanco. Podía sentirse un tibio aliento de viento. El árbol comenzó a gemir y de sus raíces salió hasta la cintura una figura femenina: una mujer de edad mediana, de mirada tierna, con el cabello flotante y el seno desnudo. La diosa le ofreció al joven leche de su exuberante pecho, y después de tomarla, el joven sintió que su fuerza se había centuplicado. Al mismo tiempo la diosa prometió al joven toda clase de felicidades, y lo bendijo en tal forma que ni el agua, ni el fuego, ni el hierro, ni ninguna otra cosa pudie­ran hacerle ningún daño.19

Desde el lugar umbilical, parte el héroe a realizar su destino. Sus hechos de adulto derraman fuerza creadora sobre el mundo.

Cantó el viejo Väinämöinen;

tembló el sol y calló el lago;

temblaron montes de cobre,

estallaron fuertes rocas,

las piedras en dos partiéronse,

las del río se quebraron.20

La estrofa del héroe-bardo resuena con la magia del [300] verbo poderoso; en forma similar, el filo de la espada del héroe-guerrero relampaguea con la energía de la Fuente creadora; ante ella caen los cascarones de lo desgastado.

Fig 17. Petroglifo paleolítico (Argelia).

Porque el héroe mitológico es el campeón no de las co­sas hechas sino de las cosas por hacer; el dragón que debe ser muerto por él, es precisamente el monstruo del status quo: Soporte, el guardián del pasado. Desde la oscuridad el héroe emerge, pero el enemigo es grande y destaca en el trono del poder; es el enemigo, el dragón, el tirano, porque convierte en ventaja propia la autoridad de su posición. Es Soporte o Garra no porque guarda el pasado, sino porque guarda.

El tirano es orgulloso y eso es su perdición. Es orgu­lloso porque piensa que su fuerza le es propia; así, está en el papel del payaso, que equivoca la sombra con la sustan­cia; su destino es ser engañado. El héroe mitológico que reaparece desde la oscuridad, que es la fuente de las for­mas del día, trae un conocimiento del secreto de la condena del tirano. Con un gesto tan sencillo como el de apretar un botón, aniquila su forma impresionante. La acción del héroe es un continuo quebrar las cristalizaciones del momen­to. El ciclo prosigue, la mitología se enfoca al punto cre­ciente. La transformación, la fluidez, y no la pesadez inquebrantable, son las características del Dios vivo. La gran figura del momento existe sólo para ser destrozada, para ser cortada en pedazos y para ser dispersada. En pocas [301] palabras, el ogro-tirano es el campeón del hecho prodi­gioso; el héroe es el campeón de la vida creadora.

El período mundano del héroe en forma humana, em­pieza sólo cuando los pueblos y las ciudades se han exten­dido sobre la tierra. Muchos monstruos de tiempos primi­tivos acechan aún en las regiones exteriores, y por malicia o desesperación se arrojan contra la comunidad humana. Deben ser alejados. Lo que es más: surgen los tiranos humanos, que usurpan los bienes de sus vecinos y son causa de que la miseria se extienda. Éstos también deben ser suprimidos. Los hechos elementales del héroe consisten en limpiar el campo.21

Kut-o-yis, el “Niño Coágulo”, después de haber salido de la vasija y haber alcanzado la madurez en un día, mató al yerno criminal de sus padres adoptivos, y luego marchó en contra de los ogros del país. Exterminó una manada de osos crueles, con excepción de una hembra que iba a ser madre. “Pidió gracia en forma tan conmovedora, que él se la concedió. Si no hubiera hecho esto, no habría osos en el mundo”. Luego acabó con un grupo de serpientes, pero también con excepción de una “que iba a ser madre”. Luego avanzó deliberadamente por un camino que se le había advertido que era peligroso. “Cuando avanzaba, una gran tempestad cayó sobre él y finalmente lo arrastró a la boca de un gran pez. Era un pez que bebía el viento. Cuando llegó al estómago del pez, vio mucha gente. Muchos de ellos estaban muertos, pero otros todavía vivían. Les dijo: ‘El corazón debe de estar por aquí. Vamos a bailar.’ Pintó su cara de blanco, pintó sus ojos y su boca con círculos negros, y ató un cuchillo de piedra blanca sobre su cabeza, de manera que apuntara hacia arriba. También se hizo uso de unas sonajas hechas de pezuñas. Entonces la gente empezó a bailar. Durante un rato, Coágulo se sentó, movió las manos como si volara y cantó canciones. Luego se [302] levantó y bailó saltando, hasta que el cuchillo que llevaba sobre su cabeza atravesó el corazón. Entonces cortó el corazón. Luego hizo un corte entre las costillas del pesca­do e hizo salir a toda la gente.

Coágulo insistió en que debía continuar sus viajes. Antes de partir, la gente le previno que iba a encontrarse con una mujer que siempre retaba a los viajeros a que lucharan con ella, y que él no debería dirigirle la pala­bra. No dio importancia a lo que le decían, y después de haber avanzado un poco, vio una mujer que le decía que se acercara. ‘No —dijo Coágulo—, porque voy de prisa.’ Sin embargo, a la cuarta vez que la mujer lo lla­mó, le dijo: ‘Sí, pero debes esperar un momento, porque estoy cansado. Deseo descansar. Cuando haya descan­sado, iré a luchar contigo.’ Mientras descansaba vio gran­des cuchillos de pie en el suelo casi escondidos en la paja. Supo entonces que la mujer mataba a la gente con quien luchaba tirándolos sobre los cuchillos. Cuando des­cansó, se adelantó. La mujer le pidió que se acercara al sitio en que había visto los cuchillos, pero él dijo: ‘No, todavía no estoy listo, vamos a jugar un poco antes de empezar.’ Empezó a jugar con la mujer, hasta que repentinamente se apoderó de ella, la tiró sobre los cuchillos y la partió en dos.

Coágulo continuó sus viajes y llegó a un campo don­de había algunas ancianas. Las mujeres le dijeron que más adelante se encontraría con una mujer en un colum­pio, pero nunca debería mecerse con ella. Al poco tiempo llegó a un lugar donde vio un columpio cerca de un torrente. Había una mujer columpiándose en él. La obser­vó un rato y vio que mataba a la gente meciéndola y tirándola al agua. Cuando estuvo seguro se acercó a la mujer. ‘Tienes un columpio, déjame ver cómo te meces’, dijo. ‘No —dijo la mujer—; quiero ver cómo te meces tú.’ Bueno —dijo Coágulo—. Pero tú debes mecerte prime­ro.’ ‘Bueno —dijo la mujer— me meceré. Mírame. Luego veré como lo haces tú.” La mujer se columpió sobre el agua. Él la observó mientras lo hacía. Entonces le dijo a la mujer: ‘Mécete de nuevo, porque todavía no estoy listo’, pero cuando la mujer se meció por segunda vez, él cortó la cuerda y ella cayó al agua. Esto sucedió en Cut Bank Creek.”22

[303] Sabemos de hechos análogos por nuestros cuentos in­fantiles de Jack el gigante y las narraciones clásicas de héroes como Hércules y Teseo. Abundan también en leyen­das de los santos cristianos, como en el encantador cuento francés de Santa Marta.

“Había en aquellos tiempos en las riberas del Ródano, en un bosque situado entre Aviñón y Arles, un dragón mitad animal terrestre, mitad pez, más grande que un buey, más largo que un caballo, con los dientes tan agudos como cuer­nos, y grandes alas a los lados de su cuerpo; y este mons­truo mataba a todos los viajeros y hundía todos los barcos. Había llegado de Galacia por el mar. Sus padres eran el Leviatán —monstruo en forma de serpiente que vive en el mar— y el Onagro —una bestia terrible nacida en Galacia, que prende fuego a todo lo que toca.

Santa Marta, a instancias de su pueblo, salió al encuen­tro del dragón. Lo encontró en el bosque, devorando un hombre; lo roció con agua bendita y le mostró un crucifijo. Inmediatamente, el monstruo, conquistado, vino como un cordero al lado de la santa, quien ató su cinturón alrededor de su cuello y lo condujo a la aldea vecina. Allí, el popu­lacho lo mató con piedras y palos.

Y como el dragón había sido conocido por el pueblo bajo el nombre de Tarasca, el pueblo tomó el nombre de Tarascón, en recuerdo suyo. Hasta entonces se había lla­mado Nerluc, Lago Negro, por los sombríos bosques que bordeaban el río.”23

Los reyes guerreros de la antigüedad veían su labor con el espíritu del exterminador de monstruos. Esta fórmula del héroe resplandeciente que va en contra del dragón ha sido el gran recurso de justificación de todas las cruzadas. Un sinnúmero de losas conmemorativas se han compues­to con la grandiosa complacencia de la siguiente tablilla cuneiforme de Sargón de Agade, destructor de las antiguas ciudades de los sumerios, de donde su propio pueblo había derivado su civilización:

“Sargón, rey de Agade, vicerregente de la diosa Ishtar, rey de Kish, pashishu24 del dios Anu, Rey de la Tierra, gran [304] ishakku25 del dios Enlil, arrasó la ciudad de Uruk y des­truyó su muralla. Peleó con la gente de Uruk, la capturó y la llevó encadenada por la puerta de Enlil. Sargón, rey de Agade, luchó con el hombre de Ur y lo derrotó; arrasó su ciudad y destruyó su muralla. Arrasó E-Ninmar y des­truyó su muralla, y arrasó todo su territorio, de Lagash al mar. Luego lavó sus armas en el mar...”

Fig. 18. El rey Ten (Egipto, primera dinastía, hacia 3200 a. C.)

aplasta la cabeza de un prisionero de guerra.

2. La infancia del héroe humano

[285] El héroe cultural primitivo de cuerpo de serpiente y cabeza de toro llevaba con él desde su nacimiento la fuerza espon­tánea creadora del mundo natural. Ése era el significado de su forma. El hombre héroe, por otra parte, debería “des­cender” a restablecer las conexiones con lo infrahumano. Éste es el sentido, como hemos visto, de la aventura del héroe.

Pero los creadores de la leyenda raras veces se han contentado al considerar los grandes héroes del mundo como meros seres humanos que traspasaron los horizontes que limitan a sus hermanos y regresaron con los dones que sólo puede encontrar un hombre con fe y valor tales. Por lo contrario, la tendencia ha sido siempre dotar al héroe de fuerzas extraordinarias desde el momento de su naci­miento, o aun desde el momento de su concepción. Toda la vida del héroe se muestra como un conjunto de mara­villas con la gran aventura central como culminación.

Esto está de acuerdo con el punto de vista de que el heroísmo está predestinado, más bien que simplemente al­canzado, y abre el problema de la relación entre la biografía y el carácter. Jesús, por ejemplo, puede aceptarse como un hombre que por medio de severas austeridades y medita­ciones obtuvo la sabiduría; por otra parte, también puede creerse que un dios descendió y tomó sobre sí mismo la realización de una carrera humana. El primer punto de vista conduciría a imitar al maestro literalmente a fin de traspasar, de la misma manera que él lo hizo, la expe­riencia trascendente y la redención. Pero el segundo afirma que el héroe es más bien un símbolo para contemplarse que un ejemplo para seguirse literalmente. El ser divino es una revelación del Yo omnipotente, que vive dentro de todos nosotros. Así, la contemplación de la vida debe entenderse como la meditación en nuestra propia divinidad inmanen­te, no como un preludio para precisar la imitación. La lección no es “haz esto y sé bueno”, sino “conoce esto y sé Dios”.4

[286] En la parte I, “La Aventura del Héroe”, hemos visto el hecho de la redención desde el primer punto de vista, que puede ser llamado psicológico. Ahora debemos describirlo desde el segundo, en que se convierte en símbolo del mismo misterio metafísico que le tocó al héroe mismo redescu­brir y traer a la luz. En el presente capítulo, por lo tanto, hemos de considerar primero la infancia milagrosa, por medio de la cual se muestra que una manifestación especial del principio divino inmanente ha encarnado en el mundo, y luego, en sucesión, los diferentes papeles vitales por me­dio de los cuales el héroe puede realizar su tarea de destino. Estos varían en magnitud, de acuerdo con las necesidades de las épocas.

Para decirlo en los términos ya formulados, la primera tarea del héroe es experimentar conscientemente los esta­dios antecedentes del ciclo cosmogónico; retroceder a las épocas de la emanación. La segunda es regresar de ese abis­mo al plano de la vida contemporánea, y servir allí de trans­formador humano de los potenciales demiúrgicos. Huang Ti tenía la facultad del sueño, éste era su camino de des­censo y de regreso. El segundo nacimiento o nacimiento del agua de Väinämöinen lo devolvió a una experiencia de lo elemental. En la fábula de Tonga de la mujer almeja, la re­tirada empezó en el parto de la madre: los héroes herma­nos salieron de un vientre infrahumano.

Los hechos del héroe en la segunda parte de su ciclo [287] personal han de ser proporcionados a la profundidad de su descenso durante el primero. Los hijos de la mu­jer almeja salieron del nivel animal; su belleza física era superlativa. Väinämöinen renació de los vientos y de las aguas elementales; su don era levantar o someter con can­ciones poéticas los elementos de la naturaleza y del cuerpo humano. Huang Ti viajó por el reino del espíritu; enseñó la armonía del corazón. El Buddha atravesó la zona de los dioses creadores y regresó del vacío; anunció la salvación del ciclo cosmogónico.

Si los hechos de una figura histórica real lo proclaman como un héroe, los que hicieron su leyenda inventarán para él aventuras apropiadas en profundidad. Éstas serán descritas como jornadas a reinos milagrosos y han de ser interpretadas como simbólicas, por una parte, de los des­censos al mar nocturno de la psique, y por la otra, de los reinos o los aspectos del destino del hombre que se ma­nifiestan en sus respectivas vidas.

El rey Sargón de Agade (hacia 2550 a. C.) nació de una madre de clase baja. Su padre es desconocido. Se le echó en una canasta de juncos a las aguas del Éufrates y fue descubierto por Akki, el agricultor, a quien fue traído para trabajar de jardinero. La diosa Ishtar favoreció al joven. Así llegó a ser, finalmente, rey y emperador, y adquirió renombre como el dios vivo.

Chandragupta (siglo iv a. C.), el fundador de la dinas­tía hindú Maurya, fue abandonado en una vasija de ba­rro en el umbral de un establo. Un pastor descubrió al niño y lo adoptó. Un día que jugaba con sus compañeros al juego del Gran Rey en el Trono del Juicio, el pequeño Chandragupta ordenó que al peor de los delincuentes se le cortaran las manos y los pies, y luego, a su orden, los miem­bros amputados volvieron inmediatamente a su lugar. Un príncipe que pasaba contempló el juego milagroso, compró a la criatura en mil harshapanas y en su casa descubrió por señales físicas que era un Maurya.

El Papa Gregorio el Grande (540?-604) nació de unos nobles gemelos que a instigación del diablo habían co­metido incesto; su madre, arrepentida, lo envió al mar en una pequeña caja. Fue encontrado y recogido por unos pescadores y a la edad de seis años fue enviado a un claus­tro para ser educado como sacerdote. Pero él deseaba la vida de un noble guerrero. En un barco, fue llevado milagrosamente [288] al país de sus padres, donde ganó la mano de la reina, quien posteriormente resultó ser su madre. Después de descubrir este segundo incesto, Gregorio per­maneció diecisiete años en penitencia, encadenado a una roca en medio del mar. Las llaves de las cadenas se echa­ron a las aguas, pero cuando al final de un largo período se descubrieron en el vientre de un pescado, esto se tomó como un signo de la Providencia: el penitente fue condu­cido a Roma en donde fue elegido Papa.5

Carlomagno (742-814), fue perseguido de niño por sus hermanos mayores y huyó a la España sarracena. Allí, bajo el nombre de Mainet, prestó señalados servicios al rey. Convirtió a la hija del rey a la fe cristiana, y los dos arre­glaron secretamente su matrimonio. Después de realizar diversas hazañas el real joven regresó a Francia, en don­de derrotó a sus antiguos perseguidores y triunfalmente ciñó la corona. Luego gobernó cien años, rodeado por un zodíaco de doce pares. De acuerdo con todas las noticias, su barba y sus cabellos eran largos y blancos.6 Un día, sen­tado bajo su árbol del juicio, hizo justicia a una serpiente, y por gratitud, el reptil le dio un amuleto que le hizo posible tener un asunto amoroso con una mujer ya muerta. Este amuleto cayó en un pozo en Aix; por eso Aix se con­virtió en la residencia favorita del emperador. Después de sus largas guerras contra los sarracenos, sajones, esla­vos y hombres del Norte, el emperador intemporal murió; pero sólo duerme y ha de despertar en la hora que su pue­blo lo necesite. Durante la última parte de la Edad Media, se levantó una vez de entre los muertos para participar en una cruzada.7

Cada una de estas biografías exhibe el tema racionali­zado en varias maneras del exilio y regreso del niño. Éste es un ángulo prominente en todas las leyendas, los cuentos populares y los mitos. Usualmente se hace un esfuerzo para darle alguna semejanza con la plausibilidad física. Sin em­bargo, cuando el héroe en cuestión es un gran patriarca, brujo, profeta o encarnación, es permitido que los milagros se desarrollen por encima de todo límite.

[289] La leyenda popular hebrea del nacimiento del padre Abraham proporciona un ejemplo del exilio infantil fran­camente sobrenatural. El suceso del nacimiento había sido leído por Nemrod en las estrellas, “pues este rey impío era un hábil astrólogo y le fue revelado que en su época un hombre habría de nacer que se levantaría en contra suya y que triunfalmente desmentiría su religión. Aterrorizado por el destino que le habían predicho las estrellas, mandó llamar a sus príncipes y gobernantes y les pidió consejo en el asunto. Ellos contestaron y dijeron: ‘Nuestro con­sejo unánime es que debes construir una gran casa, poner una guardia a la entrada y hacer saber a todo tu reino, que todas las mujeres embarazadas y las parteras que hayan de atenderlas deberán venir a vivir en ella. Cuan­do los días de la espera terminen y las mujeres den a luz, será deber de la partera matarlo, si es un varón. Pero si la criatura es una niña, ha de vivir, y la madre recibirá regalos e indumentos costosos, y un heraldo proclamará: “Ésto se hace con la mujer que da a luz una hija”.’

El rey se sintió agradado con este consejo y publicó una proclama por todo su reino, llamando a todos los ar­quitectos para que construyeran una gran casa para él, de sesenta codos de alto y de ochenta de ancho. Cuando es­tuvo terminada dictó una segunda orden, llamando a todas las mujeres embarazadas para que vivieran en ella y allí permanecieran hasta después de su parto. Fueron enviados guardas para llevar a las mujeres a la casa y se colocaron vigilantes en ella y alrededor para evitar que las mujeres se escaparan. Después envió las parteras a la casa y les ordenó que asesinaran a los hijos varones en el pecho de sus madres. Pero si una mujer daba a luz una niña se la adornaba con lienzos, sedas y vestiduras de en­caje y se la sacaba de la casa en que había estado detenida, en medio de grandes honores. Por lo menos setenta mil niños fueron así asesinados. Entonces los ángeles aparecieron ante Dios y dijeron: ‘¿No ves lo que hace ese peca­dor y blasfemo? Nemrod, el hijo de Canaán, asesina mu­chos niños inocentes que nunca han hecho daño.’ Dios contestó y dijo: ‘Ángeles benditos, lo sé y lo veo, por­que ni dormito ni duermo. Contemplo y sé las cosas se­cretas y las cosas que se revelan y habéis de atestiguar lo que haré con este pecador y blasfemo, pues volveré Mi mano hacia él para castigarlo.’

[290] En este tiempo fue cuando Terah casó con la madre de Abraham y ella iba a tener un hijo... Cuando el parto se acercó, dejó la ciudad llena de terror y huyó hacia el desierto, caminó por la orilla de un valle hasta que llegó a una cueva. Entró en este refugio y al siguiente día tuvo dolores y dio a luz un hijo. Toda la cueva se iluminó con la luz del rostro del niño como el esplendor del sol, y la madre se regocijó extremadamente. El niño que dio a luz era nuestro padre Abraham.

La madre se lamentó y dijo a su hijo: ‘¡Ay! te he dado a luz en la época en que Nemrod es rey. Por ti, setenta mil niños han sido asesinados, y estoy llena de terror por ti, porque él podría saber de tu existencia y matarte. Es me­jor que perezcas en esta cueva y no que mis ojos hayan de contemplarte muerto sobre mi pecho.’ Tomó el traje con que estaba vestida y envolvió con él al niño. Y lo aban­donó en la cueva diciendo: ‘Que el Señor sea contigo, que no te olvide ni te descuide.’

Así fue abandonado Abraham en la cueva, sin nadie que lo alimentara y empezó a llorar. Dios mandó a Ga­briel para que le diera leche y el ángel la hizo salir del meñique de la mano derecha del niño, y él se lo chupó hasta que tuvo diez días de edad. Entonces se levantó y caminó y dejó la cueva hasta que estuvo a la orilla del valle. Cuan­do el sol se puso y las estrellas salieron, él dijo: ‘¡Éstos son los dioses!’ Pero llegó el amanecer y las estrellas ya no se veían, y entonces dijo: ‘No las adoraré porque no son dioses.’ Entonces salió el sol y dijo: ‘Este es mi dios y he de alabarlo.’ Pero el sol se puso y él dijo: ‘No es un dios.’ Y cuando salió la luna, la llamó el dios a quien habría de prestar los homenajes divinos. Luego la luna se oscureció y él gritó: ‘¡Éste tampoco es un dios. Pero hay Uno que los pone a todos en movimiento!’”8

Los Blackfeet de Montana hablan de un joven exterminador de monstruos, Kut-o-yis, que fue descubierto por sus padres adoptivos cuando un viejo y su mujer pusieron un coágulo de sangre de búfalo a hervir en una marmita. “Inmediatamente salió de la marmita un sonido como el del llanto de un niño, como si se le hubiera lastimado, que­mado o escaldado. Miraron dentro de la marmita y allí estaba un niño, a quien sacaron rápidamente del agua. Se [291] sorprendieron mucho... Al cuarto día, el niño habló y dijo: ‘Amarradme sucesivamente a cada uno de los postes de la casa, y cuando llegue al último, soltaré las ataduras y habré crecido.’ Así lo hizo la vieja y mientras lo amarraba a cada poste podía verse que crecía, y cuando lo amarraron al último, ya era un hombre.”9

Los cuentos populares sostienen o suplantan por lo co­mún este tema del exilio con el del despreciado y maltra­tado: el hijo o la hija menor que sufre mal trato, el huér­fano, el hijastro, el patito feo o el paje de extracción baja.

Una joven Pueblo que ayudaba a su madre a mezclar con el pie el barro para hacer vasijas, sintió que el lodo la salpicaba en la pierna, pero no le puso atención. “Después de unos días, la joven sintió que algo se movía en su vien­tre, pero no pensó que iba a tener un hijo. No se lo dijo a su madre, pero el niño crecía y crecía. Una mañana se puso muy enferma. Por la tarde nació el niño. Aquel día su ma­dre cayó en la cuenta (por primera vez) que su hija iba a tener un hijo. La madre se enojó mucho, pero cuando miró al niño vio que no se parecía a un niño, sino que era una cosa redonda con dos salientes: era una pequeña vasija. ‘¿De dónde sacaste esto?’, le dijo la madre. Pero la jo­ven sólo lloraba. En ese momento el padre entró. ‘No importa, me alegra que haya tenido un niño’, dijo. ‘Pero no es un niño’, dijo la madre. El padre fue a verlo y vio que era un pequeño cántaro de agua. El padre, al ver­lo, sintió cariño por el cántaro. ‘Se mueve’, dijo. En se­guida, el cántaro empezó a crecer. A los veinte días ya era grande. Podía hablar y jugar con los otros niños. ‘Abuelo, llévame afuera para que yo mire a mi alrededor’, dijo. Cada mañana el abuelo lo sacaba y él miraba a los niños, quienes lo querían y averiguaron que era varón, Niño Cán­taro de Agua. Lo averiguaron por lo que decía.”10

En suma, la criatura del destino tiene que afrontar un largo período de oscuridad. Éste es un momento de extremo peligro, impedimento o desgracia. Es lanzado a sus propias profundidades interiores o hacia afuera, a lo desconocido; de cualquier modo, todo lo que toca es la oscuridad inexplorada. Ésta es una zona de presencias [292] insospechadas, benignas o malignas: aparece un ángel, un animal auxiliar, un pescador, un cazador, una vieja, o un campesino. La criatura es criada entre los anima­les, o como Sigfrido, bajo tierra, en medio de los gnomos que nutren las raíces del árbol de la vida, o bien solo en un cuarto pequeño (la historia se repite de mil maneras), el joven aprendiz del mundo aprende la lección de las fuer­zas germinales, que residen por encima de la esfera de lo que puede medirse y nombrarse.

Los mitos están de acuerdo en que se requiere una ex­traordinaria capacidad para enfrentarse y sobrevivir a tal experiencia. Las infancias abundan en anécdotas de fuerza, habilidad y sabiduría precoces. Hércules estranguló una serpiente colocada en su cuna por la diosa Hera. Maui de Polinesia aprisionó y detuvo al sol, para dar tiempo a su madre de preparar sus comidas. Abraham, como hemos visto, llegó al conocimiento del Dios Uno. Jesús confundió a los doctores. Al niño Buddha se le dejó una vez a la sombra de un árbol y sus nodrizas notaron repentinamente que la sombra no se había movido en toda la tarde y que el niño se había quedado extático en un trance de yogui.

Las hazañas del amado salvador hindú, Krishna, en su exilio infantil entre los vaqueros de Gokula y Brindaban, constituyen un animado ciclo. Cierto duende llamado Putana tomó la forma de una bella mujer, pero tenía veneno en los pechos. Entró en la casa de Yasoda, la madre adop­tiva del niño, se hizo amiga suya y después tomó al niño en su regazo para darle de mamar. Pero Krishna succionó tan fuerte que le sacó la vida y ella cayó muerta, volviendo a su enorme y espantosa forma. Cuando el cadáver fue quemado, sin embargo, emanó una dulce fragancia, pues el infante divino salvó al demonio al succionar su leche.

Krishna era un niño travieso. Le gustaba llevarse los potes de leche cuando las ordeñadoras dormían. Siempre trepaba a las más altas repisas para comer y derramar co­sas colocadas fuera de su alcance. Las jóvenes lo llamaron Ladrón de Mantequilla y se quejaron a Yasoda, pero él siempre podía inventar una excusa. Una tarde, cuando ju­gaba en el patio, avisaron a su madre adoptiva que el niño comía barro. Ella llegó con una vara, pero el niño se había limpiado los labios y negó todo conocimiento del asunto. Le abrió la boca sucia para ver, pero al mirar dentro con­templó todo el universo, los “Tres Mundos”. Pensó: “Qué [293] tonta soy al imaginar que mi hijo puede ser el Señor de los Tres Mundos.” Entonces todo se le ocultó de nuevo, y este momento se borró de su mente. Acarició al niño y lo llevó a casa.

Los pastores acostumbraban adorar al dios Indra, el equivalente hindú de Zeus, rey del cielo y señor de la llu­via. Un día, cuando habían presentado sus ofrendas, el muchacho Krishna les dijo: “Indra no es una deidad su­prema aunque sea rey del cielo; teme a los titanes. Y lo que es más, la lluvia y la prosperidad que pedís dependen del sol, que se lleva las aguas y las hace caer de nuevo. ¿Qué puede hacer Indra? Lo que haya de pasar está determinado por las leyes de la naturaleza y del espíritu.” Entonces volvió la atención de ellos a los bosques cercanos, a los arroyos, a las colinas y especialmente al monte Gobardhan, quienes merecían más honores que el remoto señor del aire. Y ellos ofrecieron flores, frutos y dulces a las montañas.

Krishna asumió una segunda forma: tomó la forma de un dios de la montaña y recibió las ofrendas de la gente, y al mismo tiempo conservó su forma primera y adoró en­tre el pueblo al rey de la montaña. El dios recibió las ofren­das y se las comió.11

Indra se enfureció y mandó por el rey de las nubes, a quien ordenó que dejara caer lluvia sobre el pueblo has­ta que todo quedara arrasado. Nubes tempestuosas se suspendieron sobre aquella región y empezaron a descargar un diluvio; parecía que había llegado el fin del mundo. Pero el muchacho Krishna llenó el monte Govardhan con el calor de su energía inagotable, lo levantó con su dedo meñique y pidió al pueblo que se refugiara debajo de él. La lluvia caía en la montaña, silbaba y se evaporaba. El torrente cayó siete días, pero ni una gota tocó a la comunidad de pastores.

Entonces el dios cayó en la cuenta de que su oponente debería ser una encarnación del Ser Primario. Cuando al día siguiente, Krishna llevó las vacas a pastar, tocando [294] la flauta, el Rey del Cielo bajó en su gran elefante blanco Airavata, se postró sobre su rostro a los pies del muchacho sonriente, e hizo acto de sumisión.12

La conclusión del ciclo de la infancia es el regreso o reco­nocimiento del héroe, cuando, después de un largo período de oscuridad, se revela su verdadero carácter. Este aconte­cimiento puede precipitar una crisis importante, porque equivale al surgimiento de fuerzas hasta entonces exclui­das de la vida humana. Los patrones primitivos se rom­pen en fragmentos o se disuelven; el desastre salta a los ojos. Sin embargo, después de un momento de aparente caos, el valor creador del nuevo factor se hace visible y el mundo toma forma de nuevo en una gloria inesperada. Este tema de la crucifixión-recurrección puede ilustrarse ya sea en el cuerpo del héroe mismo o en los efectos de éste sobre su mundo. La primera alternativa es la que en­contramos en la historia Pueblo del cántaro de agua.

“Los hombres fueron a cazar conejos y el niño Cántaro de Agua quiso ir. ‘Abuelo ¿podrías ponerme en el suelo? Quiero cazar conejos.’ ‘Pobre nieto mío, no puedes cazar conejos, no tienes brazos ni piernas’, dijo el abuelo. Pero el niño Cántaro de Agua tenía muchas ganas de ir. ‘Lléva­me de todas maneras, eres demasiado viejo y no puedes hacer nada.’ La madre lloraba porque su hijo no tenía brazos, piernas ni ojos. Pero lo alimentaban por la boca, o sea por la boca del cántaro. A la mañana siguiente, su abuelo lo llevó hacia el sur de la planicie. Pronto vio el rastro de un conejo, y lo siguió rodando. En seguida co­rrió el conejo y él empezó a perseguirlo. Llegó a un pantano donde había una piedra, se golpeó con ella y se rompió, y surgió un niño. Estaba muy contento de que su piel se hubiera roto y ya fuera un muchacho, un muchacho cre­cido. Llevaba muchas cuentas alrededor del cuello y aretes de turquesa, una capa de danza y zapatos y una chaque­ta de piel de gamo.” Cazó un gran número de conejos, volvió y se los presentó a su abuelo, quien lo llevó triunfalmente a su casa.13

Las energías cósmicas que ardían dentro del inquieto guerrero irlandés Cuchulainn, héroe máximo del ciclo medieval [295] del Ulster, el llamado “Ciclo de los Caballeros de la Rama Roja”14 brotaron repentinamente como una erupción volcánica, asombrándolo a él mismo y destruyendo todo lo que lo rodeaba. Cuando tenía cuatro años, dice la historia, se decidió a poner a prueba al “cuerpo de muchachos” de su tío el rey Conchobar, en los deportes que éstos practicaban. Tomó su varilla corva de bronce, la bola de plata, la jaba­lina y la lanza de juguete, fue a la corte de la ciudad de Emania y sin pedir una palabra de permiso cayó entre los jóvenes, tres veces cincuenta en número, quienes jugaban en los prados y practicaban ejercicios marciales con Follamain, el hijo de Conchobar, a la cabeza. Todos a un tiempo cayeron sobre él. Con sus puños, sus brazos, sus manos y un pequeño escudo, detuvo los palos, las bolas y las lanzas que cayeron sobre él simultáneamente desde todas direcciones. Entonces, por primera vez en su vida, se apoderó de él la furia del combate (una extraña y característica transformación que después fue conocida como su “paroxismo” o “dis­torsión”). Y antes de que nadie pudiera entender qué era lo que pasaba, habían sido derrotados cincuenta de los me­jores. Cinco muchachos corrieron al rey, que jugaba aje­drez con Fergus el Elocuente. Conchobar se levantó y quiso dominar la confusión. Pero Cuchulainn no se tranquilizó hasta que todos los jóvenes se colocaron bajo su protección y responsabilidad.15

[296] El primer día en que Cuchulainn tomó las armas, fue la ocasión de su manifestación íntegra. No había nada de dominio sereno en su actuación; ni nada de la juguetona ironía que sentimos en los hechos del hindú Krishna. La abundancia de la fuerza de Cuchulainn se revelaba por primera vez a él mismo, tanto como a los demás. Surgió de las profundidades de su ser y tuvo que mostrarse con rapidez y violencia.

Este suceso tuvo lugar también en la Corte del rey Conchobar el día en que Cathbad el druida declaró proféticamente que el joven que ese día tomara las armas y la arma­dura “sería aquel cuyo nombre sobrepasaría al de todos los jóvenes de Irlanda; pero su vida, sin embargo, se prolon­garía por corto tiempo.” Cuchulainn pidió un equipo de combate. Le dieron diecisiete equipos de armas que echó a perder con su fuerza, hasta que Conchobar lo invistió con sus propios avíos. Entonces hizo añicos todas las ca­rrozas. Sólo la del rey fue lo suficientemente fuerte para soportar tal prueba.

Cuchulainn ordenó al cochero de Conchobar que lo lle­vara más allá del “Vado Vigilante”, y pronto llegaron a una remota fortaleza, el refugio de los hijos de Nechtan, donde cortó las cabezas de los que la defendían. Amarró las cabezas a los lados del carro. De regreso saltó al suelo “y por la fuerza y velocidad de su carrera” capturó dos cier­vos de gran tamaño. Con dos piedras derribó a dos docenas de cisnes que iban volando. Y con correas y otras atadu­ras los amarró a todos, a las bestias y los pájaros, a los lados del carro.

Levarchan la profetisa contempló con alarma el carro que se aproximaba al castillo y a la ciudad de Emania. “El carro está adornado con las cabezas sangrantes de sus enemigos —declaró—; bellos pájaros blancos lleva en el ca­rro y le hacen compañía, así como dos ciervos salvajes que están amarrados en el mismo.” “Yo conozco al guerrero del carro —dijo el rey—, es el hijo pequeño de mi her­mana, que este mismo día asistió a los ejercicios militares. Seguramente que ha enrojecido sus manos, pero si su furia no se aplaca, todos los jóvenes de Emania perecerán por su mano.” Con mucha rapidez, debía encontrarse un método [297] para calmar al joven, y uno se halló. Ciento cincuenta mujeres del castillo, con Scandlach por jefe y cabecilla “se desnudaron apresuradamente, y sin más salieron en tropel a su encuentro”. El pequeño guerrero, avergonzado o tal vez abrumado por aquella demostración de feminidad, bajó los ojos y en ese momento fue prendido por los hombres y sumergido en una vasija de agua fría. Los clavos y las ligaduras de la tina se deshicieron. El agua de la segunda hirvió. Pero la tercera sólo se puso muy caliente. Así cal­maron a Cuchulainn y la ciudad fue salvada.16

“Era un muchacho muy hermoso: tenía siete dedos en cada pie y otros tantos en cada mano; sus ojos brillaban con siete pupilas cada uno; y cada una relucía con siete relámpagos como de gemas. En cada mejilla tenía cuatro lunares: uno azul, uno escarlata, uno verde y uno amarillo. Entre una oreja y la otra tenía cincuenta largas trenzas de cabello amarillo claro, del color de la cera de las abejas o como broche de oro blanco que brillara bajo el sol más brillante. Llevaba un manto verde con broches de plata sobre el pecho y una camisa tejida en hilo de oro.”17 Pero cuando era atacado por ese paroxismo o distorsión “se con­vertía en un ser extraño, temible y multiforme y descono­cido”. De la cabeza a los pies, sus carnes; miembros y ar­ticulaciones se estremecían. Tenía los pies y las piernas vueltos del revés. Los tendones de su cabeza se apelotona­ban detrás de su cuello en bolas mayores que la cabeza de un niño de un mes. “Tenía un ojo hundido hasta el occi­pucio; ni una garza podría sacárselo con el pico. El otro, en cambio, sobresalía, y descansaba sobre su mejilla. La boca llameante le llegaba de oreja a oreja. Los latidos de su corazón hacían tanto ruido como un mastín en la caza o un león luchando con los osos. Sobre su cabeza, entre las nubes, saltaban las salpicaduras ponzoñosas y las chis­pas ardientes debidas a su cólera salvaje. Si se sacudiera un manzano sobre su revuelta cabellera, ni una fruta lle­garía al suelo, pues todas quedarían clavadas en los pelos erizados. En la frente llevaba el ‘paroxismo’, como una piedra de amolar gigantesca. [Y, por último,] de su cabeza brotaba un chorro de sangre turbia, más alto y grueso que [298] el mástil de un buque, que saltaba hacia los cuatro puntos cardinales y formaba una neblina mágica, como el humo que envuelve al palacio cuando retorna el rey a la caída de una tarde invernal.”18

1. El héroe primordial y el héroe humano

[282] Podemos hacer la diferenciación entre dos etapas: la pri­mera, de las emanaciones inmediatas del Creador Increado a los personajes fluidos pero fuera del tiempo de las edades mitológicas; la segunda, de los Creadores Creados a la esfera de la historia humana. Las emanaciones se han condensado, el campo de la conciencia se ha restringido. Donde anteriormente eran visibles los cuerpos causales ahora sólo sus efectos secundarios llegan a ser el foco de la estrecha pupila del ojo humano. El ciclo cosmogónico, por lo tanto, ha de seguir adelante no por medio de los dioses, que se han vuelto invisibles, sino por los héroes de carácter más o menos humano y por medio de los cuales se realiza el des­tino del mundo. Ésta es la línea donde los mitos de la creación empiezan a dar lugar a la leyenda, como en el libro del Génesis después de la expulsión del Paraíso. La meta­física cede su lugar a la prehistoria, que es vaga y opaca en un principio, pero se vuelve gradualmente precisa en los detalles. Los héroes se vuelven menos y menos fabu­losos, hasta que al fin, en los estadios finales de las diver­sas tradiciones locales, la leyenda desemboca a la luz del día del tiempo hecho crónica.

Mwuetsi, el Hombre de la Luna, fue liberado, como un ancla que se abandona; la comunidad de sus hijos flotó libremente en el mundo diario de la conciencia despierta. Pero se nos dice que estaban entre ellos hijos directos del padre ahora submarino, quienes, como los hijos de su primera concepción, habían crecido de la infancia a la madurez en un solo día. Estos portadores especiales de la fuerza cósmica constituyeron una aristocracia espiritual y social. Llenos con una doble carga de energía creadora, ellos mismos fueron las fuentes de la revelación. Tales figuras aparecen en el estado primario de todos los pasados legendarios. Son los héroes culturales, los fundadores de ciudades.

Las crónicas chinas declaran que cuando la tierra se [283] había solidificado y los pueblos se establecían en las orillas de los ríos, Fu Hsi, el “Emperador Celeste” (2953-2838 a. C.), gobernó sobre ellos. Enseñó a sus tribus a pescar con redes, a cazar y a criar animales domésticos; dividió la gente en clanes e instituyó el matrimonio. De una tablilla sobrenatural que le fue confiada por un monstruo en forma de caballo que salió de las aguas del río Meng, dedujo los Ocho Diagramas que permanecen hasta nuestros días como los símbolos fundamentales del pensamiento chino tradi­cional. El emperador nació de una concepción milagrosa, después de una gestación de doce años; y su cuerpo era de serpiente, con brazos humanos y cabeza de buey.1

Shen Nung, su sucesor, el “Emperador Terrestre” (2838-2698 a. C.), tenía ocho pies y siete pulgadas de alto, con cuerpo humano pero con cabeza de toro. Había sido conce­bido milagrosamente por medio de la influencia de un dragón. La madre avergonzada había dejado a su hijo en la ladera de una montaña, pero las bestias salvajes lo prote­gieron y lo alimentaron, y cuando la madre lo supo fue a buscarlo y lo volvió a su casa. Shen Nung descubrió en un solo día sesenta plantas venenosas y sus antídotos; a través de una cubierta de cristal sobre su estómago, pudo observar la digestión de cada hierba. Entonces compuso una farmacopea que todavía se usa. Fue el inventor del arado y de un sistema de trueque; es adorado por los campesinos chinos como el “príncipe de los cereales”. A la edad de ciento sesenta y ocho años se reunió con los inmortales.2

Esos reyes serpientes y minotauros hablan de un pasado en que el emperador era el portador de una especial fuerza creadora y sostenedora del mundo, mucho mayor que la representada en la psique humana normal. En esa época se llevó a cabo un pesado trabajo de titanes, el estableci­miento grandioso de los fundamentos de nuestra civiliza­ción humana. Pero con el avance del ciclo, vino un perío­do en que el trabajo por hacer ya no era ni protohumano ni sobrehumano; era una labor específicamente humana: do­minio de las pasiones, cultivo de las artes, elaboración de las instituciones económicas y culturales del estado. [284] Ya no se requiere la encarnación del Toro de la Luna, ni la sabiduría de la Serpiente de los Ocho Diagramas del Des­tino, sino un espíritu humano perfecto, alerta a las necesi­dades y esperanzas del corazón. Por lo tanto, el ciclo cosmogónico genera un emperador en forma humana que permanecerá frente a todas las generaciones del porvenir como el modelo del rey del hombre.

Huang Ti, el “Emperador Amarillo” (2697-2597 a. C.), fue el tercero de los augustos Tres. Su madre, una concu­bina del príncipe de la provincia de Chao-tien, lo concibió una noche cuando contemplaba una brillante luz dorada alrededor de la constelación de la Osa Mayor. El niño pudo hablar a los setenta días de nacido y a la edad de once años subió al trono. Su don particular era su facultad de soñar: dormido podía visitar las regiones más remotas y tener tratos con los inmortales en el reino de lo sobrenatu­ral. Poco después de haber subido al trono, Huang Ti cayó en un sueño que duró tres meses enteros, durante los cuales aprendió la lección del dominio del corazón. Des­pués de un segundo sueño de duración comparable, regresó con el poder de enseñar a sus súbditos. Los instruyó en el dominio de las fuerzas de la naturaleza dentro de sus pro­pios corazones.

Este hombre maravilloso gobernó China durante cien años, y en su reino el pueblo disfrutó de una verdadera edad de oro. Reunió seis grandes ministros a su alrededor, con cuya ayuda compuso un calendario, estableció los cálcu­los matemáticos y enseñó a hacer utensilios de madera, ba­rro y metal, a construir barcos y carruajes, a usar el dinero y a construir instrumentos musicales de bambú. Señaló lu­gares públicos para la adoración de Dios. Instituyó los lí­mites y las leyes de la sociedad privada. Su esposa descu­brió el arte de tejer la seda. Plantó cien variedades de grano, verduras y árboles; favoreció el desarrollo de los pájaros, de los cuadrúpedos, de los reptiles y de los insectos; enseñó los usos del agua, del fuego, de la madera y de la tierra; y reguló los movimientos de las mareas. Antes de su muerte, a la edad de ciento once años, el fénix y el unicornio aparecieron en los jardines del imperio, como prueba de la perfección de su reino.3

2.EL NACIMIENTO DE VIRGEN
4. Cuentos populares sobre la maternidad de las vírgenes

El Buddha descendió del cielo al vientre de su madre en la forma de un elefante blanco como la leche. La diosa azteca Coatlicue (“La de la falda de serpientes”) fue seducida por un dios que tenía la forma de una bola de plumas. Los capítulos de las Metamorfosis de Ovidio abundan en esce­nas de ninfas perseguidas por los dioses en diversos dis­fraces: Zeus fue un toro, un cisne, una lluvia de oro. Cualquier hoja que se tragara accidentalmente, una nuez o el soplo de la brisa podía fertilizar el vientre propicio. La fuerza procreadora está en todas partes. Y de acuerdo con [280] el capricho o con el destino del momento, un héroe salvador o un demonio aniquilador del mundo puede ser concebido; nunca se sabe.

Las imágenes del nacimiento virginal abundan en los cuentos populares tanto como en el mito. Un ejemplo bas­ta: un extraño cuento popular de Tonga, que pertene­ce a un corto ciclo de cuentos relatados del “hombre hermoso” Sinilau. Este cuento reviste un interés particu­lar, no por su absurdo extremo, sino por sus claros anun­cios, en una parodia inconsciente; cada uno de ellos es uno de los motivos principales de la vida típica del héroe: nacimiento de una virgen, búsqueda del padre, pruebas, reconciliación con el padre, asunción y coronación de la virgen madre, y finalmente el triunfo celestial de los ver­daderos hijos mientras que los pretendientes son expuestos al fuego ardiente.

“Había una vez un hombre con su mujer, y la mujer estaba embarazada. Cuando vino el tiempo de dar a luz a su hijo, llamó a su marido para que viniera y la levan­tara, para que pudiera parir. Ella dio a luz una almeja y su marido la tiró al suelo con ira. Ella, sin embargo, le suplicó que tomara la almeja y la dejara en la pileta de Sinilau. Cuando Sinilau vino a bañarse, tiró la corteza de coco que había usado para lavarse dentro del agua. La almeja se acercó, chupó la corteza de coco y quedó emba­razada.

Un día la mujer, la madre de la almeja, vio que ésta venía rodando hacia ella. Le preguntó enojada por qué había venido, pero el molusco le contestó que no era el momento de enojos y le pidió que prepara un lugar en que pudiera dar a luz. Se le colocó un biombo y la almeja parió un hermoso varón. Luego regresó a la pileta y la mujer cuidó del niño que fue llamado Fatai-el-que-va-por-debajo-de-la-madera-de-sándalo. El tiempo pasó y la almeja se embarazó de nuevo y de nuevo vino rodando a la casa para poder dar a luz a su hijo. Todo se repitió y de nuevo la almeja dio a luz un hermoso niño a quien se llamó Mirto-liado-al-azar-en-el-fatai. A él también lo cuidaron la mujer y su marido.

Cuando los dos niños llegaron a la edad viril, la mujer oyó que Sinilau iba a hacer un festival y determinó que sus dos nietos estuvieran presentes. De manera que llamó a los jóvenes y les dijo que se prepararan, añadiendo que el [281] hombre a cuyo festival iban a ir era su padre. Cuando llegaron al festival toda la gente los miró. No había mujer que no tuviera los ojos fijos en ellos. Cuando pasaron un grupo de mujeres los llamó para que se sentaran junto de ellas, pero los dos jóvenes rehusaron, y avanzaron hasta que llegaron al lugar en donde se bebía la kava. Allí se sirvieron la kava.

Pero Sinilau, enojado porque habían perturbado su festival, ordenó que trajeran dos vasijas. Luego ordenó que sus hombres se apoderaran de uno de los jóvenes y lo cortaran en pedazos. Afilaron el cuchillo de bambú para cortarlo, pero cuando lo colocaron sobre su cuerpo, resbaló sobre su piel y él gritó:

El cuchillo fue colocado y resbaló;

Siéntate y míranos

Y ve si somos como tú o no.

Entonces Sinilau preguntó qué había dicho el joven y le repitieron los versos. Ordenó que los jóvenes le fueran traídos y les preguntó quién era su padre. Ellos contestaron que él era su padre. Entonces Sinilau besó a sus hijos recién encontrados y les dijo que trajeran a su madre. Fueron a la pileta y buscaron la almeja, se la llevaron a su abuela quien la abrió en dos, y de ella salió una hermosa mujer llamada Hina-la-que-vive-en-el-río.

Entonces se pusieron en camino para ver a Sinilau. Cada uno de los jóvenes llevaba una estera a franjas de las que se llaman taufohua; pero su madre llevaba la mejor estera, llamada tuoua. Los dos hijos iban delante; Hina los seguía. Cuando llegaron ante Sinilau lo encontraron sen­tado con sus mujeres. Cada uno de los jóvenes se sentó en uno de los muslos de Sinilau; Hina tomó asiento a su lado. Entonces Sinilau dijo a su pueblo que preparara una hor­nilla y la calentara bien; y el pueblo tomó a sus otras mujeres y a sus hijos, los mató y los asó; pero Sinilau se casó con Hina-la-que-vive-en-el-río.14

3. El vientre de la redención

El mundo de la vida humana es ahora el problema. Guiado por el juicio práctico de los reyes y por la instrucción [277] de los sacerdotes de los dados de la revelación divina,10 el campo de la conciencia se contrae en tal forma que las grandes líneas de la comedia humana se pierden en un acertijo de finalidades cruzadas. Las perspectivas humanas se achatan, y comprenden sólo las superficies tangibles de la existencia que reflejan la luz. La visión de la profun­didad se cierra. La forma significativa de la agonía hu­mana se pierde de vista. La sociedad cae en el error y en el desastre. El Pequeño Ego ha usurpado el trono del juicio del Yo.

Esto es en el mito un tema perpetuo; en las voces de los profetas un grito familiar. La gente ansía una perso­nalidad que en un mundo de cuerpos y almas torcidos, represente de nuevo las líneas de la imagen encarnada. Nos hemos familiarizado con el mito de nuestra propia tradi­ción. Sucede en todas partes, bajo una variedad de mane­ras. Cuando la figura de Herodes (el símbolo extremo del ego tenaz y equivocado) ha llevado la especie humana al nadir de la bajeza espiritual, las fuerzas ocultas del ciclo empiezan a moverse en sí mismas. En un pueblo perdido nace la doncella que se mantendrá pura ante los errores co­munes a su generación: una miniatura, en medio de los hombres, de la mujer cósmica que fue la desposada del viento. Su vientre, que permanece ajeno como el vacío primordial, convoca, por su misma disposición, la fuerza original que fertilizó el vacío.

“Al día siguiente, mientras se encontraba María junto a la fuente, llenando el cántaro de agua, se le apareció el ángel de Dios y le dijo: ‘Dichosa eres, María, porque has preparado al Señor una habitación en tu seno. He aquí que una luz del cielo vendrá para morar en ti y por tu medio iluminará a todo el mundo.’”11

La historia se repite en todas partes, con tan asombrosa uniformidad en los contornos principales, que los primeros misioneros cristianos se vieron obligados a pensar que el diablo mismo se burlaba de sus enseñanzas en dondequiera que ponían la mano. Fray Pedro Simón reporta en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales (Cuenca, 1627) que después de que sus trabajos habían empezado entre los pueblos de Tunja y Sogamoso en Colombia, “el demonio de ese lugar empezó [278] a darles doctrinas contrarias. Y entre otras cosas trató de desacreditar lo que el sacerdote enseñaba con respecto a la Encarnación, declarando que aquello no había sucedido todavía, pero que pronto el Sol lo habría de provocar encarnando en el vientre de una virgen del pueblo de Guacheta haciéndola concebir por medio de los rayos del sol y dejándola virgen. Estas noticias se proclamaron por toda la región. Y sucedió que el jefe del pueblo mencionado tenía dos hijas vírgenes, cada una de ellas deseosa de que el milagro se llevara a cabo en ella. Por eso empezaron a salir de las habitaciones y jardines de su padre todas las mañanas en cuanto empezaba a amanecer; y, subiéndose en alguna de las numerosas co­linas que rodeaban el pueblo, se colocaban mirando al oriente, de tal manera que los primeros rayos brillaran sobre ellas. Esto sucedió por un cierto número de días, y resultó que el demonio, por permiso divino (cuyos jui­cios son incomprensibles), hizo que las cosas pasaran como aquél había planeado, de tal manera que una de las hijas quedó embarazada y declaró que por el sol. Después de nueve meses, trajo al mundo una grande y valiosa hacuata, que en su lenguaje es una esmeralda. La mujer la tomó y, envolviéndola en algodón, la colocó entre sus pechos, don­de la conservó por unos días, al final de los cuales se transformó en una criatura viva: todo por orden del de­monio. Al niño se le llamó Goranchacho, y se le educó en la casa del jefe su abuelo, hasta que tuvo veinticuatro años de edad.” Luego fue en una procesión triunfante hasta la capital de la nación y se le celebró en las provin­cias como “Hijo del Sol.”12

La mitología hindú nos cuenta que la doncella Parvati, hija de Himalaya, el rey de la montaña, se retiró a las altas colinas para practicar austeridades muy severas. Un tirano-titán llamado Taraka había usurpado el gobierno del mundo y de acuerdo con la profecía, sólo un hijo del Alto Dios Shiva podría derrotarlo. Shiva, sin embargo, era el modelo de dios del yoga; apartado, solitario, sumergido en la meditación. Era imposible que Shiva se interesara en engendrar un hijo.

Parvati decidió cambiar la situación del mundo compi­tiendo con Shiva en la meditación. Alejada, solitaria, su­mergida en su alma, también ayunó desnuda bajo el sol [279] ardiente, y aumentó el calor haciendo cuatro fuegos suple­mentarios en los cuatro puntos cardinales. El hermoso cuerpo se convirtió en una frágil estructura de huesos, la piel se volvió apergaminada y dura. El cabello lo tenía desgreñado y crecido. Los suaves ojos líquidos ardían.

Un día un joven brahmín llegó y preguntó por qué una persona tan hermosa había de destruirse con tales tor­turas.

“Mi deseo —replicó ella— es Shiva, Objeto Supremo. Shiva es un dios de la soledad y de la concentración inalte­rable. Practico estas austeridades para sacarlo de su estado de equilibrio y atraerlo hacia mí lleno de amor.”

“Shiva —dijo el joven— es un dios de destrucción, Shi­va es el Aniquilador del Mundo. El deleite de Shiva con­siste en meditar en los crematorios, entre el humo de los cadáveres; allí contempla la podredumbre de la muerte y eso congenia con su corazón devastador; las guirnaldas de Shiva son de serpientes vivas. Shiva es un mendigo y además, nadie sabe nada de su nacimiento.”

La virgen dijo: “Está por encima del espíritu de los que son como tú. Es pobre, pero es la fuente de la riqueza; es aterrador, pero es la fuente de la gracia; puede ponerse a voluntad guirnaldas de serpientes o guirnaldas de joyas. ¡Cómo había de haber nacido si él es el creador de lo in­creado! Shiva es mi amor.”

El joven se quitó su disfraz; él era Shiva.13

2. La matriz del destino

La diosa universal hace su aparición ante los hombres bajo una multitud de disfraces, pues los efectos de la creación son múltiples, complejos, y de especies mutuamente contradictorias cuando se experimentan desde el punto de vista del mundo creado. La madre de la vida es al mismo tiempo la madre de la muerte; está enmascarada en las feas demonios de la enfermedad y del hambre.

La mitología astral sumerio-babilónica identificó los aspectos de la hembra cósmica con las fases del planeta Venus. Como estrella matutina era una virgen, como estrella vespertina era una prostituta; como señora del cielo de la noche, era la consorte de la luna. Y cuando se extinguía bajo el brillo del sol era la bruja del infierno. Dondequiera que se extendió la influencia mesopotámica, los rasgos de la diosa recibían la luz de esta estrella cam­biante.

Un mito del sur de África, tomado de la tribu Wahungwe Makoni de la Rodesia del Sur, muestra los aspectos de la madre Venus en coordinación con las primeras etapas del ciclo cosmogónico. Aquí el hombre original es la luna; la estrella de la mañana es su primera esposa, la estrella [273] de la tarde la segunda. Así como Väinämöinen salió del vientre por su propia iniciativa, así el hombre de la luna emerge de las aguas abismales. Él y sus esposas son los padres de las creaturas de la tierra. La historia ha llegado hasta nosotros como sigue:

“Maori (Dios) hizo el primer hombre y lo llamó Mwuetsi (luna). Lo puso en el fondo de un Dsivoa (lago) y le dio un cuerno de ngona, lleno de aceite de ngona.7 Mwuetsi vi­vía en Dsivoa.

Mwuetsi le dijo a Maori: ‘Quiero ir a la tierra.’ Maori dijo: ‘Te arrepentirás.’ Mwuetsi dijo: ‘No importa, quie­ro ir a la tierra.’ Maori dijo: ‘Entonces ve a la tierra.’ Mwuetsi salió de Dsivoa y se dirigió a la tierra.

La tierra estaba fría y vacía. No había hierba, ni ar­bustos, ni árboles. No había animales. Mwuetsi lloró y dijo a Maori: ‘¿Cómo viviré aquí?’ Maori dijo: ‘Te previne. Has empezado a andar un camino al final del cual has de morir. Sin embargo, te daré un ser de tu especie.’ Maori le dio a Mwuetsi una doncella llamada Massassi, la estrella de la mañana. Maori dijo: ‘Massassi será tu mujer por dos años.’ Maori le dio a Massassi un artefacto para hacer fuego.

Por la noche, Mwuetsi fue a una cueva con Massassi. Massassi dijo: ‘Ayúdame, vamos a hacer una fogata. Yo buscaré chimandra (combustible) y tú le darás vueltas a la rusika (parte giratoria del hacedor de fuego).’ Massassi buscó el combustible, Mwuetsi hizo girar la rusika. Cuando el fuego estuvo encendido, Mwuetsi se acostó a un lado y Massassi al otro. El fuego ardió entre ellos.

Mwuetsi pensó para sí: ‘¿Para qué me dio esta doncella Maori? ¿Qué haré con esta doncella, Massassi?’ Cuando fue de noche Mwuetsi tomó su cuerno de ngona, mojó su dedo índice con una gota de aceite de ngona. Mwuetsi dijo: ‘Ndini chaambuka mhiri ne mhirir (voy a saltar por encima del fuego).’8 Mwuetsi saltó sobre el fuego. Mwuetsi se aproximó a la doncella, Massassi. Mwuetsi tocó el cuer­po de Massassi con el aceite que tenía en el dedo. Luego Mwuetsi regresó a su lecho y se durmió.

[274] Cuando Mwuetsi despertó por la mañana, miró a Massassi. Mwuetsi vio que el cuerpo de Massassi estaba hin­chado. Cuando rayó el día, Massassi empezó a dar a luz. Massassi dio a luz hierbas. Massassi dio a luz ar­bustos. Massassi dio a luz árboles. Massassi no dejó de parir hasta que la tierra estuvo cubierta de hierbas, arbus­tos y árboles.

Los árboles crecieron. Crecieron hasta que sus copas tocaron el cielo. Cuando las copas de los árboles tocaron el cielo empezó a llover.

Mwuetsi y Massassi vivían en la abundancia. Tenían frutos y grano. Mwuetsi construyó una casa. Mwuetsi hizo una pala de hierro. Mwuetsi hizo una azada y cultivó la tierra. Massassi construyó trampas para peces y atrapó peces. Massassi fue a buscar madera y agua. Massassi cocinó. Así Mwuetsi y Massassi vivieron por dos años.

Después de dos años Maori le dijo a Massassi: ‘El plazo ha terminado.’ Maori tomó a Massassi de la tierra y la llevó a Dsivoa. Mwuetsi lloró a gritos y le dijo a Maori: ‘¿Qué haré sin Massassi? ¿Quién me traerá la ma­dera y el agua? ¿Quién cocinará para mí?’ Mwuetsi lloró durante ocho días.

Por ocho días lloró Mwuetsi. Entonces dijo Maori: ‘Te he prevenido que caminas hacia tu muerte. Pero voy a dar­te otra mujer. Te daré a Morongo, la estrella de la tarde. Morongo permanecerá contigo durante dos años. Luego me la llevaré.’ Maori le dio Morongo a Mwuetsi.

Morongo llegó a la choza de Mwuetsi. Por la noche, Mwuetsi quiso acostarse a un lado del fuego. Morongo dijo: ‘No te acuestes ahí, acuéstate conmigo.’ Mwuetsi se acostó junto a Morongo. Mwuetsi sacó su cuerno de ngona y puso un poco de aceite en su dedo índice. Pero Morongo dijo: ‘No hagas eso, yo no soy como Massassi. Frótate con aceite de ngona, frótame con aceite de ngona.’ Mwuetsi hizo lo que le dijeron. Morongo dijo: ‘Ahora, ayúntate conmigo.’ Mwuetsi se ayuntó con Morongo. Mwuetsi se fue a dormir.

Al amanecer despertó Mwuetsi. Cuando miró a Moron­go vio que su cuerpo estaba hinchado. Cuando llegó el día, Morongo empezó a dar a luz. El primer día, Morongo dio a luz pollos, ovejas y cabras.

La segunda noche Mwuetsi durmió con Morongo otra vez. A la mañana siguiente, ella dio a luz ganado mayor.

[275] La tercera noche Mwuetsi durmió con Morongo de nuevo. Y a la mañana siguiente Morongo dio a luz primero niños y luego niñas. Los muchachos que nacieron por la mañana ya habían crecido al atardecer.

En la cuarta noche Mwuetsi quiso dormir con Moron­go de nuevo. Pero empezó una tormenta y Maori habló: ‘Déjala. Vas rápidamente hacia tu muerte.’ Mwuetsi tuvo miedo. La tempestad pasó. Cuando hubo pasado, Morongo le dijo a Mwuetsi: ‘Haz una puerta y úsala para cerrar la entrada de la choza. Maori no podrá ver lo que hacemos y podrás dormir conmigo.’ Mwuetsi hizo una puerta. Con ella cerró la entrada de la choza. Entonces se acostó con Morongo. Después se fue a dormir.

Cerca de la mañana, Mwuetsi despertó. Mwuetsi vio que el cuerpo de Morongo estaba hinchado. Cuando llegó el día, Morongo empezó a dar a luz. Morongo parió leones, leopardos, serpientes y escorpiones. Maori lo vio. Maori le dijo a Mwuetsi: ‘Te previne.’

La quinta noche Mwuetsi quiso dormir con Morongo otra vez. Pero Morongo dijo: ‘Mira, tus hijas han crecido. Ayúntate con tus hijas.’ Mwuetsi miró a sus hijas. Vio que eran hermosas y que habían crecido. De manera que durmió con ellas. Dieron niños a luz. Los niños que nacieron por la mañana ya habían crecido al llegar la noche. Y Mwuetsi se convirtió en el Mambo (rey) de un gran pueblo.

Pero Morongo durmió con la serpiente. Y ya no dio a luz. Vivió con la serpiente. Un día, Mwuetsi volvió a Morongo y quiso dormir con ella. Morongo dijo: ‘Déjame.’ Mwuetsi dijo: ‘Tengo ganas.’ Se acostó con Morongo. De­bajo del lecho de Morongo estaba la serpiente. La serpiente mordió a Mwuetsi. Mwuetsi enfermó.

Después de que la serpiente hubo mordido a Mwuetsi, Mwuetsi enfermó. Al día siguiente no llovió. Las plantas se marchitaron. Los ríos y los lagos se secaron. Los ani­males murieron. La gente empezó a morirse. Mucha gente murió. Los hijos de Mwuetsi preguntaron: ‘¿Qué haremos?’ Los hijos de Mwuetsi dijeron: ‘Consultaremos al hakata (los dados sagrados).’ Los hijos consultaron al hakata. El hakata dijo: ‘Mwuetsi el Mambo está enfermo y muriéndose. Debéis mandar a Mwuetsi a Dsivoa.’

De allí que los hijos de Mwuetsi estrangularan a Mwuet­si y lo enterraran. Enterraron a Morongo con Mwuetsi. [276] Luego escogieron a otro hombre para que fuera Mambo. Morongo también había vivido dos años en el Zimbabwe de Mwuetsi.”9

Es claro que cada una de las tres etapas de la procrea­ción representa una época en el desarrollo del mundo. El patrón del proceso ya era conocido casi como si ya lo hu­bieran observado; esto queda indicado en la advertencia del Más Alto. Pero al Hombre de la Luna, el Poderoso Viviente, no se le negaría la realización de su destino. La conversación en el fondo del lago es el diálogo de la eter­nidad y del tiempo, el “Coloquio de lo Pasajero”, “ser o no ser”. El indómito deseo triunfa finalmente; el movi­miento empieza.

Las mujeres y las hijas del Hombre de la Luna son las personificaciones y los precipitadores de su destino. Con la evolución de su voluntad de creación del mundo, las virtudes y los rasgos de la madre diosa se metamorfosearon. Después del parto del vientre elemental, las pri­meras dos esposas fueron prehumanas, suprahumanas. Pero cuando prosiguió el ciclo cosmogónico y el momento creciente pasó de sus formas primordiales a sus formas históricas humanas, la señora de los partos cósmicos des­apareció y el campo quedó libre a las mujeres de los hom­bres. Por lo tanto el viejo señor demiúrgico en medio de su comunidad se convirtió en un anacronismo metafísico. Cuando al final se cansó de lo meramente humano y sintió nostalgia por la mujer de su abundancia, el mundo enfer­mó por un momento bajo la fuerza de su reacción, pero luego se liberó y corrió libremente. La iniciativa pasó a la comunidad de los hijos. Las figuras paternas simbóli­cas, parecidas a los sueños, sucumbieron en el abismo original. Sólo el hombre permaneció en la tierra completa. El ciclo se había iniciado.

1. El universo maternal

El espíritu generador del mundo, del padre, pasa a la múl­tiple experiencia terrena a través de un medio transforma­dor, la madre del mundo. Es una personificación del ele­mento primario nombrado en el segundo verso del Génesis, donde leemos que “el espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas”. En el mito hindú ella es la figura fe­menina en la cual el Yo engendró todas las criaturas. Comprendida en forma más abstracta, ella es el marco que rodea al mundo: “espacio, tiempo y causalidad”; el cascarón del huevo cósmico. Más abstractamente todavía, ella es el atractivo que mueve a la sustancia del Absoluto Autoengendrado al acto de creación.

En las mitologías que enfatizan más el aspecto mater­nal que el aspecto paternal del creador, este ser femenino original llena el escenario del mundo en el principio, ju­gando los papeles que en las otras son asignados a los varones. Y ella es virgen, porque su esposo es lo Descono­cido Invisible.

Una extraña representación de esta figura se encuentra en la mitología finlandesa. En el Canto I del Kalevala,1 se dice cómo la hija virgen del aire descendió desde las man­siones del cielo al mar primario, y flotó durante siglos en las aguas eternas.

Por fin descendió del aire,

se posó en las grandes olas,

en el lomo del océano,

en el seno de las ondas;

[269] vino una violenta ráfaga,

viento potente del Este,

que cubrió de espuma el agua

y levantó olas enormes.

El viento meció a la joven,

la ola sacudió a la virgen

en la espalda de las olas,

a través de las espumas,

fecundó el viento su seno,

grávida la dejó la ola.2

Fig. 16. Nut (el Cielo) da a luz el sol, cuyos rayos caen sobre Hathor en el horizonte (Amor y Vida).

[270] Por siete siglos, la Madre Agua flotó con el niño en su vien­tre, imposibilitada de parirlo. Le pidió a Ukko, el dios más alto, que la ayudara y él le mandó un ánade para que cons­truyera su nido en la rodilla de ella. Los huevos del ánade cayeron de su rodilla y se rompieron; los fragmentos for­maron la tierra, el cielo, el sol, la luna y las nubes. Entonces la Madre Agua, todavía flotando, empezó el trabajo de for­mar el mundo.

Y llegó el año noveno

y en la primavera décima3

sacó del mar la cabeza,

alzó la frente del agua,

y a la creación dio principio.

Modeló entonces el mundo

sobre la espalda del agua

y en las olas infinitas.

Donde su mano posábase

creaba los promontorios;

donde su pie se posaba

creó cuevas para peces;

donde su cuerpo inclinábase

provocaba remolinos.

Del flanco sacó la tierra

formando orillas unidas,

pateó el suelo y dispuso

trampas para los salmones,

tocó el suelo con la frente

y modeló hondas bahías.

Alejóse mar adentro,

se paró en el mar abierto;

fabricó los arrecifes,

ocultó en el mar escollos

para naufragar las naves

y morir los marineros.4

Pero el niño permaneció en su cuerpo, siempre crecien­do hasta llegar a una sentimental edad mediana:

Väinämöinen no aparece,

no ha nacido el bardo eterno.

El viejo y gran Väinämöinen

pasó en el seno materno

[271] cerca de treinta veranos,

e igual número de inviernos

entre las ondas tranquilas

y las olas anubladas.

Y empezó a pensar entonces:

—¿Cómo existir, tener vida,

en tan oscuro escondite,

en un cuarto tan angosto,

donde la luna no luce

y donde el sol no relumbra?

Y se puso a hablar entonces;

he aquí las cosas que dijo:

—Luna, sol, valedme, Osa Mayor,

venid a guiarme tras estas puertas ignotas,

lejos de este sitio extraño,

fuera de este nido exiguo

y de esta angosta morada.

Llevad a tierra al viajero,

el hijo del hombre aspira

a salir y ver la luna,

a admirar el sol caliente,

a mirar la Osa Mayor

para observar las estrellas.

No fue a ayudarle la luna;

el sol no fue a liberarlo;

su existencia le aburría,

y la vida asco le daba;

la puerta abrió de su cárcel

con su dedo innominado;

movió el pestillo de hueso

con el dedo del pie izquierdo;

franqueó el umbral con los dedos

y de rodillas la puerta.

Cayó en el mar de cabeza,

braciabierto entre las olas;

estuvo a merced del agua,

presa de las altas ondas.5

Antes que Väinämöinen, héroe ya en su nacimiento, pu­diera llegar a la playa, le esperaba la prueba de un segundo vientre materno, el del océano cósmico elemental. Sin protección ahora, tuvo que pasar por la iniciación de las fuerzas fundamentalmente inhumanas de la naturaleza. [272] Al nivel del agua y el viento tuvo que experimentar de nuevo lo qué ya tan bien sabía.

Allí cinco años estuvo,

cinco años, seis, zarandeado,

siete años y ocho años;

abordó por fin en un

promontorio innominado,

en una tierra sin plantas.

Se alzó sobre sus rodillas,

se valió de los dos brazos,

se irguió para ver la luna,

para admirar el sol de oro,

mirar a la Osa Mayor

y contemplar las estrellas.

Así nació Väinämöinen,

apareció el bardo eterno,

hijo de madre divina,

de la virgen Ilmatai.6

1.EMANACIONES
6. HISTORIAS POPULARES SOBRE LA CREACIÓN

La simplicidad de las historias sobre el origen del mundo de las mitologías populares no desarrolladas, está en contraste con los mitos profundamente sugestivos del ciclo cosmogónico.52 No hay ningún intento firmemente sostenido de [262] sondear los misterios que están detrás del velo del espacio, que destacan en los mitos profundos. A través de la pared en blanco de la intemporalidad aparece una sombría figura creadora que ha de plasmar el mundo de las formas. Su día es como un sueño en su duración, en su fluidez y en su fuerza ambiente. La tierra no se ha endurecido todavía; mucho queda por hacer para convertirla en un lugar habi­table para los futuros individuos.

El Viejo viajaba, declaran los Blackfeet de Montana; iba haciendo gente y arreglando cosas. “Vino del sur y fue hacia el norte, haciendo animales y pájaros mientras pasaba. Hizo primero las montañas, las praderas, los árbo­les del monte y del bosque. Así pasó, viajando hacia el norte, haciendo cosas mientras pasaba, poniendo ríos aquí y allá; y cascadas, y poniendo pintura roja en el suelo aquí y allá, y compuso el mundo como lo vemos hoy. Hizo el Río de Leche (el Tetón), lo cruzó y, como estaba cansado, subió, por una colina y se acostó a descansar. Cuando yacía de espaldas, estirado en el suelo y con los brazos exten­didos, marcó con piedras el contorno de su cuerpo, de su cabeza, de sus brazos, de sus piernas y de todo. Allí pue­den verse todavía esas rocas. Después que hubo descan­sado fue hacia el norte, tropezó con un montecillo y cayó sobre sus rodillas. Entonces dijo: ‘Es fácil tropezar con­tigo.’ De manera que allí levantó dos grandes topes y los llamó Rodillas y así se llaman hasta el día de hoy. Siguió hacia el norte y con algunas de las rocas que llevaba con él construyó las Colinas del Pasto Dulce...

Un día el Viejo determinó hacer una mujer y un niño; así pues, formó con barro a una mujer y a un niño, su hijo. Después de haberle dado al barro forma humana, le dijo: ‘Debéis ser gente.’ Entonces lo cubrió, lo dejó y se fue. A la mañana siguiente fue al mismo lugar y quitó la cubierta y vio que las formas de barro habían cambiado un poco. A la segunda mañana habían cambiado más y a la tercera más. A la cuarta mañana fue al lugar, quitó la cubierta, miró las imágenes, les dijo que se levantaran y caminaran, y ellas así lo hicieron. Caminaron hacia el río con su Hace­dor y él les dijo que su nombre era Na’pi, el Viejo.

Cuando estaban parados cerca del río, la mujer le dijo, ‘¿Cómo es esto? ¿Viviremos siempre y esto no tendrá final?’ Él dijo: ‘Nunca he pensado en eso, tendremos que deci­dirlo. Voy a tomar una astilla del hueso de un búfalo y la [263] tiraré al río. Si flota, cuando la gente muera, ha de resu­citar en cuatro días, sólo morirán por cuatro días. Pero si se hunde, el hombre tendrá fin.’ Tiró la astilla en el río y la astilla flotó. La mujer se volvió, levantó una piedra y dijo: ‘No, voy a tirar esta piedra en el río; si flota viviremos siempre, si se hunde, la gente deberá morir y siempre han de sentir compasión los unos por los otros.’ La mujer tiró la piedra al agua y se hundió. ‘Muy bien —dijo el Vie­jo—, has escogido. Todos habrán de perecer’.”53

Fig. 15. Khnemu da forma en un torno de alfarero al hijo de un faraón, mientras Thoth fija la duración de su vida.

El arreglo del mundo, la creación del hombre y la deci­sión sobre la muerte son temas típicos de los cuentos de los creadores primitivos. Es difícil saber con cuánta seriedad o en qué sentido eran creídas estas historias. La forma mitológica no es tanto de referencias directas como oblicuas: [264] es como si el Viejo hubiera hecho esto o lo otro. Muchos de los cuentos que aparecen en las colecciones bajo la categoría de historias de la creación eran vistos más como cuentos de hadas populares que como un libro de génesis. Esta mitología juguetona es común a todas las civilizaciones, desde las más altas hasta las más bajas. Los miembros más simples de las poblaciones pueden con­siderar las imágenes resultantes con indebida seriedad, pero en lo principal no puede decirse que representan la doc­trina o el “mito” local. Los maoríes, por ejemplo, de los cuales tenemos una de las más espléndidas cosmogonías, tienen la historia de un huevo que un pájaro depositó en el mar primario; el huevo se abrió y de él nacieron un hom­bre, una mujer, un niño, una niña, un puerco, un perro y una canoa. Todos se subieron a la canoa y se dirigieron a Nueva Zelanda.54 Esto es, claramente una parodia del hue­vo cósmico. Por otra parte, declaran los nativos de Kamchatka, aparentemente con toda seriedad, que Dios habitó originalmente el cielo, pero luego descendió a la tierra. Cuando caminaba con su calzado para la nieve, el suelo nuevo cedió bajo sus pies como hielo suave y delgado. La tierra ha sido dispareja desde entonces.55 O también, de acuerdo con los kirguises del centro de Asia, cuando dos hombres primitivos cuidaban de un gran buey y habían estado sin beber durante mucho tiempo y casi se hallaban muertos de sed, el animal les consiguió el agua abriendo el suelo con sus grandes cuernos. Así es como se hicieron los lagos en el país de los kirguises.56

Una figura de payaso que trabaja en continua oposición a los buenos deseos del creador, aparece muy a menudo en el mito y en el cuento popular y es culpable de los ma­les y dificultades de la existencia de este lado del velo. Los melanesios de la colonia de Nueva Bretaña hablan de un oscuro ser, “el primero que estuvo aquí, quien dibujó dos figuras masculinas en el suelo, abrió su propia piel y roció las figuras con su sangre. Arrancó dos hojas grandes y cubrió con ellas las figuras, que se convirtieron [265] en dos hombres después de algún tiempo. Los nombres de los hombres eran To Kabinana y To Karvuvu.

To Kabinana se fue solo, se subió a un cocotero que tenía frutos de color amarillo claro, cortó dos todavía verdes y los tiró al suelo; se rompieron y se convirtieron en dos hermosas mujeres. To Karvuvu admiró a las mu­jeres y le preguntó a su hermano cómo las había consegui­do. “Sube a un cocotero —dijo To Kabinana—, corta dos frutos verdes y tíralos al suelo”. Pero To Karvuvu tiró los frutos con la punta hacia abajo, y las mujeres que sa­lieron de ellos tenían las narices feas y aplastadas.”57

Un día, To Kabinana hizo un pez Thum de madera y lo puso a nadar en el océano para que en adelante fuera un pez vivo. Este pez Thum llevó los peces Malivaran hacia la playa, donde To Kabinana simplemente los re­cogió de la orilla. To Karvuvu admiró al pez Thum y quiso hacer uno y cuando aprendió cómo, hizo en su lu­gar un tiburón. Este tiburón se comió los peces Malivaran en vez de llevarlos a la playa. To Karvuvu, llorando, fue hacia su hermano y le dijo: “Quisiera no haber hecho ese pez, no hace sino comerse a todos los otros.” “¿Qué clase de pez es?” —le preguntó su hermano—. “Bueno —con­testó—, hice un tiburón”. “Eres un sujeto desagradable —le dijo su hermano—. “Lo que has hecho será causa de que sufran todos nuestros descendientes mortales. Ese pez se comerá a todos los otros y a la gente también.”58

Detrás de esta frivolidad es posible ver que la causa única (el oscuro ser que se cortó a sí mismo) está dentro del marco de los efectos duales del mundo: el bien y el mal. El cuento no es tan ingenuo como parece.59 Lo que [266] es más, la preexistencia metafísica del arquetipo platónico del tiburón queda implícita en la lógica curiosa del diálogo final. Ésta es una concepción inherente a cada mito. Tam­bién es universal el poner al antagonista, al representante del mal, haciendo el papel de payaso. Los diablos, tan­to los estúpidos lujuriosos como los engañadores astutos y avisados, son siempre payasos. Aunque pueden triunfar en el mundo del espacio y del tiempo, tanto su persona como su obra desaparecen simplemente cuando la perspec­tiva se traslada a lo trascendental. Son los que equivo­can la sombra por la sustancia: simbolizan las imperfec­ciones inevitables del reino de las sombras, y en tanto permanezcamos en este terreno, el velo no podrá ser le­vantado.

Los tártaros negros de Siberia dicen que cuando el de­miurgo Pajana hizo los primeros seres humanos descubrió que era incapaz de producir un espíritu que les diera vida. De manera que tuvo que subir al cielo y pedirle almas a Kudai, el Alto Dios, dejando mientras tanto a un perro pelón para que cuidara las figuras que había hecho. El diablo Erlik llegó cuando él no estaba. Erlik le dijo al perro: “No tienes pelo. Te daré pelos de oro si dejas en mis manos a esta gente sin alma.” La proposición agra­dó al perro, y entregó la gente que cuidaba al tentador. Erlik los profanó con sus escupitajos, pero huyó en el mo­mento en que vio que Dios se acercaba para darles vida. Dios vio lo que había hecho y volvió del revés los cuerpos humanos; por eso tenemos escupitajos e impurezas en nuestros intestinos.60

Las mitologías populares toman la historia de la crea­ción sólo desde el momento en que las emanaciones tras­cendentales se convierten en formas espaciales. Sin em­bargo, no difieren de las grandes mitologías en ningún punto esencial en sus evaluaciones de las circunstancias humanas. Sus personajes simbólicos corresponden en con­tenido —y también en rasgos y hechos—, a los de las más [267] altas iconografías, y el mundo milagroso en que se mueven es precisamente el de las máximas revelaciones: el mundo y la edad entre el sueño profundo y la conciencia despierta; la zona en que lo Uno se convierte en muchos y los muchos se reconcilian en lo Uno.

5. LA TRANSFORMACIÓN DE LO UNO EN LO MÚLTIPLE

El giro hacia adelante de la rueda cosmogónica precipita lo Uno en los muchos. De aquí una gran crisis, una grieta que divide al mundo creado en dos planos de ser aparentemen­te contradictorios. En el esquema de Paiore, los hombres emergen de la oscuridad inferior e inmediatamente em­piezan a trabajar para elevar el cielo.42 Son revelados en acción con una aparente independencia. Celebran consejos, deciden, planean; asumen el trabajo de arreglar el mundo. Sin embargo, sabemos que detrás de la escena está el Motor Inmóvil, como un director de títeres.

En la mitología, dondequiera que se encuentre el Mo­tor Inmóvil, donde el Viviente Poderoso sea el centro de atención, hay una espontaneidad milagrosa en la formación del universo. Los elementos se condensan y entran en jue­go por su propio acuerdo, o con la palabra más ligera del Creador; y las porciones del huevo cósmico que se rompe solo alcanzan sus destinos sin ayuda. Pero cuando la perspectiva cambia, para enfocarse en los seres humanos, cuando el panorama del espacio y de la naturaleza es en­frentado desde el punto de vista de los personajes que deben habitarlo, hay una repentina transformación que os­curece la escena cósmica. Ya no parecen moverse las for­mas del mundo en los patrones de una cosa armoniosa, viva y creciente, sino que son recalcitrantes o cuando más inertes. Los pilares del escenario universal tienen que ajus­tarse, o incluso forzarse a tomar determinada forma. La tierra produce espinas y cardos; el hombre gana el pan con el sudor de su frente.

Confrontamos, por lo tanto, dos maneras del mito. De [256] acuerdo con una, las fuerzas demiúrgicas continúan ope­rando por sí mismas; de acuerdo con la otra, pierden la iniciativa y aun se ponen en contra de un avance poste­rior del ciclo cosmogónico. Las dificultades representa­das en esta última forma del mito empiezan temprano, durante la larga oscuridad del abrazo original, que engen­dra las creaturas, de los padres cósmicos. Dejemos que los maoríes nos introduzcan a este tema terrible:

Rangi (el Cielo) yacía tan cerca del vientre de Papa (la Madre Tierra) que los hijos no podían surgir de su vientre. “Estaban en una condición inestable, flotando en el mundo de la oscuridad, y ésta era su apariencia: algunos se arrastraban... algunos estaban de pie con los brazos le­vantados... otros yacían en sus costados... otros sobre sus espaldas, algunos inclinados, otros con las cabezas ba­jas, otros con las piernas levantadas... otros arrodillados... otros tropezando en la oscuridad... Y todos estaban dentro del abrazo de Rangi y Papa...

Finalmente, todos los seres que habían sido engendrados por el Cielo y la Tierra, cansados de la continua oscuridad, se consultaron entre ellos y dijeron: ‘Determinemos lo que debemos hacer con Rangi y Papa, si debemos matarlos o sólo separarlos.’ Entonces habló Tumatauenga, el más feroz de todos los hijos del Cielo y de la Tierra: ‘Debemos ma­tarlos.’

Luego habló Tane-mahuta, el padre de los bosques y de todo lo que los habita y de lo que se construye con los árboles: ‘No, no es así. Es mejor separarlos y dejar que el cielo quede por encima de nosotros y que la tierra yazga bajo nuestros pies. Dejemos que el cielo se convierta en un extraño para nosotros, pero que la tierra permanezca cerca, como la madre que debe alimentarnos.’”

Algunos de los dioses hermanos trataron en vano de separar el cielo de la tierra. Al fin, fue Tane-mahuta, el pa­dre de los bosques y de todo lo que los habita y de lo que se construye con árboles, quien logró el titánico proyecto. “Con la cabeza firmemente plantada en su madre la tierra, levantó los pies y los apoyó contra su padre los cielos, y estiró su espalda y sus miembros con un poderoso esfuerzo. Al quedar separados Rangi y Papa, se quejaron en voz alta, con gritos y gruñidos de desesperación. ‘¿Por qué matáis así a vuestros padres? ¿Por qué cometéis el horri­ble crimen de matar a vuestros padres, de separarnos?’ [257] Pero Tane-mahuta no desmayó, no tuvo en cuenta sus alaridos y sus gritos, y por debajo de él presionó sobre la tierra y lejos, muy lejos por encima de él, empujó el cielo...”43

Tal como los griegos la conocieron, esta historia la cuenta Hesíodo en su narración de la separación de Uranos (Padre Cielo) y de Gea (Madre Tierra). De acuerdo con esta variante, el titán Cronos castró a su padre con una hoz y lo levantó por los aires.44 En la iconografía egipcia,

Fig. 14. Separación de cielo y tierra

esta posición de la pareja cósmica está invertida: el cielo es la madre, el padre es la vitalidad de la tierra;45 pero el patrón del mito permanece: ellos fueron separados por su hijo, el dios del aire Shu. De nuevo la imagen viene a nos­otros desde los antiguos textos cuneiformes de los sumerios, que datan de los milenios tercero y cuarto a. C. Pri­mero estaba el océano original; el océano original generó la montaña cósmica, que consistía en cielo y tierra uni­dos; An (el Padre Cielo) y Ki (la Madre Tierra) crearon a Enlil (el Dios del Aire) que posteriormente separó a An de Ki y luego se unió con su madre para crear la especie humana.46

Si estas acciones de los hijos desesperados parecen vio­lentas, no son nada comparadas con la derrota total de la [258] fuerza de los padres que vemos narrada en las Eddas de Islandia, y en las Tablillas de la Creación de los babilonios. El insulto final se da en la caracterización de la presencia demiúrgica del abismo como el “mal”, lo “oscuro”, lo “obsceno”. Los brillantes hijos guerreros desdeñan la fuente; generatriz, el personaje del estado seminal del sueño profundo, la matan, sin más miramientos; la cortan, la parten en pedazos y la convierten en la estructura del mundo. Éste es el patrón de la victoria de todas las posteriores muertes del dragón, el principio de la antigua historia de las aventuras del héroe.

De acuerdo con la narración de las Eddas, después de que la “brecha bostezante”47 había traído por el norte un mundo frío de neblina y por el sur una región de fuego, y después de que el calor del sur había hecho efecto en los ríos de hielo que bajaban del norte, una ponzoña espumosa em­pezó a surgir. De ella se levantó una llovizna que a su turno se convirtió en escarcha. La escarcha se fundió y goteó y la vida surgió de las gotas en la forma de una figura ho­rizontal llamada Ymir, que era torpe, gigantesca y hermafrodita. El gigante durmió y mientras durmió sudó, uno de sus pies engendró un hijo con el otro, mientras que de­bajo de su mano izquierda germinaban un hombre y una mujer.

La escarcha seguía deshaciéndose y goteando y se con­densó en una vaca, Audumla. De sus ubres brotaron dos corrientes de leche de las que se nutrió Ymir. La vaca, para alimentarse, lamió los bloques de hielo, que eran salados. La noche del primer día que lamió, los cabellos de un hombre surgieron de los bloques; el segundo día, la cabeza de un hombre; el tercero, el hombre completo estaba allí y su nombre era Buri. Luego, Buri tuvo un hijo (no se sabe quién fue la madre) llamado Borr que se casó con una de las hijas gigantes de las creaturas que habían nacido de Ymir. Dio nacimiento a la trinidad de Odín, Vili y Ve, y estos ase­sinaron al dormido Ymir y cortaron el cuerpo en pedazos.

De la carne de Ymir se compuso la tierra,

De su sudor, el mar;

De sus huesos, despeñaderos; árboles de sus cabellos,

Y de su cráneo el cielo.

[259] De sus huesos los alegres dioses hicieron

a Midgard para los hijos de los hombres;

y de su cerebro fueron creadas

todas las violentas nubes.48

En la versión babilónica el héroe es Marduk, el dios so­lar; la víctima es Tiamat: aterradora, con forma de dragón, servida por nubes de demonios, una personificación femenina del abismo original mismo: el caos como madre de los dioses y también la amenaza del mundo. Con arco y tri­dente, con maza y red, y con una columna de vientos de batalla, el dios montó en su carroza. Los cuatro caballos, adiestrados para pisotear, espumeaban.

... Pero Tiamat no volvió su cuello.

Con labios que no eran vacilantes emitió palabras rebeldes...

Entonces el señor levantó el rayo, su poderosa arma,

Y contra Tiamat que estaba enfurecida, envió su palabra:

“Te has vuelto grande, has exaltado tu estatura,

Y tu corazón te ha empujado a la batalla...

Y contra los dioses mis padres han forjado un malvado plan.

¡Deja entonces que tu ejército sea equipado y que se ciña las armas!

¡Ponte en pie y luchemos tú y yo!

Cuando Tiamat oyó estas palabras

Se sintió posesa y perdió la razón.

Tiamat dio gritos agudos y salvajes,

Tembló y se sacudió hasta sus más profundas bases,

Luego recitó un encantamiento, pronunció su hechizo.

Y los dioses de la batalla pidieron sus armas a gritos.

[260] Luego avanzaron Tiamat y Marduk, el consejero de los dioses;

Llegaron a la lucha, se acercaron a la batalla.

El señor extendió su red y la cogió en ella,

Y le soltó en la cara el viento maligno que estaba detrás de él.

Los vientos terribles llenaron el vientre de ella,

Y perdió el valor y se quedó con la boca abierta.

Él tomó el tridente y le reventó el vientre,

Y después de haber cortado sus entrañas, atravesó su corazón.

Él la venció y le arrancó la vida;

Echó al suelo su cuerpo y se puso de pie sobre él.

Habiendo vencido lo que quedaba de sus aliados, el dios de Babilonia se volvió a la madre del mundo:

Y el señor se puso de pie sobre la parte trasera de Tiamat

Y con su maza inmisericorde le aplastó el cráneo.

Cortó las canales de su sangre

E hizo que el viento del norte la llevara a lugares secretos...

Entonces el señor descansó, miró el cuerpo muerto

... e inventó un astuto plan.

La partió en dos mitades como a un pez;

Estableció una de sus mitades como la cubierta para el cielo

Puso un cerrojo y puso un guarda

Y les dijo que no dejaran salir las aguas.

Pasó a través de los cielos, y miró las regiones celestiales

Y por encima de la Profundidad estableció el reino de Nudimmud.

Y el señor midió la estructura de las profundidades...49

Marduk, de esta heroica manera, detuvo las aguas de arriba con un techo, y con un suelo las aguas de abajo. Entonces creó al hombre en el mundo de en medio.

Los mitos ilustran incansablemente el punto de que el conflicto en el mundo creado no es lo que parece. Tiamat, aunque muerta y desmembrada, no quedó deshecha. Si la batalla pudiera verse desde otro ángulo, el monstruo del caos aparecería deshecho por su propio acuerdo, y sus frag­mentos se hubieran colocado en los lugares correspondien­tes por su cuenta. Marduk y toda su generación de divini­dades no eran más que partículas de la sustancia de ella. Desde el punto de vista de esas formas creadas, todas se lograron gracias a un brazo poderoso en medio del peligro y del dolor. Pero desde el punto de vista del centro de la [261] presencia emanadora, la carne cedió voluntariamente y la mano que la hirió no era, en última instancia, más que un agente de la voluntad de la misma víctima.

Aquí está la paradoja básica del mito: la paradoja del foco dual. Así como al iniciarse el ciclo cosmogónico es posible decir: “Dios no interviene” pero al mismo tiem­po: “Dios es el creador, protector, destructor”, así en esta coyuntura crítica en que lo Uno se convierte en muchos, el destino “sucede”, pero al mismo tiempo “es provocado”. Desde la perspectiva de la fuente, el mundo es una armonía majestuosa de formas que se vierten en el ser, estallan y se disuelven. Pero lo que experimentan esas creaturas que pasan velozmente es una terrible algarabía de dolor y de gritos de batalla. Los mitos no niegan esta agonía (la cru­cifixión); revelan por dentro, por detrás y alrededor de ella la paz esencial (la rosa celestial).50

El cambio de la perspectiva del reposo de la Causa cen­tral a la turbulencia de los efectos periféricos está represen­tado en la caída de Adán y Eva desde el Jardín del Edén. Comieron la fruta prohibida, y “abriéronse los ojos de ambos”.51 La felicidad del Paraíso se cerró ante ellos y con­templaron lo creado desde la otra parte del velo que lo transformaba. De ahí en adelante deberían experimentar lo inevitable como algo difícil de ganar.

4. EN EL ESPACIO: LA VIDA

El primer efecto de las emanaciones cosmogónicas es el de limitar el escenario del mundo en el espacio; el segundo es la producción de vida dentro de ese marco: la vida polariza­da para la producción de sí misma bajo la forma dual de lo masculino y lo femenino. Es posible representar en térmi­nos sexuales el proceso completo, como embarazo y parto. Esta idea se encuentra representada en forma soberbia en otra genealogía metafísica de los maoríes:

De la concepción el incremento,

Del incremento el pensamiento,

Del pensamiento el recuerdo,

Del recuerdo la conciencia,

De la conciencia el deseo.

El mundo se volvió fructífero;

Se llenó de delicados brillos;

Engendró una noche:

La gran noche, la larga noche.

La noche más baja, la noche más alta,

La noche más espesa, para sentirla,

La noche para ser tocada,

La noche para no ser vista,

La noche que termina en muerte.

De la nada la concepción,

De la nada el incremento.

De la nada la abundancia,

La capacidad de aumentar, [249]

El aliento vivo

Residió en el espacio vado y produjo

la atmósfera que está sobre nosotros.

La atmósfera que flota por encima de la tierra,

El gran firmamento sobre nosotros,

residió en el primer albor,

Y la luna surgió;

La atmósfera por encima de nosotros

residió en el firmamento resplandeciente,

Y entonces siguió el sol;

La luna y el sol fueron lanzados arriba,

como los principales ojos del cielo:

Entonces los Cielos se alumbraron;

el temprano amanecer, el temprano día,

El mediodía: el relámpago de día que cruza el cielo.

Y el cielo arriba estaba con Hawaiki

y produjo la tierra.27

A mediados del siglo xix, Paiore, un gran jefe de la isla polinesia de Anaa, hizo un dibujo del principio de la creación. El primer detalle de esta ilustración era un pequeño círculo que contenía dos elementos, Te Tumu, “Fundamento” (un macho) y Te Papa “Roca Estrato” (una hembra).28

“El Universo —dijo Paiore— era un huevo, que contenía a Te Tumu y a Te Papa. Finalmente estalló y produjo tres capas superpuestas, la de abajo sostenía a las dos de arriba. En la capa más baja permanecieron Te Tumu y Te Papa, quienes crearon a los hombres, a los animales y a las plantas.

El primer hombre fue Matata, producido sin brazos y quien murió poco después de llegar al mundo. El segundo hombre fue Aitu, que vino con un brazo pero sin piernas; y también murió como su hermano mayor. Finalmente, el tercer hombre fue Hoatea (Espacio del Cielo) y estaba per­fectamente formado. Después de él vino una mujer llama­da Hoatu (Fructuosidad de la Tierra). Se convirtió en la mujer de Hoatea y de ellos descendió la raza humana.

Cuando la más baja capa de tierra se llenó de crea­ción, el pueblo hizo una abertura, en medio de la capa superior, para poder subir a ella y allí se establecieron [250] llevando con ellos las plantas y los animales de abajo. Luego levantaron la tercera capa (para que formara un techo a la segunda)... y por último allí también se estable­cieron, de modo que los seres humanos pudieron disponer de tres superficies.

Fig 13. Abajo: El Huevo Cósmico. Arriba: Aparecen los hombres y dan forma al Universo.

Por encima de la tierra estaban los cielos, también superpuestos, llegando hasta abajo y sostenidos por sus respectivos horizontes, algunos de ellos confundidos con los de la tierra; y la gente siguió trabajando expandiendo de esta manera un cielo por encima del otro, hasta que todos estuvieron en orden.”29

La porción principal de la ilustración de Paiore mues­tra a la gente haciendo crecer el mundo, de pie unos en [251] los hombros de los otros para elevar los cielos. En el pla­no más bajo de este mundo, aparecen los dos elementos originales Te Tumu y Te Papa. A su izquierda están las plantas y los animales originados por ellos. Arriba a su de­recha se ve el primer hombre, mal formado, y los primeros hombres y mujeres completos. En el cielo superior aparece un fuego rodeado por cuatro figuras, que representan un temprano suceso en la historia del mundo: “La creación del universo estaba apenas terminada cuando Tangaroa, que se deleitaba en hacer el mal, prendió fuego al cielo más alto, tratando así de destruirlo todo. Pero afortunadamen­te el fuego fue visto por Tamatua, Oru y Ruanuku, que ascendieron rápidamente de la tierra y extinguieron las llamas.”30

La imagen del huevo cósmico se conoce en muchas mito­logías; aparece en la griega órfica, en la egipcia, en la finlandesa, en la budista y en la japonesa. “Al princi­pio, este mundo era puro no ser —leemos en uno de los libros sagrados de los hindúes—; luego existió, se des­arrolló, se convirtió en un huevo. Así estuvo por un pe­riodo de un año. Se rompió en dos. Una de las dos partes del cascarón se volvió de plata y la otra de oro. La que era de plata es la tierra, la que era de oro es el cielo. Lo que era la membrana exterior son las montañas. Lo que eran las venas son los ríos. Lo que era el fluido interior es el océano. Y lo que nació de allí es el sol.”31 El cascarón del huevo cósmico es el marco del mundo en el espacio, mientras que el fértil poder seminal interior tipifica el dinamismo inagotable de la vida de la naturaleza.

“El espacio no tiene límites porque su forma se cierra sobre sí misma, no por su gran extensión. Aquello que es es un cascarón que flota en la infinitud de aquello que no es.” Esta formulación sucinta de un físico moderno, ilustra la imagen del mundo como la vio en 192832 y da preci­samente el sentido del huevo cósmico mitológico. Además, la evolución de la vida, descrita en nuestra ciencia moderna de la biología es el tema de las primeras etapas del ciclo cosmogónico. Finalmente, la destrucción del mundo, que los físicos nos dicen debe venir cuando nuestro sol esté [252] extinto y se registre una última decadencia de todo el cosmos,33 se presagia en la cicatriz dejada por el fuego de Tangaroa: los efectos destructivos del mundo del creador-destructor aumentarán gradualmente hasta que al fin, en el segundo curso del ciclo cosmogónico, todo retorne al mar de bienaventuranza.

No es poco común que el huevo cósmico se rompa para descubrir, ensanchándose desde adentro, una pavorosa fi­gura en forma humana. Ésta es la personificación antropomórfica de la fuerza de generación. El Poderoso Ser Vivo, como se le llama en la cábala: “El Poderoso Ta’aroa cuya maldición fue la muerte, es el creador del mundo.” Eso es lo que se dice en Tahití, otra de las islas del Mar del Sur.34 “Estaba solo. No tenía ni padre ni madre. Ta’aroa simplemente vivía en el vacío. No había cielo, ni tierra, ni mar. La tierra era nebulosa, no tenía base. Ta’aroa dijo entonces:

Oh espacio de la tierra, oh espacio del cielo,

Mundo inútil de abajo que existe en un estado nebuloso

Persistiendo y persistiendo desde tiempo inmemorial,

Inútil mundo de abajo ¡extiéndete!

El rostro de Ta’aroa asomó. El cascarón de Ta’aroa cayó y se convirtió en tierra. Ta’aroa miró: la tierra había llegado al estado de existencia, el mar existía ya, el cielo también existía. Ta’aroa vivió como un dios, en contem­plación de su obra.”35

Un mito egipcio revela al demiurgo creando el mundo por medio de un acto de masturbación.36 Un mito hindú lo muestra en meditación yoga, con las formas de su vi­sión interna naciendo ante él (para su asombro) y rodeán­dolo como un panteón de dioses brillantes.37 En otra re­lación de la India el padre de todo, está representado dividiéndose primero en masculino y femenino, luego pro­creando a todas las creaturas de acuerdo con su clase:

[253] “En el principio, este universo era sólo el Yo en forma humana. Miró a su alrededor y no vio a nadie fuera de sí mismo. Entonces, al principio, gritó: ‘Yo soy él.’ De allí vino el pronombre Yo. Por eso hasta ahora, cuando se habla a una persona, ella contesta: ‘¡Soy yo!’ y luego anuncia el otro nombre que tiene.

Tuvo miedo. Por eso la gente tiene miedo de estar sola. Pensó: ‘Pero ¿de qué tengo miedo? No hay nada más que yo mismo.’ Y por lo tanto su miedo desapareció.

Se sintió infeliz. Por eso la gente no se siente feliz cuando está sola. Quiso un compañero. Se agrandó hasta ser del tamaño de un hombre y de una mujer abrazándose. Dividió su cuerpo, que era él mismo, en dos partes. De allí salieron un esposo y una esposa... Por eso este cuerpo hu­mano (antes de tener esposa) es como una de las mitades de un guisante partido... Se unió con ella; y de allí na­cieron los hombres.

Ella pensó: ‘¿Cómo puede él unirse conmigo después de haberme sacado de su mismo cuerpo? Bien, entonces, me esconderé.’ Ella se convirtió en vaca; pero él se con­virtió en toro y se unió con ella; de allí nació el ganado. Ella se convirtió en yegua, él en garañón; ella se convirtió en burra, y él se unió a ella convertido en asno; y de allí nacieron los animales de casco. Ella se convirtió en ca­bra, él en macho cabrío; ella se convirtió en oveja, él en carnero y se unió con ella; de allí nacieron las cabras y los carneros. Y así crearon todo lo que existe en parejas, hasta las hormigas.

Entonces él supo: ‘Es verdad que soy la creación, por­que he generado el mundo enteró.’ Por lo tanto, fue lla­mado Creación...”38

El sustrato duradero del individuo y del progenitor del universo son uno y el mismo, de acuerdo con estas mitologías; por eso es por lo que al demiurgo de este mito se le llama el Yo. El místico oriental descubre su presencia pro­fundamente reposada e imperecedera en su estado andrógino [254] original cuando cae durante la meditación en su pro­pio interior.

Aquel en quien el cielo, la tierra y la atmósfera

Están entretejidos, junto con la mente, y todos los alientos de la vida.

Aquel que se conoce como el Alma única.

Desdeñad las otras palabras. Él es el puente a la inmortalidad.39

Así, parece que aunque estos mitos de la creación na­rran el pasado más remoto, hablan, al mismo tiempo, del presente origen del individuo. “Cada alma y cada espíritu —leemos en el Zohar hebreo— con anterioridad a su entra­da en este mundo consiste en un ser masculino y uno feme­nino unidos en un solo ser. Cuando desciende a esta tierra, las dos partes se separan y animan dos cuerpos diferentes. En el momento del matrimonio, el Sagrado, Bendito Sea, que conoce todas las almas y los espíritus, los une como antes estuvieron y de nuevo constituyen un cuerpo y un alma, formando, por así decirlo, la derecha y la izquierda de un solo individuo... Esta unión, sin embargo, está in­fluida por los hechos del hombre y por los caminos que escoge. Si el hombre es puro y su conducta agrada a la vista de Dios, quedará unido con la parte femenina de su alma que fue su parte componente antes de su naci­miento.”40

Este texto cabalístico es un comentario a la escena del Génesis en que Adán da nacimiento a Eva. Una concepción similar aparece en el Banquete de Platón. De acuerdo con este misticismo del amor sexual, la experiencia última del amor es el entendimiento de que por encima de la ilusión de la dualidad está la identidad: “cada uno es ambos”. Este darse cuenta puede agrandarse hasta llegar al descubri­miento de que por encima de las múltiples individualida­des de todo el universo que nos rodea, humano, animal, vegetal y hasta mineral, está la identidad; por lo tanto, la experiencia amorosa se convierte en experiencia cósmica, y el amado que abrió por vez primera esta visión se magni­fica como espejo de la creación. El hombre o la mujer que conocen esta experiencia poseen lo que Schopenhauer [255] llamó “la ciencia de la belleza en todas partes.” El “reco­rre hacia arriba y hacia abajo estos mundos; come lo que desea, toma las formas que desea”, y se sienta a cantar la canción de la unidad universal que empieza así: “¡Oh ma­ravilla! ¡Oh maravilla! ¡Oh maravilla!41

3. A PARTIR DEL VACÍO: EL ESPACIO

Santo Tomás de Aquino declara: “El nombre de sabio está reservado exclusivamente para aquel cuya consideración versa sobre el final del universo, final que también es el principio del universo”.20 El principio básico de toda mito­logía es éste del principio en el fin. Los mitos de la creación están saturados de un sentido del destino que continuamen­te llama a todas las formas creadas al imperecedero del cual emergieron por primera vez. Las formas avanzan po­derosamente, pero inevitablemente alcanzan su apogeo, se derrumban y retornan. La mitología, en este sentido, tiene una actitud trágica. Pero en el sentido de que coloca nues­tro verdadero ser no en las formas que ceden, sino en el imperecedero del cual inmediatamente surgen de nuevo, es eminentemente no trágica.21 Ciertamente, en donde preva­lece el modo mitológico la tragedia es imposible. Prevalece más bien una cualidad de sueño. El verdadero ser, entre­tanto, no está en las formas, sino en quien sueña.

Como en el sueño, las imágenes van de lo sublime a lo ridículo. No se permite descansar a la mente con sus eva­luaciones normales, sino que continuamente se la insulta y se la arranca de la seguridad de que ahora, al fin, ha comprendido. La mitología está derrotada cuando la mente descansa solemnemente en sus imágenes favoritas o tradicionales, y las defiende como si ellas mismas fueran el mensaje que comunican. Estas imágenes han de conside­rarse como meras sombras de lo insondable, donde el ojo no llega, donde la palabra no llega, ni la mente, ni siquiera [246] la piedad. Como las trivialidades del sueño, las del mito están cargadas de significado.

La primera fase del ciclo cosmogónico describe el paso de lo informe a la forma, como en el siguiente canto de la creación de los maoríes de Nueva Zelanda:

Te Kore (El Vacío)

Te Kore-tua-tahi (El Primer Vacío)

Te Kore-tua-rua (El Segundo Vacío)

Te Kore-nui (El Vasto Vacío)

Te Kore-roa (El Vacío que se extiende a lo Lejos)

Te Kore-para (El Vacío Marchito)

Te Kore-whiwhia (El Vacío que no Posee)

Te Kore-rawea (El Vacío Delicioso)

Te Kore-te-temaua (El Vacío Limitado)

Te Po (La Noche)

Te Po-teki (La Noche que se acerca)

Te Po-terea (La Noche que se aleja)

Te Po-whawha (La Noche que se queja)

Hine-make-moe (La Hija del Sueño Inquieto)

Te Ata (El Amanecer)

Te Au-tu-roa (El Día Durable)

Te Ao-marama (El Día Brillante)

Whai-Tua (Espacio)

En el espacio evolucionaron dos existencias sin forma:

Maku (Humedad [un macho])

Mahora-nui-a-rangi (Gran Extensión del Cielo [una hembra])

De éstas surgen:

Rangi-potiki (Cielos [un macho])

Papa (Tierra [una hembra])

Rangi-potiki y Papa fueron los padres de los dioses.22 Desde el vacío que está por encima de todos los vacíos surgen las emanaciones que sostienen al mundo, como plantas, misteriosas. La décima de la serie anterior es la noche; la número dieciocho, el espacio o éter, que es el marco del mundo visible; el número diecinueve es la po­laridad masculina-femenina; el número veinte es el univer­so que vemos. Esta serie sugiere una profundidad más allá de la profundidad del misterio del ser. Los niveles corresponden a las profundidades que ha sondeado el héroe [247] en su aventura por la hondura del mundo; comprenden los estratos espirituales conocidos a la mente que se introvierte en la meditación. Representan la profundidad sin fondo de la noche oscura del alma.23

La cábala hebrea representa el proceso de creación como una serie de emanaciones que surgen del yo soy del Gran Rostro. La primera es la cabeza misma, de perfil, y de ésta proceden “nueve luces espléndidas”. Las emanaciones tam­bién están representadas como las ramas de un árbol cósmi­co que está cabeza abajo, enraizado en la “inescrutable altura”. El mundo que vemos es la imagen invertida de ese árbol.

De acuerdo con los filósofos Samkhya hindúes del si­glo viii a. c, el vacío se condensa en el elemento éter o espacio. De allí el aire se precipita. Del aire viene el fuego, del fuego el agua y del agua el elemento tierra. Con cada elemento evoluciona una función de los sentidos capaz de percibirlo: el oído, el tacto, la vista, el gusto y el olfato respectivamente.24

Un divertido mito chino personifica estos elementos que emanan como cinco sabios venerables, que surgen de una esfera de caos, suspendida en el vacío:

“Antes de que el cielo y la tierra se separaran uno del otro, todo era una gran bola de neblina, llamada caos. En ese tiempo, los espíritus de los cinco elementos tomaron forma y luego se convirtieron en cinco ancianos. El pri­mero fue llamado Anciano Amarillo, y era el amo de la tierra; el segundo fue llamado Anciano Rojo y era el amo del fuego. El tercero fue llamado Anciano Oscuro, y era el amo del agua. El cuarto fue llamado el Prín­cipe Madera y era el amo de la madera. El quinto fue llamado la Madre Metal y era la señora de los metales.25

Cada uno de estos cinco ancianos puso en movimiento el espíritu primordial del que procedía; de manera que el agua y la tierra cayeron hacia el fondo; los cielos quedaron solos y la tierra se asentó en las profundidades. Entonces el [248] agua se reunió en ríos y lagos, aparecieron montañas y lla­nuras. Los cielos se aclararon y la tierra se dividió, allí estaban el sol, la luna, las estrellas, la arena, las nubes, la lluvia y el rocío. El Anciano Amarillo puso en movimien­to la fuerza más pura de la tierra y a la suya se añadie­ron las operaciones del fuego y del agua. Entonces surgie­ron las hierbas y los árboles, los pájaros y los animales, y las generaciones de serpientes y de insectos, de peces y de tortugas. El Príncipe Madera y la Madre Metal reunie­ron luz y oscuridad y así crearon la raza humana, el hombre y la mujer. Y así gradualmente apareció el mun­do... “26

2. EL CICLO UNIVERSAL

[238] Como la conciencia del individuo permanece en un mar de oscuridad al que desciende en estado de letargo y del cual escapa misteriosamente al despertar, así en las imáge­nes del mito, el universo es precipitado por un pasado in­temporal en el cual reposa y se disuelve de nuevo. Y como la salud mental y física del individuo depende de un flujo ordenado de fuerzas vitales provenientes de la oscuridad inconsciente en el campo del día y la conciencia, así tam­bién en el mito la continuación del orden cósmico está asegurada sólo por un fluir controlado de la fuerza que sale de la fuente. Los dioses son personificaciones simbó­licas de las fuerzas que gobiernan este flujo. Los dioses toman existencia en el amanecer del mundo y se disuelven en el ocaso. No son eternos en el sentido en que la noche es eterna. Sólo desde el corto período de la existencia humana parece perdurable la vuelta de un eón cosmo­gónico.

El ciclo cosmogónico está normalmente representado como una repetición de sí mismo, mundo sin fin. Du­rante cada gran ciclo quedan incluidas comúnmente disolu­ciones menores, como el ciclo del sueño y la vigilia se suceden en el término de una vida. De acuerdo con una ver­sión azteca, cada uno de los cuatro elementos —agua, tierra, aire y fuego— termina un período del mundo: el eón de las aguas terminó en un diluvio, el de la tierra con un terremoto, el del aire con una tempestad y el presente eón será destruido por las llamas.11

De acuerdo con la doctrina estoica de la conflagración cíclica, todas las almas se resuelven en el alma del mundo o en el fuego primario. Cuando termina esta disolución universal, empieza la formación de un nuevo universo (la renovatio de Cicerón) y todas las cosas se repiten a sí mismas, cada divinidad, cada persona, repite su papel ante­rior. Séneca describió esta destrucción en su De Consolatione ad Marciam, y parece que esperaba vivir de nuevo en un ciclo futuro.12

[239] Una visión magnífica del ciclo cosmogónico está pre­sentada en la mitología de los jainistas. El profeta y salvador más reciente de esta antigua secta hindú fue Mahavira, contemporáneo del Buddha (siglo vi a. C.). Sus padres eran seguidores de un salvador profeta jainista muy anterior, Parshvanatha, a quien se representa con ser­pientes que brotan de sus hombros y se dice que vivió de 872 a 772 a. C. Siglos antes que Parshvanatha, vivió el salva­dor jainista Neminatha, de quien se dice que era primo de la venerada encarnación hindú Krishna. Y antes que él hubo exactamente otros veintiuno hasta llegar a Rishabhanatha, que existió en una edad pasada del mundo, cuando los hombres y las mujeres nacían en parejas casadas, eran de dos millas de alto y vivían durante un incontable período de años. Rishabhanatha instruyó a su pueblo en las setenta y dos ciencias (escritura, aritmética, lectura de presagios, etc.), en las sesenta y cuatro cualidades de las mujeres (cocinar, coser, etc.) y en las cien artes (cerá­mica, hilado, pintura, herrería, barbería, etc.); también los instruyó en la política y estableció un reinado.

Antes de su época, tales innovaciones hubieran sido superfluas, porque las gentes del período anterior, que tenían cuatro millas de altura, tenían ciento veintiocho costillas y vivían dos períodos de incontables años, satisfacían todas sus necesidades por medio de diez árboles que les conce­dían sus deseos (kalpa vriksha), que daban frutas dulces, hojas que tenían forma de vasijas y cacerolas, hojas que cantaban dulcemente, hojas que daban luz de noche, flores deliciosas a la vista y al olfato, alimento perfecto a la vista y al sabor, hojas que podían usarse como alhajas, y corteza de la que se hacía hermosa ropa. Uno de los ár­boles era como un palacio de muchos pisos en el cual se podía vivir, otro despedía un suave fulgor, como si tuviera muchas lámparas pequeñas. La tierra era dulce como el azúcar y el océano delicioso como el vino. Y antes de esta edad feliz, había habido un período todavía más feliz —precisamente el doble— cuando los hombres y las mujeres tenían ocho millas de alto y cada uno de ellos poseía doscientas cincuenta y seis costillas. Cuando ese pueblo superlativo murió, pasó directamente al mundo de los dio­ses, sin haber sabido nunca de la religión, porque su virtud natural era tan perfecta como su belleza.

Los jainistas conciben el tiempo como un ciclo sin [240] fin. El tiempo se representa como una rueda con doce radios, o edades, clasificados en dos grupos de seis. El primer grupo es llamado la serie “descendente” (avasarpinî), y empieza con la edad de las superlativas parejas gigantes. Ese período paradisíaco dura diez millones diez millones cien millones cien millones de períodos de años sin cuento y luego cede lentamente al sólo a medias bien­aventurado período en que los hombres y las mujeres tienen sólo cuatro millas de alto. En el tercer período —el de Rishabhanatha, el primero de los veinticuatro sal­vadores del mundo— la felicidad se mezcla con un poco de congoja y la virtud con un poco de vicio. A la conclu­sión de este período los hombres y las mujeres ya no nacen en parejas para vivir juntos como marido y mujer.

Durante el período cuarto, el deterioro gradual del mun­do, y de sus habitantes continúa firmemente. La duración de la vida y la estatura del hombre disminuyen lentamente. Nacen veintitrés salvadores del mundo; cada uno repite la doctrina eterna de los jainistas en términos apropiados a las condiciones de su tiempo. Tres años y ocho meses y medio después de la muerte del último de los salvadores y profetas, Mahavira, el período termina.

Nuestra propia época, la quinta de la serie descendente, empezó en 522 a. C. y ha de durar veintiún mil años, ningún salvador jainista ha de nacer en este tiempo, y la religión eterna de los jainistas desaparecerá gradualmente. Es un período de mal no mitigado y que se intensifica gradual­mente. El más alto de los seres humanos tiene siete codos y la vida más larga no pasa de los ciento veinticinco años. Los hombres no tienen más que dieciséis costillas. Son egoístas, injustos, violentos, lujuriosos, orgullosos y avaros.

Pero en la sexta de estas edades descendentes el esta­do del hombre y de su mundo ha de ser aún más horri­ble. La más larga de las vidas será de veinte años, la más alta estatura será de un codo y el hombre ha de tener ocho costillas. Los días serán calientes, las noches frías, las enfermedades serán abundantes y la castidad no existirá. Las tempestades azotarán la tierra y todo empeorará al concluir este período. Al final, toda vida, humana y ani­mal, y todas las semillas vegetales, se verán forzadas a bus­car refugio en el Ganges, en cuevas miserables y en el mar.

La serie descendente terminará y comenzará la se­rie “ascendente” (utsarpinî) cuando la tempestad y la [241] desolación hayan llegado a un punto insoportable. Lloverá entonces durante siete días y caerán siete diferentes clases de lluvia; la tierra se refrescará y las semillas empezarán a crecer. Se aventurarán fuera de las cuevas las horri­bles creaturas enanas de la tierra árida y amarga y muy gradualmente se hará perceptible una ligera mejoría en su moral, en su salud, en su belleza y en su estatura; hasta que vivan en un mundo como el que ahora habitamos. Luego nacerá un salvador llamado Padmanatha y anuncia­rá de nuevo la religión eterna de los jainistas; la estatura de la especie humana se aproximará de nuevo a lo super­lativo y la belleza del hombre sobrepasará al esplendor del sol. Finalmente, la tierra se endulzará y las aguas se con­vertirán en vino, los árboles proveedores de deseos proporcionarán su abundancia de deleites a una población feliz de gemelos perfectamente desposados, y la felicidad de esta comunidad será duplicada otra vez y la rueda, a través de diez millones diez millones cien millones cien millones de períodos de años sin cuento, se aproximará al principio de la primera revolución descendente que de nuevo conducirá a la extinción de la religión eterna y al au­mento gradual del ruido del júbilo insano, de las guerras de los vientos pestilentes.13

Esta rueda siempre giratoria de los doce radios del tiempo de los jainistas es un equivalente del ciclo de las cuatro edades de los hindúes: la primera edad es un largo período de perfecta felicidad, belleza y perfección, que ha de durar 4800 años divinos;14 la segunda, con virtudes menores, ha de durar 3600 años divinos; la tercera, de virtud y vicio mezclados en partes iguales, ha de durar 2400 años divinos, o sean 432000 años de acuerdo con los cálculos humanos. Pero al final del presente período, en lugar de empezar a mejorar inmediatamente (como en el ciclo descrito por los jainistas) primero todo ha de ser aniquilado por un cataclismo de fuego y agua y, por lo tanto, reducido al original estado primordial del océano intemporal que ha de permanecer por un período igual al total de las cuatro edades. Entonces empezarán de nuevo las cuatro edades del mundo.

Es comprensible una concepción básica de la filosofía [242] oriental en esta forma pictórica. Si el mito fue originalmente una ilustración de la fórmula filosófica, o ésta una destilación del mito, no es posible decidirlo ahora. Ciertamente que el mito se remonta hasta las más remotas edades, pero lo mismo hace la filosofía. ¿Quién podría conocer los pensamientos que yacían en las mentes de los viejos sabios que desarrollaron y atesoraron el mito para transmitirlo a sus sucesores? Muy a menudo, durante el análisis y la penetración de los secretos del símbolo arcai­co, no puede menos que sentirse que la noción general­mente aceptada de la historia de la filosofía se funda en un supuesto completamente falso, a saber, que el pensamiento abstracto y metafísico empieza cuando aparece por primera vez en las crónicas que aún perduran.

La fórmula filosófica ilustrada por el ciclo cosmogónico es la de la circulación de la conciencia a través de los tres planos del ser. El primer plano es el de la experiencia despierta, cognoscitivo de los hechos brutos y duros del universo exterior, iluminado por la luz del sol y común a todos. El segundo plano es el de la experiencia del sueño, cognoscitiva de las formas fluidas y sutiles de un mundo interior privado, con luminosidad propia y de una sola sustancia con el soñador; el tercero es el del dormir pro­fundo, sin sueños; de honda bienaventuranza. En el primero se encuentran las experiencias instructivas de la vida; en el segundo dichas experiencias se digieren y asimilan a las fuerzas interiores del que sueña; mientras que en el tercero todo se disfruta y se conoce inconscientemente; en el “espacio dentro del corazón”, el refugio del control interno y la fuente y el fin de todo.15

El ciclo cosmogónico ha de comprenderse como el paso de la conciencia universal, de la profunda zona de lo no manifiesto, y a través del sueño, al pleno día del despertar, y luego el retorno, a través del sueño, a la oscuridad intemporal. Como en la experiencia real de cada ser vivo, así sucede todo en la figura grandiosa del universo vivo: en el abismo del sueño las energías se refrescan y en el trabajo del día se agotan; la vida del universo se gasta y debe ser renovada.

El ciclo cosmogónico va hacia la manifestación y retor­na a la no manifestación en medio del silencio de lo desconocido. [243] Los hindúes representan este misterio en la síla­ba sagrada aum. Aquí el sonido a representa la conciencia despierta, u la conciencia del sueño, m el sueño profundo.

El silencio que rodea la sílaba es lo desconocido: se le llama simplemente “El Cuarto”.16 La sílaba en sí misma es Dios como creador-protector-destructor, pero el silen­cio es el Dios eterno, completamente fuera de las aperturas y cierres del ciclo.

No se le ve, no se le relaciona, no se le concibe,

no se le infiere, no se le imagina, no se le describe.

Es la esencia del conocimiento del yo

común a todos los estados de la conciencia.

Todos los fenómenos terminan en él.

Es paz, es felicidad, es no dualidad.17

El mito permanece necesariamente dentro del ciclo, pero representa este ciclo como rodeado e impregnado por el si­lencio. El mito es la revelación de una plenitud de silencio dentro y alrededor de cada átomo de la existencia. El mito es la directiva de la mente y del corazón, por medio de figuras profundamente informadas y conduce al último misterio que llena y rodea todas las existencias. Aún en el momento más cómico y aparentemente más frívolo, la mitología dirige la mente a esta no manifestación que está más allá del alcance del ojo.

“Lo más Antiguo de lo Antiguo, lo más Desconocido de lo Desconocido, tiene una forma y sin embargo no la tiene”, leemos en un texto cabalístico de los hebreos medie­vales. “Tiene la forma que preserva al Universo, pero no [244] tiene forma porque no puede ser comprendido.”18 Este más Antiguo de lo Antiguo es representado como un rostro de perfil; siempre de perfil, porque no puede conocerse la parte escondida. A esto se le llama “Gran Rostro”, Makroprosopos; de las hebras de su barba blanca procede el mundo. “Esa barba, la verdad de las verdades, viene desde las orejas y desciende alrededor de la boca del Bendi­to; y desciende y asciende cubriendo las mejillas que se llaman lugares de copiosa fragancia; está blanca de ador­nos; y desciende con un equilibrio de fuerzas balanceadas y ofrece una cubierta hasta la mitad del pecho. Ésa es la barba del adorno, verdadera y perfecta, de la que surgen trece fuentes, que desparraman el más precioso bálsamo de esplendor. Esto está dispuesto en trece formas... Y se encuentran en el universo ciertas disposiciones de acuerdo con esas trece disposiciones que dependen de esa barba venerable y en las que se abren trece puertas de gracias.”19

La barba blanca del Makroprosopos desciende sobre otra cabeza (“Rostro Pequeño”, o Mikroprosopos) representada [245] de frente y con la barba negra. Y el ojo del Gran Rostro no tiene párpados y nunca se cierra, mientras que los ojos del Rostro Pequeño se abren y se cierran con el ritmo lento del destino universal. Éste es el abrirse y ce­rrarse de la vuelta cosmogónica. Al Rostro Pequeño se le llama dios y al Gran Rostro yo soy.

El Makroprosopos es el Increado no creador y el Mikroprosopos es el Increado creador: respectivamente, el silen­cio y la sílaba aum, lo no manifiesto y la presencia inmanente en el giro cosmogónico.

1. DE LA PSICOLOGÍA A LA METAFÍSICA

No es difícil para el intelectual moderno conceder que el simbolismo de la mitología tiene un significado psicológico. Particularmente después del trabajo de los psicoanalistas quedan pocas dudas de que los mitos sean de la natura­leza de los sueños o de que los sueños sean sintomáticos de la dinámica de la psique. Sigmund Freud, Carl G. Jung, Wilhelm Stekel, Otto Rank, Karl Abraham, Géza Róheim y muchos otros han desarrollado en las últimas décadas un campo moderno vastamente documentado de interpreta­ción de mitos y sueños; y aunque los doctos difieren entre sí, están unificados en un gran movimiento moderno por un cuerpo considerable de principios comunes. Con su descubrimiento de que los patrones y la lógica del cuento de hadas y del mito corresponden a los del sueño, las hace mucho desacreditadas quimeras del hombre arcaico han regresado dramáticamente al campo de la conciencia moderna.

De acuerdo con este punto de vista, parece que a tra­vés de los cuentos fantásticos —que pretenden describir las vidas de los héroes legendarios, las fuerzas de las divi­nidades de la naturaleza, los espíritus de los muertos y los ancestros totémicos del grupo— se da expresión simbólica a los deseos, temores y tensiones inconscientes que están por debajo de los patrones conscientes de la conducta hu­mana. La mitología, en otras palabras, es psicología mal leída como biografía, historia y cosmología. El psicólogo moderno puede traducirla retrotrayéndola a sus connota­ciones propias y rescatar así para el mundo contemporáneo un rico y elocuente documento de las más oscuras profun­didades del alma humana. Aquí, como en un fluoroscopio, están revelados los escondidos procesos del enigma del Homo sapiens, occidental y oriental, primitivo y civilizado, contemporáneo y arcaico. El espectáculo completo está ante nuestros ojos. Sólo debemos leerlo, estudiar sus patrones constantes, analizar sus variaciones y llegar a un entendimiento [234] de las fuerzas profundas que han dado forma al destino humano y que deben seguir determinando nuestras vidas, tanto privadas como públicas.

Pero si hemos de captar el valor completo de los mate­riales, debemos tener en cuenta que los mitos no son exacta­mente comparables a los sueños. Sus figuras se originan de las mismas fuentes —las fuentes inconscientes de la fan­tasía— y su gramática, es la misma, pero no son productos espontáneos del sueño. Al contrario, sus patrones están con­trolados conscientemente. Y su función aceptada es servir como un poderoso lenguaje pictórico para la comunicación de la sabiduría tradicional. Esto ya es válido para las lla­madas mitologías populares de los pueblos primitivos. El shamán que puede ponerse en trance y el iniciado sacerdote-antílope, no son poco sofisticados por la sabiduría del mun­do, ni torpes en los principios de la comunicación por ana­logía. Las metáforas por las que viven y a través de las cua­les operan, han sido cobijadas, buscadas y discutidas por siglos, aun por milenios; han servido a sociedades enteras, y lo que es más, han sido las mantenedoras del pensa­miento y de la vida. Los patrones culturales han tomado de ellos su forma. La juventud recibe educación y la vejez sabiduría a través del estudio, la experiencia y el entendi­miento de sus formas iniciadoras efectivas. Porque en rea­lidad éstas tocan y ponen en juego las energías vitales de toda la mente humana. Unen el inconsciente a los campos de la acción práctica, no en forma irracional, a manera de una proyección neurótica, sino en tal forma que permita una comprensión madura, seria y práctica del mundo fáctico para que actúe como un control firme en los reinos del deseo y del temor infantiles. Y si eso es cierto de las rela­tivamente sencillas mitologías populares (los sistemas del mito y del ritual por medio de los cuales se sostenían las tribus primitivas cazadoras y pescadoras), ¿qué podría de­cirse de esas magníficas metáforas cósmicas que se reflejan en las grandes epopeyas homéricas, la Divina Comedia de Dante, el Libro del Génesis y los eternos templos del Orien­te? Hasta las décadas más recientes, éstos fueron los soportes de la vida humana y la inspiración de la filosofía, de la poesía y de las artes. Cuando los símbolos heredados han sido retocados por Lao-Tse, Buddha, Zoroastro, Cristo o Mahoma, empleados por un consumado maestro del es­píritu como vehículos de la más profunda instrucción moral [235] y metafísica, obviamente nos encontramos más en la presencia de una inmensa conciencia que de una oscu­ridad.

Y así, para aprehender el valor íntegro de las figuras mitológicas que nos han llegado, debemos entender que no son sólo síntomas del inconsciente (como son todos los pensamientos y actos humanos) sino también declaraciones controladas e intencionadas de ciertos principios espiri­tuales, que han permanecido constantes a través del cur­so de la historia humana como la forma y la estructura nerviosa de la psique humana en sí misma. Para decirlo en pocas palabras, la doctrina universal enseña que todas las estructuras visibles del mundo —todos los seres y las cosas— son los efectos de una fuerza ubicua de la cual surgen, que los sostiene y los llena durante el período de su manifestación y los devuelve adonde finalmente deben di­solverse. Ésta es la fuerza conocida en términos científicos como energía, para los melanesios como mana, para los in­dios sioux como wakonda, para los hindúes como shakti y para los cristianos como el poder de Dios. Su manifesta­ción en la psique la ha llamado el psicoanálisis libido.1 Y su manifestación en el cosmos es la estructura y el flujo del universo mismo.

La aprehensión de la fuente de este sustrato del ser, indiferenciado pero particularizado en todas partes; la frus­tran los mismos órganos por los cuales debe alcanzarse la aprehensión. Las formas de la sensibilidad y las categorías del pensamiento humano,2 que son en sí mismas manifes­taciones de este poder3 limitan a la mente de tal manera que es normalmente imposible no sólo ver, sino concebir por encima del asombroso espectáculo fenoménico, lleno de color, fluido e infinitamente variado. La función del ritual y del mito es hacer posible y luego facilitar el salto, por medio de la analogía. Las formas y conceptos que la mente y sus sentidos pueden comprender están pre­sentados y arreglados de tal manera que sugieran una ver­dad o la amplitud trascendente. Luego, cuando se han dado las condiciones para la meditación, se deja solo al indivi­duo. El mito es sólo lo penúltimo, lo último es esa amplitud, [236] ese vacío o ser, por encima de las categorías,4 en el cual la mente debe sumergirse sola y ser disuelta. Por lo tanto, Dios y los dioses sólo son medios convenientes, en sí mis­mos, de la naturaleza del mundo de los nombres y las formas, aunque elocuentes de lo inefable y finalmente con­ductores a él. Son simplemente símbolos para mover y despertar la mente y para sobrepasarla en sí mismos.5

El cielo, el infierno, la edad mitológica, el Olimpo y todas las otras habitaciones de los dioses son interpreta­das por el psicoanálisis como símbolo del inconsciente. La clave para los modernos sistemas de interpretación psi­cológica es por lo tanto la siguiente: el reino metafísico = el inconsciente: “Porque —como Jesús lo dice— el reino de Dios está dentro de vosotros”.6 Por supuesto, el paso de la superconsciencia al estado de inconsciencia es precisamente el significado de la imagen bíblica de la Caída. La constricción de la conciencia, a la cual debemos el hecho de que no vemos la fuente del poder universal, sino sólo las formas fenoménicas que son reflejos de ese poder, con­vierte la superconsciencia en inconsciencia y en el mismo instante y por el mismo hecho, crea el mundo. La reden­ción consiste en el regreso a la superconsciencia y, por lo tanto, a la disolución del mundo. Éste es el gran tema y fórmula del ciclo cosmogónico, la imagen mítica de la llegada del mundo a la manifestación, y el subsecuente regreso a la condición de no manifestación. Igualmente, el nacimiento, la vida y la muerte del individuo, pueden ser considerados como el descenso a la inconsciencia y el re­greso. El héroe es aquel que, mientras vive, sabe y repre­senta los llamados de la superconsciencia que a través [237] de la creación es más o menos inconsciente. La aventura del héroe representa el momento de su vida en que alcanza la iluminación, el momento nuclear en que, todavía vivo, encuentra y abre el camino de la luz por encima de los oscuros muros de nuestra muerte en vida.

Y así sucede que los símbolos cósmicos se presentan con el espíritu de una paradoja sublime que aturde al pensamiento. El reino de Dios está dentro y también fue­ra; Dios, sin embargo, no es sino un medio conveniente de despertar al alma, la princesa dormida. La vida es su sue­ño y la muerte es su despertar. El héroe, que despierta su propia alma, no es en sí mismo sino el medio conveniente de su propia disolución. Dios, aquel que despierta el alma es, por lo tanto, su propia e inmediata muerte.

Tal vez el más elocuente símbolo posible de este mis­terio es el dios crucificado, el dios que ofrece “su per­sona a sí mismo”.7 Leído en un sentido, el significado es el paso del héroe fenoménico a la superconsciencia: el cuer­po con sus cinco sentidos —como el Príncipe Cinco Ar­mas adherido al del Cabello Pegajoso— cuelga de la cruz del conocimiento de la vida y de la muerte, clavado en cinco lugares (las dos manos, los dos pies y la cabeza coronada de espinas).8 Pero también Dios ha descendido voluntariamente y ha tomado para sí mismo esta fenoméni­ca agonía. Dios asume la vida del hombre y el hombre libera al Dios de sí mismo en el punto medio de los brazos en cruz de la misma “coincidencia de los contrarios”,9 la misma puerta del sol a través de la cual Dios desciende y el Hombre asciende, cada uno como alimento del otro.10

Por supuesto, el estudioso moderno puede enfocar estos símbolos como lo desee, ya sea como síntoma de ig­norancia de los otros, o como un signo de la propia; ya sea en términos de una reducción de la metafísica a la psicología o viceversa. La forma tradicional fue la de meditar en los símbolos en ambos sentidos. De cualquier modo, son metáforas explícitas del destino del hombre, de su esperanza, de su fe y de su oscuro misterio.

I.LA AVENTURA DEL HÉROE

4.LAS LLAVES

La aventura puede resumirse en el siguiente diagrama:

El héroe mitológico abandona su choza o castillo, es atraído, llevado, o avanza voluntariamente hacia el umbral de la aventura. Allí encuentra la presencia de una sombra que cuida el paso. El héroe puede derrotar o conciliar esta fuerza y entrar vivo al reino de la oscuridad (batalla con el hermano, batalla con el dragón; ofertorio, encan­tamiento), o puede ser muerto por el oponente y descender a la muerte (desmembramiento, crucifixión). Detrás del umbral, después, el héroe avanza a través de un mundo de fuerzas poco familiares y sin embargo extrañamente íntimas, algunas de las cuales lo amenazan peligrosamente (pruebas), otras le dan ayuda mágica (auxiliares). Cuando llega al nadir del periplo mitológico, pasa por una prue­ba suprema y recibe su recompensa. El triunfo puede ser representado como la unión sexual del héroe con la diosa madre del mundo (matrimonio sagrado), el reconocimien­to del padre-creador (concordia con el padre), su propia divinización (apoteosis) o también, si las fuerzas le han permanecido hostiles, el robo del don que ha venido a ganar [224] (robo de su desposada, robo del juego); intrínseca­mente es la expansión de la conciencia y por ende del ser (iluminación, transfiguración, libertad). El trabajo final es el del regreso. Si las fuerzas han bendecido al héroe, ahora éste se mueve bajo su protección (emisario); si no, huye y es perseguido (huida con transformación, huida con obstáculos). En el umbral del retorno, las fuerzas trascendentales deben permanecer atrás; el héroe vuelve a emerger del reino de la congoja (retorno; resurrección). El bien que trae restaura al mundo (elíxir).

Fig. 12. El retorno de Jasón1

[225]

Los cambios que se llevan a cabo en la escala del monomito desafían toda descripción. Muchas historias aíslan o aumentan grandemente uno o dos elementos típicos del ciclo completo (el motivo de la prueba, el motivo de la huida, el rapto de la desposada), otros reúnen un grupo de ciclos independientes en una sola serie (como en la Odi­sea). Caracteres o episodios diferentes pueden fundirse o un solo elemento puede multiplicarse y reaparecer bajo muchos cambios.

El perfil de los mitos y de los cuentos está expuesto a ser dañado u oscurecido. Los rasgos arcaicos son gene­ralmente eliminados o suavizados. El material importado se revisa para que cuadre con el paisaje, las costumbres o las creencias locales y el material primitivo sufre en el proceso. Lo que es más: en las innumerables repeticiones de una historia tradicional son inevitables las dislocacio­nes accidentales o intencionales. Para explicar elementos que por una u otra razón han perdido su significado, se inventan interpretaciones secundarias, a menudo con gran habilidad.2

En la historia esquimal de Cuervo en el vientre de la ballena, el motivo de las teas ha sufrido una disloca­ción y la subsecuente racionalización. El arquetipo del héroe en el vientre de la ballena es ampliamente cono­cido. El principal acto del aventurero es usualmente encender una fogata con sus pedazos de madera en el interior del monstruo, causando así la muerte de la ballena y su propia liberación. El encender fuego de esta manera es un símbolo del acto sexual. Los dos pedazos de madera, el cóncavo y el agudo, son conocidos respectivamente como lo femenino y lo masculino; la llama es la vida nue­vamente generada. El héroe que prende fuego dentro de la ballena es una variante del matrimonio sagrado.

Pero en el cuento esquimal, esta imagen de la fogata sufrió una modificación. El principio femenino estaba per­sonificado en la bella joven que Cuervo encontró en el gran aposento del animal; al mismo tiempo, la conjunción de lo femenino con lo masculino fue simbolizada separada­mente en las gotas de aceite que por el tubo caían en la lám­para encendida. El hecho de que Cuervo probara el aceite [226] es su participación en el acto. El cataclismo resultante re­presenta la crisis típica del nadir, la terminación del anti­guo eón y el principio del nuevo. El surgimiento de Cuervo simboliza el milagro del renacimiento. Como los leños originales se habían vuelto superfluos, fue inventado un epílogo inteligente y divertido, para darles una función en el argumento. Después de haber dejado los pedazos de madera en el vientre de la ballena, Cuervo pudo inter­pretar este descubrimiento como un signo de mala suerte, para asustar a la gente y disfrutar el festín solo. Este epílogo es un excelente ejemplo de elaboración secundaria. Se basa en el carácter astuto del héroe, pero no es, un elemento de la historia esencial.

En las últimas etapas de muchas mitologías, las imágenes clave se esconden como agujas en grandes pajares de anécdota y racionalización secundarias; pues cuando una civilización ha pasado desde el punto de vista mitológico al seglar, las imágenes más antiguas ya no son sentidas ni del todo aprobadas. En la Grecia helenística y en la Roma imperial, los antiguos dioses fueron reducidos a patrones cívicos, mascotas domésticas y favoritos literarios. Incomprendidos temas heredados, como el del Minotauro —el aspecto nocturno, terrible y oscuro de la antigua representación egipcio-cretense del dios del sol y divino rey encarnado— fueron racionalizados y reinterpretados para adecuarlos a finalidades contemporáneas. El Monte Olimpo se convirtió en una Riviera de escándalos y asuntos amorosos, y las diosas madres en histéricas ninfas. Los mitos se leían como idilios sobrehumanos. En cambio en China, en donde la fuerza humanística y moralizadora del confucianismo ha vaciado completamente las viejas formas del mito de su grandeza primaria, la mitolo­gía oficial es hoy un grupo de anécdotas sobre los hijos y las hijas de los oficiales provincianos quienes, por ser­vir a su comunidad de una manera o de otra, eran elevados por sus agradecidos beneficiarios a la dignidad de dioses locales. En el cristianismo moderno progresista, Cristo, en­carnación del Logos y Redentor del Mundo, es ante todo un personaje histórico, un inofensivo y sabio hombre del campo del pasado semioriental, que predicaba la doctri­na benigna de “haz lo que quieras que hagan contigo” y sin embargo fue ejecutado como un criminal. En su muerte se lee una espléndida lección de integridad y fortaleza.

[227] En cuanto la poesía del mito es interpretada como bio­grafía, historia o ciencia, muere. Las imágenes vivas se convierten sólo en hechos remotos de un tiempo o de un cielo distantes. Además no es difícil demostrar que como ciencia o historia la mitología es absurda. Cuando una civilización empieza a reinterpretar su mitología de esta manera, la vida huye de ella, los templos se convierten en museos y se disuelve la liga entre las dos perspectivas. Esa plaga ha descendido sobre la Biblia y sobre gran parte del culto cristiano.

Para devolver las imágenes a la vida, el individuo tiene que buscar, no interesantes aplicaciones a asuntos moder­nos, sino huellas iluminantes del pasado inspirado. Cuan­do éstas se encuentran, vastas áreas de iconografía medio muerta muestran de nuevo su significado humano per­manente.

En el Sábado Santo de la Iglesia Católica, por ejemplo, después de la bendición del fuego nuevo,3 de la bendición del cirio pascual, y de la lectura de las profecías, el sacer­dote se pone una capa pluvial púrpura y precedido por la cruz procesional, los candelabros y la vela bendita encen­dida, va a la pila bautismal con sus ministros, mientras se canta lo siguiente: “Como el ciervo suspira por las fuentes de las aguas, así desea mi alma a Ti, oh Dios mío,... ¿Cuán­do vendré y compareceré ante el rostro de Dios? Fueron para mí las lágrimas panes de día y de noche, cuando se me dice todos los días: ¿dónde está tu Dios?” (Salmo xli, 24).

Al llegar al umbral del baptisterio, el sacerdote hace una pausa para ofrecer una plegaria, luego entra y bendice el agua de la pila “para que una primogenitura celestial, concebida ya por esta bendición, salga del seno inmaculado de esta divina fuente para un nuevo nacimiento; y que todos, cualquiera que sea la diferencia de edad o de sexo, reciban nueva vida por la fecunda virtud de la gracia”. Toca el agua con su mano y ora para que sea purificada de la malicia de Satán; hace el signo de la cruz por enci­ma del agua; divide el agua con su mano y la rocía hacia las cuatro partes del mundo, sopla tres veces sobre el agua en forma de cruz, luego sumerge el cirio pascual en el [228] agua y entona: “Descienda sobre toda esta pila la virtud del Espíritu Santo.” Retira la vela, la sumerge de nuevo a una mayor profundidad y repite en un tono más alto: “Descienda sobre toda esta pila la virtud del Espíritu Santo”, de nuevo retira la vela y la sumerge por tercera vez hasta el fondo, repitiendo en un tono más alto todavía: “Descienda sobre toda esta pila la virtud del Espíritu San­to”; entonces sopla tres veces sobre el agua y sigue ade­lante: “Y fecunde toda la sustancia de esta agua, dándola virtud regeneradora”. Retira la vela del agua y luego de unas plegarias finales los sacerdotes asistentes rocían a la gente con esta agua bendita.4

El agua femenina espiritualmente fructificada con el fuego masculino del Espíritu Santo es el equivalente cris­tiano del agua de la transformación conocida en todos los sistemas de imágenes mitológicas. Este rito es una va­riante del matrimonio sagrado, que es la fuente que genera y regenera al mundo y al nombre; precisamente, el misterio simbolizado por el lingam hindú. Entrar a esta fuente es sumergirse en el reino mitológico; romper su superficie es cruzar el umbral del mar nocturno. Simbólicamente, el niño hace esta jornada cuando el agua cae sobre su cabeza; su guía y sus auxiliares son el sacerdote y los padrinos. Su meta es una visita a los padres de su Ser Eterno, el Espí­ritu de Dios y el Vientre de la Gracia.5 Entonces se le de­vuelve a los padres de su cuerpo físico.

Pocos de nosotros tenemos algún indicio del sentido del rito del bautismo, que fue la iniciación a nuestra Igle­sia. Sin embargo, aparece claramente en las palabras de Jesús: “ ‘En verdad, en verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el Reino de Dios.’ Díjole Nicodemo: ‘¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer? Respondió Jesús: ‘En verdad, en verdad te digo que quien no naciese del agua y del espíritu no pue­de entrar en el Reino de los Cielos.’”6

[229] La interpretación popular del bautismo es la de que “lava el pecado original”, lo cual subraya la idea de la pu­rificación y no la del renacimiento. Ésta es una interpreta­ción secundaria. O si se recuerda la imagen tradicional del nacimiento, nada se dice del matrimonio que lo antecede. Los símbolos mitológicos, sin embargo, tienen que ser se­guidos a través de todas sus implicaciones antes de que abran el sistema total de correspondencias a través del cual representan por analogía la aventura milenaria del alma.

3.EL REGRESO
6. Libertad para vivir

[218] Y bien, ¿cuál es el resultado del pasaje milagroso y del regreso?

El campo de batalla es simbólico del campo de la vida, donde cada criatura vive de la muerte de otra. El caer en la cuenta de la inevitable culpa de vivir puede enfermar el corazón de tal modo que, como Hamlet o como Arjuna, el individuo puede rehusarse a seguir. Por otra parte, como casi todos nosotros, el individuo puede inventar una falsa y finalmente injustificada imagen de sí mismo como un fenómeno excepcional en el mundo, no culpable como los otros, sino justificado de sus inevitables pecados por­que representa el bien. Esa rectitud del yo lleva al mal entendimiento, no sólo de uno mismo, sino de la naturaleza del hombre y del cosmos. La meta del mito es despejar la necesidad de esa ignorancia de la vida efectuando una reconciliación de la conciencia del individuo con la volun­tad universal. Y esto se efectúa a través de una valoración de la verdadera relación entre los fenómenos pasajeros del tiempo con la vida imperecedera que vive y muere en todos.

“Así como una persona se desprende de sus ropas viejas y se pone otras nuevas, así el Yo encarnado se des­prende de sus cuerpos viejos y entra en otros que son nue­vos. Las armas no Lo hieren; el fuego no Lo quema; el agua no Lo moja; el viento no Lo marchita. Este Yo no puede ser herido, ni quemado, ni mojado, ni marchitado. Es eterno, lo penetra todo, no cambia, es inmóvil, el Yo es el mismo para siempre.”38

El hombre en el mundo de la acción pierde su centramiento en el principio de la eternidad si está ansioso por el resultado de sus hechos. Pero si los entrega con sus frutos en el regazo del Dios vivo, es liberado por ellos, como por medio del sacrificio, de las limitaciones del mar de la muerte. “Haz sin apego el trabajo que tienes que hacer... cédeme todas tus acciones, con la mente concentrada en el Yo, libérate de la nostalgia y del egoísmo, lucha sin dejarte perturbar por la congoja.”39

Poderoso en esta intuición, tranquilo y libre en la acción, [219] exaltado de que por su mano haya de correr la gra­cia de Viracocha, el héroe es el vehículo consciente de la Ley terrible y maravillosa, ya sea que trabaje de carnicero, corredor de caballos o rey.

Gwion Bach, después de haber probado tres gotas de la marmita del veneno y de la inspiración, fue comido por la bruja Caridwen, renació como niño, fue abandonado en el mar, fue encontrado a la mañana siguiente en una red de pescar por un joven infeliz, dolido y desilusionado lla­mado Elphin, hijo del rico terrateniente Gwyddno, cuyos caballos habían muerto a causa del líquido derramado al romperse la marmita. Cuando los hombres sacaron la bolsa de cuero de la red, la abrieron y vieron la frente del niño, le dijeron a Elphin: “¡Contempla una frente ra­diante (taliesin)!” “Taliesin ha de llamarse”, dijo Elphin. Tomó al niño en sus brazos y lamentando su desgracia, lo colocó compasivamente detrás de él. Hizo que su caba­llo, que antes iba al trote, avanzara lentamente, y lo llevó con tanta suavidad como si lo hubiera sentado en la silla más cómoda del mundo. Después, el niño recitó en voz alta un poema en alabanza y consuelo de Elphin, y le predijo honor y gloría.

¡Bello Elphin, deja de lamentarte!

No dejes que nadie se muestre insatisfecho de lo suyo.

La desesperación no ha de traer ventajas.

Ningún hombre ve lo que lo sostiene...

Débil y pequeño como soy,

En la espumeante playa del océano,

Te he de ser el día de la necesidad

De más servicio que trescientos salmones...

Cuando Elphin regresó al castillo de su padre, Gwyddno le preguntó si había hecho una buena pesca, y él le con­testó que lo que traía era mejor que el pescado. “¿Y qué es?”, dijo Gwyddno. “Un bardo”, contestó Elphin. Entonces dijo Gwyddno: “¿Y qué beneficio ha de traerte?” Y el niño mismo contestó y dijo: “Le traerá más ganancias que las que el agua te ha traído a ti.” Y preguntó Gwyddno: “¿Sabes hablar siendo tan pequeño?” Y el niño contestó: “Sé mejor hablar que tú sabes preguntar.” “Déjame escuchar lo que sabes decir”, dijo Gwyddno. Entonces Taliesin cantó una canción filosófica.

Un día, el rey celebró una sesión con la corte y Taliesin [220] se colocó en un rincón. “Y cuando los bardos y los heraldos vinieron a cantar alabanzas, a proclamar la fuerza y ‘el poder del rey, en el momento en que pasaron por el rincón en que Taliesin estaba, éste juntó los labios y expeliendo el aire mientras hacía vibrar los labios con el dedo, hizo ‘blerum, blerum.’ Ninguno de ellos le prestó mucha atención mientras pasaban, sino que siguieron adelante hasta que llegaron a presencia del rey, ante el cual hicieron señal de obediencia con sus cuerpos, como debían, sin hablar una sola palabra, pero adelantaron los labios y con los dedos los hicieron sonar: ‘blerum, blerum’, como habían visto hacer al muchacho. Esto le causó asombro al rey y pensó para sí mismo que estarían borrachos. Por lo tan­to, ordenó a uno de los señores que le servían que se diri­giera a ellos y expresara el deseo de que volvieran a sus cabales, y que consideraran el lugar en que se encontraban y lo que era adecuado que hicieran. Así lo hizo prestamente el señor. Pero ellos no suspendieron sus tonterías. Des­pués el rey envió por segunda vez al señor que les había hecho advertencias antes, y por tercera vez, pidiendo que abandonaran la estancia real. Por fin el rey ordenó a uno de sus escuderos que golpeara al jefe de ellos, llamado Heinin Vardd; y el escudero tomó una escoba y lo golpeó en la cabeza, de manera que cayó sentado en su silla. Entonces se puso de rodillas e imploró la gracia del rey para demostrar que aquella irreverencia no era por falta de conocimiento, ni por embriaguez, sino por influencia de algún espíritu que estaba en el salón. Después de lo cual Heinin habló de esta manera: ‘Oh rey honorable, que vuestra gracia sepa que no hemos enloquecido por la fuerza de la bebida, o por mucho licor; estamos mudos, sin fuerza para hablar, como hombres embriagados, por la influencia de un espíritu que está sentado en aquel rincón con la forma de un niño.’ El rey ordenó al escudero que lo fuera a buscar y éste fue al taburete donde estaba sentado Taliesin y lo trajo ante el rey, quien le preguntó qué era y de dónde venía. Taliesin contestó al rey en verso.

Para Elphin soy el primer bardo en jefe.

Mi país original es la región de las estrellas del verano;

Idno y Heinin me llaman Merddin,

Pero más tarde los reyes han de llamarme Taliesin.

Estuve con mi Señor en la más alta esfera, [221]

Caí con Lucifer en las profundidades del infierno.

He llevado un pendón ante Alejandro;

Sé los nombres de las estrellas de norte a sur;

He estado en la galaxia en el trono del Distribuidor;

Estuve en Canaán cuando Absalón fue muerto;

Llevé el Espíritu Divino al nivel del valle de Hebrón;

Estuve en la corte de Don antes de que naciera Gwdion.

Fui instructor de Eli y de Enoc;

Me dio alas el genio del espléndido báculo;

He sido locuaz desde antes de que me fuera dado el don de la palabra;

Estuve en el lugar de la Crucifixión del Misericordioso Hijo de Dios;

He sido tres veces aprisionado en la prisión de Arianrod;

He sido jefe máximo de los trabajos de la torre de Nemrod:

Soy un milagro cuyo origen no se conoce.

He estado en Asia en el Arca con Noé,

He visto la destrucción de Sodoma y Gomorra;

Estuve en la India cuando Roma fue construida,

Y ahora vengo aquí, a las ruinas de Troya.

Estuve con mi Señor en el pesebre del asno;

Conforté a Moisés a través de las aguas del Jordán;

He estado en el firmamento con María Magdalena;

Obtuve la musa del caldero de Caridwen;

He sido el bardo del arpa de Lleon de Lochlin.

He estado en la Colina Blanca, en la corte de Cynvelyn,

Estuve por un día y un año en cepo y grilletes,

He sufrido hambre por el Hijo de la Virgen,

Me he nutrido en la tierra de la Deidad,

He sido el maestro de todas las inteligencias,

Soy capaz de instruir al universo entero.

Estaré sobre el rostro de la tierra hasta el día del juicio

Y no se sabe si mi cuerpo es de carne o de pescado.

Luego, estuve durante nueve meses

En el vientre de la bruja Caridwen;

Originalmente fui el pequeño Gwion,

Y ahora soy Taliesin.

Y cuando el rey y sus nobles hubieron oído la canción, mucho se maravillaron, porque nunca habían escuchado nada así de un muchacho tan joven.”40

La parte mayor de la canción del bardo está dedicada al Imperecedero, que vive en él, y sólo una breve estrofa a los detalles de su biografía personal. Los que escuchan están orientados al Imperecedero y reciben incidentalmente unas cuantas informaciones. Aunque Gwion había temido a la terrible bruja, había sido tragado y había renacido. [222] Después de haber muerto su ego personal, se levan­tó establecido en el Yo.

El héroe es el campeón de las cosas que son, no de las que han sido, porque el héroe es. “Antes de que Abraham fuera, yo soy.” Él no equivoca la aparente invariabilidad del tiempo con la permanencia del Ser, ni teme los momen­tos venideros (ni la “otra cosa”), como destructores de la permanencia con su propio cambio. “Nada retiene su propia forma; pero la Naturaleza, la gran renovadora, sigue haciendo formas de las formas. Por eso nada perece en el universo, sino que varía y renueva su forma.”41 Así es posible permitir la llegada del momento venidero. Cuando el Príncipe de la Eternidad besó a la Princesa del Mundo, su resistencia se aplacó. “Abrió los ojos, despertó y lo miró amistosamente. Juntos bajaron las escaleras; el rey des­pertó, lo mismo que la reina y toda la corte, y se miraron los unos a los otros con ojos asombrados. Y los caballos de la corte se levantaron y se sacudieron; y los perros de caza brincaron y movieron las colas, los palomos del techo sacaron las cabezas menudas de debajo de las alas, miraron a su alrededor y volaron por el campo; las moscas que estaban en la pared empezaron a caminar; el fuego de la cocina se encendió, llameó y cocinó la comida; el asado empezó a humear; el cocinero le dio al pinche un mano­tazo en la oreja que lo hizo aullar; y la criada terminó de desplumar el pollo.”42

5. La posesión de los dos mundos

La libertad para atravesar en ambos sentidos la división de los mundos, desde la perspectiva de las apariciones del tiempo a aquella de la causalidad profunda, y a la inversa, sin contaminar los principios de la una con los de la otra, pero permitiendo a la mente conocer a la una por virtud de la otra, es el talento del maestro. La Bailarina Cósmica, declara Nietzsche, no descansa pesadamente en un solo punto, sino que ligera y alegremente brinca y se vuelve de una posición a otra. Es posible hablar desde un solo punto a la vez, pero eso no invalida las instituciones del resto.

Los mitos no descubren a menudo en una sola ima­gen el misterio del pronto tránsito. Cuando lo hacen, el momento es un símbolo precioso, lleno de importancia, que debe ser atesorado y contemplado. Un momento así fue el de la Transfiguración de Cristo.

“Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto, y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les apare­cieron Moisés y Elías hablando con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: ‘Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elias.’26 Aun estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: ‘Éste es mi hijo amado, en quién tengo mi complacencia; [211] escuchadle.’ Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acer­có, y tocándolos dijo: ‘Levantaos, no temáis.’ Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús. Al bajar del monte les mandó Jesús, diciendo: ‘No deis a conocer a na­die esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.’”27

Aquí, en un momento, se encuentra el mito entero: Je­sús el guía, el camino, la visión y el compañero del re­greso. Los discípulos son los iniciados, no los amos del misterio, pero que no obstante, fueron introducidos a la ple­na experiencia de la paradoja de los dos mundos en uno. Pedro estaba tan aterrorizado que tartamudeaba.28 La carne se había disuelto ante sus ojos para revelar el Verbo. Cayeron sobre sus rostros y cuando se levantaron; la puerta se había cerrado de nuevo.

Debe observarse que este momento eterno se remonta por encima de la realización romántica del destino indivi­dual de Kamaru-s-Semán. No sólo tenemos un paso maes­tro, de ida y vuelta, por el umbral del mundo, sino que ob­servamos una penetración de las profundidades muchísimo más honda. El destino individual no es el motivo ni el tema de esta visión, pues la revelación fue contemplada por tres testigos y no uno: de allí que no pueda ser des­entrañada satisfactoriamente en simples términos psico­lógicos. Por supuesto, podemos descartarla. Podemos po­ner en duda si esta escena tuvo lugar alguna vez. Pero eso no nos ayudaría, porque los que nos ocupan ahora son pro­blemas de simbolismo y no de historicidad. No nos interesa particularmente saber si en realidad vivieron Rip van Winkle, Kamaru-s-Semán o Jesucristo. Sus historias son las que nos interesan y éstas están tan ampliamente dis­tribuidas en el mundo, unidas a diferentes héroes en dife­rentes países, que el problema de si es o no histórico, vivo, este o el otro portador local del tema universal sólo puede tener una importancia secundaria. El subrayar este ele­mento histórico llevaría solamente a la confusión, serviría para ofuscar el mensaje de la imagen.

[212] ¿Cuál es el significado de la imagen de la transfigura­ción? Eso es lo que tenemos que preguntarnos. Pero para poder explicarlo en terrenos de universalidad y no de sectarismos, debemos ir a otro ejemplo, igualmente celebrado, del suceso arquetípico.

Lo siguiente está tomado del “Canto del Señor” hin­dú, el Bhagavad Gita29. El Señor, el bello joven Krishna, es una encarnación de Vishnú, el Dios Universal; el prín­cipe Arjuna es su discípulo y amigo.

Arjuna dijo: “Oh, Señor, si crees que soy capaz de contemplarlo, entonces, oh maestro de yoguis, revélame tu Ser Inmutable.” El Señor dijo: “Contempla mis formas por cientos y por miles, múltiples y divinas, variadas en forma y matiz. Contempla todos los dioses y los ángeles; contempla muchas maravillas que nadie ha visto antes. Mira aquí hoy el universo entero, lo que, se mueve y lo que no se mueve y todo aquello que desees ver, todo concentrado en mi cuerpo. Pero con esos ojos no puedes verme. Te doy un ojo divino; contempla ahora mi soberana fuerza yoga.”

Habiendo hablado así, el gran Señor del Yoga reveló a Arjuna su suprema forma como Vishnú, Señor del Uni­verso con muchos ojos y caras presentando muchas vistas portentosas, adornado con muchos ornamentos celestia­les, armado con muchas divinas armas levantadas; lle­vando celestiales guirnaldas y vestiduras, ungido con divinos perfumes, omnimaravilloso, esplendente, sin lími­tes y con rostros en todos sus lados. Si la irradiación de mil soles fuera a alumbrar al mismo tiempo el cielo, aquello sería como el esplendor del Poderoso. En la persona del Dios de los dioses, Arjuna contempló el universo entero, con sus múltiples divisiones reunidas en uno. Entonces, so­brecogido de asombro, con los cabellos de punta, Arjuna inclinó la cabeza ante el Señor, juntó las palmas de las manos a modo de saludo y se dirigió a Él:

“En Tu cuerpo, oh Señor, contemplo todos los dioses y todas las diferentes clases de seres: al Señor Brahma, sentado en el loto, a todos los patriarcas y a las serpientes celestiales. Te contemplo con miríadas “de brazos y vientres, con miríadas de rostros y ojos; te contemplo infinito en [213] tu forma por todos los lados, pero no veo ni Tu fin ni Tu medio ni Tu principio, ¡Oh, Señor del Universo, oh, Forma Universal! Te contemplo brillando por todas partes como una masa de irradiación, con Tu diadema, Tu maza, y Tu disco relampagueando como el fuego ardiente y el sol ardiente, sobrepasando todas las medidas y difícil de con­templar. Tú eres el Supremo Apoyo del Universo; Tú eres el Inmortal Guardián de la Ley Eterna; Tú eres, por lo que creo, el Ser Primario.”

Esta visión se le presentó a Arjuna en un campo de batalla justamente antes de que el toque de la primera trompeta llamara a combate. Con el dios como cochero, el gran príncipe atravesó el campo entre los dos ejércitos listos para la batalla. Su propio ejército se había reunido contra el de su primo el usurpador, y ahora, en las huestes del enemigo, el príncipe vio una multitud de hombres que conocía y amaba. El ánimo lo traicionó: “¡Ay —le dijo al divino cochero—, estamos resueltos a cometer un gran pecado, pues nos preparamos a asesinar a nuestros allega­dos para satisfacer nuestra ambición por el placer de un reinado! Mucho mejor sería para mí que los hijos de Dhritarashtra, arma en mano, me mataran en batalla, y yo estuviera pacífico y desarmado. No lucharé.” Pero fue entonces cuando el dios sabio le devolvió el valor y le in­fundió la sabiduría del Señor, y finalmente le concedió esta visión. El príncipe contempló, enmudecido, no sólo a su amigo transformado en la personificación viva del Apo­yo del Universo, sino a los héroes de los dos ejércitos que desaparecían como el viento en las innumerables y terri­bles bocas de la deidad. Exclamó lleno de horror:

“¡Cuando veo Tu forma relampagueante alcanzar los cielos y brillar con muchos colores, cuando Te veo con la boca completamente abierta y con Tus grandes ojos relu­cientes, lo más escondido de mi alma tiembla de terror, y no encuentro ni paz ni valor, oh Vishnú! Cuando contem­plo tus bocas, que causan terror con sus defensas, como el fuego del Tiempo que todo lo consume, me siento desorien­tado y no encuentro paz. ¡Sé misericordioso, oh Señor de los Dioses, oh Firmamento del Universo! Todos es­tos hijos de Dhritarashtra, así como las huestes de mo­narcas, y Bhishma, Drona y Karna, y los jefes guerreros de mi partido, entran precipitadamente en tus terribles bocas armadas de colmillos espeluznantes a la vista. Puede [214] verse cómo algunos caen entre tus dientes, y sus cabezas son convertidas en polvo. Como los torrentes de muchos ríos corren hacia el océano, así caen los héroes del mundo mortal en Tus fieras y llameantes bocas. Como las mari­posas vuelan alocadas para desaparecer en el ardiente fuego, así corren estas creaturas a su destrucción dentro de Tus bocas. Te relames y devoras todos los lados de todos los mundos con Tus bocas llameantes. Tus feroces rayos llenan todo el universo con su irradiación y lo queman, ¡Oh Vishnú! Dime quién eres, que tomas esta forma terrorí­fica, ¡A Ti te saludo, oh Dios Supremo! Ten misericordia. Deseo conocerte, a Ti que eres el Primero, pues no entiendo Tu propósito.”

El Señor dijo: “Soy el Tiempo poderoso y destructor del mundo, y ahora me ocupo en asesinar a estos hombres. Aun sin ti, todos estos guerreros que forman ejércitos contrarios no habrán de vivir. Por lo tanto levántate y gana la gloria; derrota a tus enemigos y disfruta de un opulento reinado. Por Mí y no por otros han sido muer­tos; sé sólo mi instrumento, oh Arjuna. Mata a Drona y a Bhishma y a Jayadratha y a Karna y también a los otros grandes guerreros que ya han sido muertos por Mí. No te dejes vencer por el temor. Lucha y habrás de vencer a tus enemigos en la “batalla.”

Habiendo escuchado estas palabras de Krishna, Arjuna tembló, dobló sus manos en adoración y se inclinó. So­brecogido de temor, saludó a Krishna y luego se dirigió a Él de nuevo, con la voz vacilante: “...Eres el primero de los dioses, el Alma antigua; eres el supremo lugar de Apoyo del Universo; eres el Conocedor y Aquello que ha de ser conocido y la Última Meta. Y de Ti el mundo está transido, oh Tú el de la forma infinita. Tú eres el Viento y la Muerte y el Fuego y la Luna y el Señor del Agua. Eres el Primer Hombre y el Gran Gran Señor. ¡A ti te saludo!... Me regocijo de haber visto lo que nunca antes se vio; pero mi mente también se halla confusa de temor. Muéstrame la otra forma de Tu ser. Sé misericordioso, oh Señor de los Dioses, oh Firmamento del Universo. Qui­siera verte como antes, con Tu corona y Tu maza y el disco en Tu mano. Asume de nuevo tu forma de los cuatro brazos, oh Tú el de los mil brazos y las formas sin fin.”

El Señor dijo: “Por Mi gracia y por Mi propio poder yoga, oh Arjuna, te he mostrado esta suprema forma, resplandeciente, [215] universal, infinita y primitiva, que nadie más que tú ha visto... No temas, no te asombres al ver esta terrible forma mía. libre de temor y alegre de cora­zón, contempla de nuevo Mi otra forma.”

Habiéndose dirigido así a Arjuna, Krishna asumió una forma llena de gracia y confortó al aterrorizado Pandava.30

El discípulo había sido bendecido con una visión que trascendía el alcance del destino humano normal y que co­rrespondía a una visión de la esencial naturaleza del cos­mos. No se abrió ante él su destino personal, sino el destino de la especie humana, de la vida como un todo, del átomo y de todos los sistemas solares; y esto en términos ade­cuados a su entendimiento humano, o sea en términos de visión antropomórfica: el Hombre Cósmico. Una iniciación idéntica podría haberse efectuado por medio de la imagen igualmente válida del Caballo Cósmico, el Águila Cósmica, el Árbol Cósmico, o la Mantis Religiosa Cósmica.31 Lo que es más, la revelación registrada en el “Canto del Señor” fue hecha en términos adecuados a la casta y a la raza de Arjuna: el Hombre Cósmico a quien él contempló [216] era un aristócrata y un hindú como él. En forma corres­pondiente, en Palestina el Hombre Cósmico apareció como judío; en la antigua Alemania como germano; entre los Basuto es un negro y en Japón un japonés. La raza y la estatura de la figura que simboliza el Universo inmanente y trascendente son de importancia histórica, no semán­tica; también el sexo: la Mujer Cósmica, que aparece en la iconografía de los jainistas32 es un símbolo tan elocuente como el del Hombre Cósmico.

Los símbolos son sólo los vehículos de la comunicación; no deben confundirse con el término final, el contenido, de su referencia. No importa lo atractivos o impresionantes que parezcan, no son más que los medios convenientes, acomodados al entendimiento humano. De aquí la perso­nalidad o personalidades de Dios, ya sea que estén repre­sentadas en términos trinitarios, dualistas o unitarios, en términos politeístas, monoteístas o henoteístas, en forma pictórica o verbal, como un hecho documentado o como una visión apocalíptica, nadie debería intentar leerlos o inter­pretarlos como la cosa final. El problema del teólogo es conservar la transparencia de su símbolo, para que no oscurezca la misma luz que se supone ha de reflejar. “Por­que sólo conocemos a Dios verdaderamente —escribe Santo Tomás de Aquino— cuando creemos que está muy por en­cima de todo lo que posiblemente el hombre puede pensar de Dios.”33 El Upanishad Kena tiene el mismo espíritu: “saber no es saber, no saber es saber”.34 El equivocar el vehículo por su contenido puede llevar a derramar no sólo la tinta sin valor sino la sangre valiosa.

La siguiente observación se refiere a que la transfigu­ración de Jesús fue atestiguada por devotos que habían extinguido sus voluntades personales, por hombres que habían prescindido hacía mucho de la “vida”, del “destino personal”, del “destino”, por una completa entrega a su Maestro. “Ni por medio de los Vedas, ni por penitencia, ni por limosna, ni siquiera por sacrificio, me habrán de ver en la forma en que acabas de contemplarme —declaró Krishna, después de haber reasumido su forma familiar— [217] sino sólo por medio de la devoción por Mí, he de ser cono­cido en esta forma, realizado verdaderamente y penetra­do. Aquel que hace Mi trabajo y me mira como la Meta Suprema, aquel que es devoto Mío y no odia a ninguna criatura, ése vendrá a Mí.”35 La formulación correspon­diente hecha por Jesús, aclara el punto en forma más sucinta: “El que pierda su vida por mí, la hallará.”36

El significado es muy claro; es el significado de toda práctica religiosa. El individuo, por medio de prolongadas disciplinas psicológicas, renuncia completamente a todo su apego a sus limitaciones personales, idiosincrasias, esperan­zas y temores, ya no resiste a la aniquilación de sí mismo que es el prerrequisito al renacimiento en la realización de la verdad y así madura, al final, para la gran reconcilia­ción (unificación). Después de disolver totalmente todas sus ambiciones personales, ya no trata de vivir, sino que se entrega voluntariamente a lo que haya de pasarle; o sea que se convierte en anónimo. La Ley vive en él con su consenti­miento sin reservas.

Muchas son las figuras, particularmente en los contextos sociales y mitológicos del Oriente, que representan este último estado de la presencia anónima. Los sabios que viven como ermitaños y los mendigos errantes que juegan un papel importante en la vida y en las leyendas del Orien­te; en el mito, las figuras como la del Judío Errante (des­preciados, desconocidos, pero con la perla de gran precio en el bolsillo); el mendigo perseguido por los perros; el milagroso poeta mendicante cuya música apacigua el cora­zón; o el dios enmascarado: Wotan, Viracocha, Edshu; éstos son los ejemplos. “Unas veces un tonto, otras veces un sabio, unas veces poseído de real esplendor, otras veces errando, unas veces tan quieto como un pitón, otras ve­ces con una expresión benigna, unas veces lleno de honores, otras insultado, otras desconocido; así vive el hombre realizado, siempre feliz con la suprema dicha. Así como un actor es siempre un hombre, lleve o no la indumentaria de su papel, así es el perfecto conocedor de lo Imperece­dero, siempre lo Imperecedero y nada más.”37

4. El cruce del umbral del regreso

Los dos mundos, el divino y el humano, sólo pueden ser descritos como distintos uno del otro: distintos como la vida y la muerte, como el día de la noche. El héroe se aven­tura lejos de la tierra que conocemos para internarse en la oscuridad; allí realiza su aventura, o simplemente se nos pierde, o es aprisionado, o pasa peligros; y su regreso es descrito como un regreso de esa zona alejada. Sin embargo, y ésta es la gran clave para la comprensión del mito y del símbolo, los dos reinados son en realidad uno. El reino de los dioses es una dimensión olvidada del mundo que conocemos. Y la exploración de esa dimensión, ya sea en forma voluntaria o involuntaria, encierra todo el sentido de la hazaña del héroe. Los valores y las distinciones que en la vida normal parecen de importancia desaparecen con la tremenda asimilación del yo en lo que anteriormente era mera otredad. Como en las historias de las ogresas caníbales, el horror de esta falta de individuación personal puede ser [201] la carga total de la experiencia trascendental para las almas no preparadas. Pero el alma del héroe avanza valiente­mente y descubre que las brujas se convierten en diosas y los dragones en los guardianes de los dioses.

Sin embargo, debe quedar siempre, desde el punto de vis­ta de la conciencia normal despierta, cierta incongruencia desconcertante entre la sabiduría que se trae desde las profundidades y la prudencia que usualmente resulta efectiva en el mundo de la luz. De aquí la divergencia usual entre el oportunismo y la virtud y la resultante degeneración de la existencia humana. El martirio es para los santos, pero los seres comunes tienen sus instituciones y no puede per­mitirse que éstas crezcan como flores del campo; Pedro sigue blandiendo su espada, como en el huerto, para defen­der al creador y sostenedor del mundo.18 El don traído de la profundidad trascendente, se racionaliza con rapidez y se convierte en una no-entidad y se aviva la necesidad de que exista otro héroe que renueve el mundo.

¿Cómo enseñar de nuevo, sin embargo, lo que ha sido enseñado correctamente y aprendido incorrectamente mil y mil veces a través de varios milenios de tontería pru­dente en la especie humana? Ésa es la última y difícil labor del héroe. ¿Cómo dar en el lenguaje del mundo de la luz, los mensajes que vienen de las profundidades y que desa­fían la palabra? ¿Cómo representar en una superficie de dos dimensiones una forma tridimensional, o en una imagen tridimensional un significado multidimensional? ¿Cómo transcribir en términos de “sí” y “no” revelaciones que convierten en contrasentido cualquier intento de definir las parejas de contrarios? ¿Cómo comunicarse con perso­nas que insisten en encontrar en la exclusiva evidencia de sus sentidos el mensaje del vacío omnigenerador?

Muchos fracasos atestiguan las dificultades de este um­bral afirmativo de la vida. El primer problema del héroe que regresa es aceptar como reales, después de la expe­riencia de la visión de plenitud que satisface el alma, las congojas y los júbilos pasajeros, las banalidades y las rui­dosas obscenidades de la vida. ¿Por qué volver a entrar a un mundo así? ¿Por qué intentar hacer plausible, o por lo menos interesante la experiencia de la felicidad trascen­dental a hombres y mujeres consumidos por las pasiones? [202] Así como los sueños que parecen importantes durante la noche pueden parecer tontos a la luz del día, así el poeta y el profeta pueden sorprenderse haciendo el papel de idio­ta ante un jurado de ojos graves. Lo más sencillo es man­dar al diablo a toda la comunidad y retirarse de nuevo a la pétrea morada celeste, cerrar la puerta y asegurarla. Pero si entre tanto un partero espiritual ha puesto la shimenawa enfrente del refugio, ya no puede evitarse el trabajo de representar la eternidad en el tiempo y de percibir en el tiempo la eternidad.

La historia de Rip van Winkle es un ejemplo del deli­cado caso del héroe que regresa. Rip fue al reino de la aventura inconscientemente, como lo hacemos todos cada noche cuando nos disponemos a dormir. En el sueño pro­fundo, declaran los hindúes, el yo está unificado y dichoso; por lo tanto, al sueño profundo se le llama el estado cog­noscitivo.19 Pero aunque nos renovamos y nos sostenemos por estas visitas nocturnas a la fuente de la oscuridad, nuestras vidas no son reformadas por ellas; regresamos, como Rip, sin nada que muestre nuestra experiencia, como no sean nuestras barbas.

“Rip buscó su rifle, pero en el lugar de su arma, limpia y bien aceitada, encontró una vieja carabina con el cañón lleno de herrumbre, el gatillo flojo y la caja carcomida por los gusanos... Cuando se levantó para caminar se encon­tró con las articulaciones duras, y desposeído de su activi­dad usual... Cuando se aproximó al pueblo encontró a varias personas, pero a ninguna que conociera, lo que le sor­prendió, porque siempre había pensado que conocía a todos los que vivían en esa parte del campo. Sus ropas también eran de estilo diferente al que él estaba acostumbrado. Todos lo miraban con las mismas señales de sorpresa y cuando ponían los ojos en él invariablemente se acaricia­ban la barba. La constante repetición de este gesto indujo a Rip a hacer lo mismo involuntariamente y entonces, para su sorpresa, descubrió que su barba había crecido un pie... Empezó a dudar de si él y el mundo que lo rodeaba no habrían sido hechizados...

La aparición de Rip con su larga y canosa barba, con su arma herrumbrosa, su vestidura singular, y un batallón de mujeres y niños que se había reunido a sus espaldas, [203] atrajo pronto la atención de los políticos de cantina. Lo rodearon mirándolo de la cabeza a los pies con gran cu­riosidad. El orador se le acercó y llevándolo aparte le preguntó por quién votaba. Rip lo miró estúpidamente. Otro personaje pequeño y activo lo tomó del brazo y poniéndose de puntillas le preguntó al oído si era federal o demócrata. Rip tampoco pudo entender la pregunta; en­tonces, un caballero viejo, pomposo y seguro de sí mismo, con sombrero puntiagudo e inclinado, se abrió paso a tra­vés de la multitud, empujando con los codos a derecha e izquierda para abrirse paso y, colocándose ante van Winkle, con una mano en la cintura y otra sobre su bastón, y mientras penetraba con el sombrero puntiagudo y los ojos afilados en el mismo fondo de su alma, le preguntó con se­vero tono qué lo había traído a la elección con una escopeta al hombro y un grupo de gente a sus espaldas, y si inten­taba iniciar una revuelta en el pueblo. ‘¡Oh, caballero! —gritó Rip, bastante acongojado— soy un hombre pobre y tranquilo nacido en el lugar y fiel súbdito del Rey. ¡Dios lo bendiga!’

Aquí surgió un grito de los espectadores: ‘¡Es un tory, un tory, un espía, un refugiado! ¡Échenlo! ¡Fuera con él!’. Con gran dificultad el hombre pomposo del sombrero pun­tiagudo pudo restaurar el orden.”20

Más decepcionante que el destino de Rip es lo que acon­teció al héroe irlandés Oisin cuando regresó de una larga jornada con la hija del Rey de la Tierra de la Juventud. Oisin había tenido una mejor actuación que el pobre Rip, pues había conservado los ojos bien abiertos en el reino de la aventura. Había descendido conscientemente (des­pierto) al reino del inconsciente (sueño profundo) y había incorporado los valores de su experiencia subliminal a su personalidad despierta. La trasmutación se había efectuado. Pero precisamente por esa circunstancia tan deseable, los peligros de su regreso eran mayores. Puesto que su personalidad completa estaba de acuerdo con las fuerzas y las formas de la eternidad, todo lo que quedaba de su ser de­bía ser rechazado y deshecho por el choque con las formas y las fuerza del tiempo.

Un día Oisin, el hijo de Finn MacCool, salió de caza con sus hombres por los bosques de Erín y se le presentó la hija [204] del Rey de la Tierra de la Juventud. Los hombres de Oisin habían terminado la caza del día y dejaron solo a su amo con sus tres perros. El ser misterioso se le había apareci­do con un bello cuerpo de mujer, pero con cabeza de puerco. Ella declaró que la cabeza era un hechizo de los druidas y le prometió que desaparecería desde el mismo momento en que él se casara con ella. “Bueno, si ése es tu estado —dijo él— y si el matrimonio conmigo te ha de liberar del hechizo, no permitiré que pases mucho tiempo con cabeza de puerco”.

La cabeza de puerco desapareció prontamente y ellos partieron a Tir na n-Og, la tierra de la Juventud. Oisin reinó allí muchos años felices. Pero un día se volvió y le dijo a su desposada sobrenatural: “ ‘Hoy quisiera estar en Erín para ver a mi padre y a sus hombres.’

‘Si te vas —le dijo su esposa— y pones los pies en la tie­rra de Erín, nunca regresarás a mí, y te convertirás en un hombre viejo y ciego. ¿Cuánto tiempo crees que ha pasado desde que estás aquí?’ ‘Cerca de tres años’, dijo Oisin.

‘Han pasado trescientos años —dijo ella— desde que lle­gaste a este reino conmigo. Si tienes que ir a Erín, te daré este corcel blanco para que te lleve, pero si bajas del corcel o tocas el suelo de Erín con el pie, el corcel regresará en ese mismo momento y tú permanecerás en el lugar donde te dejó, convertido en un pobre viejo.’

‘Regresaré, no temas —dijo Oisin—. ¿Es que no tengo buenas razones para volver? Pero debo ver a mi padre y a mi hijo y a mis amigos de Erín una vez más; tengo que mirarlos siquiera.’

Ella preparó el corcel para Oisin y dijo: ‘Este corcel ha de llevarte dondequiera que desees ir.’

Oisin no se detuvo hasta que el corcel tocó tierra de Erín, y siguió adelante hasta que llegó a Knock Patrick en Munster, donde vio un hombre pastoreando vacas. En el campo donde las vacas pastaban había una gran piedra plana.

‘¿Quieres venir —le dijo Oisin al pastor— y dar la vuel­ta a esta piedra?’ ‘Por supuesto que no —dijo el pastor—, pues no podría levantarla ni con la ayuda de veinte hom­bres más’

Oisin se acercó a la piedra, e inclinándose la cogió con la mano y la volteó. Debajo de la piedra estaba el gran cuerno de los fenianos (borabu), que daba vueltas como [205] un caracol y era de ley que cuando uno de los fenianos de Erín hiciera sonar el borabu, los otros acudirían inmedia­tamente desde cualquier parte del país donde se encontra­ran en ese momento.21

‘¿Me quieres dar ese cuerno?’ —le preguntó Oisin al pastor. ‘No —dijo el pastor—, porque ni yo ni muchos como yo podrían levantarlo del suelo.’

Después de esto Oisin se acercó al cuerno e inclinán­dose lo tomó con la mano; pero en su apresuramiento de tocarlo olvidó todo y se dejó resbalar al inclinarse hasta que uno de sus pies tocó tierra. En un momento desapare­ció el corcel y Oisin yacía en el suelo convertido en un hombre ciego y viejo.”22

La equivalencia de un solo año en el Paraíso a cien años de existencia terrestre es un motivo bien conocido para el mito. El número redondo de cien significa totalidad. En forma similar significan totalidad los trescientos sesenta grados del círculo; de acuerdo con esto, las Puranas hin­dúes representan un año de los dioses como equivalente a trescientos sesenta años de los hombres. Desde el punto de vista de los Olímpicos, pasa eón tras eón de historia te­rrestre y revela siempre la armoniosa forma de la redondez total, de modo que donde los hombres ven sólo cambio y muerte, los elegidos contemplan la forma inmutable, el mundo sin fin. Pero ahora el problema es mantener este punto de vista cósmico ante el rostro del gozo o el dolor terrestre e inmediato. El sabor de los frutos del conoci­miento temporal aparta la concentración del espíritu del centro del eón y la dispersa hacia la crisis periférica del momento. El equilibrio de la perfección se pierde, el espíritu vacila y el héroe fracasa.

La idea del caballo aislador que evita el contacto inmediato del héroe con la tierra y sin embargo le permite pasearse entre los pueblos del mundo, es un ejemplo vívido de la precaución básica que generalmente toman los portadores [206] de la fuerza supernormal. Moctezuma, emperador de México, nunca ponía los pies en el suelo, sino que era llevado en hombros de los nobles, y dondequiera que lo bajaban ponían una rica alfombra para que él caminara. Dentro de su palacio, el rey de Persia caminaba en alfom­bras que nadie más podía pisar; fuera de él, nunca se le veía a pie, sino en carroza o a caballo. Anteriormente, ni los reyes de Uganda, ni sus madres, ni las reinas podían andar a pie fuera de las espaciosas habitaciones en que vivían. Cuando salían eran llevados en los hombros de los individuos pertenecientes al clan del búfalo, un grupo de los cuales acompañaba a estos personajes reales en sus via­jes y los cargaba por turno. El rey se montaba en el cuello del que lo llevaba, con una pierna sobre cada hombro y los pies enganchados en los brazos. Cuando uno de estos car­gadores reales se cansaba, el rey pasaba a los hombros del segundo cargador sin que los pies reales tocaran el suelo.23

Sir James George Frazer, en la siguiente forma gráfica, consigna el hecho de que en todos los países de la Tierra el personaje divino no haya de tocar el suelo con su pie. “Aparentemente la santidad, virtud mágica, tabú, cualquier otro apelativo que pudiéramos dar a esta misteriosa cualidad que se supone impregna a las personas sagradas o tabuadas, la concibe el filósofo primitivo como una sustancia o fluido físico de la que están cargadas, igual que una bo­tella de Leyden lo está de electricidad; y exactamente como la electricidad de la botella puede descargarse por contacto con un buen conductor, así la santidad o virtud mágica del hombre puede descargarse y disiparse por con­tacto con la tierra, la que en esta teoría sirve como un buen conductor para el fluido mágico. Por esta razón, con objeto de preservar la carga de este desgaste despilfarrador, el personaje sagrado o tabuado deberá ser cuidadoso y prevenido, no tocando el suelo; en lenguaje de electricidad, debe estar ‘aislado’ o se vaciará de la preciosa sustancia o fluido de la que, como una redoma, está lleno hasta el borde. Y ciertamente que en muchos casos se recomienda el aisla­miento de la persona tabuada no sólo como precaución para su propia seguridad, sino por la seguridad de las demás personas, puesto que la virtud de la santidad o tabú es, por decirlo así, un explosivo poderoso que al choque más ligero [207] puede estallar y en interés de la seguridad general es nece­sario tenerle estrechamente sujeto, temiendo que si se le suelta, detonará, atizonará y destruirá todo lo que se ponga en contacto con él.”24

Sin duda alguna existe una justificación psicológica para dicha precaución. Los ingleses que se visten para la comida en las selvas de Nigeria sienten que hay una razón en este acto. El joven artista que pasea sus patillas por el vestíbulo del Ritz podría explicar de buena gana tal pecu­liaridad. El cuello alto distingue al hombre de púlpito. Las monjas usan vestiduras de la Edad Media en el siglo veinte. La esposa está más o menos aislada por su anillo.

Los cuentos de W. Somerset Maugham describen las metamorfosis que sobrevienen a los que llevan sobre sí las obligaciones del hombre blanco y descuidan el tabú de ponerse el traje apropiado para comer. Muchas canciones populares dan testimonio del peligro de romper un anillo. Y los mitos (por ejemplo los reunidos por Ovidio en su gran compendio, las Metamorfosis) narran una y otra vez las extraordinarias transformaciones que toman lugar cuando el aislamiento entre un centro de fuerza altamen­te concentrada y el campo inferior de fuerzas del mundo circundante es suprimido repentinamente sin tomar las precauciones del caso. De acuerdo con el acervo de cuen­tos de hadas celtas y germánicos, los gnomos y los elfos sorprendidos fuera por la luz del sol se convierten inme­diatamente en piedras o pedazos de madera.

El héroe que regresa, para completar su aventura debe sobrevivir al impacto del mundo. Rip van Winkle nunca supo lo que había experimentado; su regreso fue una bro­ma. Oisin lo sabía, pero perdió su centro y sucumbió. Kamaru-s-Semán fue el que tuvo más suerte de todos. Expe­rimentó despierto la bendición del sueño profundo y volvió a la luz del día con un talismán tan convincente de su in­creíble aventura, que pudo conservar la seguridad en sí mismo y enfrentarse a toda desilusión posible.

Mientras dormía en su torre, los dos genios, Dahnasch y Maimuna, transportaron desde la distante China a la hija del señor de las Islas y de los Mares y de los Siete Palacios. Su nombre era princesa Budur. Y colocaron a la joven dormida junto al príncipe persa, en su misma [208] cama. Los genios descubrieron las dos caras y se vio que eran como gemelos. Hasta que al fin dijo Dahnasch: “Mi novia, sin duda, le gana en hermosura.” Pero Maimuna, espíritu femenino que amaba a Kamaru-s-Semán, replicó: “Quita de ahí, que es mi novio el más bello, sin lugar a duda.” Discutieron y se enredaron en palabras, hasta que Dahnasch propuso que buscaran un juez imparcial.

Maimuna dio una patada en el suelo y apareció un efrit tuerto y sarnoso, con los ojos atravesados a lo largo del rostro y siete cuernos en la frente y cuatro rabos peludos que le llegaban hasta el suelo, y unas manazas disformes con unas garras como las de los leones, y unos pies como patas de elefante, con unas pezuñas borricales. El mons­truo hizo una reverencia a Maimuna y le preguntó qué quería. Supo que debía hacer de árbitro y decidir entre los dos jóvenes que yacían en el lecho mutuamente abra­zados. Quedóse atónito y embelesado y, volviéndose hacia Dahnasch y Maimuna, dio su veredicto:

“Por Alá que de los dos no es posible decir cuál sea el más bello, que son entre sí tan semejantes como nunca lo fueran dos mortales, en cuanto a hermosura y perfec­ción y gracia y distinción, sin que haya entre ellos otra diferencia que la de ser el uno macho y la otra hembra; por lo cual, se me ocurre a mí otra idea y es que los des­pertemos a los dos, primero al uno y luego al otro y aquel que de muestras de enamorarse de su pareja, será el que quede por debajo en cuanto a belleza.”

Así se acordó. Dahnasch se convirtió en pulga y picó a Kamaru-s-Semán en el cuello. El joven despertó y se frotó la picadura por el escozor, y advirtió que a su lado había alguien cuyo aliento era más dulce que el almizcle y cuya piel era más suave que la crema. Se maravilló. Se sentó, miró con más cuidado a lo que estaba a su lado y com­probó que era una joven como una perla, como la luna o cual torre eminente.

Kamaru-s-Semán intentó despertarla, pero Dahnasch había intensificado su sueño. El joven la sacudió. “¡Ye amada mía, despierta, abre los ojos y mira a quien te rue­ga!”, dijo. Pero ella no se movió. Kamaru-s-Semán imaginó que Budur era la mujer con quien su padre deseaba que se casara y se llenó de alegría. Pero temió que su señor estu­viera escondido en alguna parte del cuarto, observándolo, de manera que se contuvo y se contentó con tomarle el anillo [209] del dedo meñique y deslizarlo en el suyo. Los efrits, entonces, lo volvieron a su sueño.

Contraria a la actuación de Kamaru-s-Semán fue la de Budur. Ella no pensó ni temió que alguien la observara. Y lo que es más, Maimuna, que la despertó, se le subió pierna arriba y con malicia femenina, la picó fuertemente en un lugar que ardía. La bella, la noble, la gloriosa Budur, des­cubriendo a su lado su afín masculino y apercibiéndose de que él ya había tomado su anillo, incapaz de despertarlo y de imaginar lo que él le había hecho, encendida de amor, asaltada por la abierta presencia de su carne, perdió todo dominio, y se entregó a un clímax de desenfrenada pasión, “inflamósele el corazón y diéronle un vuelco las entrañas, porque el deseo en la mujer es más poderoso que en el hom­bre; y así Budur no pudo contenerse, aunque el rubor arreboló sus mejillas y su frente... y advirtiendo que el joven llevaba un anillo, quitóselo y se lo puso ella en lugar del suyo. Después de lo cual besólo en la frente y en el cuello y, en fin, que no hubo lugar de su cuerpo en que no estampara ella un beso; y a continuación... se abrazó a él y puso una de sus manos debajo de su cuello y la otra de­bajo de su sobaco y de esa guisa quedóse, finalmente, a su lado dormida”.

Dahnasch, por lo tanto, perdió la contienda. Budur regre­só a China. A la mañana siguiente, cuando los jóvenes des­pertaron con toda el Asia entre ellos, se volvieron a dere­cha e izquierda, pero no descubrieron a nadie a su lado. Reprendieron a sus respectivas servidumbres, maltrataron y mataron a quienes los rodeaban, y se volvieron comple­tamente locos. Kamaru-s-Semán se postró y languideció, y el rey su padre se sentó a su cabecera llorando y lamentán­dose por él, y sin abandonarlo ni de día ni de noche. Pero la princesa Budur debió ser maniatada; con una cadena de hierro alrededor del cuello, se la aseguró a la reja de su aposento.25

El encuentro y la separación, con toda su crueldad, es típico de los sufrimientos de amor. Pues cuando un corazón insiste en su destino, resistiendo a las lisonjas exteriores, la agonía es mayor, así como el peligro. Las fuerzas, sin embargo, se habrán puesto en movimiento por encima del alcance de los sentidos. Secuencias de eventos [210] desde los rincones del mundo han de acercarse gradual­mente, y milagros de coincidencia harán que suceda lo inevitable. El anillo talismán del encuentro del alma con su otra porción en lugar debido, prueba que el corazón es­tuvo allí, consciente de lo que Rip van Winkle pasó por alto; y prueba también una convicción de la mente des­pierta: que la realidad de las profundidades no ha de ser opacada por la luz del día. Ésta es la señal que existe en el héroe, de entretejer sus dos mundos.

Lo que sigue en la larga historia de Kamaru-s-Semán es el relato de la lenta y maravillosa operación de un des­tino que ha sido conjurado a la vida. No todos tienen un destino: sólo el héroe que se ha sumergido hasta tocarlo y ha vuelto a la superficie... con un anillo.

3. El rescate del mundo exterior

Pudiera ser que el héroe necesitara ser asistido por el mun­do exterior al regreso de su aventura sobrenatural. En otras palabras, pudiera darse el caso de que el mundo tu­viera que venir y rescatarlo. Porque la felicidad de las moradas profundas no ha de ser abandonada con ligereza, en favor de la dispersión del yo que priva en el individuo cuando está despierto. “¿Quién que haya abandonado el mundo —leemos— desearía regresar de nuevo? Él sólo quiere estar allá.”10 Sin embargo, en tanto que vive, la vida lo llama. La sociedad se encela de aquellos que permane­cen fuera de ella y ha de venir a tocar a su puerta. Si el héroe —como Muchukunda— no lo desea, el que le pertur­ba sufre un tremendo choque, pero si el escogido sólo se ha retrasado —fascinado por el estado de ser perfecto (que se asemeja a la muerte)— se efectúa un aparente rescate, y el aventurero retorna.

Cuando Cuervo, de la fábula esquimal, hubo entrado con sus teas en el vientre de la ballena, se encontró en el umbral de un hermoso cuarto al fondo del cual ardía una lámpara. Su sorpresa fue grande cuando vio allí sen­tada a una hermosa joven. El cuarto estaba seco y limpio, la espina dorsal de la ballena sostenía el techo y las costi­llas formaban las paredes. De un tubo que corría a lo largo de la espalda goteaba lentamente el aceite dentro de la lámpara.

[192] Cuando Cuervo entró en el cuarto la mujer levantó la mirada y gritó: “¿Cómo entraste aquí? Eres el primer hombre que llega a este lugar.” Cuervo le dijo lo que había hecho y ella lo invitó a sentarse en el lado opuesto del cuarto. Esta mujer era el alma (inua) de la ballena. Sirvió alimento al visitante, le dio bayas y aceite y le contó, mientras tanto, cómo había cortado las bayas el año ante­rior. Cuervo permaneció cuatro días como huésped de la inua en el vientre de la ballena, y durante ese período estuvo tratando de discernir qué clase de tubo era ese que corría por el techo. Cada vez que la mujer salía del cuarto, le pro­hibía tocarlo. Pero una de tantas veces, cuando ella salió, se acercó a la lámpara, estiró una de sus garras y tomó una gran gota, que se limpió con la lengua. Era tan dulce que repitió la hazaña y luego procedió a tomar gota por gota, a medida que caían. Después, su avidez encontró esto demasiado lento, de manera que se subió, rompió un pe­dazo del tubo y se lo comió. Apenas acababa de hacerlo, cuando una gran ola de aceite invadió el cuarto, extinguió la luz y la cámara misma empezó a oscilar peligrosamente hacia uno y otro lado. Cuervo estaba casi muerto de cansancio y agotado con el terrible ruido que se producía a su alrededor todo el tiempo. Pero de pronto, todo se cal­mó y el cuarto quedó quieto; porque Cuervo había roto una de las arterias del corazón y la ballena había muerto. La inua nunca volvió. El cuerpo de la ballena fue llevado a la playa por las aguas.

Ahora Cuervo era un prisionero. Mientras meditaba en lo que era conveniente hacer oyó que dos hombres ha­blaban por encima de la espalda del animal y que decidían llamar a toda la gente del pueblo para que los ayudara a descuartizar la ballena; en seguida hicieron un agujero en la parte superior del gran cuerpo.11 Cuando fue lo sufi­cientemente grande y toda la gente se hubo llevado pedazos de carne para ponerlos en la playa, Cuervo salió disimu­ladamente. Pero tan pronto hubo alcanzado el suelo recordó que había olvidado dentro sus teas. Se quitó su chaqueta y su máscara y muy pronto la gente vio un hombre peque­ño y negro que se aproximaba envuelto en una extraña piel de animal. Lo miraron con curiosidad. El hombre ofreció su ayuda, se remangó y se puso a trabajar.

[193] Poco después, uno de los que trabajaban en el interior de la ballena gritó: “¡Mirad lo que he encontrado! Teas en el vientre de la ballena.” Cuervo dijo: “¡Eso es algo muy malo! Mi hija me dijo una vez que cuando se en­cuentran teas dentro de una ballena que se ha descuartizado, muchos de los presentes han de morir! ¡Yo me voy!” Se bajó las mangas y empezó a alejarse. La gente se apre­suró a seguir su ejemplo. Y así fue como Cuervo, que regresó después, tuvo un gran festín para él solo.12

FIG. 10. Resurrección de Osiris

Uno de los más importantes y deliciosos mitos de la tra­dición shintoísta del Japón —antigua ya cuando fue in­cluida en las crónicas del siglo viii d. C., en las llamadas “Crónicas de asuntos antiguos”— es el del surgimiento de la bella diosa del sol, Amaterasu, desde una residencia celestial de roca durante el crítico primer período del mun­do. Éste es un ejemplo en el cual el ser rescatado no lo hace de muy buen grado. El dios de la tempestad Susanowo, hermano de Amaterasu, se había comportado en forma [194] imperdonable. Y aunque ella había tratado de calmarlo y había prodigado su perdón por encima de todo límite, él continuó destruyendo sus campos de arroz y corrompiendo sus instituciones. Como un insulto final, hizo un agujero en el techo de su cámara de hilar y dejó caer por él “un caballo celeste manchado que había desollado al revés”. A la vista del cual, todas las damas y las diosas que hilaban diligentemente las augustas vestiduras de las deidades, se alarmaron tanto que murieron de terror.

Amaterasu, aterrorizada por lo que había visto, se retiró a una cueva celeste y cerró la puerta detrás de ella y la atrancó. Ésta fue una decisión terrible de su parte, pues la desaparición permanente del sol hubiera significado el fin del universo, y el fin antes de que realmente hubiera comenzado. Con su desaparición, la planicie del alto cielo y toda la tierra central sembrada de cañas se oscurecieron, los malos espíritus hicieron una orgía por el mundo, se le­vantaron numerosos portentos de maldad; y las voces de las miriadas de deidades se asemejaban a las moscas que bullen en la quinta luna.

Por lo tanto, los ocho millones de dioses se reunieron en una divina asamblea en el lecho de un tranquilo río celeste y pidieron a uno de ellos, la deidad llamada “El que Incluye el Pensamiento”, que hiciera un plan. Como resul­tado de su consulta, muchas cosas de divina eficacia se produjeron, entre ellas un espejo, una espada y ofrendas de ropa. Tomaron un gran árbol y los decoraron con joyas; trajeron gallos que cantaban perpetuamente, se encendie­ron fogatas y se recitaron grandes liturgias. El espejo, de ocho pies de largo, fue atado a las ramas de en medio del árbol. Y una diosa joven llamada Uzume bailó una danza alegre y ruidosa. Los ocho millones de dioses estaban tan divertidos que su risa llenaba el aire y se sacudía la plani­cie del alto cielo.

Dentro de la cueva, la diosa del sol escuchó los anima­dos ruidos y se asombró. Tuvo curiosidad de saber lo que pasaba. Abrió un poco la puerta de la roca celeste y dijo desde adentro: “Creí que debido a mi retiro la planicie del cielo estaría oscura y que también estaría oscura la tierra central sembrada de cañas, ¿cómo es que Uzume causa alegría y que los ocho millones de dioses están riéndo­se?” Entonces habló Uzume: “Nos regocijamos y estamos alegres porque hay una deidad más ilustre que vuestro [195] Ser Augusto.” Mientras hablaba, dos de las divinidades empujaron el espejo y se lo mostraron respetuosamente a la diosa del sol, Amaterasu; y ella, más y más asombrada, salió lentamente de la cueva para mirarlo. Un poderoso dios tomó su augusta mano y la acercó, mientras otro ponía una cuerda de paja (llamada shimenawa) detrás de ella, delante de la puerta de la cueva, diciendo: “¡No debéis regresar más que hasta este punto!” Por lo tanto, la pla­nicie del alto cielo y la tierra central sembrada de cañas fueron alumbradas de nuevo.13 El sol se retira ahora por un tiempo, cada noche, así como la vida misma, en un sueño reparador; pero por medio de la augusta shimenawa le es impedido desaparecer permanentemente.

El motivo del sol como una diosa en vez de un dios es una preciosa y rara supervivencia de un contexto mitoló­gico que evidentemente tuvo amplia difusión en un tiempo. La gran divinidad maternal del sur de Arabia es el sol femenino, Ilat. La palabra sol en alemán es femenina (die Sonne). Tanto en Siberia como en América del Norte so­breviven historias dispersas de un sol femenino. Y en el cuento de Caperucita Roja, que fue comida por el lobo y rescatada de su vientre por un cazador, tenemos un eco remoto de la misma aventura de Amaterasu. Apare­cen huellas en muchos países, pero sólo en Japón se halla la gran mitología todavía efectiva en la civilización; por­que el Mikado es un descendiente directo del nieto de Amaterasu y como ancestro de la casa real, es honra­da como una de las divinidades supremas de la tradición nacional de Shinto.14 En sus aventuras se percibe una sensación [196] del mundo diferente a la de las mitologías ahora mejor conocidas del dios solar: una cierta ternura hacia el hermoso don de la luz, una gratitud gentil por las cosas que se han vuelto visibles, como la que una vez debe de haber distinguido el espíritu religioso de muchos pueblos.

Reconocemos el espejo, la espada y el árbol. El espe­jo que refleja a la diosa y la hace surgir del augusto re­poso de su divina no manifestación simboliza el mundo, el campo de la imagen reflejada. Allí la divinidad se complace en contemplar su propia gloria y este placer en sí mismo la induce al acto de manifestación o “creación”. La espada es el equivalente del rayo. El árbol es el Eje del Mundo en su aspecto fructífero y de satisfactor de de­seos, el mismo que se muestra en los hogares cristianos en la estación del solsticio de invierno, que es el momento del renacimiento o regreso del sol, alegre costumbre here­dada del paganismo germánico que ha dado al lenguaje alemán moderno su femenino Sonne. La danza de Uzume y la diversión de los dioses pertenecen al carnaval; el mun­do que ha quedado cabeza abajo por la desaparición de la divinidad suprema, pero que se regocija por la renovación que viene. Y la shimenawa, la cuerda augusta de paja que fue tendida detrás de la diosa cuando ésta reapareció, simboliza la gracia del milagro del retorno de la luz. Esta shimenawa es uno de los símbolos tradicionales más cons­picuos, importantes y silenciosamente elocuentes de la

[197]

Fig. 11. Reaparición del héroe. Sansón con las puertas del templo. Cristo resucitado, Jonás.

religión [198] popular del Japón. Está colgada encima de las entra­das de los templos, adorna las calles en el festival del Año Nuevo y significa la renovación del mundo en el umbral del regreso. Si la cruz cristiana es el símbolo más elocuen­te del pasaje mitológico al abismo de la muerte, la shimenawa es el símbolo más sencillo de la resurrección. Ambas representan el misterio de la frontera entre los mundos: la línea que separa lo que existe y lo que no existe.

Amaterasu es una hermana oriental de la gran Inanna, la suprema diosa de las antiguas tablillas cuneiformes de los templos sumerios, cuyos descendientes hemos seguido al mundo subterráneo. Inanna, Ishtar, Astarté, Afrodita, Venus; éstos fueron los nombres que llevó en los perío­dos sucesivos de cultura occidental, asociados, no con el sol, sino con el planeta que lleva su nombre y al mismo tiempo con la luna, los cielos y la tierra fructífera. En Egipto se convirtió en la diosa de la Estrella del Perro, Sirio, cuya reaparición anual en el cielo anunciaba el des­bordamiento del Nilo que fertilizaba la tierra.

Inanna, como hemos visto, descendió de los cielos a la región infernal de su hermana-contrario, la Reina de la Muerte, Ereshkigal. Y dejó instrucciones a Ninshubur, su mensajero, de que la rescatara en caso de que no volviera. Llegó desnuda ante los siete jueces, que pusieron los ojos sobre ella y se convirtió en cadáver, y el cadáver, como hemos visto, fue colgado de una estaca:

Después de que tres días y tres noches habían pasado15

Ninshubur el mensajero de Inanna,

El mensajero de palabras propicias,

El mensajero de palabras de apoyo,

Llenó el cielo de lamentos por ella.

Lloró por ella en el templo de reuniones,

Y corrió a buscarla en la casa de los dioses...

Por ella se vistió con un solo ropaje, como un mendigo,

Y solo, dirigió sus pasos a Ekur, la casa de Enlil.

Éste es el principio del rescate de la diosa, e ilustra el caso de alguien que conocía tan bien el poder de la zona en que entraba, que tomó la precaución de mantenerse des­pierta. Ninshubur fue primero a ver al dios Enlil, pero éste le dijo que puesto que Inanna había ido de la gran altura a la gran profundidad, debería someterse a los decretos [199] del mundo inferior. Ninshubur fue después al dios Nanna, pero el dios dijo que ya que había ido de la gran altura a la gran profundidad debería someterse a los de­cretos del mundo inferior. Ninshubur fue al dios Enki; y el dios Enki imaginó un plan.16 Confeccionó dos creaturas sin sexo y les confió el “alimento de la vida” y el “agua de la vida” con instrucciones de ir al mundo inferior y rociar sesenta veces con este alimento y esta agua el cuer­po suspendido de Inanna.

Sobre el cuerpo que colgaba de la estaca dirigieron el poder

de los rayos del fuego.

Sesenta veces rociaron sobre él el alimento de la vida y

sesenta veces el agua de la vida.

Inanna resucitó.

Inanna asciende desde el mundo inferior

El Anunnaki voló

Y todos los que habían descendido pacíficamente al mundo inferior

Cuando Inanna asciende del mundo inferior

Ascienden con ella todos los muertos.

Inanna asciende desde el mundo inferior,

Y los demonios pequeños como carrizos,

Y los demonios grandes como columnas,

Avanzaron a su lado.

El que caminaba delante de ella llevaba un báculo en la mano.

El que caminaba a su lado llevaba un arma en los lomos.

Y aquellos que la precedían,

Los que precedían a Inanna,

Eran seres que no saben del alimento ni del agua

Que no comen harina cernida,

Que no beben vino escanciado,

Que quitan a la mujer del costado del hombre,

Que quitan al niño del pecho de la madre que lo amamanta.

Rodeada por esta multitud horrible de aparecidos, Inanna atravesó la tierra de Sumeria, de ciudad en ciudad.17

[200] Estos tres ejemplos de áreas culturales completamente separadas, Cuervo, Amaterasu e Inanna, ilustran sufi­cientemente el rescate del mundo exterior. Muestra en los estadios finales de la aventura la acción continuada de la fuerza de ayuda sobrenatural que asiste al elegido a través del curso de su prueba. Aunque la conciencia del elegido haya sucumbido, el inconsciente le da su equilibrio propio y renace en el mundo del que partió. En vez de aferrarse a su ego y salvarlo, como en el caso de la huida mágica, lo pierde, pero le es devuelto por medio de la gracia.

Esto nos trae a la crisis final de todo, ante la cual la excursión milagrosa no ha sido sino un preludio, la crisis de la suprema y paradójica dificultad del cruce del umbral al regreso del héroe del reino místico a la tierra de la vida diaria. Ya sea rescatado desde el mundo exterior o impul­sado por el mundo inferior, o dirigido gentilmente por las divinidades guías, el elegido tiene que volver a entrar con su don a la hace tiempo olvidada atmósfera de los hombres que son fracciones e imaginan ser completos. Todavía debe enfrentarse a la sociedad con su elíxir que destroza el ego y redime la vida y soportar el golpe de respuesta de las du­das razonables de los duros resentimientos y de la incapa­cidad de las buenas gentes para comprender.

2. La huída mágica

Si el héroe en su triunfo gana la bendición de la diosa o del dios y luego es explícitamente comisionado a regresar al mundo con algún elixir para la restauración de la socie­dad, el último estadio de su aventura está apoyado por todas las fuerzas de su patrono sobrenatural. Por otra parte, si el trofeo ha sido obtenido a pesar de la oposición de su guardián, o si el deseo del héroe de regresar al mundo ha sido resentido por los dioses o los demonios, el último estadio del círculo mitológico se convierte en una persecución agitada y a menudo cómica. Esta fuga puede complicarse con milagrosos obstáculos y evasiones mágicas.

Los galeses hablan, por ejemplo, del héroe Gwion Bach, quien se encontró en la Tierra bajo las Ondas. Específica­mente, estaba en el fondo del lago Bala en Merionetshire, al norte de Gales. En el fondo de ese lago vivía un viejo gigante, Tegid el Calvo, con su esposa Caridwen. Esta última en uno de sus aspectos era la protectora del grano y de las cosechas abundantes y en otro la diosa de la poe­sía y de las letras. Poseía una enorme marmita y deseaba preparar en ella un filtro de ciencia y de inspiración. Con la ayuda de libros de nigromancia compuso un brebaje negro que luego colocó sobre el fuego para que se cocinara durante un año y al final de dicho período deberían obte­nerse tres gotas benditas de la gracia de la inspiración.

Y ella le encargó a nuestro héroe, Gwion Bach, que re­volviera el caldero y a un ciego, llamado Morda, que conser­vara vivo el fuego, “y les encargó que no permitieran que dejara de hervir por el espacio de un año y un día. Y ella misma, de acuerdo con los libros de los astrónomos y en horas planetarias, se ocupaba de recoger diariamente todas las hierbas dotadas de poderes mágicos. Y un día, hacia el final del año, cuando Caridwen estaba cortando plantas y haciendo hechizos, sucedió que tres gotas del licor en­cantado saltaron del caldero y cayeron sobre el dedo de Gwion Bach. Como estaban muy calientes, se llevó el dedo a la boca y desde el instante en que probó las milagrosas [183] gotas, pudo prever todo lo que iba a suceder y percibió que su principal cuidado debería ser guardarse de las astucias de Caridwen, porque grandes eran sus habilidades. Lleno de terror, huyó hacia su país natal. El caldero se partió en dos, porque todo el líquido que contenía era vene­noso con excepción de las tres gotas encantadas; por eso los caballos de Gwyddno Garanhir fueron envenenados por el agua del arroyo por el cual corrió el líquido del caldero y la confluencia de ese arroyo fue llamada desde ese mo­mento Veneno de los Caballos de Gwyddno.

Cuando regresó Caridwen, vio que se había perdido el trabajo de todo un año. Tomó un pedazo de madera y golpeó al ciego Morda en la cabeza hasta que uno de sus ojos saltó sobre su mejilla. Él le dijo: ‘Injustamente me habéis desfigurado, porque soy inocente. Vuestra pérdida no fue causada por mí.’ ‘Dices la verdad —dijo Caridwen—, fue Gwion Bach quien me robó.’

Y se lanzó en su persecución. Cuando él la vio se convirtió en liebre y huyó. Pero ella se convirtió en lebrel y estuvo a punto de alcanzarlo. Entonces él corrió ha­cia un río y se convirtió en pez. Y ella lo persiguió bajo el agua convertida en nutria hasta que él se vio obligado a convertirse en pájaro y volar. Y ella, bajo la forma de halcón lo siguió y no le dio descanso en el cielo. Y cuando estaba a punto de apresarlo y él sintió el temor de la muerte, descubrió un montón de trigo en un granero y se convirtió en uno de los granos. Entonces ella se transformó en una gallina negra de alta cresta, se dirigió al trigo, escarbó con sus patas, encontró el grano y se lo tra­gó. Y entonces, dice la historia, lo llevó en el vientre nueve

meses y cuando lo parió no tuvo fuerza para matarlo, por gran belleza. De manera que lo metió en una bolsa de cuero y lo tiró al mar; a la misericordia de Dios, un día Veintinueve de abril.”3

[184] La fuga es el episodio favorito del cuento popular, en el cual se desarrolla bajo muchas divertidas formas.

Los Buriat de Irkutsk (Siberia), por ejemplo, afirman que Morgon-Kara, su primer shamán, era tan competen­te que podía atraer las almas de los muertos. Por ese moti­vo, el Señor de los Muertos se quejó al Alto Dios del Cielo, y Dios decidió poner a prueba al shamán. Tomó posesión del alma de cierto hombre y la metió en una botella, cubriendo la boca con la yema de su pulgar. El hombre enfermó y sus parientes mandaron por Morgon-Kara. El shamán buscó por todas partes el alma que faltaba. Buscó por el bos­que, por las aguas, por los desfiladeros de las montañas, la tierra de los muertos, y al fin subió, “montado en su tam­bor”, al mundo de arriba, en donde fue forzado a buscar por un largo tiempo. Entonces observó que el Alto Dios del Cielo tenía una botella tapada con la yema de su pulgar y reflexionando sobre esa circunstancia, cayó en la cuenta de que dentro de la botella estaba el alma que él ha­bía venido a buscar. El astuto shamán se convirtió en avis­pa. Voló hacia Dios y le dio un aguijonazo tan fuerte en la frente, que le hizo quitar el pulgar de la abertura y la cau­tiva huyó. Antes de que Dios pudiera evitarlo, ya iba el shamán Morgon-Kara sentado en su tambor y camino a la tierra con el alma recobrada. La fuga en este caso, sin embargo, no fue enteramente triunfante. Terriblemente indignado, Dios disminuyó para siempre el poder del shamán partiendo su tambor en dos. Por eso los tambores de los shamanes, que originalmente (de acuerdo con la histo­ria de los Buriat) tenían dos parches de cuero, desde ese día tienen sólo uno.4

[185]Una variedad popular de la huida mágica es aquella en que se dejan abandonados objetos que hablan del fugitivo y así retardan la persecución. Un cuento maorí de Nueva Zelanda habla de un pescador que un día, al llegar a su casa, descubrió que su mujer se había tragado a sus dos hijos. Ella yacía en el suelo quejándose. Él le preguntó qué le pasaba y ella declaró que estaba enferma. Él quiso saber dónde estaban los dos muchachos y ella le dijo que se habían ido. Pero él supo que ella mentía. Con su magia, la obligó a vomitarlos y ellos salieron vivos y enteros. Después el hombre tuvo miedo de su esposa y decidió escapar de ella tan pronto como pudiera, junto con los muchachos.

Cuando la ogresa fue a buscar agua, el hombre, con su magia, hizo que el agua bajara y se alejase de ella, de modo que tuviera que caminar una considerable distancia. Luego, por medio de gestos, ordenó a las chozas, a los macizos de árboles que crecían cerca del pueblo, a los basu­reros y al templo en lo alto de la colina que respondieran por él cuando su esposa regresara y lo llamara. Se dirigió con los muchachos a su canoa y se hicieron a la vela. La mujer regresó y, como no los encontró, empezó a llamarlos. Primero contestó el basurero. Ella fue en esa dirección y los llamó otra vez. Las casas contestaron, luego los ár­boles. Uno detrás de otro, los diversos objetos de la vecin­dad le respondieron y ella corría, cada vez con más azoro, en cada dirección. Se cansó, empezó a jadear y a sollozar y, al fin, cayó en la cuenta de lo que le habían hecho. Se apresuró a subir al templo en lo alto de la colina y miró hacia el mar, donde la canoa era apenas una mancha en el horizonte.5

Otra bien conocida variedad de la huida mágica es aque­lla en que el héroe que huye echa tras de sí una serie de obstáculos. “Dos hermanitos estaban jugando cerca de una fuente y repentinamente cayeron en ella. Había aden­tro una bruja del agua y la bruja les dijo: ‘Ahora os tengo. Os haré trabajar para mí.’ Y se los llevó con ella. A la niñita le dio a hilar un copo de lino sucio y la hizo sacar agua de una poza sin fondo. El niño tenía que hacer [186]

Fig. 9a. Una Furia persigue a Perseo, que huye con la cabeza de Medusa.

leña con un hacha mellada. Y todo lo que les daba de comer eran mendrugos duros como piedras. Finalmente los niños perdieron la paciencia y esperaron un domingo en que la bruja fuera a la iglesia, y escaparon. Cuando la misa se acabó, la bruja descubrió que los pájaros habían volado y los persiguió con poderosos saltos.

Pero los niños la espiaron desde lejos y la niña dejó caer un cepillo para el pelo que se convirtió inmediatamente en una gran montaña peluda con miles y miles de filamen­tos sobre los cuales la bruja podía difícilmente trepar; sin embargo, lo hizo. Tan pronto como los niños la vieron, el niño tiró un peine que inmediatamente se convirtió en una montaña en forma de peine con mil veces mil picos, pero la bruja supo cómo evadirlos y finalmente los atravesó. Luego, la niña tiró un espejo que se convirtió en una montaña [187]

Fig. 9b. Perseo huye con la cabeza de Medusa en el zurrón.

espejo que era tan lisa que la bruja no pudo escalarla. Entonces pensó: ‘Regresaré a casa corriendo a buscar mi hacha y partiré en dos la montaña espejo.’ Pero cuando regresó y rompió el cristal, los niños ya estaban muy lejos y la bruja del agua tuvo que regresar a su fuente.”6

Las fuerzas del abismo no deben ser retadas con ligere­za. En el Oriente se da mucha importancia al peligro de llevar a cabo las psicológicamente perturbadoras prácticas del yoga sin una supervisión competente. Las meditacio­nes del neófito deben ajustarse a sus progresos, de ma­nera que la imaginación sea defendida en cada uno de sus pasos por devatas (deidades adecuadas, visiones) has­ta que llegue el momento en que el espíritu preparado pueda avanzar solo. Como observa sabiamente el doctor [188] Jung: “La función incomparablemente útil del símbolo dog­mático [es que] protege a la persona de la experiencia directa de Dios en tanto que esa persona no se exponga en forma perjudicial. Pero si... deja su hogar y familia, vive mucho tiempo solo, mira demasiado profundamente en el espejo oscuro, entonces el tremendo suceso del encuentro puede caer sobre él. Aun entonces el símbolo tradicional, llegado a la madurez a través de los siglos, puede operar como corriente cicatrizante y hacer cambiar de rumbo la fatal incursión de la divinidad viva hacia los consagrados recintos de la iglesia.”7 Los objetos mágicos que deja caer el héroe impulsado por el pánico —interpretaciones protec­toras, principios, símbolos, racionalizaciones, todo— retra­san y absorben la fuerza del Lebrel del Cielo en movimiento, permitiendo que el aventurero se ponga a salvo, tal vez con la posesión de un don. Pero los esfuerzos requeridos no son siempre ligeros.

Una de las más asombrosas fugas con obstáculos es la del héroe griego Jasón. Había decidido ganar el Vellocino de Oro. Después de hacerse a la mar en el magnífico Argos con una gran compañía de guerreros, navegó en di­rección al Mar Negro y aunque retrasado por muchos fabu­losos peligros, llegó al fin, muchas millas más allá del Bósforo, a la ciudad y al palacio del rey Aetes. Detrás del palacio estaban el bosque y el árbol del premio guar­dado por un dragón.

La hija del rey, Medea, concibió una pasión desenfre­nada por el ilustre visitante extranjero y cuando el rey le impuso una tarea imposible como precio por el Vellocino de Oro, ella compuso hechizos que lo ayudaron a triunfar. La tarea consistía en arar cierto campo utilizando toros de aliento llameante y pies de bronce; luego, sembrar el campo con dientes de dragón y matar a los hombres armados que inmediatamente habrían de brotar de tal semilla. Pero con el cuerpo y la armadura ungidos con los hechizos de Medea, Jasón dominó a los toros; y cuando el ejército na­ció de la simiente del dragón, tiró una piedra en medio de ellos, que los hizo volverse y enfrentarse, de manera que se mataron los unos a los otros.

La enamorada joven condujo a Jasón a la encina de la cual colgaba el Vellocino de Oro. El dragón que la guardaba [189] tenía cresta, una lengua de tres puntas; unas fauces con terribles colmillos encorvados; pero con el jugo de cierta hierba la pareja hizo dormir al formidable monstruo. Cuan­do Jasón se apoderó del premio, Medea huyó con él y el Ar­gos se hizo a la mar. Pero en seguida el rey salió en su perse­cución. Cuando Medea vio que los veleros de su padre los alcanzaban, persuadió a Jasón para que matara a Aspirtos, su joven hermano que había huido con ella, y tirara al mar los pedazos del cuerpo desmembrado. Esto forzó al rey Aetes, su padre, a detenerse para rescatar los restos y regre­sar a tierra a hacerles un funeral digno. Mientras tanto, el Argos voló con el viento y se perdió de vista.8

En las “Crónicas de asuntos antiguos” de los japoneses aparece otra tremenda fábula, pero de muy diferente sen­tido: la del descenso al mundo subterráneo de Izanagi, el padre original de todas las cosas, para recobrar de la tierra del Arroyo Amarillo a su difunta hermana y esposa Izanami. Ella fue a recibirlo a la puerta del mundo infe­rior y él le dijo: “¡Oh tú, mi augusta y hermosa hermana menor! ¡Las tierras que tú y yo hemos hecho no están terminadas todavía. Regresa!” Ella contestó: “Es lamen­table que no hubieras venido antes. He comido el alimento de la tierra del Arroyo Amarillo. Sin embargo, como estoy subyugada por el honor de la entrada aquí de mi augusto y hermoso hermano mayor, deseo regresar. Discutiré el asunto privadamente con las deidades del Arroyo Amari­llo. ¡Sé cuidadoso. No me mires!”

Se retiró dentro del palacio, pero como permaneciera allí mucho tiempo, él no pudo esperar más. Rompió uno de los dientes del peine que estaba metido en el augusto lado izquierdo de su cabello y después de haberlo encen­dido como una pequeña antorcha, entró y miró. Lo que vio fue un enjambre de gusanos y a Izanami pudriéndose. Ate­rrorizado por la visión. Izanagi huyó. Izanami dijo: “Me has puesto en vergüenza.”

Izanami mandó en su persecución a la Mujer Fea del mundo inferior. Izanagi, en plena fuga, tomó el negro tocado de su cabeza y lo arrojó al suelo. Instantánea­mente se convirtió en uvas y mientras su persecutora se detenía a comerlas, continuó su camino. Ella reanudó la persecución y estaba a punto de alcanzarlo. Él tomó del [190] lado derecho de su cabello un peine con muchos y muy apretados dientes, lo rompió y lo arrojó al suelo. Instantáneamente se convirtió en retoños de bambú y ella se detuvo a comerlos; mientras tanto, él huyó.

Entonces su hermana menor mandó en su persecución las ocho deidades del trueno con mil quinientos guerre­ros del Arroyo Amarillo. Él blandió el sable de diez em­puñaduras que augustamente portaba y avanzó haciendo molinetes detrás de él. Pero los guerreros seguían per­siguiéndolo. Al llegar a la frontera entre el mundo de los vivos y la tierra del Arroyo Amarillo, tomó tres duraznos que allí crecían, esperó y cuando el ejército se le vino enci­ma, los tiró. Los duraznos del mundo de los vivos hirieron a los guerreros de la tierra del Arroyo Amarillo, quienes se volvieron y huyeron.

Finalmente, se presentó en persona la augusta Izanami. Él tomó una roca que habría necesitado de mil hombres para levantarla y con ella cerró el camino. Con la roca en­tre ellos, de pie uno frente al otro cambiaron impresiones. Izanami dijo: “Mi augusto y hermoso hermano mayor, si te comportas así, causaré cada día la muerte de mil personas en tu reino.” Izanagi contestó: “Mi augusta y hermosa hermana menor, si haces eso, haré que cada día paran mil quinientas mujeres.”9

Habiendo avanzado un paso más allá de la esfera crea­dora de Izanagi, el padre de todas las cosas, para entrar en el campo de la disolución, Izanami había tratado de pro­teger a su hermano-esposo. Cuando hubo visto más de lo que debía ver, él perdió la inocencia de la muerte, pero con su augusta voluntad de vivir, levantó en forma de poderosa roca ese velo protector que todos hemos sostenido, desde entonces, entre nuestros ojos y la tumba.

El mito griego de Orfeo y Eurídice, y cientos de fábu­las análogas de todo el mundo sugieren, como esta antigua leyenda del Lejano Oriente, que a pesar del evidente fra­caso existe una posibilidad del retorno del amante con su perdido amor desde el otro lado del umbral terrible. Es siempre una pequeña falta, un síntoma ligero pero crítico de la fragilidad humana, lo que hace imposible una relación abierta entre los dos mundos; de manera que se siente la [191] tentación de creer que si pudiera evitarse ese pequeño y malogrado incidente, todo marcharía bien. En las ver­siones polinesias de la historia en que la pareja usualmente logra escapar y en la tragedia griega Alcestes, en que también hay un feliz retorno, el efecto no es reafirmativo sino sólo sobrehumano. Los mitos del fracaso nos emocio­nan con la tragedia de vivir, pero los del éxito sólo por lo increíbles. Sin embargo, si el monomito cumpliera lo que promete, no es el fracaso humano ni el éxito sobrehumano lo que habría de mostrarnos, sino el éxito humano. Ése es el problema de la crisis en el umbral del regreso. Pri­mero habremos de buscar en ella los símbolos sobrehuma­nos y luego buscaremos la enseñanza práctica para el hombre histórico.

1. La negativa al regreso

Cuando la misión del héroe se ha llevado a cabo, por pe­netración en la fuente o por medio de la gracia de alguna personificación masculina o femenina, humana o ani­mal, el aventurero debe regresar con su trofeo trasmutador de la vida. El ciclo completo, la norma del monomito, requiere que el héroe empiece ahora la labor de traer los misterios de la sabiduría, el Vellocino de Oro, o su princesa dormida al reino de la humanidad, donde la dádi­va habrá de significar la renovación de la comunidad, de la nación, del planeta o de los diez mil mundos.

Pero esta responsabilidad ha sido frecuentemente re­chazada. Aun el Buddha después de su triunfo dudó de si el mensaje de realización podía ser comunicado, y se dice que varios santos han muerto mientras se encontraban sumidos en un éxtasis sobrenatural. Son numerosos los héroes que, según la fábula, han permanecido para siem­pre en la isla bendita, en compañía de la eterna Diosa del Ser Inmortal.

Hay una historia conmovedora sobre un antiguo rey-guerrero hindú llamado Muchukunda. Este rey nadó del costado izquierdo de su padre, quien había tomado por equivocación una bebida fertilizante que los brahmines habían preparado para su esposa;1 y de acuerdo con los símbolos prometedores de este milagro, la maravilla sin ma­dre, fruto de la entraña masculina, llegó a ser un rey entre los reyes, de tal manera que cuando los dioses, en un tiempo, fueron derrotados en su perpetua disputa con los demonios, lo llamaron para pedirle ayuda. El rey los llevó a una gran victoria y los dioses, en su divino placer, le prometieron la realización de su más alto deseo. Pero ¿qué podía desear un rey que era casi omnipotente? ¿Qué supremo don de dones podía concebir aquel amo de los hombres? El rey Muchukunda, dice la historia, estaba muy cansado después [180] de la batalla: todo lo que pidió fue que se le concediera un sueño sin fin y que cualquier persona que se atreviera a despertarlo fuera reducida a cenizas por la primera mirada de sus ojos.

El don le fue concedido. En la oquedad de una caverna profunda, dentro del vientre de una montaña, el rey Muchukunda se retiró a dormir y allí durmió mientras se sucedían las edades. Individuos, pueblos, civilizaciones, épocas, sa­lieron del vacío y volvieron a él mientras permaneció el viejo rey en su estado de felicidad subconsciente. Intem­poral, como el inconsciente freudiano por debajo del mundo dramático y temporal de nuestra fluctuante experiencia del ego, vivía el viejo de la montaña, el bebedor del sueño profundo.

Su despertar llegó, pero con un giro sorprendente que da una nueva perspectiva a todo el problema del periplo del héroe, así como al misterio de la petición de la gra­cia del sueño como el don más alto que pudo concebir un poderoso rey.

Vishnú, el Señor del Mundo, había encarnado en la per­sona de un hermoso joven llamado Krishna, quien después de salvar la tierra de la India de una tiránica raza de demonios, había subido al trono. Había gobernado en una paz utópica hasta que una horda de bárbaros invadió repen­tinamente el país por el noroeste. El rey Krishna se lanzó contra ellos y como era de esperarse de su naturaleza di­vina ganó la victoria hábilmente, con un simple ardid. Sin armas y adornado con lotos salió de su fortaleza y tentó al rey enemigo a perseguirlo y alcanzarlo; luego se escon­dió en una cueva. Cuando el bárbaro lo siguió descubrió a un hombre que dormía en la caverna. “¡Oh! —pensó— Me ha traído hasta aquí y ahora finge dormir tranquila­mente.”

Dio un puntapié a la figura que yacía en el suelo frente a él y la figura se movió. Era el rey Muchukunda. La figura se levantó y los ojos que habían estado cerrados durante innumerables ciclos de creación, historia mundial y disolu­ción, se abrieron lentamente a la luz. Su primera mirada cayó sobre el rey enemigo, que se convirtió en antorcha y fue en seguida reducido a un humeante montón de cenizas, Muchukunda se volvió y la segunda mirada cayó sobre el hermoso y adornado joven, a quien el viejo rey reconoció inmediatamente por su fulgor como una encarnación de [181] Dios. Y Muchukunda se inclinó ante su Salvador con la siguiente plegaria:

“Mi Dios y Señor, cuando vivía y trabajaba como un hombre, vivía y trabajaba sin encontrar descanso; a través de muchas vidas, nacimiento tras nacimiento, buscaba y sufría, sin conocer la pausa ni la calma. Confundía el su­frimiento con el júbilo; confundía los espejismos que apa­recen sobre el desierto con aguas refrescantes. Apresaba deleites y sólo obtenía miseria. El poder regio y los bienes terrenales, la riqueza y el poder, los amigos y los hijos, la esposa y la servidumbre, todo lo que halaga los senti­dos, todo eso lo buscaba porque creí que me traería bea­titud. Pero desde el momento en que cualquier cosa era mía, cambiaba de naturaleza y se convertía en un fuego abrasador.

Entonces, encontré el camino de la compañía de los dioses y ellos me recibieron como un compañero. Pero ¿dónde estaba la calma? ¿Dónde el descanso? Las creaturas de este mundo, incluyendo a los dioses, son burladas, mi Dios y Señor, por tus habilidosos ardides; por eso repi­ten su círculo vano de nacimiento, agonía de la vida, vejez y muerte. Entre una vida y otra se enfrentan al señor de la muerte y son forzados a soportar infiernos con todos los grados del más despiadado dolor. ¡Y todo esto viene de ti!

Mi Dios y Señor, engañado por tus hábiles ardides, yo también fui presa del mundo, vagué en un laberinto de errores y quedé preso en las mallas del egotismo. Ahora me refugio en tu Presencia interminable y adorable, y mi deseo es sólo libertarme de todo aquello.”

Cuando Muchukunda salió de su cueva vio que los hom­bres, desde su separación, se habían reducido en estatura. Entre ellos, él era un gigante. Los abandonó de nuevo y se retiró a las más altas montañas y allí se dedicó a las prácticas ascéticas que habían de libertarlo finalmente de su último apego a las formas del ser.2

Muchukunda, en otras palabras, en vez de regresar decidió [182] retirarse del mundo a un grado todavía más avan­zado. ¿Y quién podría decir que esta decisión carecía de razón?

2.LA INICIACIÓN
6. La gracia última

Cuando el Príncipe de la Isla Solitaria hubo permanecido seis noches y seis días en el diván de oro con la Reina durmiente [160] de Tubber Tintye, en el diván que descansaba en ruedas de oro que giraban continuamente —el diván giraba de día y de noche, sin detenerse nunca—, llegó la mañana séptima y dijo: “ ‘Es tiempo de que yo deje este lugar.’ De manera que descendió y llenó las tres botellas con agua de la fuente llameante. En la cámara de oro había una mesa de oro, y en la mesa una pierna de cordero con una re­banada de pan, y aunque todos los hombres de Erín comie­ran en esa mesa doce meses seguidos, el cordero y el pan tendrían la misma forma que antes.

El Príncipe se sentó, comió una parte del pan y de la pierna de cordero y los dejó como los había encontrado. Se levantó, tomó las tres botellas, las guardó en su bolso e iba a salir de la cámara cuando se dijo a sí mismo: ‘Sería vergonzoso partir sin dejar algo por medio de lo cual la Reina sepa quién estuvo aquí mientras ella dormía.’ Por lo tanto escribió una carta que decía que el hijo del Rey de Erín y de la Reina de la Isla Solitaria había pasado seis días y seis noches en la cámara dorada de Tubber Tintye, había tomado tres botellas de agua de la fuente flameante y había comido en la mesa de oro. Puso la carta debajo de la almohada de la reina, salió por la ventana abierta, montó en el caballito, flaco y feo y cruzó las arboledas y el río sin recibir daño alguno.”136

La facilidad con que esta aventura se lleva a cabo significa que el héroe es un hombre superior, un rey nato. Esa facilidad distingue numerosos cuentos de hadas y leyendas de los dioses encarnados. Donde el héroe común habría de afrontar una prueba, el elegido no encuentra obstáculo que lo retrase ni comete error alguno. La fuente es el Ombligo del Mundo, su agua flameante, la esencia indestructible de la existencia; la cama que gira continua­mente es el Eje del mundo. El castillo dormido es el último abismo en el cual la conciencia se sumerge al descender en el sueño, donde la vida individual está a punto de disol­verse en energía indiferenciada: disolverse significaría la muerte; sería la muerte también no encontrar el fuego. El motivo del plato inagotable (derivado de una fantasía infantil) simboliza los perpetuos poderes que conceden la vida y generan las formas derivadas de la fuente universal, y es el equivalente en el cuento de hadas de la imagen [161] mitológica del banquete con la cornucopia de los dioses. El presentar juntos los dos grandes símbolos del encuentro con la diosa y el robo del fuego, revela con simplicidad y claridad el estado de las fuerzas antropomórficas en el reino del mito. No son fines en ellos mismos, sino guardianes, encarnaciones, o dadores del licor, la leche, el alimento, el fuego, la gracia de la vida indestructible.

Este grupo de imágenes puede ser interpretado fácil­mente como psicológico en su forma primaria, pero tal vez no en su forma última; ya que es posible observar en las primeras fases del desarrollo del niño los síntomas de una incipiente “mitología” de un estado por encima de las vici­situdes del tiempo. Esto aparece como reacciones a las fantasías destructoras del cuerpo que asaltan al niño cuan­do se le ha separado del pecho materno y como espontáneas defensas contra ellas.137 “El niño reacciona con una explo­sión de temperamento y la fantasía que acompaña a dicha explosión lo arranca todo del cuerpo de la madre... En­tonces el niño teme que se le castigue por dichos impul­sos, esto es, que todo se extraerá de su propio interior.”138 Angustias por la integridad de su cuerpo, fantasías de restitución y un silencioso y hondo deseo de indestructi­bilidad y protección contra las fuerzas “malas” interiores y exteriores, comienzan a dirigir su psique en formación; y todos ellos permanecen como factores determinantes en las posteriores actividades de la vida, neuróticas o incluso normales, en sus esfuerzos espirituales, en sus creencias religiosas y en las prácticas rituales del adulto.

Por ejemplo, la profesión de hechicero, que es el núcleo de las sociedades primitivas, “se origina... en la base de las fantasías infantiles de la destrucción del cuerpo, por medio de una serie de mecanismos de defensa”.139 En Austria un concepto básico es que los espíritus le han quitado los intestinos al hechicero y han puesto en su lugar piedras, cristales de cuarzo, un trozo de cordel, y a veces hasta una pequeña serpiente dotada de poder.140 “La primera fórmula es una reacción directa en la fantasía (mis entrañas han sido destruidas), seguida por una [162] formación reactiva (mis entrañas no son corruptibles no están llenas de heces, sino incorruptibles, llenas de cristales de cuarzo). La segunda fórmula es de proyección: ‘No soy yo quien trata de penetrar en el cuerpo, sino hechiceros extraños a mí que derraman dentro de la gente las sustan­cias de la enfermedad’. La tercera fórmula es de restitu­ción : ‘No trato de destruir las entrañas de la gente, trato de curarlas.’ Al mismo tiempo, sin embargo, el elemento de la fantasía original según el cual los valiosos conte­nidos del cuerpo han sido arrancados de la madre, retorna en la técnica de curación: sacar algo del cuerpo del pa­ciente chupando, tirando o frotando.”141

Otra imagen de indestructibilidad está representada en la idea popular del “doble” espiritual —un alma externa no afectada por las pérdidas y heridas del cuerpo presente, sino que existe a salvo en algún lugar apartado.142 “Mi muerte —dijo cierto brujo— está lejos de aquí y es difícil de encontrar en el ancho océano. En este mar hay una isla y en la isla crece un roble verde y bajo el roble hay un co­fre de hierro, y dentro del cofre hay una cestita, y en la cestita una liebre, y en la liebre hay un pato y el pato tiene un huevo; el que encuentre el huevo y lo rompa, me ma­tará al mismo tiempo.”143 Comparemos esto con el sueño de una triunfante mujer de negocios moderna. “Había llegado a una isla desierta. Allí había también un sacer­dote católico. Se había ocupado en poner puentes de una isla a la otra para que la gente pudiera pasar. Pasamos a otra isla y allí le pregunté a una mujer adonde había ido yo. Ella contestó que yo estaba buceando con otros buzos. Me dirigí al interior de la isla donde había un hermoso estanque lleno de gemas y de joyas y donde el otro ‘Yo’ estaba esperándome con un traje de buzo. Me quedé allí mirando y observándome a mí misma.”144 Exis­te un encantador cuento hindú de la hija de un rey que sólo habría de casarse con el hombre que encontrara y despertara a su doble, en la Tierra del Loto del Sol, en [163] el fondo del mar.145 El australiano iniciado, después de su matrimonio, es conducido por su abuelo a una cueva sagrada y allí se le enseña una pequeña tabla de madera inscrita con dibujos alegóricos. “Ésto —se le dice— es tu cuerpo; esto y tú sois lo mismo. No lo lleves a otro lugar o has de sentir dolor.”146 Los maniqueos y los gnósticos cristianos de los primeros siglos de nuestra era enseñaban que cuando el alma de los benditos llega al cielo es recibida por ángeles y santos que le llevan su “vestidura de luz”, que ha sido reservada para ellos.

La gracia suprema deseada para el Cuerpo Indestructi­ble es la ininterrrumpida residencia en el Paraíso de la Leche que Nunca se Agota. “Regocíjate, Jerusalén. Vosotros, los que la amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría los que con ella hicisteis duelo. Para mamar hasta saciaros la leche de sus consolaciones, para ma­mar con delicia a los pechos de su gloria. Porque así dice Yavé: ‘Voy a derramar sobre ella la paz como río,

Fig. 7. El alma recibe pan y agua de Isis.

[164] y la gloria de las naciones como torrente desbordado. Y sus niños serán llevados a la ladera, y acariciados so­bre las rodillas.’”147 Alimento del alma y del cuerpo, tranquilidad en el corazón es la dádiva del pezón inago­table, que “todo lo cura”. El Monte Olimpo se levanta hasta los cielos, los dioses y los héroes tienen en él ban­quetes de ambrosía (, no; , mortal). En el salón de la montaña de Wotan, cuatrocientos treinta y dos mil hé­roes consumen la carne que no disminuye de Sachrimnir, el Jabalí Cósmico, y la toman con la leche que sale de las ubres de la cabra Heidrun, aumentada de las hojas de Yggdrasil, el Fresno del Mundo. En las colinas de las ha­das de Erín, la inmortal Tuatha De Danaan consume los siempre renovados cerdos de Manannan y bebe copiosa­mente del licor de Guibne. En Persia, los dioses del jardín de la montaña en el monte Hara Berezaiti beben la inmortal haoma, destilada del Árbol Gaokerena, el árbol de la vida. Los dioses japoneses beben sake, los polinesios ave, los dioses aztecas beben la sangre de hombres y don­cellas. A los redimidos de Yavé, en su jardín les es ser­vida la carne deliciosa e inagotable de los monstruos Behemoth, Leviatán y Ziz, mientras que beben los licores de los cuatro ríos dulces del Paraíso.148

Es obvio que las fantasías infantiles que todavía acari­ciamos en el inconsciente, están continuamente en juego en el mito, en el cuento de hadas y en las enseñanzas de la Iglesia como símbolos del ser indestructible. Esto es útil, porque la mente se siente como en su casa con las imáge­nes y le parece recordar algo ya conocido. Pero esta cir­cunstancia es también un obstáculo, porque los sentimien­tos se apoyan en los símbolos y resisten violentamente todo esfuerzo para sobrepasarlos. El golfo prodigioso entre esas multitudes infantilmente felices que llenan el mundo de piedad y los verdaderamente libres se abre en la línea donde los símbolos desaparecen y son trascendidos. “¡Oh vosotros —escribe Dante al salir del Paraíso Terrenal—, que, deseosos de escucharme, habéis seguido en una peque­ña barca tras de mi bajel que navega cantando, virad para ver de nuevo vuestras playas! No os internéis en el piélago, porque quizá, perdiéndome yo, quedaríais perdidos. El agua [165] por donde sigo no fue jamás recorrida; Minerva sopla en mi vela, Apolo me conduce y las nueve Musas me enseñan las Osas.”149 Ésta es la línea que el pensamiento no trasciende; detrás de ella todos los sentimientos mue­ren verdaderamente: como la última estación en la vía que lleva a una montaña, donde empiezan a trepar los alpinistas y a la que a veces vuelven para conversar con aquellos que aman el aire de la montaña pero no pueden arriesgarse a las alturas. La inefable enseñanza de la beatitud que sobre­pasa la imaginación viene a nosotros envuelta necesaria­mente en figuras que recuerdan la imaginada beatitud de la infancia; de aquí el engañoso infantilismo de los cuen­tos. De aquí también la inadecuación de las lecturas meramente psicológicas.150

La sofisticación del humor del conjunto de imágenes infantiles, cuando está imbuida de un idóneo traslado mi­tológico de doctrina metafísica, emerge con magnificencia en uno de los grandes mitos mejor conocidos del mundo oriental: la relación hindú de la batalla primordial entre los titanes y los dioses por el licor de la inmortalidad. Un antiguo ser de la tierra, Kashyapa, el “Hombre Tortuga”, se había casado con tres de las hijas de un patriarca demiúrgico todavía más antiguo, Daksha, “Señor de la Virtud”. Dos de estas hijas, de nombre Diti y Aditi, habían dado vida respectivamente a los titanes y a los dioses. En una interminable serie de batallas familiares, muchos de es­tos hijos de Kashyapa fueron muertos. Pero después el gran sacerdote de los titanes, por medio de grandes austeridades y meditaciones, ganó el favor de Shiva, Señor del Universo. Shiva le enseñó un conjuro para revivir a los muertos. Esto dio a los titanes una ventaja que los dioses notaron rápidamente en la siguiente batalla. Confundidos, se re­tiraron para celebrar una consulta y se dirigieron a las [166] altas divinidades Brahma y Vishnú.151 Se les aconsejó que pactaran con sus hermanos enemigos una paz temporal, durante la cual los titanes deberían ayudarlos a extraer la mantequilla del Océano de Leche de la vida inmortal: Amrita (a, no; mrita, mortal) “el néctar de la inmorta­lidad”. Halagados por la invitación, que vieron como una aceptación de su superioridad, los titanes participaron en­cantados y así empezó la trascendental aventura coopera­tiva al principio de las cuatro edades del ciclo del mundo. El monte Mandara fue seleccionado como batidora. Vasuki, el Rey de las Serpientes, consintió en convertirse en cuerda para moverla. Vishnú mismo, en forma de tortuga, se echó en el Océano de Leche para sostener con su espalda la base de la montaña. Los dioses tomaron una punta de la ser­piente, después de haberla atado alrededor de la montaña, y los titanes la otra. Juntos batieron durante mil años.

Lo primero que se levantó de la superficie del mar fue un humo negro y ponzoñoso, llamado Kalakuta, “Cima Negra”, o sea la más alta concentración de la fuerza de la muerte. “Bebedme”, dijo Kalakuta, y la operación no pudo seguirse hasta encontrar a alguien capaz de hacer­lo. Se dirigieron a Shiva que estaba sentado aparte y con expresión indiferente. Con magnificencia, dejó su po­sición de profunda meditación interior y se acercó a la escena donde se batía el Océano de Leche. Puso el líquido de la muerte en una taza, se lo tragó de un golpe y por medio de su fuerza yoga lo retuvo en su garganta. La gar­ganta se le puso azul. Desde entonces, Shiva es llamado “Cuello Azul”, Nilakantha.

Entonces siguieron batiendo y empezaron a salir de las profundidades inagotables formas preciosas de fuerza con­centrada. Aparecieron Apsarases (ninfas), Lakshmi, la dio­sa de la fortuna, el caballo blanco como la leche llamado Uchchaihshravas, “El que Relincha Fuerte”; la perla de las gemas, Kaustubha, y otros objetos hasta el número de [167] trece. El último en aparecer fue el diestro médico de los dioses, Dhanvantari, llevando en su mano la luna, que es la taza del néctar de la vida.

De nuevo empezó una gran batalla por la posesión de la valiosa bebida. Uno de los titanes, Rahu, se las arregló para robar un trago, pero fue decapitado antes de que el licor pasara por su garganta; su cuerpo murió, pero su ca­beza permaneció inmortal. Y esta cabeza va por los cielos en eterna persecución de la luna, tratando de alcanzarla. Cuando la alcanza, la taza entra por su boca y sale por su garganta; por esa razón tenemos eclipses de luna.

Pero Vishnú, temiendo que los dioses perdieran sus ven­tajas, se transformó en una hermosa doncella danzarina. Y mientras los titanes, que eran sensuales, quedaban enmudecidos de asombro ante los encantos de la joven, ella tomó la taza-luna de Amrita, jugó con ellos un momento y repentinamente se la entregó a los dioses. Vishnú se transformó en seguida en un poderoso héroe, se unió a los dioses en contra de los titanes y los ayudó a perseguir al enemigo hasta los abismos y oscuros cañones del mundo inferior. Ahora los dioses se alimentan de Amrita, dentro de sus hermosos palacios, en la cima de la montaña cen­tral del mundo, el monte Sumeru.152

El humor es la piedra de toque de lo verdaderamente mitológico comparado con el ambiente más literal y sen­timental de lo teológico. Los dioses como iconos no son fines en ellos mismos. Sus divertidos mitos transportan la mente y el espíritu no hasta ellos, sino más allá de ellos, hasta el vacío que está detrás; desde esta perspectiva, los más pesados dogmas teológicos aparecen sólo como recur­sos pedagógicos y su función es enderezar el intelecto desencaminado por una acumulación concreta de hechos y de acontecimientos hacia una zona comparativamente rari­ficada, en donde, como una dádiva final, toda existencia —ya sea celestial, terrena o infernal— pueda por fin verse transmutada en la apariencia de un sueño pasajero, pe­riódico e infantil de dicha y de temor. “Desde un punto de vista todas las divinidades existen —contestó reciente­mente un lama tibetano a la pregunta de un enterado [168] visitante occidental—; desde otro, ninguna es real”.153 Ésta es la enseñanza ortodoxa de los antiguos Tantras: “Todas las deidades visualizadas no son sino símbolos que represen­tan los diferentes sucesos que ocurren en el Camino”;154 del mismo modo que en la doctrina de las escuelas psicoanalíticas contemporáneas.155 Y la misma penetración meta teo­lógica parece ser lo que sugieren los versos finales de Dante, cuando el viajero iluminado alcanza finalmente a elevar sus ojos valerosos por encima de la beatífica visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta la Luz Eterna.156

Los dioses y las diosas deben entenderse por lo tanto como encarnaciones y custodios del elixir del Ser Impere­cedero, pero no como lo Último en su estado primario. Lo que el héroe busca en sus relaciones con ellos, no son ellos mismos, por lo tanto, sino su gracia, esto es, la fuerza de su sustancia sustentante. Esta milagrosa energía-sustancia y sólo ella es lo Imperecedero; los nombres y las formas de las deidades, que en todas partes la encarnan, la distri­buyen y la representan, van y vienen. Ésta es la milagrosa energía de los rayos de Zeus, de Yavé y del Supremo Buddha, la fertilidad de la lluvia de Viracocha, la virtud anunciada por la campana que se hace sonar en la Misa en el momento de la consagración,157 y la luz de la ilumi­nación última del santo y del sabio. Sus guardianes se atreven a entregarla solamente a aquellos que han sido de­bidamente probados.

Pero los dioses pueden ser demasiado severos o dema­siado cautelosos, y entonces el héroe tiene que apoderarse de su tesoro con engaños. Ése fue el problema de Prometeo. [169] Cuando se comportan en esta forma, hasta los dioses más altos aparecen como ogros malignos que atesoran la vida, y el héroe que los engaña, los mata o los apacigua es honrado como el salvador del mundo.

Maui de Polinesia luchó contra Mahu-ika, el guardián del fuego, con la intención de despojarlo de su tesoro y de devolverlo a la especie humana. Maui se dirigió sin vaci­laciones al gigante Mahu-ika y le dijo: “Limpia la maleza de este campo llano que poseemos para que podamos lu­char juntos con una rivalidad amistosa.” Debe aclararse que Maui era un gran héroe y además un maestro en es­tratagemas.

“Mahu-ika preguntó: ‘¿Qué clase de proezas y emula­ciones han de ser?’ ‘La hazaña de lanzamiento hacia arri­ba’, contestó Maui.

Mahu-ika estuvo de acuerdo; luego Maui preguntó: ‘¿Quién ha de empezar?’

Mahu-ika contestó: ‘Yo’.

Maui expresó su consentimiento, de manera que Mahu-ika tomó a Maui y lo lanzó al aire; Maui se levantó por los aires y cayó en las manos de Mahu-ika, quien de nuevo lo lanzó cantando: ‘¡Hacia arriba, hacia arriba, allá vas!’

Hacia arriba fue Maui y Mahu-ika cantó este encan­tamiento :

‘¡Arriba hasta el primer nivel,

Arriba hasta el segundo nivel,

Arriba hasta el tercer nivel.

Arriba hasta el cuarto nivel,

Arriba hasta el quinto nivel,

Arriba hasta el sexto nivel,

Arriba hasta el séptimo nivel,

Arriba hasta el octavo nivel,

Arriba hasta el noveno nivel,

Arriba hasta el décimo nivel!’

Maui se revolvió en los aires, empezó a bajar y cayó junto a Mahu-ika; entonces dijo: ‘Tú eres el único que se divierte’.

‘¡Por supuesto! —exclamó Mahu-ika—. ¿Te imaginas que eres capaz de lanzar al aire una ballena?’

‘Puedo probar’, contestó Maui.

Así pues, Maui tomó a Mahu-ika y lo lanzó cantando: ‘¡Hacia arriba, hacia arriba, allá vas!’

Mahu-ika salió volando y Maui cantó este hechizo:

[170]

‘¡Arriba hasta el primer nivel,

Arriba hasta el segundo nivel,

Arriba hasta el tercer nivel,

Arriba hasta el cuarto nivel,

Arriba hasta el quinto nivel,

Arriba hasta el sexto nivel,

Arriba hasta el séptimo nivel,

Arriba hasta el octavo nivel,

Arriba hasta el noveno nivel,

Arriba hasta lo más alto del aire!’

Mahu-ika se revolvió en el aire y empezó a caer; cuan­do casi había llegado al suelo Maui dijo estas palabras má­gicas: ‘¡Que ese hombre de ahí arriba caiga de cabeza!’

Mahu-ika cayó, el cuello se le clavó completamente en el cuerpo; así Mahu-ika murió. Inmediatamente el héroe Maui, tomó la cabeza del gigante Mahu-ika y la cortó; entonces se hizo poseedor del tesoro de la llama, que en­tregó al mundo.158

La fábula más grandiosa de la búsqueda del elixir en Mesopotamia es la tradición prebíblica de Gilgamesh, un rey legendario de la ciudad sumeria de Erech, que fue a buscar la planta de la inmortalidad, llamada “Nunca En­vejece”. Después de que hubo pasado por los leones que guardaban el pie de las colinas y los hombres escorpiones que vigilaban las montañas que sostienen el cielo, llegó, en medio de las montañas, a un jardín paradisíaco de flo­res, frutas y piedras preciosas. Avanzó y llegó al mar que rodea al mundo. En una cueva, junto a las aguas, habitaba una manifestación de la diosa Ishtar, Siduri-Sabitu, y esta mujer, cubierta con un espeso velo, le cerró las puertas. Pero cuando el rey le contó su historia, lo admitió a su presencia y le aconsejó que no siguiera buscando, sino que, aprendiera y se contentara con los goces mortales de la vida:

Gilgamesh ¿por qué seguiste este camino?

La vida que buscas no la encontrarás jamás.

Cuando los dioses crearon al hombre

Pusieron la muerte sobre él

y sostuvieron la vida en sus propias manos.

Llena tu vientre, Gilgamesh;

Disfruta día y noche;

Prepara para cada día un buen momento.

De día y noche sé ruidoso y alegre;

Deja que tus ropas sean hermosas,

Tus cabellos perfumados y tu cuerpo limpio.

Considera a la pequeña que toma tu mano,

Permite a tu esposa ser feliz sobre tu regazo.159

[171]

Fig. 8. La victoria sobre el monstruo. David y Goliat.

El descenso a los infiernos. Sansón y el león.

Pero Gilgamesh insistió y Siduri-Sabitu le dio permiso para pasar y le previno de los peligros del viaje.

La mujer le dijo que buscara al barquero Ursanapi, a quien encontró cortando madera en un bosque acompañado por un grupo de ayudantes. Gilgamesh hizo pedazos a los ayudantes (se les llamaba “los que se alegran de vivir”, “los de piedra”), y el barquero consintió en llevarlo a tra­vés de las aguas de la muerte. Fue un viaje de mes y medio. Se advirtió al pasajero que no tocara las aguas.

La tierra lejana a la que se aproximaban era la residen­cia de Utnapishtim, el héroe del diluvio primordial,160 que allí habitaba con su esposa en la paz inmortal. Desde lejos Utnapishtim vio aproximarse la pequeña barca aislada en las aguas sin fin y su corazón reflexionó:

¿Por qué “los de piedra” no están en el bote,

y alguien que no es de mi servicio se acerca navegando?

Aquel que viene, ¿no es un hombre?

Gilgamesh, al bajar a tierra, tuvo que escuchar una larga relación de la historia del diluvio que le hizo el pa­triarca. Luego, Utnapishtim invitó a dormir a su visitante y éste durmió seis días. Utnapishtim ordenó a su esposa que cociera siete panes y los colocó cerca de la cabeza de Gilgamesh mientras éste dormía cerca de la barca. Utna­pishtim tocó a Gilgamesh y cuando despertó ordenó al barquero Ursanapi que le diera un baño a su huésped en cierta fuente y ropa limpia. Después de eso, Utnapishtim anunció a Gilgamesh el secreto de la planta.

[173]

Gilgamesh, algo secreto te he de revelar,

y te daré la instrucción:

Esa planta es como una zarza del campo,

su espina, como la de una rosa, te pinchará la mano.

Pero si tu mano alcanza esa planta,

habrás de regresar a tu tierra natal.

La planta crecía en el fondo del mar cósmico.

Ursanapi condujo de nuevo al héroe hacia las aguas. Gilgamesh ató unas piedras a sus pies y se sumergió.161 Se hundió en las aguas, más allá de todo sufrimiento, mientras el barquero permanecía en el bote. Cuando Gilgamesh hubo alcanzado el fondo del mar sin fondo, arrancó la planta aunque mutiló su mano, soltó las piedras y subió a la super­ficie. Cuando hubo llegado y el barquero lo ayudó a subir al bote, anunció triunfante:

Ursanapi, ésta es la planta única...

Con ella, el Hombre obtiene todo su vigor.

Volveré con ella a Erech, el país de los rebaños...

Su nombre es: “El hombre de edad rejuvenece.”

He de comerla para retornar a la condición de mi juventud.

Atravesaron el mar. Cuando llegaron a tierra, Gilga­mesh se bañó en una poza de agua fresca y se acostó a descansar. Mientras dormía, una serpiente olfateó el ma­ravilloso perfume de la planta, se acercó y se la llevó. En cuanto la hubo comido, la serpiente mudó de piel y por lo tanto renovó su juventud. Cuando Gilgamesh despertó, se sentó a llorar “y las lágrimas corrieron por las paredes de su nariz”.162

Hasta nuestros días, la posibilidad de la inmortalidad física fascina el corazón del hombre. La pieza utópica de Bernard Shaw, De vuelta a Matusalén, representada en [174] 1921, convirtió este tema en una parábola moderna sociobiológica. Cuatrocientos años antes la mentalidad más literal de Juan Ponce de León descubrió la Florida en su búsqueda de la tierra de “Bimini”, donde esperaba encon­trar la fuente de la juventud. Varios siglos antes y muy lejos de esa región, el filósofo chino Ko Hung pasó los últimos años de una larga vida preparando píldoras de in­mortalidad. “Se toman tres libras de auténtico cinabrio —escribió Ko Hung— y una libra de miel blanca. Se mez­clan y se pone a secar la mezcla bajo el sol. Luego se tuesta sobre el fuego hasta que se le pueda dar forma de píldo­ras. Cada mañana se toman diez píldoras del tamaño de un cañamón. En el curso de un año los cabellos blancos se volverán negros, los dientes destruidos volverán a crecer, el cuerpo se volverá lustroso y brillante. Si un viejo toma esta medicina por un largo período de tiempo, se convertirá en joven. Y aquel que la tome constantemente disfruta­rá de la vida eterna y no morirá”.163 Un día, un amigo llegó a visitar al solitario investigador y filósofo, pero todo lo que encontró fueron las ropas vacías de Ko Hung. El viejo había desaparecido; había pasado al reino de los inmor­tales.164

La búsqueda de la inmortalidad física nace de un malentendimiento de las enseñanzas tradicionales. Por lo con­trario, el problema básico es éste: ampliar la pupila del ojo, para que el cuerpo con la personalidad que lo acompa­ña no obstruya la vista. La inmortalidad se experimenta entonces como un hecho presente: “¡Está aquí! ¡Está aquí!”165

“Todas las cosas devienen, se elevan y regresan. Las plantas florecen, pero sólo para volver a la raíz. El vol­ver a la raíz es como la búsqueda de la tranquilidad. La búsqueda de la tranquilidad es como un movimiento [175] hacia el destino. Moverse hacia el destino es como la eter­nidad. Reconocer la eternidad es la iluminación y no reconocerla trae el desorden y el mal.

El conocimiento de la eternidad hace al hombre com­prensivo y la comprensión amplía su mente; la amplitud de visión trae nobleza y la nobleza es como el cielo.

Lo celeste es Tao. Tao es lo Eterno. No ha de temerse la decadencia del cuerpo.”166

Los japoneses tienen un proverbio: “Los dioses sólo ríen cuando los hombres les piden riquezas.” La dádiva entre­gada al suplicante siempre está proporcionada a su propia estatura y a la naturaleza de sus deseos dominantes. La dádiva es sencillamente un símbolo de la energía vital reducida a las condiciones de cierto caso específico. La ironía, por supuesto, está en el hecho de que en tanto que el héroe que ha ganado el favor del dios puede pedir la dádiva de la iluminación perfecta, lo que generalmente busca son más años, de vida, armas para asesinar a su vecino y salud para su hijo.

Los griegos hablaban del rey Midas que tuvo la suerte de obtener de Baco la oferta de la dádiva que más de­seara. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Cuando volvía a su casa, tocó, por vía de experi­mento, la rama de un encino que inmediatamente se convirtió en oro; tocó una piedra y se convirtió en oro; y una manzana en su mano fue una pepita de oro. Fasci­nado, ordenó que se preparara una magnífica fiesta para celebrar el milagro. Pero cuando se sentó y puso los dedos sobre el asado, éste se transfiguró, y el vino en sus labios se convirtió en oro líquido. Y cuando su hija pequeña, a quien él amaba más que nada en la tierra vino a consolarlo de sus sufrimientos, se convirtió, en el momento en que la abrazó, en una hermosa estatua de oro.

La agonía de romper las limitaciones personales, es la agonía del crecimiento espiritual. El arte, la literatura, el mito y el culto, la filosofía y las disciplinas ascéticas son instrumentos que ayudan al individuo a pasar de sus horizontes limitados a esferas de realización siempre cre­ciente. Conforme cruza un umbral después de otro y somete a un dragón después de otro, aumenta la estatura de la [176] divinidad a quien él implora su más alto deseo, hasta resu­mir el cosmos. Finalmente, la mente rompe la esfera limi­tadora del cosmos hacia una realización que trasciende todas las experiencias de la forma, todos los simbolis­mos, todas las divinidades: la apreciación del inevitable vacío.

Así, cuando Dante había dado el último paso en su aventura espiritual, y llegó a la última visión simbólica del Dios Uno y Trino en la Rosa Celestial, le quedaba por experimentar una iluminación más, por encima de las for­mas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. “Bernardo sonriéndose me indicaba que mirase hacia arriba; pero yo había hecho ya por mí mismo lo que él quería: porque mi vista, adquiriendo más y más pureza y claridad, penetraba gradualmente en la alta luz que tiene en sí misma la verdad de su existencia. Desde aquel instante lo que vi excede a todo humano lenguaje, que es impotente para expresar tal visión, y la memoria se rinde a tanta grandeza.”167

“Allí no llega el ojo, ni la palabra, ni la mente: no lo conocemos, ni sabemos cómo enseñarlo. Es diferente de todo lo conocido, y está también más allá de lo des­conocido.”168

Ésta es la última y la más alta crucifixión, no sólo del héroe sino también de su dios. Aquí tanto el Padre como el Hijo son aniquilados, como si fueran unas máscaras personales sobre lo que no tiene nombre. Porque así como los fragmentos de un sueño derivan de la energía vital del que lo sueña y representan partes fluidas y complicaciones de una sola fuerza, así todas las formas de todos los mundos, terrestres o divinos, reflejan la fuerza universal de un solo misterio inescrutable: la fuerza que construye el átomo y controla las órbitas de todas las es­trellas.

Esa fuente de vida es el corazón del individuo y dentro de sí mismo ha de encontrarla, si puede romper las ca­pas que la cubren. La divinidad germánica pagana Odín (Wotan) dio un ojo para abrir el velo de luz hasta el cono­cimiento de esta infinita oscuridad y luego sufrió por ella la pasión de una crucifixión:

[177]

Pensé que colgaba de un árbol en el viento,

que colgaba ahí por noches nueve;

Con una lanza estaba herido, y me había ofrecido

a Odín, mi persona a mí mismo,

En el árbol del que nadie sabrá

Por encima de qué raíz crece.169

La victoria del Buddha bajo el Árbol Bo es el clásico ejemplo oriental de este hecho. Con la espada de su mente rompió la burbuja del universo y la convirtió en nada. El mundo entero de la experiencia natural, así como los con­tinentes, los cielos y los infiernos de las creencias tradi­cionales religiosas, estalló con sus dioses y sus demo­nios. Pero el milagro de los milagros fue que aunque todo reventó, todo fue sin embargo renovado, revivificado y glorificado con el brillo del verdadero ser. Los dioses de los cielos redimidos levantaron sus voces y aclamaron armoniosamente al hombre-héroe que había penetrado por encima de ellos al vacío que era su vida y su fuente: “Banderas y pendones fueron erigidos en el filo del este del mundo y flotaron hasta el borde del oeste del mundo; de la misma manera notaron los que estaban en el borde del oeste hasta el filo del este; y aquellos erigidos en el borde del norte del mundo flotaron hasta el filo del sur del mundo, mientras que aquellos que estaban en el borde del sur llegaron al filo del norte; mientras que aque­llos que estaban al nivel de la tierra flotaron hasta alcanzar el mundo de Brahma, y los que estaban en el mundo de Brahma colgaron hasta llegar al nivel de la tierra. A través de los diez mil mundos los árboles florecieron; los árboles frutales se inclinaron bajo el peso de sus frutos; lotos flo­recieron en los troncos de los árboles; y lotos en las ramas de los árboles; lotos en las enredaderas; lotos colgaban de los cielos; y plantas de loto salieron de las rocas en grupos de siete. El sistema de los diez mil mundos era como un ramo de flores que giraba por el aire, o como una gruesa alfombra de flores; en los espacios entre los mundos, los infiernos de ocho mil leguas, que no habían podido ser ilu­minados antes ni siquiera por la luz de siete soles, estaban ahora inundados de fulgor; el océano de ochenta y cuatro mil leguas de profundidad se volvió dulce al gusto; los ríos detuvieron sus corrientes; los ciegos de nacimiento recibieron [178] la vista; los sordos de nacimiento el don del oído; los inválidos de nacimiento el uso de sus miembros; y las cade­nas y los grilletes de los cautivos se rompieron y cayeron al suelo.”170Cuando el Príncipe de la Isla Solitaria hubo permanecido seis noches y seis días en el diván de oro con la Reina durmiente [160] de Tubber Tintye, en el diván que descansaba en ruedas de oro que giraban continuamente —el diván giraba de día y de noche, sin detenerse nunca—, llegó la mañana séptima y dijo: “ ‘Es tiempo de que yo deje este lugar.’ De manera que descendió y llenó las tres botellas con agua de la fuente llameante. En la cámara de oro había una mesa de oro, y en la mesa una pierna de cordero con una re­banada de pan, y aunque todos los hombres de Erín comie­ran en esa mesa doce meses seguidos, el cordero y el pan tendrían la misma forma que antes.

El Príncipe se sentó, comió una parte del pan y de la pierna de cordero y los dejó como los había encontrado. Se levantó, tomó las tres botellas, las guardó en su bolso e iba a salir de la cámara cuando se dijo a sí mismo: ‘Sería vergonzoso partir sin dejar algo por medio de lo cual la Reina sepa quién estuvo aquí mientras ella dormía.’ Por lo tanto escribió una carta que decía que el hijo del Rey de Erín y de la Reina de la Isla Solitaria había pasado seis días y seis noches en la cámara dorada de Tubber Tintye, había tomado tres botellas de agua de la fuente flameante y había comido en la mesa de oro. Puso la carta debajo de la almohada de la reina, salió por la ventana abierta, montó en el caballito, flaco y feo y cruzó las arboledas y el río sin recibir daño alguno.”136

La facilidad con que esta aventura se lleva a cabo significa que el héroe es un hombre superior, un rey nato. Esa facilidad distingue numerosos cuentos de hadas y leyendas de los dioses encarnados. Donde el héroe común habría de afrontar una prueba, el elegido no encuentra obstáculo que lo retrase ni comete error alguno. La fuente es el Ombligo del Mundo, su agua flameante, la esencia indestructible de la existencia; la cama que gira continua­mente es el Eje del mundo. El castillo dormido es el último abismo en el cual la conciencia se sumerge al descender en el sueño, donde la vida individual está a punto de disol­verse en energía indiferenciada: disolverse significaría la muerte; sería la muerte también no encontrar el fuego. El motivo del plato inagotable (derivado de una fantasía infantil) simboliza los perpetuos poderes que conceden la vida y generan las formas derivadas de la fuente universal, y es el equivalente en el cuento de hadas de la imagen [161] mitológica del banquete con la cornucopia de los dioses. El presentar juntos los dos grandes símbolos del encuentro con la diosa y el robo del fuego, revela con simplicidad y claridad el estado de las fuerzas antropomórficas en el reino del mito. No son fines en ellos mismos, sino guardianes, encarnaciones, o dadores del licor, la leche, el alimento, el fuego, la gracia de la vida indestructible.

Este grupo de imágenes puede ser interpretado fácil­mente como psicológico en su forma primaria, pero tal vez no en su forma última; ya que es posible observar en las primeras fases del desarrollo del niño los síntomas de una incipiente “mitología” de un estado por encima de las vici­situdes del tiempo. Esto aparece como reacciones a las fantasías destructoras del cuerpo que asaltan al niño cuan­do se le ha separado del pecho materno y como espontáneas defensas contra ellas.137 “El niño reacciona con una explo­sión de temperamento y la fantasía que acompaña a dicha explosión lo arranca todo del cuerpo de la madre... En­tonces el niño teme que se le castigue por dichos impul­sos, esto es, que todo se extraerá de su propio interior.”138 Angustias por la integridad de su cuerpo, fantasías de restitución y un silencioso y hondo deseo de indestructi­bilidad y protección contra las fuerzas “malas” interiores y exteriores, comienzan a dirigir su psique en formación; y todos ellos permanecen como factores determinantes en las posteriores actividades de la vida, neuróticas o incluso normales, en sus esfuerzos espirituales, en sus creencias religiosas y en las prácticas rituales del adulto.

Por ejemplo, la profesión de hechicero, que es el núcleo de las sociedades primitivas, “se origina... en la base de las fantasías infantiles de la destrucción del cuerpo, por medio de una serie de mecanismos de defensa”.139 En Austria un concepto básico es que los espíritus le han quitado los intestinos al hechicero y han puesto en su lugar piedras, cristales de cuarzo, un trozo de cordel, y a veces hasta una pequeña serpiente dotada de poder.140 “La primera fórmula es una reacción directa en la fantasía (mis entrañas han sido destruidas), seguida por una [162] formación reactiva (mis entrañas no son corruptibles no están llenas de heces, sino incorruptibles, llenas de cristales de cuarzo). La segunda fórmula es de proyección: ‘No soy yo quien trata de penetrar en el cuerpo, sino hechiceros extraños a mí que derraman dentro de la gente las sustan­cias de la enfermedad’. La tercera fórmula es de restitu­ción : ‘No trato de destruir las entrañas de la gente, trato de curarlas.’ Al mismo tiempo, sin embargo, el elemento de la fantasía original según el cual los valiosos conte­nidos del cuerpo han sido arrancados de la madre, retorna en la técnica de curación: sacar algo del cuerpo del pa­ciente chupando, tirando o frotando.”141

Otra imagen de indestructibilidad está representada en la idea popular del “doble” espiritual —un alma externa no afectada por las pérdidas y heridas del cuerpo presente, sino que existe a salvo en algún lugar apartado.142 “Mi muerte —dijo cierto brujo— está lejos de aquí y es difícil de encontrar en el ancho océano. En este mar hay una isla y en la isla crece un roble verde y bajo el roble hay un co­fre de hierro, y dentro del cofre hay una cestita, y en la cestita una liebre, y en la liebre hay un pato y el pato tiene un huevo; el que encuentre el huevo y lo rompa, me ma­tará al mismo tiempo.”143 Comparemos esto con el sueño de una triunfante mujer de negocios moderna. “Había llegado a una isla desierta. Allí había también un sacer­dote católico. Se había ocupado en poner puentes de una isla a la otra para que la gente pudiera pasar. Pasamos a otra isla y allí le pregunté a una mujer adonde había ido yo. Ella contestó que yo estaba buceando con otros buzos. Me dirigí al interior de la isla donde había un hermoso estanque lleno de gemas y de joyas y donde el otro ‘Yo’ estaba esperándome con un traje de buzo. Me quedé allí mirando y observándome a mí misma.”144 Exis­te un encantador cuento hindú de la hija de un rey que sólo habría de casarse con el hombre que encontrara y despertara a su doble, en la Tierra del Loto del Sol, en [163] el fondo del mar.145 El australiano iniciado, después de su matrimonio, es conducido por su abuelo a una cueva sagrada y allí se le enseña una pequeña tabla de madera inscrita con dibujos alegóricos. “Ésto —se le dice— es tu cuerpo; esto y tú sois lo mismo. No lo lleves a otro lugar o has de sentir dolor.”146 Los maniqueos y los gnósticos cristianos de los primeros siglos de nuestra era enseñaban que cuando el alma de los benditos llega al cielo es recibida por ángeles y santos que le llevan su “vestidura de luz”, que ha sido reservada para ellos.

La gracia suprema deseada para el Cuerpo Indestructi­ble es la ininterrrumpida residencia en el Paraíso de la Leche que Nunca se Agota. “Regocíjate, Jerusalén. Vosotros, los que la amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría los que con ella hicisteis duelo. Para mamar hasta saciaros la leche de sus consolaciones, para ma­mar con delicia a los pechos de su gloria. Porque así dice Yavé: ‘Voy a derramar sobre ella la paz como río,

Fig. 7. El alma recibe pan y agua de Isis.

[164] y la gloria de las naciones como torrente desbordado. Y sus niños serán llevados a la ladera, y acariciados so­bre las rodillas.’”147 Alimento del alma y del cuerpo, tranquilidad en el corazón es la dádiva del pezón inago­table, que “todo lo cura”. El Monte Olimpo se levanta hasta los cielos, los dioses y los héroes tienen en él ban­quetes de ambrosía (, no; , mortal). En el salón de la montaña de Wotan, cuatrocientos treinta y dos mil hé­roes consumen la carne que no disminuye de Sachrimnir, el Jabalí Cósmico, y la toman con la leche que sale de las ubres de la cabra Heidrun, aumentada de las hojas de Yggdrasil, el Fresno del Mundo. En las colinas de las ha­das de Erín, la inmortal Tuatha De Danaan consume los siempre renovados cerdos de Manannan y bebe copiosa­mente del licor de Guibne. En Persia, los dioses del jardín de la montaña en el monte Hara Berezaiti beben la inmortal haoma, destilada del Árbol Gaokerena, el árbol de la vida. Los dioses japoneses beben sake, los polinesios ave, los dioses aztecas beben la sangre de hombres y don­cellas. A los redimidos de Yavé, en su jardín les es ser­vida la carne deliciosa e inagotable de los monstruos Behemoth, Leviatán y Ziz, mientras que beben los licores de los cuatro ríos dulces del Paraíso.148

Es obvio que las fantasías infantiles que todavía acari­ciamos en el inconsciente, están continuamente en juego en el mito, en el cuento de hadas y en las enseñanzas de la Iglesia como símbolos del ser indestructible. Esto es útil, porque la mente se siente como en su casa con las imáge­nes y le parece recordar algo ya conocido. Pero esta cir­cunstancia es también un obstáculo, porque los sentimien­tos se apoyan en los símbolos y resisten violentamente todo esfuerzo para sobrepasarlos. El golfo prodigioso entre esas multitudes infantilmente felices que llenan el mundo de piedad y los verdaderamente libres se abre en la línea donde los símbolos desaparecen y son trascendidos. “¡Oh vosotros —escribe Dante al salir del Paraíso Terrenal—, que, deseosos de escucharme, habéis seguido en una peque­ña barca tras de mi bajel que navega cantando, virad para ver de nuevo vuestras playas! No os internéis en el piélago, porque quizá, perdiéndome yo, quedaríais perdidos. El agua [165] por donde sigo no fue jamás recorrida; Minerva sopla en mi vela, Apolo me conduce y las nueve Musas me enseñan las Osas.”149 Ésta es la línea que el pensamiento no trasciende; detrás de ella todos los sentimientos mue­ren verdaderamente: como la última estación en la vía que lleva a una montaña, donde empiezan a trepar los alpinistas y a la que a veces vuelven para conversar con aquellos que aman el aire de la montaña pero no pueden arriesgarse a las alturas. La inefable enseñanza de la beatitud que sobre­pasa la imaginación viene a nosotros envuelta necesaria­mente en figuras que recuerdan la imaginada beatitud de la infancia; de aquí el engañoso infantilismo de los cuen­tos. De aquí también la inadecuación de las lecturas meramente psicológicas.150

La sofisticación del humor del conjunto de imágenes infantiles, cuando está imbuida de un idóneo traslado mi­tológico de doctrina metafísica, emerge con magnificencia en uno de los grandes mitos mejor conocidos del mundo oriental: la relación hindú de la batalla primordial entre los titanes y los dioses por el licor de la inmortalidad. Un antiguo ser de la tierra, Kashyapa, el “Hombre Tortuga”, se había casado con tres de las hijas de un patriarca demiúrgico todavía más antiguo, Daksha, “Señor de la Virtud”. Dos de estas hijas, de nombre Diti y Aditi, habían dado vida respectivamente a los titanes y a los dioses. En una interminable serie de batallas familiares, muchos de es­tos hijos de Kashyapa fueron muertos. Pero después el gran sacerdote de los titanes, por medio de grandes austeridades y meditaciones, ganó el favor de Shiva, Señor del Universo. Shiva le enseñó un conjuro para revivir a los muertos. Esto dio a los titanes una ventaja que los dioses notaron rápidamente en la siguiente batalla. Confundidos, se re­tiraron para celebrar una consulta y se dirigieron a las [166] altas divinidades Brahma y Vishnú.151 Se les aconsejó que pactaran con sus hermanos enemigos una paz temporal, durante la cual los titanes deberían ayudarlos a extraer la mantequilla del Océano de Leche de la vida inmortal: Amrita (a, no; mrita, mortal) “el néctar de la inmorta­lidad”. Halagados por la invitación, que vieron como una aceptación de su superioridad, los titanes participaron en­cantados y así empezó la trascendental aventura coopera­tiva al principio de las cuatro edades del ciclo del mundo. El monte Mandara fue seleccionado como batidora. Vasuki, el Rey de las Serpientes, consintió en convertirse en cuerda para moverla. Vishnú mismo, en forma de tortuga, se echó en el Océano de Leche para sostener con su espalda la base de la montaña. Los dioses tomaron una punta de la ser­piente, después de haberla atado alrededor de la montaña, y los titanes la otra. Juntos batieron durante mil años.

Lo primero que se levantó de la superficie del mar fue un humo negro y ponzoñoso, llamado Kalakuta, “Cima Negra”, o sea la más alta concentración de la fuerza de la muerte. “Bebedme”, dijo Kalakuta, y la operación no pudo seguirse hasta encontrar a alguien capaz de hacer­lo. Se dirigieron a Shiva que estaba sentado aparte y con expresión indiferente. Con magnificencia, dejó su po­sición de profunda meditación interior y se acercó a la escena donde se batía el Océano de Leche. Puso el líquido de la muerte en una taza, se lo tragó de un golpe y por medio de su fuerza yoga lo retuvo en su garganta. La gar­ganta se le puso azul. Desde entonces, Shiva es llamado “Cuello Azul”, Nilakantha.

Entonces siguieron batiendo y empezaron a salir de las profundidades inagotables formas preciosas de fuerza con­centrada. Aparecieron Apsarases (ninfas), Lakshmi, la dio­sa de la fortuna, el caballo blanco como la leche llamado Uchchaihshravas, “El que Relincha Fuerte”; la perla de las gemas, Kaustubha, y otros objetos hasta el número de [167] trece. El último en aparecer fue el diestro médico de los dioses, Dhanvantari, llevando en su mano la luna, que es la taza del néctar de la vida.

De nuevo empezó una gran batalla por la posesión de la valiosa bebida. Uno de los titanes, Rahu, se las arregló para robar un trago, pero fue decapitado antes de que el licor pasara por su garganta; su cuerpo murió, pero su ca­beza permaneció inmortal. Y esta cabeza va por los cielos en eterna persecución de la luna, tratando de alcanzarla. Cuando la alcanza, la taza entra por su boca y sale por su garganta; por esa razón tenemos eclipses de luna.

Pero Vishnú, temiendo que los dioses perdieran sus ven­tajas, se transformó en una hermosa doncella danzarina. Y mientras los titanes, que eran sensuales, quedaban enmudecidos de asombro ante los encantos de la joven, ella tomó la taza-luna de Amrita, jugó con ellos un momento y repentinamente se la entregó a los dioses. Vishnú se transformó en seguida en un poderoso héroe, se unió a los dioses en contra de los titanes y los ayudó a perseguir al enemigo hasta los abismos y oscuros cañones del mundo inferior. Ahora los dioses se alimentan de Amrita, dentro de sus hermosos palacios, en la cima de la montaña cen­tral del mundo, el monte Sumeru.152

El humor es la piedra de toque de lo verdaderamente mitológico comparado con el ambiente más literal y sen­timental de lo teológico. Los dioses como iconos no son fines en ellos mismos. Sus divertidos mitos transportan la mente y el espíritu no hasta ellos, sino más allá de ellos, hasta el vacío que está detrás; desde esta perspectiva, los más pesados dogmas teológicos aparecen sólo como recur­sos pedagógicos y su función es enderezar el intelecto desencaminado por una acumulación concreta de hechos y de acontecimientos hacia una zona comparativamente rari­ficada, en donde, como una dádiva final, toda existencia —ya sea celestial, terrena o infernal— pueda por fin verse transmutada en la apariencia de un sueño pasajero, pe­riódico e infantil de dicha y de temor. “Desde un punto de vista todas las divinidades existen —contestó reciente­mente un lama tibetano a la pregunta de un enterado [168] visitante occidental—; desde otro, ninguna es real”.153 Ésta es la enseñanza ortodoxa de los antiguos Tantras: “Todas las deidades visualizadas no son sino símbolos que represen­tan los diferentes sucesos que ocurren en el Camino”;154 del mismo modo que en la doctrina de las escuelas psicoanalíticas contemporáneas.155 Y la misma penetración meta teo­lógica parece ser lo que sugieren los versos finales de Dante, cuando el viajero iluminado alcanza finalmente a elevar sus ojos valerosos por encima de la beatífica visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta la Luz Eterna.156

Los dioses y las diosas deben entenderse por lo tanto como encarnaciones y custodios del elixir del Ser Impere­cedero, pero no como lo Último en su estado primario. Lo que el héroe busca en sus relaciones con ellos, no son ellos mismos, por lo tanto, sino su gracia, esto es, la fuerza de su sustancia sustentante. Esta milagrosa energía-sustancia y sólo ella es lo Imperecedero; los nombres y las formas de las deidades, que en todas partes la encarnan, la distri­buyen y la representan, van y vienen. Ésta es la milagrosa energía de los rayos de Zeus, de Yavé y del Supremo Buddha, la fertilidad de la lluvia de Viracocha, la virtud anunciada por la campana que se hace sonar en la Misa en el momento de la consagración,157 y la luz de la ilumi­nación última del santo y del sabio. Sus guardianes se atreven a entregarla solamente a aquellos que han sido de­bidamente probados.

Pero los dioses pueden ser demasiado severos o dema­siado cautelosos, y entonces el héroe tiene que apoderarse de su tesoro con engaños. Ése fue el problema de Prometeo. [169] Cuando se comportan en esta forma, hasta los dioses más altos aparecen como ogros malignos que atesoran la vida, y el héroe que los engaña, los mata o los apacigua es honrado como el salvador del mundo.

Maui de Polinesia luchó contra Mahu-ika, el guardián del fuego, con la intención de despojarlo de su tesoro y de devolverlo a la especie humana. Maui se dirigió sin vaci­laciones al gigante Mahu-ika y le dijo: “Limpia la maleza de este campo llano que poseemos para que podamos lu­char juntos con una rivalidad amistosa.” Debe aclararse que Maui era un gran héroe y además un maestro en es­tratagemas.

“Mahu-ika preguntó: ‘¿Qué clase de proezas y emula­ciones han de ser?’ ‘La hazaña de lanzamiento hacia arri­ba’, contestó Maui.

Mahu-ika estuvo de acuerdo; luego Maui preguntó: ‘¿Quién ha de empezar?’

Mahu-ika contestó: ‘Yo’.

Maui expresó su consentimiento, de manera que Mahu-ika tomó a Maui y lo lanzó al aire; Maui se levantó por los aires y cayó en las manos de Mahu-ika, quien de nuevo lo lanzó cantando: ‘¡Hacia arriba, hacia arriba, allá vas!’

Hacia arriba fue Maui y Mahu-ika cantó este encan­tamiento :

‘¡Arriba hasta el primer nivel,

Arriba hasta el segundo nivel,

Arriba hasta el tercer nivel.

Arriba hasta el cuarto nivel,

Arriba hasta el quinto nivel,

Arriba hasta el sexto nivel,

Arriba hasta el séptimo nivel,

Arriba hasta el octavo nivel,

Arriba hasta el noveno nivel,

Arriba hasta el décimo nivel!’

Maui se revolvió en los aires, empezó a bajar y cayó junto a Mahu-ika; entonces dijo: ‘Tú eres el único que se divierte’.

‘¡Por supuesto! —exclamó Mahu-ika—. ¿Te imaginas que eres capaz de lanzar al aire una ballena?’

‘Puedo probar’, contestó Maui.

Así pues, Maui tomó a Mahu-ika y lo lanzó cantando: ‘¡Hacia arriba, hacia arriba, allá vas!’

Mahu-ika salió volando y Maui cantó este hechizo:

[170]

‘¡Arriba hasta el primer nivel,

Arriba hasta el segundo nivel,

Arriba hasta el tercer nivel,

Arriba hasta el cuarto nivel,

Arriba hasta el quinto nivel,

Arriba hasta el sexto nivel,

Arriba hasta el séptimo nivel,

Arriba hasta el octavo nivel,

Arriba hasta el noveno nivel,

Arriba hasta lo más alto del aire!’

Mahu-ika se revolvió en el aire y empezó a caer; cuan­do casi había llegado al suelo Maui dijo estas palabras má­gicas: ‘¡Que ese hombre de ahí arriba caiga de cabeza!’

Mahu-ika cayó, el cuello se le clavó completamente en el cuerpo; así Mahu-ika murió. Inmediatamente el héroe Maui, tomó la cabeza del gigante Mahu-ika y la cortó; entonces se hizo poseedor del tesoro de la llama, que en­tregó al mundo.158

La fábula más grandiosa de la búsqueda del elixir en Mesopotamia es la tradición prebíblica de Gilgamesh, un rey legendario de la ciudad sumeria de Erech, que fue a buscar la planta de la inmortalidad, llamada “Nunca En­vejece”. Después de que hubo pasado por los leones que guardaban el pie de las colinas y los hombres escorpiones que vigilaban las montañas que sostienen el cielo, llegó, en medio de las montañas, a un jardín paradisíaco de flo­res, frutas y piedras preciosas. Avanzó y llegó al mar que rodea al mundo. En una cueva, junto a las aguas, habitaba una manifestación de la diosa Ishtar, Siduri-Sabitu, y esta mujer, cubierta con un espeso velo, le cerró las puertas. Pero cuando el rey le contó su historia, lo admitió a su presencia y le aconsejó que no siguiera buscando, sino que, aprendiera y se contentara con los goces mortales de la vida:

Gilgamesh ¿por qué seguiste este camino?

La vida que buscas no la encontrarás jamás.

Cuando los dioses crearon al hombre

Pusieron la muerte sobre él

y sostuvieron la vida en sus propias manos.

Llena tu vientre, Gilgamesh;

Disfruta día y noche;

Prepara para cada día un buen momento.

De día y noche sé ruidoso y alegre;

Deja que tus ropas sean hermosas,

Tus cabellos perfumados y tu cuerpo limpio.

Considera a la pequeña que toma tu mano,

Permite a tu esposa ser feliz sobre tu regazo.159

[171]

Fig. 8. La victoria sobre el monstruo. David y Goliat.

El descenso a los infiernos. Sansón y el león.

Pero Gilgamesh insistió y Siduri-Sabitu le dio permiso para pasar y le previno de los peligros del viaje.

La mujer le dijo que buscara al barquero Ursanapi, a quien encontró cortando madera en un bosque acompañado por un grupo de ayudantes. Gilgamesh hizo pedazos a los ayudantes (se les llamaba “los que se alegran de vivir”, “los de piedra”), y el barquero consintió en llevarlo a tra­vés de las aguas de la muerte. Fue un viaje de mes y medio. Se advirtió al pasajero que no tocara las aguas.

La tierra lejana a la que se aproximaban era la residen­cia de Utnapishtim, el héroe del diluvio primordial,160 que allí habitaba con su esposa en la paz inmortal. Desde lejos Utnapishtim vio aproximarse la pequeña barca aislada en las aguas sin fin y su corazón reflexionó:

¿Por qué “los de piedra” no están en el bote,

y alguien que no es de mi servicio se acerca navegando?

Aquel que viene, ¿no es un hombre?

Gilgamesh, al bajar a tierra, tuvo que escuchar una larga relación de la historia del diluvio que le hizo el pa­triarca. Luego, Utnapishtim invitó a dormir a su visitante y éste durmió seis días. Utnapishtim ordenó a su esposa que cociera siete panes y los colocó cerca de la cabeza de Gilgamesh mientras éste dormía cerca de la barca. Utna­pishtim tocó a Gilgamesh y cuando despertó ordenó al barquero Ursanapi que le diera un baño a su huésped en cierta fuente y ropa limpia. Después de eso, Utnapishtim anunció a Gilgamesh el secreto de la planta.

[173]

Gilgamesh, algo secreto te he de revelar,

y te daré la instrucción:

Esa planta es como una zarza del campo,

su espina, como la de una rosa, te pinchará la mano.

Pero si tu mano alcanza esa planta,

habrás de regresar a tu tierra natal.

La planta crecía en el fondo del mar cósmico.

Ursanapi condujo de nuevo al héroe hacia las aguas. Gilgamesh ató unas piedras a sus pies y se sumergió.161 Se hundió en las aguas, más allá de todo sufrimiento, mientras el barquero permanecía en el bote. Cuando Gilgamesh hubo alcanzado el fondo del mar sin fondo, arrancó la planta aunque mutiló su mano, soltó las piedras y subió a la super­ficie. Cuando hubo llegado y el barquero lo ayudó a subir al bote, anunció triunfante:

Ursanapi, ésta es la planta única...

Con ella, el Hombre obtiene todo su vigor.

Volveré con ella a Erech, el país de los rebaños...

Su nombre es: “El hombre de edad rejuvenece.”

He de comerla para retornar a la condición de mi juventud.

Atravesaron el mar. Cuando llegaron a tierra, Gilga­mesh se bañó en una poza de agua fresca y se acostó a descansar. Mientras dormía, una serpiente olfateó el ma­ravilloso perfume de la planta, se acercó y se la llevó. En cuanto la hubo comido, la serpiente mudó de piel y por lo tanto renovó su juventud. Cuando Gilgamesh despertó, se sentó a llorar “y las lágrimas corrieron por las paredes de su nariz”.162

Hasta nuestros días, la posibilidad de la inmortalidad física fascina el corazón del hombre. La pieza utópica de Bernard Shaw, De vuelta a Matusalén, representada en [174] 1921, convirtió este tema en una parábola moderna sociobiológica. Cuatrocientos años antes la mentalidad más literal de Juan Ponce de León descubrió la Florida en su búsqueda de la tierra de “Bimini”, donde esperaba encon­trar la fuente de la juventud. Varios siglos antes y muy lejos de esa región, el filósofo chino Ko Hung pasó los últimos años de una larga vida preparando píldoras de in­mortalidad. “Se toman tres libras de auténtico cinabrio —escribió Ko Hung— y una libra de miel blanca. Se mez­clan y se pone a secar la mezcla bajo el sol. Luego se tuesta sobre el fuego hasta que se le pueda dar forma de píldo­ras. Cada mañana se toman diez píldoras del tamaño de un cañamón. En el curso de un año los cabellos blancos se volverán negros, los dientes destruidos volverán a crecer, el cuerpo se volverá lustroso y brillante. Si un viejo toma esta medicina por un largo período de tiempo, se convertirá en joven. Y aquel que la tome constantemente disfruta­rá de la vida eterna y no morirá”.163 Un día, un amigo llegó a visitar al solitario investigador y filósofo, pero todo lo que encontró fueron las ropas vacías de Ko Hung. El viejo había desaparecido; había pasado al reino de los inmor­tales.164

La búsqueda de la inmortalidad física nace de un malentendimiento de las enseñanzas tradicionales. Por lo con­trario, el problema básico es éste: ampliar la pupila del ojo, para que el cuerpo con la personalidad que lo acompa­ña no obstruya la vista. La inmortalidad se experimenta entonces como un hecho presente: “¡Está aquí! ¡Está aquí!”165

“Todas las cosas devienen, se elevan y regresan. Las plantas florecen, pero sólo para volver a la raíz. El vol­ver a la raíz es como la búsqueda de la tranquilidad. La búsqueda de la tranquilidad es como un movimiento [175] hacia el destino. Moverse hacia el destino es como la eter­nidad. Reconocer la eternidad es la iluminación y no reconocerla trae el desorden y el mal.

El conocimiento de la eternidad hace al hombre com­prensivo y la comprensión amplía su mente; la amplitud de visión trae nobleza y la nobleza es como el cielo.

Lo celeste es Tao. Tao es lo Eterno. No ha de temerse la decadencia del cuerpo.”166

Los japoneses tienen un proverbio: “Los dioses sólo ríen cuando los hombres les piden riquezas.” La dádiva entre­gada al suplicante siempre está proporcionada a su propia estatura y a la naturaleza de sus deseos dominantes. La dádiva es sencillamente un símbolo de la energía vital reducida a las condiciones de cierto caso específico. La ironía, por supuesto, está en el hecho de que en tanto que el héroe que ha ganado el favor del dios puede pedir la dádiva de la iluminación perfecta, lo que generalmente busca son más años, de vida, armas para asesinar a su vecino y salud para su hijo.

Los griegos hablaban del rey Midas que tuvo la suerte de obtener de Baco la oferta de la dádiva que más de­seara. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Cuando volvía a su casa, tocó, por vía de experi­mento, la rama de un encino que inmediatamente se convirtió en oro; tocó una piedra y se convirtió en oro; y una manzana en su mano fue una pepita de oro. Fasci­nado, ordenó que se preparara una magnífica fiesta para celebrar el milagro. Pero cuando se sentó y puso los dedos sobre el asado, éste se transfiguró, y el vino en sus labios se convirtió en oro líquido. Y cuando su hija pequeña, a quien él amaba más que nada en la tierra vino a consolarlo de sus sufrimientos, se convirtió, en el momento en que la abrazó, en una hermosa estatua de oro.

La agonía de romper las limitaciones personales, es la agonía del crecimiento espiritual. El arte, la literatura, el mito y el culto, la filosofía y las disciplinas ascéticas son instrumentos que ayudan al individuo a pasar de sus horizontes limitados a esferas de realización siempre cre­ciente. Conforme cruza un umbral después de otro y somete a un dragón después de otro, aumenta la estatura de la [176] divinidad a quien él implora su más alto deseo, hasta resu­mir el cosmos. Finalmente, la mente rompe la esfera limi­tadora del cosmos hacia una realización que trasciende todas las experiencias de la forma, todos los simbolis­mos, todas las divinidades: la apreciación del inevitable vacío.

Así, cuando Dante había dado el último paso en su aventura espiritual, y llegó a la última visión simbólica del Dios Uno y Trino en la Rosa Celestial, le quedaba por experimentar una iluminación más, por encima de las for­mas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. “Bernardo sonriéndose me indicaba que mirase hacia arriba; pero yo había hecho ya por mí mismo lo que él quería: porque mi vista, adquiriendo más y más pureza y claridad, penetraba gradualmente en la alta luz que tiene en sí misma la verdad de su existencia. Desde aquel instante lo que vi excede a todo humano lenguaje, que es impotente para expresar tal visión, y la memoria se rinde a tanta grandeza.”167

“Allí no llega el ojo, ni la palabra, ni la mente: no lo conocemos, ni sabemos cómo enseñarlo. Es diferente de todo lo conocido, y está también más allá de lo des­conocido.”168

Ésta es la última y la más alta crucifixión, no sólo del héroe sino también de su dios. Aquí tanto el Padre como el Hijo son aniquilados, como si fueran unas máscaras personales sobre lo que no tiene nombre. Porque así como los fragmentos de un sueño derivan de la energía vital del que lo sueña y representan partes fluidas y complicaciones de una sola fuerza, así todas las formas de todos los mundos, terrestres o divinos, reflejan la fuerza universal de un solo misterio inescrutable: la fuerza que construye el átomo y controla las órbitas de todas las es­trellas.

Esa fuente de vida es el corazón del individuo y dentro de sí mismo ha de encontrarla, si puede romper las ca­pas que la cubren. La divinidad germánica pagana Odín (Wotan) dio un ojo para abrir el velo de luz hasta el cono­cimiento de esta infinita oscuridad y luego sufrió por ella la pasión de una crucifixión:

[177]

Pensé que colgaba de un árbol en el viento,

que colgaba ahí por noches nueve;

Con una lanza estaba herido, y me había ofrecido

a Odín, mi persona a mí mismo,

En el árbol del que nadie sabrá

Por encima de qué raíz crece.169

La victoria del Buddha bajo el Árbol Bo es el clásico ejemplo oriental de este hecho. Con la espada de su mente rompió la burbuja del universo y la convirtió en nada. El mundo entero de la experiencia natural, así como los con­tinentes, los cielos y los infiernos de las creencias tradi­cionales religiosas, estalló con sus dioses y sus demo­nios. Pero el milagro de los milagros fue que aunque todo reventó, todo fue sin embargo renovado, revivificado y glorificado con el brillo del verdadero ser. Los dioses de los cielos redimidos levantaron sus voces y aclamaron armoniosamente al hombre-héroe que había penetrado por encima de ellos al vacío que era su vida y su fuente: “Banderas y pendones fueron erigidos en el filo del este del mundo y flotaron hasta el borde del oeste del mundo; de la misma manera notaron los que estaban en el borde del oeste hasta el filo del este; y aquellos erigidos en el borde del norte del mundo flotaron hasta el filo del sur del mundo, mientras que aquellos que estaban en el borde del sur llegaron al filo del norte; mientras que aque­llos que estaban al nivel de la tierra flotaron hasta alcanzar el mundo de Brahma, y los que estaban en el mundo de Brahma colgaron hasta llegar al nivel de la tierra. A través de los diez mil mundos los árboles florecieron; los árboles frutales se inclinaron bajo el peso de sus frutos; lotos flo­recieron en los troncos de los árboles; y lotos en las ramas de los árboles; lotos en las enredaderas; lotos colgaban de los cielos; y plantas de loto salieron de las rocas en grupos de siete. El sistema de los diez mil mundos era como un ramo de flores que giraba por el aire, o como una gruesa alfombra de flores; en los espacios entre los mundos, los infiernos de ocho mil leguas, que no habían podido ser ilu­minados antes ni siquiera por la luz de siete soles, estaban ahora inundados de fulgor; el océano de ochenta y cuatro mil leguas de profundidad se volvió dulce al gusto; los ríos detuvieron sus corrientes; los ciegos de nacimiento recibieron [178] la vista; los sordos de nacimiento el don del oído; los inválidos de nacimiento el uso de sus miembros; y las cade­nas y los grilletes de los cautivos se rompieron y cayeron al suelo.”170

5. Apoteosis

Uno de los más poderosos y amados entre los Bodhisattvas del budismo Mahayana del Tibet, de China y del Japón, es el Portador del Loto, Avalokiteshvara, “El Señor que mira desde arriba con Piedad”, así llamado porque mira con compasión a todas las creaturas sensibles que sufren los [140] males de la existencia.83 A él está dirigida la plegaria, repe­tida millones de veces, de las ruedas de oración y de los gongs de los templos del Tibet: Om mani padme hum, “La joya está en el loto”. A él van quizá más plegarias por mi­nuto que a cualquier otra divinidad conocida por el hombre, pues durante su última existencia en la Tierra como ser humano, atravesó los límites del último umbral (en dicho momento se abrió para él la eternidad del vacío, más allá de los decepcionantes enigmas —espejismos del cosmos de los nombres y las formas); hizo una pausa y juró que an­tes de entrar en el vacío, traería la iluminación a todas las creaturas sin excepción; y desde entonces ha saturado toda la materia de la existencia con la gracia divina de su pre­sencia generosa, de manera que escucha gentilmente la más pequeña petición que se le dirige, en todo el imperio de Buddha. Bajo formas diferentes atraviesa los diez mil mundos y aparece a la hora de la necesidad y de la plega­ria. Se revela en forma humana con dos brazos, y en forma sobrehumana con cuatro, con seis, con doce o con mil bra­zos y lleva en una de sus manos izquierdas el loto del mundo.

Como el Buddha mismo, este ser divino es el modelo del estado divino al que llega el héroe humano que ha atrave­sado los últimos terrores de la ignorancia. “Cuando la envoltura de la conciencia ha sido aniquilada, se libera de todo temor, queda fuera del alcance de todo cambio.”84 Ésta es la liberación potencial que está dentro de cada uno [141] de nosotros, y que cualquiera puede obtener a través del heroísmo; así, leemos: “Todas las cosas son las cosas-Bud-dha”;85 y también, otra forma de hacer la misma decla­ración: “Ninguno de los seres tiene ser.”

El mundo está lleno e iluminado por el Bodhisattva (“aquel cuyo ser es iluminación”), pero no lo sostiene; más bien es él quien sostiene al mundo: el loto. El dolor y el placer no lo circunda, él los circunda a ellos, con una profunda calma. Y ya que él es aquello que todos pueden ser, su presencia, su imagen y hasta su nombre, son pro­mesas de ayuda. “Lleva una guirnalda de ocho mil rayos, en los cuales se refleja en forma completa el estado de la belleza perfecta. El color de su cuerpo es de oro purpúreo. Las palmas de sus manos tienen el color mezclado de qui­nientos lotos, mientras que cada una de las puntas de sus dedos tiene ochenta y cuatro mil marcas y cada una de ellas ochenta y cuatro mil colores, y cada color tiene ochenta y cuatro mil rayos que son suaves y tibios y brillan sobre todas las cosas que existen. Con estas manos enjoyadas protege y abarca todos los seres. El halo que rodea su cabe­za está sostenido por quinientos Buddhas milagrosamente transformados y cada uno de ellos atendido por quinientos Bodhisattvas, atendidos, a su vez, por dioses innumera­bles. Y cuando él pone los pies en el suelo, las flores de diamantes y las joyas que deja caer cubren todas las cosas en todas direcciones. El color de su rostro es el del oro. Y en su más alta corona de gemas, hay un Buddha de pie, de doscientas cincuenta millas de alto.”86

En China y en Japón, este Bodhisattva gentilmente su­blime no sólo está representado en forma masculina, sino también en forma femenina. Kwan Yin en China, Kwannon en Japón —la Madona del Lejano Oriente es precisamente este benévolo observador del mundo. Se la encuentra en cada templo budista del Lejano Oriente. Sus bendiciones están abiertas a los simples y a los sabios, porque de­trás de su palabra existe la más profunda intuición, reden­tora y sostenedora del mundo. La pausa ante el umbral del Nirvana, la resolución de seguir adelante hasta el fi­nal del tiempo (que no tiene final) antes de sumergirse en la plácida fuente de la eternidad, representa el darse cuenta de que la distinción entre la eternidad y el tiempo es sólo [142] aparente, hecha por la mente racional, pero disuelta en el conocimiento perfecto de la mente que ha trascendido las parejas de contrarios. Lo que se comprende es que el tiem­po y la eternidad son dos aspectos de la misma experiencia total; dos planos del mismo inefable no dual; es decir, la joya de la eternidad está en el loto del nacimiento y de la muerte: om moni padme hum.

La primera maravilla que debemos notar aquí es el ca­rácter andrógino del Bodhisattva: masculino, Avalokiteshvara; femenino, Kwan Yin. Los dioses masculinos-femeni­nos son comunes en el mundo del mito. Siempre emergen con un cierto misterio, porque conducen la mente, más allá de la experiencia objetiva, a un reino simbólico donde la rea­lidad se supera. Awonawilona, dios principal de los Pueblo Zuñi, creador y contenedor de todo, es a veces tratado como “él” pero en realidad es “él-ella”. La gran Original de las crónicas chinas, la santa T’ai Yuan, combina en su perso­na el masculino Yang y el femenino Yin.87 Las enseñanzas cabalísticas de los judíos medievales, como también los es­critos de los cristianos gnósticos del siglo II, representan el Verbo Encarnado como andrógino, que era por supuesto el estado de Adán cuando fue creado, antes de que al as­pecto femenino, Eva, se le diera otra forma. Y entre los griegos, no sólo Hermafrodito (el hijo de Hermes y Afrodita),88 sino también Eros, la divinidad del amor, (el primero de los dioses, de acuerdo con Platón89) tenía sexo masculino y sexo femenino.

[143]

“Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó y los creó macho y hembra.”90 Puede surgir en la mente la cuestión relativa a la naturaleza de la ima­gen de Dios; pero la respuesta ya está dada en el texto y es suficientemente clara. “Cuando el Todopoderoso, bendito sea, creó el primer hombre, lo creó andrógino.”91 El haber dado a lo femenino otra forma simboliza la caída de la perfección a la dualidad y a ello siguió naturalmente el des­cubrimiento de la dualidad del bien y del mal, el exilio del jardín donde Dios pasea sobre la tierra y de allí la cons­trucción del muro del Paraíso, constituido de la “unión de los contrarios”,92 por medio de la cual el Hombre (ahora hombre y mujer) se ha separado no sólo de la visión sino del recuerdo de la imagen de Dios.

Ésta es la versión bíblica de un mito conocido en muchos países. Representa una de las formas básicas de simbolizar el misterio de la creación: la eternidad que se convierte en tiempo, la división de uno en dos y luego en muchos, así como la generación de vida nueva a través de la conjun­ción de los dos. Esta imagen está al principio del ciclo cosmogónico,93 y se encuentra con igual propiedad al termi­nar el héroe su jornada, en el momento en que la muralla del Paraíso se diluye, se encuentra y se recuerda la forma divina; y se recobra la sabiduría.94

Tiresias, el vidente ciego, era varón y hembra: sus ojos estaban cerrados a las formas rotas del mundo de la luz y las parejas de contrarios, y sin embargo, vio en su inte­rior la tragedia del destino de Edipo.95 Shiva aparece unido en un mismo cuerpo con Shakti, su esposa —él a la derecha, ella a la izquierda— en la manifestación conocida como Ardhanarisha, “El Señor Mitad Mujer”.96 Las imágenes [144] ancestrales de ciertas tribus africanas y melanesias, muestran en un solo ser los pechos de la madre y la barba y el pene del padre.97 Y en Australia, un año después de la prueba de la circuncisión, el candidato a la virilidad sufre una segunda operación ritual, la de la subincisión (una abertura en la parte inferior del pene, con el objeto de for­mar un canal permanente a la uretra). A esta abertura se la llama el “vientre del pene”. Es una vagina masculina simbólica. El héroe se ha convertido, en virtud de dicha ceremonia, en algo más que un hombre.98

La sangre que se usa en la pintura ceremonial y para pegar plumón blanco sobre el cuerpo la derivan los pa­dres australianos de sus propios canales de subincisión. Abren las viejas heridas y la dejan correr.99 Simboliza al mismo tiempo la sangre menstrual de la vagina y el semen del varón, así como la orina, el agua y la leche masculina. Este flujo muestra que los hombres mayores poseen la fuente de la vida y del alimento dentro de sí mismos;100 esto es, que ellos y la fuente inagotable del mundo son la misma cosa.101

La llamada del Gran Padre Serpiente fue motivo de alarma para el niño; la madre significaba la protección. Pero el padre vino. Fue el guía y el iniciador a los misterios de lo desconocido. Así como el padre es el intruso original en el paraíso del niño con su madre, es el enemigo arque­tipo; de este momento en adelante, a través de toda la vida, todos los enemigos son símbolos (para el inconsciente), del [145] padre. “Todo aquello que se mata se convierte en el padre.”102 De aquí la veneración que se tiene en las comunidades de cazadores de cabezas (en Nueva Guinea, por ejemplo) a las cabezas humanas que producen las incursiones en busca de venganza.103 De aquí la compulsión irresistible de ha­cer la guerra: el impulso de destruir al padre está conti­nuamente transformándose en violencia pública. Los an­cianos de la raza o de la comunidad inmediata, se protegen de sus hijos que crecen, por la magia psicológica de sus ceremoniales totémicos. Ellos representan al padre ogro, y luego se revelan también como la madre que alimenta. Un paraíso nuevo y más amplio queda así establecido. Pero este paraíso no incluye las tribus o razas enemigas tradi­cionales, contra quienes la agresión se proyecta todavía sistemáticamente. Todo el contenido del padre y de la ma­dre “buenos”, queda en casa, mientras que lo “malo” per­manece a su alrededor: porque “¿quién es ese filisteo, ese incircunciso para insultar así al ejército del Dios vivo?”104 “Y no cejéis en la persecución del pueblo, que si os doléis, también ellos se duelen como os doléis, y esperáis de Alá lo que ellos no esperan...”105

Los cultos totémicos, tribales, raciales, y los agresiva­mente misioneros, representan sólo soluciones parciales al problema psicológico de vencer al odio por medio del amor; son sólo parcialmente iniciadores. El ego no está aniqui­lado en ellos, más bien está ampliado; en vez de pensar en sí mismo, el individuo se dedica al todo de su sociedad. El resto del mundo mientras tanto (o sea, con mucho, la por­ción mayor de la humanidad) queda fuera de la esfera de su simpatía y protección, porque está fuera de la esfera de la protección de su dios. Entonces toma lugar ese dramá­tico divorcio de los dos principios del odio y del amor que las páginas de la historia ilustran abundantemente. En vez de limpiar su propio corazón, el fanático trata de limpiar el mundo. Las leyes de la Ciudad de Dios se aplican sólo a él y a su grupo (tribu, iglesia, nación, clase, o cualquier otra cosa); mientras tanto se aviva el fuego de una perpetua guerra religiosa (con buena conciencia y con el sentido de un servicio piadoso), contra aquella gente no circuncisa [146] pagana, bárbara, extraña, “nativa”, que ocupa la posición de vecino.106

El mundo está lleno de los resultantes bandos mutua­mente contendientes: los que rinden culto al tótem, a la bandera y al partido. También las llamadas naciones cris­tianas, quienes se supone han de seguir a un Redentor del “Mundo”, son mejor conocidas en la historia por su bar­barie en las colonias y por sus guerras destructoras, que por cualquier demostración práctica de ese amor incondi­cional, sinónimo de la conquista efectiva del ego, del mun­do del ego, del dios tribal del ego como les enseñó el Su­premo Señor a quien veneran. “Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amad a nuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Al que te hiere en una me­jilla ofrécele la otra, y a quien te tome el manto no le estor­bes tomar la túnica: da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo. Tratad a los hombres de la manera en que vosotros queréis ser de ellos tratados. Si amáis a los que os aman, ¿qué gracia tendréis? Porque los pecado­res aman también a quienes los aman. Y si hacéis bien a los que os lo hacen, ¿qué gracia tendréis? También los pecadores hacen lo mismo. Si prestáis a aquellos de quie­nes esperáis recibir, ¿qué gracia tendréis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos igual favor. Pero amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de remuneración, y será grande vues­tra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque es bon­dadoso para con los ingratos y los malos. Sed misericor­diosos, como vuestro Padre es misericordioso.”107

[147] Una vez superados los prejuicios de nuestra traduc­ción —limitada en alcance a lo eclesiástico, lo tribal o lo nacional— de los arquetipos universales, se vuelve posible comprender que la iniciación suprema no es la de los padres maternalmente locales, quienes proyectan agre­siones en sus vecinos para su propia defensa. Las buenas nuevas que trajo el Redentor del Mundo y que tantos han escuchado con júbilo y predicado con celo, y que sin embar­go se han rehusado evidentemente a demostrar, enseñan que Dios es amor, que puede ser y es amado y que todos sin excepción son sus hijos.108 Los detalles relativamente tri­viales como son el credo, las técnicas del culto y las formas de organización episcopal (que han absorbido el interés de los teólogos occidentales y que todavía son seriamente dis­cutidas como los principales puntos de la religión)109 son “ meramente entretenimientos pedantes, a menos que se les haga guardar una posición ancilar respecto a la enseñanza principal. Si esto no se consigue, tienen un efecto regresivo; reducen de nuevo la imagen del padre a las dimensiones del tótem. Es esto, por supuesto, lo que ha sucedido en el [148] mundo cristiano. Parece que hemos sido llamados a deci­dir o a averiguar quién de nosotros es el que el Padre prefiere. Sin embargo, la palabra de la enseñanza es mucho menos halagadora: “No juzguéis y no seréis juzgados.”110 La cruz del Salvador del mundo, a pesar de la conducta de sus sacerdotes profesos, es un símbolo mucho más demo­crático que la bandera nacional.111

La comprensión de las implicaciones finales y críticas de las palabras y símbolos redentores del mundo, de la tradición del reino cristiano, ha cambiado tanto de sen­tido durante los siglos tumultuosos que han pasado desde la declaración que hizo San Agustín de la guerra santa entre la Civitas Dei y la Civitas Diaboli, que el moderno pensador que quiera conocer el significado de una religión mundial (o sea de una doctrina del amor universal) debe volver su mente a la otra gran comunión universal y más antigua: la del Buddha, en que el mundo primario todavía es paz, paz para todos los seres.112

Los siguientes versos tibetanos, por ejemplo, del poeta y santo Milarepa, fueron compuestos en los tiempos en que el Papa Urbano II predicaba la Primera Cruzada:

Dentro de la Ciudad Ilusoria de los Seis Planos del Mundo

El factor principal es el pecado y la oscuridad nacida de las malas obras;

El Ser sigue los dictados de sus gustos y de sus repugnancias,

Y nunca halla el tiempo de conocer la Igualdad:

Huye, oh hijo mío, de los gustos y de las repugnancias.113

[149]

Si conocéis el vacío de todas las cosas, la Compasión

se producirá en vuestros corazones;

Si perdéis toda diferencia entre vosotros y vuestros semejantes,

estaréis preparados para servir a otros;

Y cuando al servirlos tengáis éxito, entonces me habréis encontrado.

Y si me encontráis, habréis llegado al estado de Buddha.”114

La paz está en el corazón de todos porque Avalokiteshvara-Kwannon, el poderoso Bodhisattva, el Amor sin límites, incluye, considera y habita en todos los seres sensibles sin excepción. Considera la perfección de las delicadas alas de un insecto, rota por el paso del tiempo, y él mismo es al mismo tiempo su perfección y su desintegración. La perenne agonía del hombre, sus torturas, sus equivocacio­nes, mezcladas en la red de su propio delirio; sus frus­traciones, aun cuando tiene dentro de sí mismo, escondido y absolutamente inutilizado el secreto de su libertad: tam­bién esto lo mira él, y es él mismo. Los ángeles serenos están por encima del hombre; por debajo, los demonios y los que mueren infelices; a todos ellos los atrae el Bodhi­sattva con los rayos de sus manos enjoyadas, y ellos son él y él es ellos. Los atados y entorpecidos centros de la conciencia, doblados en millones de dobleces, en cada uno de los planos de la existencia (y no sólo de este universo presente, limitado por la Vía Láctea, sino más allá, en el reino del espacio), galaxia detrás de galaxia, mundo detrás de mundo de universos que nacen de la eterna fuente del vacío, que vienen a la vida y como una burbuja se desvanecen: una y otra vez: una multitud de vidas: todas sufren: todas ligadas en el tenue y apretado círculo de sí mismas, odiando, matando, engañando y deseando la paz después de la victoria: todos éstos son los hijos, las enloquecidas figuras del transitorio pero inagotable, largo sueño universal del que Todo lo Mira, cuya esencia es la [150] esencia del Vacío: “El Señor que mira desde arriba con Piedad.”

Pero el nombre significa también: “El Señor que mues­tra su Interior”.115 Todos somos reflejos de la imagen del Bodhisattva. El que sufre dentro de nosotros es ese ser divino. Nosotros y el padre protector somos uno sólo. Ésta es la visión interior que redime. Ese padre protector es cada hombre que encontramos. Así, debe saberse que aun­que este cuerpo ignorante, limitado, que trata de defender­se, puede sentirse amenazado por algún otro —el enemigo—, ése también es Dios. El ogro nos destruye, pero el héroe, el candidato idóneo, pasa por la iniciación “como un hom­bre”; y he aquí que era el padre: nosotros en Él y Él en nosotros.116 La madre querida y protectora de nuestro cuer­po no podría defendernos del Gran Padre Serpiente; el cuerpo mortal y tangible que ella nos da fue entregado al poder terrible de él. Pero la muerte no era el fin. La nueva vida, el nuevo nacimiento, el nuevo conocimiento de la existencia (de manera que no vivimos sólo en este cuerpo físico, sino en todos los cuerpos, en todos los cuerpos físicos del mundo, como el Bodhisattva) nos fueron entregados. El mismo padre ha sido el vientre, la madre, de un se­gundo nacimiento.117

Éste es el significado de la imagen del dios bisexual. Es el misterio del tema de la iniciación. Se nos aparta de la ma­dre, se nos mastica en fragmentos y se nos asimila al cuerpo universalmente aniquilador del mundo del ogro para quien todos los seres y las formas preciosas son los elementos de [151] un festín, pero entonces, milagrosamente renacidos, llega­mos a ser más de lo que éramos. Si el Dios es un arquetipo racial, tribal, nacional o sectario, somos los guerreros de su causa; pero si es el señor del universo mismo, seguimos adelante como quien sabe que todos los hombres son sus hermanos. Y en cualquier caso, las imágenes infantiles de los padres y las ideas sobre el “bien” y el “mal”, se han supe­rado. Ya no deseamos ni tememos, somos lo que se ha deseado y se ha temido. Todos los dioses, Bodhisattvas y Buddhas están implícitos en nosotros, como en el halo del poderoso portador del loto del mundo.

“Venid y volvamos a Yavé: Él desgarró. Él nos curará; Él hirió, Él nos vendará. Él nos dará vida a los dos días y al tercero nos levantará y viviremos ante Él. Conocere­mos, nos esforzaremos por conocer a Yavé. Como aurora está aparejada su aparición, vendrá como la lluvia, como lluvia temprana que riega la tierra.”118

Éste es el sentido de la primera maravilla del Bodhisattva: el carácter andrógino de la presencia. Por lo tanto, se unen las dos aventuras mitológicas aparentemente opuestas: el Encuentro con la Diosa y la Reconciliación con el Padre. Pues en la primera, el iniciado aprende que el varón y la hembra son (como se expresa en el Brihadaranyaka Upanishad) “las dos mitades de un guisante par­tido.”119 Y en la segunda, se descubre que el Padre es antecedente de la división del sexo: el pronombre “Él” era una forma de hablar, y el mito del estado de Hijo una línea guía que debe ser borrada. Y en ambos casos se descubre (o más bien, se recuerda) que el héroe en sí mismo es aquello que ha venido a encontrar.

La segunda maravilla del mito del Bodhisattva es su aniquilación de la distinción entre la vida y la liberación de la vida, que está simbolizada (como hemos observado) en la renunciación del Bodhisattva al Nirvana. En pocas palabras, el Nirvana significa: “La Extinción del Fuego Triple del Deseo, de la Hostilidad y del Engaño.”120 Como [152] el lector recordará, en la leyenda de la Tentación debajo del Árbol Bo (supra, pp. 36-37) el antagonista del Futuro Buddha era Kama-Mara, literalmente “Deseo-Hostilidad” o “Amor y Muerte”, el mago del Engaño. Era una personi­ficación del Fuego Triple y de las dificultades de la última prueba, el último guardián del umbral que debe atravesar el héroe universal en su suprema aventura al Nirvana. Des­pués de haberse sometido dentro de sí mismo hasta llegar al punto crítico del último rescoldo el Fuego Triple, que es la fuerza que mueve el universo, el Salvador miró refle­jadas, como en un espejo a su alrededor, las últimas fan­tasías proyectadas de su primitiva voluntad física de vi­vir como otros seres humanos: la voluntad de vivir de acuerdo con los motivos normales de deseo y de hostilidad, en un ambiente engañoso de causas, fines y medios feno­ménicos. Él fue asaltado, pues, por la última furia de la carne despreciada, en este momento del que todo depen­día; de una sola brasa podría levantarse de nuevo todo el incendio completo.

Esta leyenda tan celebrada ofrece un ejemplo excelente de la estrecha relación mantenida en Oriente entre el mito, la psicología y la metafísica. Las vívidas personificaciones preparan al intelecto para la doctrina de la interdependen­cia de los mundos interno y externo. No cabe duda de que la atención del lector ha sido atraída por cierta semejanza entre esta antigua doctrina mitológica de la dinámica de la psique y las enseñanzas de la moderna escuela freudiana. De acuerdo con esta última, el deseo de vivir (eros o libido, correspondiente al kama budista, “deseo”) y el deseo de la muerte (thánatos o destrudo, que es idéntico al mara budista, “hostilidad o muerte”) son las dos ten­dencias que no sólo mueven al individuo desde su interior sino que animan para él el mundo que lo rodea.121 Es más, los engaños basados en el inconsciente, de los que se levantan los deseos y hostilidades, están en ambos siste­mas disipados por el análisis psicológico (sánscrito, viveka) [153] e iluminación (sánscrito, vidyâ). Sin embargo, las nietas de las dos enseñanzas, la tradicional y la moderna, no coinciden exactamente.

El psicoanálisis es una técnica para curar a los indivi­duos que sufren en forma excesiva a causa de sus deseos y hostilidades inconscientemente mal dirigidos que tejen a su alrededor sus privadas telarañas de terrores irreales y de atracciones ambivalentes; el paciente liberado de ellos se encuentra capacitado para participar con cierta satisfacción en los temores más reales, las hostilidades, las prácticas eróticas y religiosas, empresas comerciales, guerras, pasa­tiempos y tareas domésticas que le ofrece su cultura, par­ticular. Pero para aquel que ha escogido deliberadamente la difícil y peligrosa jornada que sobrepasa el acervo de su pueblo, ha de considerarse también que estos intereses están basados en un error. Por lo tanto, la meta de la enseñanza religiosa no es curar al individuo para adaptarlo al engaño general, sino apartarlo del engaño; y esto no se logra re­ajustando el deseo (eros) y la hostilidad (thánatos) por­que eso sólo origina un nuevo contexto de engaño, sino extinguiendo esos impulsos desde la raíz, de acuerdo con el método del celebrado Camino óctuple de los budistas:

Creencia Recta, Intención Recta,

Palabra Recta, Acción Recta,

Modo de Vida Recto, Esfuerzo Recto,

Pensamiento Recto, Concentración Recta.

Con la final “extirpación del engaño, del deseo y de la hos­tilidad” (Nirvana), la mente sabe que no es lo que había pensado: el pensamiento desaparece. La mente descansa en su verdadero estado. Y allí puede quedarse hasta que el cuerpo se desvanezca.

Estrellas, oscuridad, una lámpara, un fantasma, rocío, una burbuja,

Un sueño, un relámpago y una nube:

Así deberíamos mirar todo lo que se ha hecho.122

El Bodhisattva, sin embargo, no abandona la vida. Vuelve su mirada desde la esfera interior de la verdad que trasciende el pensamiento (que sólo puede ser descrita como “vacío”, ya que sobrepasa el lenguaje) de nuevo hacia el mundo de los fenómenos exteriores, lo percibe sin el mismo océano de ser que encontró adentro. “La forma es [154] el vacío y el vacío es, sin dejar lugar a duda, la forma. El vacío no es diferente de la forma y la forma no es diferente del vacío. Lo que es forma es vacío, lo que es vacío es forma. Y lo mismo se aplica a la percepción, al nombre, a la concepción y al conocimiento.”123 Habiendo sobrepasa­do los engaños de su ego anteriormente autoafirmativo, autodefensivo, preocupado por sí mismo, él siente afuera y adentro el mismo reposo. Lo que observa hacia afuera es el aspecto visual del inmenso vacío que trasciende al pensamiento sobre el cual cabalgan sus propias experien­cias del ego, la forma, las percepciones, la palabra, las concepciones y el conocimiento. Y se siente lleno de com­pasión por los seres aterrorizados de sí mismos que viven en temor de su propia pesadilla. Se levanta, vuelve a ellos y con ellos habita como un centro sin ego, a través del cual el principio del vacío se manifiesta en su propia sim­plicidad. Éste es el gran “acto de compasión”, por medio del cual se revela una verdad: la de que en el entendimien­to de aquel en quien ha muerto el Fuego Triple del Deseo, la Hostilidad y el Engaño, este mundo es el Nirvana. “Olas de dones” salen de ese ser para la liberación de todos nos­otros. “Esta vida mundana de nosotros es una actividad del Nirvana mismo y no existe entre ambos ni la más ligera distinción.”124

De manera que puede decirse que la meta terapéutica moderna de la curación de regreso a la vida se obtiene, después de todo, a través de la antigua disciplina religiosa; sólo que el círculo seguido por el Bodhisattva es un círculo grande; y el apartamiento del mundo se ve no como una falla sino como el primer paso en ese doble camino que lleva a la curva más remota en el cual la iluminación ha de ganarse acerca del profundo vacío del universo que nos rodea. Este ideal es bien conocido también en el hinduísmo: aquel que ha sido libertado en vida (jivan mukta), desprovisto de deseos, compasivo y sabio, “con el [155] corazón concentrado por el yoga, que considera todas las cosas de la misma manera, se ve a sí mismo en todos los seres y a todos los seres en sí mismo. De cualquier manera que lleve su vida, ese hombre vive en Dios”.125

Se cuenta la historia de un estudioso de Confucio que buscaba al vigésimo octavo patriarca budista, Bodhidharma, “para pacificar su alma”. Bodhidharma replicó: “Muéstramela y la pacificaré.” El hombre replicó: “Ése es mi problema, no la encuentro.” Bodhidharma dijo: “Tu deseo se ha concedido.” El hombre comprendió y partió en paz.126

Aquellos que saben no sólo que el Eterno vive en ellos, sino que lo que son verdaderamente ellos y todas las cosas es el Eterno, habitan en los sotos de los árboles que colman los deseos, beben el líquido de la inmortalidad y escuchan en todas partes la música silenciosa de la eterna armonía. Éstos son los inmortales. Los pintores de paisajes taoístas en China y en Japón describen en forma suprema lo celestial de este estado terrestre. Los cuatro animales benévolos, el fénix, el unicornio, la tortuga y el dragón, viven en los jardines de sauces, los bambúes y los ciruelos y entre la niebla de las montañas sagradas, cerca de las esferas divinas. Los sabios, de ásperos cuerpos pero de espíritus eternamente jóvenes, meditan en las montañas o viajan sobre las mareas inmortales montados en animales extraños y simbólicos, o tienen conversaciones deliciosas junto a las tazas de té al sonido de la flauta de Lan Ts’ai-ho.

La señora del paraíso terrenal de los chinos inmortales es la diosa de las hadas Hsi Wang Mu, “La Madre Dorada de la Tortuga”. Vive en un palacio sobre la montaña K’unlun, rodeada de flores fragantes, de murallas de joyas, y del muro de su jardín, que es de oro.127 Está formada de [156] la quintaesencia pura del aire del oeste. Los huéspedes que recibe en su periódica “Fiesta de los Duraznos” (que se celebra cuando los duraznos maduran, una vez cada seiscientos años) son servidos por las graciosas hijas de la Madre Dorada, en las glorietas y pabellones que rodean el Lago de las Gemas. Las aguas brotan de una fuente encan­tada. Se sirven médula de fénix, hígado de dragón y otras carnes; los duraznos y el vino dan la inmortalidad. Se es­cucha la música de invisibles instrumentos y canciones que no nacen de labios mortales, y las danzas de las damiselas visibles son las manifestaciones de júbilo de la eternidad en el tiempo.128

Las ceremonias del té en el Japón están concebidas den­tro del espíritu taoísta del paraíso terrenal. La sala de té, llamada “residencia de la fantasía”, es una estructura efí­mera construida para encerrar un momento de intuición poética. Llamada también “residencia del vacío”, está des­provista de ornamentos. En forma temporal contiene un solo cuadro o un arreglo floral. La casa de té es llamada “residencia de lo asimétrico”: lo asimétrico sugiere movi­miento; lo que intencionadamente no se ha terminado hace un vacío en el cual la imaginación del que lo contempla puede volcarse.

El invitado se aproxima por una vereda del jardín y debe inclinarse para pasar por la entrada, que es baja. Hace una reverencia al cuadro o al arreglo de flores, a la tetera que canta, y toma su lugar en el suelo. El objeto más sencillo, enmarcado en la controlada sencillez de la casa de té, sobresale con una misteriosa belleza; su silencio abarca el secreto de la existencia temporal. A cada huésped se le permite completar esa experiencia en relación consigo mismo. Los presentes contemplan así el universo en minia­tura y llegan al conocimiento de su escondida relación con los inmortales.

Los grandes maestros del té se ocupaban de hacer del asombro divino un momento experimentado: fuera de la casa de té la influencia pasó al hogar y del hogar destiló a la nación entera.129 Durante el largo y pacífico período [157] Tokugawa (1603-1868), antes de la llegada del comodoro Perry en 1854, la estructura de la vida japonesa estaba tan imbuida de formalidades significativas, que la existencia, hasta en su más mínimo detalle, era una expresión cons­ciente de la eternidad; el paisaje mismo era un santua­rio. En forma similar, en el Oriente, en el mundo antiguo y en las Américas precolombinas, la sociedad y la na­turaleza representaban para la mente lo inexpresable. “Las plantas, las rocas, el fuego y el agua: todo está vivo. Nos observan y ven nuestras necesidades. Ven el momento en que nada nos protege —declara un viejo apache narrador de leyendas— y en ese momento se revelan y hablan con nosotros”.130 Esto es lo que los budistas llaman “el sermón de lo inanimado”.

Cierto asceta hindú que se echó a descansar cerca del sagrado Ganges, colocó los pies sobre un símbolo de Shiva (un “lingam”, una vulva y un falo combinados que simbo­lizan la unión del Dios con su Esposa). Un sacerdote que pasaba vio al hombre y le hizo este reproche: “¿Cómo te atreves a profanar este símbolo de Dios poniendo los pies sobre él?”, preguntó el sacerdote; el asceta replicó: “Buen señor, lo siento. ¿Me harías el favor de tomar mis pies y colocarlos donde no se halle el lingam sagrado?” El sacer­dote tomó los tobillos del asceta y los movió hacia la de­recha, pero tan pronto los hubo dejado en el suelo, un falo brotó de él y los pies quedaron como antes. Los movió de nuevo y otro falo los recibió. “Ah, ya veo”, dijo el sacer­dote con humildad, hizo una reverencia al santo que des­cansaba y siguió su camino.

La tercera maravilla del mito del Bodhisattva es que la primera maravilla (o sea, la forma bisexual) es el símbolo de la segunda (la identidad de la eternidad y del tiempo). Porque en el lenguaje de las figuras divinas, el mundo del tiempo es el vientre de la gran madre. Por lo tanto la vida, engendrada por el padre, está compuesta de la oscu­ridad de ella y de la luz de él.131 Somos concebidos en ella y vivimos apartados del padre, pero cuando pasamos del vientre del tiempo a la muerte (que es nuestro naci­miento a la eternidad) quedamos en las manos de él. Los [158] sabios comprenden que, aun dentro de este vientre, han venido del padre y regresan a él: pero los más sabios saben que ella y él son en sustancia uno.

Éste es el significado de esas imágenes tibetanas de la unión de los Buddhas y de los Bodhisattvas con sus propios aspectos femeninos, unión que ha parecido tan indecente a tantos críticos cristianos. De acuerdo con una de las maneras tradicionales de considerar a estos soportes de la meditación, la forma femenina (yum, en tibetano) ha de comprenderse como el tiempo, y el varón (yab) como la eternidad. La unión de los dos engendra el mundo, en el cual todas las cosas son eternas y temporales al mismo tiempo, creadas a la imagen de este Dios masculino-femenino, que se conoce a sí mismo. El iniciado, por medio de la meditación, es llevado al recuerdo de esta Forma de formas (yab-yum) dentro de sí mismo. O bien, por otra parte, la forma masculina puede entenderse como el sím­bolo del principio iniciador, el método, y en ese caso la forma femenina implica la finalidad a la que lleva la iniciación. Pero esta finalidad es el Nirvana (eternidad). Y es por ello por lo que el macho y la hembra han de verse, alternativamente, como el tiempo y la eternidad. O sea que los dos son el mismo, que cada uno es ambos, y que la forma dual (yab-ywn) es sólo un efecto de la ilusión que, sin embargo, no es diferente de la iluminación.132

Ésta es la declaración suprema de la gran paradoja con la cual desaparece la pared de las parejas de contrarios y el candidato es admitido a la visión de Dios quien, cuando [159] creó el hombre a su imagen, lo creó a la vez femenino y masculino. La mano derecha del varón sostiene un rayo, que es la contraparte de sí mismo, mientras que en la iz­quierda sostiene una campana, que simboliza a la diosa. El rayo es al mismo tiempo el método y la eternidad y la campana es “la mente iluminada”; el sonido que pro­duce es el hermoso sonido de la eternidad que escuchan las mentes puras a través de la creación y, por lo tanto, dentro de sí mismas.133

Precisamente se hace sonar esa misma campana en la Misa cristiana en el momento en que Dios, por medio de la fuerza de las palabras de la consagración, desciende al pan y al vino. Y las palabras cristianas son las mismas en su significado: Et Verbum caro factum est,134 “la Joya está en el Loto”; Om moni padme hum.135

4. La reconciliación con el padre

“El Arco de la Ira de Dios está tenso, y la Flecha preparada en la Cuerda. Y la Justicia apunta la Flecha hacia tu Co­razón y tira de la Cuerda; y eso no es más que un puro Placer de Dios, de un Dios enfurecido, sin ninguna Promesa u Obligación, y hace esperar a la Flecha un Momento antes de que se embriague de tu Sangre...”

Con estas palabras Jonathan Edwards amenazaba a los corazones de su congregación de Nueva Inglaterra, reve­lándoles, en toda su crudeza, el aspecto de ogro del padre. Los clavaba en los bancos de la iglesia, con imágenes de orden mitológico, porque aunque los puritanos se prohíben las imágenes grabadas él se permitía las verbales. “La Ira —decía Jonathan Edwards con voz de trueno—, la Ira de Dios es como las grandes Aguas que se represan ahora: crecen más y más, y se levantan más y más alto hasta que encuentran un Desaguadero; y mientras más se detiene su Corriente, más rápido y poderoso es su Curso cuando en­cuentra salida. Es verdad que el Juicio contra vuestras Acciones malvadas no ha sido ejecutado todavía; las Co­rrientes de la Venganza de Dios se han detenido; pero vuestra Culpa crece mientras tanto, y cada Día atesoráis más Ira; las Aguas crecen continuamente y corren con más y más fuerza; y es sólo el puro Placer de Dios el que detie­ne esas Aguas, que luchan por correr, y quieren seguir adelante. Si Dios retirara su Mano de la puerta que las sostiene, inmediatamente se abriría y las feroces Corrientes de la Ferocidad de la Ira de Dios se abalanzarían con una Furia inconmensurable, y caerían sobre vosotros con Fuer­za omnipotente, y aunque vuestra Fuerza fuera Diez mil Veces mayor de lo que es, o Diez mil Veces más grande que la del más robusto y grande Diablo del Infierno, no habría nada que pudiera resistirla o soportarla...”

Habiéndolos amenazado con el elemento del agua, el pastor Jonathan se volvía a la imagen del fuego. “El Dios que os sostiene sobre el Pozo del Infierno, así como se sostiene una Araña o algún Insecto despreciable sobre el [120] Fuego, os aborrece y ha sido provocado tremendamente; su Ira hacia vosotros arde como el Fuego; os mira como si sólo fuerais Merecedores de consumiros en el Fuego; tiene los Ojos demasiado puros para teneros ante su Vista; vosotros sois Diez mil Veces más abominables a sus ojos, que la más horrible Serpiente venenosa es a los vuestros. Lo habéis ofendido infinitamente más que Rebelde contumaz alguno a su Príncipe; y sin embargo, no hay nada sino su Mano para impediros caer en el Infierno en cualquier Momento...

Oh Pecadores... colgáis de un Hilo delgado, con las Llamas de la Ira Divina cercándolo cada vez más, y prepa­radas para deshacerlo y quemarlo, y no tenéis Interés en hallar un Interventor, y nada que mostrar para salvaros, nada para guardaros de las Llamas de la Ira, nada vues­tro, nada que hubierais hecho, nada que pudierais hacer para inducir a Dios a que os perdone por un Momento más...”

Luego, al final, la gran imagen resolutoria del segundo nacimiento, sólo por un instante, sin embargo:

“Así estáis todos los que no habéis pasado nunca por un gran Cambio de Corazón, por voluntad de la Poderosa Fuer­za del Espíritu de Dios sobre sus almas, todos los que no han nacido de nuevo, convirtiéndose en Creaturas nuevas, y no se han levantado de la muerte en el Pecado a un nuevo Estado, hasta entonces no experimentado, de Luz y Vida (lo que puede suceder aunque hayáis reformado vues­tra Vida en muchas Cosas, y hayáis tenido sentimientos Religiosos, y conservéis una Forma de Religión en vuestras Familias y Habitaciones y en la Casa de Dios, y seáis estrictos en ella) están en las manos de un Dios airado; no es sino su pura Complacencia lo que impide que en este Momento seáis tragados por una Destrucción sinfín...”45

La “pura complacencia de Dios” que defiende al pecador de la flecha, del agua, de las llamas, es lo que se llama en el vocabulario tradicional del cristianismo “misericordia” de Dios; y la “poderosa fuerza del espíritu de Dios” que tiene poder de cambiar los corazones, es la “gracia” de Dios. En la mayor parte de las mitologías, las imágenes de misericordia y de gracia, se dan en forma tan vívida [121] como las de la justicia y la ira, de manera que se mantiene el equilibrio y el corazón recibe más apoyo que castigo en su camino. “¡No temáis!”, dice el gesto de la mano del dios Shiva, mientras baila ante sus devotos la danza de la destrucción universal.46 “No temáis porque todo permanece [122] en Dios. Las formas que vienen y van, una de las cuales es vuestro cuerpo, son los reflejos de mis miembros que bailan. Conocedme totalmente, y nada habréis de temer.” La magia de los sacramentos (hecha efectiva por la pasión de Jesucristo o en virtud de las mediaciones del Buddha), la fuerza protectora de los amuletos y encantos primitivos y los ayudantes sobrenaturales de los mitos y cuentos de hadas del mundo, son las seguridades que recibe el hom­bre de que la flecha, las llamas y la corriente no son tan brutales como parecen.

Porque el aspecto de ogro del padre es un reflejo del propio ego de la víctima, derivado de la sensacional escena infantil que se ha dejado atrás, pero que ha sido proyectada para el futuro; y la fijación idólatra de esa pedagógica no-cosa es en sí misma la falta que hace permanecer al individuo penetrado de la esencia del pecado, impidiendo que su espíritu potencialmente adulto llegue a tener una visión más realista y más equilibrada del padre, y por ende del mundo. La reconciliación no consiste sino en el aban­dono de ese doble monstruo generado por el individuo mismo; el dragón que se piensa como Dios (superego)47 y el dragón que se piensa como Pecado (el id reprimido). Pero esto requiere abandonar la unión al yo mismo y eso es lo difícil. El individuo debe tener fe en la misericordia del padre y debe confiar en esa misericordia. Por lo tanto, el centro de la creencia se traslada fuera del apretado [123] anillo del dios demoníaco, y los ogros temibles desapa­recen.

Es en esta prueba donde se abre la posibilidad de que el héroe derive esperanza y seguridad de la figura femenina protectora, por cuya magia (los encantos del polen o su fuerza de intercesión) es protegido al través de todas las aterradoras experiencias de la iniciación en el padre que hace desfallecer al ego. Porque ya que es imposible confiar en el rostro aterrador del padre, la fe del individuo debe centrarse en otra parte (la Mujer Araña, la Madre Bendita) y con la seguridad de esa ayuda, el individuo soporta la crisis, sólo para descubrir, al final, que el padre y la madre se reflejan el uno al otro y que son en esencia los mismos.

Cuando los Guerreros Gemelos de los Návajo se sepa­raron de la Mujer Araña, llevando sus consejos y sus amu­letos protectores, habían recorrido el camino entre las rocas que aplastaban, las cañas que rompían en pedazos, los cactos que deshacían y las arenas ardientes, y por fin llega­ron a la casa del Sol, su padre. La puerta estaba vigilada por dos osos, que se levantaron y gruñeron, pero las pa­labras que la Mujer Araña había enseñado a los muchachos hicieron que los animales se aplacaran. Después de los osos, los amenazaron una pareja de serpientes, luego vien­tos y luego relámpagos, que eran los guardianes del último umbral.48 Todos se aplacaron, sin embargo, con las pala­bras que ellos habían aprendido.

Construida de turquesas, la casa del Sol era grande y cuadrada y estaba en la playa de un enorme océano. Los jóvenes entraron en ella, y vieron a una mujer sentada en el lado oeste, a dos hermosos mancebos en el sur, y a dos hermosas doncellas en el norte. Las doncellas se le­vantaron sin decir palabra, envolvieron a los recién llegados en cuatro coberturas celestes y los colocaron en un estante. Los jóvenes permanecieron quietos. Después un llamador que colgaba sobre la puerta sonó cuatro veces y una de las doncellas dijo: “Ha llegado nuestro padre.”

El portador del sol entró en su casa, se quitó el sol de la espalda y lo colgó en un perchero en la pared oeste del cuarto, donde se sacudió y resonó por un rato haciendo: ¡Tla-tla! ¡tla! ¡tla! Se volvió a la mujer de más edad y preguntó enojado: “¿Quiénes son esos dos que entraron [124] hoy aquí?” Pero la mujer no contestó. Los jóvenes se miraban uno a otro. El portador del sol repitió su pre­gunta cuatro veces con gran furia, hasta que la mujer le dijo: “Sería bueno que no hablaras demasiado. Dos jóve­nes llegaron hoy, buscando a su padre. Me has dicho que no haces visitas cuando sales y que no conoces otra mujer más que yo. Entonces, ¿de quién son hijos éstos?” Señaló al bulto que estaba en el estante y los muchachos sonrieron significativamente el uno al otro.

El portador del sol desató las cuatro vestiduras (la del amanecer, la del cielo azul, la de la luz amarilla de la tarde, y la de la oscuridad), y los jóvenes cayeron al suelo. Inmediatamente se apoderó de ellos. Ferozmente los arrojó sobre unos grandes clavos afilados de nácar que estaban en el oriente. Los muchachos apretaron con fuerza las plumas de la vida y rebotaron. El hombre los arrojó de nuevo a unos clavos de turquesa que estaban en el sur, a otros de haliotis en el oeste y a otros de roca negra en el norte.49 Los mu­chachos apretaron fuertemente las plumas de la vida y rebotaron. “Quisiera que fuera cierto —dijo el sol— que fueran mis hijos”.

El padre terrible trató entonces de ahogar a los jóvenes en una cámara de vapor demasiado calentada. Ellos reci­bieron la ayuda de los vientos, quienes les dieron, para que se escondieran, un lugar de protección dentro de la cámara. “Sí, son mis hijos”, dijo el Sol cuando salieron, pero era mentira, porque planeaba una nueva trampa. La prueba final consistía en fumar una pipa llena de veneno. Un gusano peludo previno a los muchachos y les dio algo para que se lo pusieran dentro de la boca. Fumaron la pipa sin recibir ningún daño, pasándosela entre ellos hasta que se acabó. Hasta dijeron que tenía un dulce sabor. El Sol estaba orgulloso y completamente satisfecho. “Ahora, hijos míos —preguntó—, ¿qué queréis de mí? ¿Por qué me habéis [125] buscado?” Los Héroes Gemelos habían ganado la completa confianza del Sol, su padre.50

La necesidad de que el padre sea muy cuidadoso, y de que admita en su casa sólo a aquellos que han sido com­pletamente probados, queda ilustrada por la desgraciada experiencia del joven Faetón, descrita en una famosa fá­bula griega. Nacido de una virgen en Etiopía y azuzado por sus compañeros para que buscara a su padre, atravesó Persia y la India para llegar al palacio del Sol, porque su madre le había dicho que su padre era Febo, el dios que guiaba el carro del Sol.

“El palacio del Sol estaba en las alturas sostenido por elevadas columnas, lleno de reflejos de oro y de bronce que brillaban como el fuego. Los techos estaban coronados de marfil pulido; irradiaban las puertas dobles de plata bruñida. Y lo artístico del trabajo superaba la belleza de los materiales.”

Faetón subió por el camino y llegó hasta la casa. Allí descubrió a Febo sentado en un trono de esmeraldas, rodea­do de las Horas y de las Estaciones, del Día, el Mes, el Año y el Siglo. El atrevido joven se detuvo en el umbral, pues sus ojos mortales no podían soportar la luz; pero el padre, gentilmente, le habló a través del vestíbulo.

“¿Por qué has venido? —preguntó— ¿Qué buscas, oh Faetón, hijo que ningún padre negaría?”

El joven respondió respetuosamente: “Oh padre mío (si me dais el derecho de llamaros así) ¡Febo! ¡Luz del mundo entero! Dadme una prueba, padre mío, por la cual todos sepan que soy vuestro verdadero hijo.”

El gran dios se quitó su corona deslumbrante y dijo al joven que se acercara. Lo tomó entre sus brazos. Lue­go le prometió, sellando la promesa con un juramento, que cualquier prueba que deseara le sería concedida.

Lo que Faetón deseaba era el carro de su padre, y el derecho de guiar los caballos alados por un día.

“Esa petición —dijo el padre— demuestra que he pro­metido con demasiada prisa”. Hizo alejar un poco al muchacho y trató de disuadirlo. “En tu ignorancia —le dijo— pides más de lo que puede darse, no sólo a ti sino a los dioses. Cada uno de los dioses puede hacer lo que desee, sin embargo, ninguno, salvo yo, puede guiar mi carro de fuego; no, ni siquiera Zeus.”

[126] Febo razonaba, pero Faetón no cedía. Incapaz de retirar su juramento, el padre retardaba el cumplimiento tanto como el tiempo se lo permitía, pero finalmente se vio forzado a conducir a su obstinado hijo al carro prodigioso: el carro tenía los ejes y las varas de oro, las ruedas adornadas de oro y con su anillo de clavos de plata. El yugo estaba afianzado con crisolitas y joyas. Las Horas sacaron a los cuatro caballos de los altos establos y los caballos respi­raban fuego y habían comido aliento ambrosiaco. Los colocaron en las resonantes bridas y los grandes animales pateaban las barras. Febo frotó la cara de Faetón con un ungüento para protegerlo contra las llamas y luego colocó en su cabeza la radiante corona.

“Si, por lo menos, quisieras obedecer las advertencias de tu padre —aconsejó la divinidad—, procurarías no usar del látigo y tirar de las riendas fuertemente. Los caballos van siempre muy de prisa sin necesidad de apurarlos. No sigas el camino directamente a través de las cinco zonas del cielo, en la bifurcación vuélvete a la izquierda, te será fácil ver las huellas de mis ruedas. Además, para que el cielo y la tierra tengan igual calor, cuida de no subir ni ba­jar demasiado; si subes mucho quemarás los cielos y si bajas demasiado incendiarás la tierra. El camino de en medio es el más seguro.

Pero, apresúrate. Mientras hablo, la noche ha llegado a su meta en la playa de occidente. Nos llaman. Mira, bri­lla el amanecer. Muchacho, que la Fortuna te guíe y te conduzca mejor de lo que lo harías tú mismo. He aquí las riendas.”

Tetis, la diosa del mar, abrió las rejas, y los caballos dando un brinco echaron a correr violentamente; hendie­ron las nubes con sus cascos; batieron el aire con sus alas, corrieron más de prisa que los vientos que se levantaban de la misma parte de oriente. Inmediatamente, pues el carro iba tan ligero sin su acostumbrado peso, el carro empezó a mecerse como un barco sin lastre entre las olas. El conductor, aterrorizado, olvidó las riendas y no supo nada del camino. Remontándose en forma enloquecida, los caballos alcanzaron las alturas del cielo y llegaron a las más remotas constelaciones. La Osa Mayor y la Osa Menor se chamuscaron. La Serpiente que yace enrollada cerca de las estrellas polares se calentó y con el calor se enfureció [127] peligrosamente. El Boyero voló, cargado con su arado. El Escorpión atacó con su cola.

El carro, después de haber corrido por algún tiempo entre desconocidas regiones del aire, atropellando a las estrellas, golpeó locamente las nubes cercanas a la tierra, y la Luna pudo ver con gran asombro a los caballos de su hermano corriendo debajo de los suyos. Las nubes se eva­poraron. La tierra se inflamó. Las montañas ardían y las ciudades perecían dentro de sus muros, las naciones que­daron reducidas a cenizas. Fue entonces cuando el pueblo de Etiopía se volvió negro porque la sangre fue atraída a la superficie de sus cuerpos por el calor. Libia se convir­tió en un desierto. El Nilo corrió aterrorizado a los con­fines de la Tierra y todavía tiene escondida la cabeza.

La Madre Tierra, protegiéndose el rostro quemado con la mano, ahogándose con el humo caliente, levantó su gran voz y llamó a Zeus, el padre de todas las cosas, para que salvara su mundo. “¡Mira! —le gritó—. Los cielos están abrasados de polo a polo. ¡Gran Zeus, si el mar perece, y la tierra, y todos los reinos del cielo, querrá decir que habremos regresado al caos del principio! ¡Piensa! ¡Pien­sa en ello por la salvación de nuestro universo! ¡Salva de las llamas lo que queda!”

Zeus, el Padre Todopoderoso, llamó rápidamente a los dioses para que atestiguaran que todo se perdería a menos que se tomara rápidamente alguna medida. Entonces se apresuró a llegar al Cénit, tomó un rayo con su mano derecha y lo lanzó desde muy cerca de su oído. El carro se sacudió, los caballos, aterrorizados, se desbocaron; y Faetón, con los cabellos incendiados, descendió como una estrella que cae. Y el río Po recibió su cuerpo calcinado.

Las náyades de la región lo enterraron y le pusieron este epitafio:

Aquí yace Faetón; viajó en el carro de Febo,

y aunque su fracaso fue grande,

más grande fue su atrevimiento.51

Esta fábula del padre indulgente ilustra la antigua idea de que cuando los papeles de la vida son asumidos por los impropiamente iniciados sobreviene el caos. Cuando el niño sobrepasa el idilio con el pecho materno y vuelve a enfrentarse [128] con el mundo de la acción adulta especializada, pasa, espiritualmente, a la esfera del padre, que se convier­te, para su hijo, en la señal del trabajo futuro, y para su hija, en el futuro marido. Lo sepa o no, y sin importar cuál sea su posición en sociedad, el padre es el sacerdote iniciador a través del cual el adolescente entra a un mundo más amplio. Y así como antes la madre ha representado el “bien” y el “mal”, ahora eso mismo es el padre, pero con esta complicación: que hay un nuevo elemento de rivalidad en el cuadro: el hijo contra el padre por el dominio del universo, y la hija contra la madre para ser el mundo dominado.

La idea tradicional de la iniciación se combina con una introducción del candidato a las técnicas, deberes y prerrogativas de su vocación, con un reajuste radical de sus relaciones emocionales con las imágenes paternas. El mistagogo (el padre o el sustituto del padre) debe confiar los símbolos del oficio sólo a un hijo que ha sido purgado en forma efectiva de todos los inapropiados lastres infantiles, y para quien el ejercicio impersonal, y justo de los poderes

no habrá de ser impedido por motivos inconscientes (o tal vez conscientes y racionalizados) de engrandecimiento del yo, de preferencia personal o de resentimiento. Idealmente, el investido ha sido despojado de su humanidad y representa una fuerza cósmica impersonal. Es que ha na­cido dos veces: ahora se ha convertido en el padre. Y ahora tiene el poder, en consecuencia, de jugar él mismo el papel del iniciador, el guía, la puerta del sol, al través de la cual se puede pasar de las iluminaciones infantiles del “bien”‘ y del “mal”, a una experiencia de la majestuosa fuerza cósmica, purgada de la esperanza y del temor, y en paz con el entendimiento de la revelación del ser.

“Una vez soñé —dice un niño pequeño— que era yo capturado por balas de cañón [sic]. Todas ellas empezaron a brincar y a aullar. Me sorprendí cuando vi que estaba en la sala de mi casa. Había un fuego, y una olla sobre él, llena de agua hirviendo. Me echaron en ella y de vez en cuando el cocinero venía y me daba un pinchazo con el tenedor para ver si estaba cocido. Finalmente me sacó y me sirvió al dueño de la casa, que se disponía a darme el primer mordisco cuando desperté”.52

“Soñé que estaba sentado a la mesa con mi esposa —declara [129] un caballero civilizado—. Durante el curso de la comida estiré la mano y tomé a nuestro segundo hijo, un bebé, y fríamente procedí a ponerlo en una sopera verde, llena de agua hirviendo o de algún otro líquido caliente; de allí salió completamente cocinado, como un pollo a la fricasé. Puse la vianda sobre la mesa en una rebanada de pan y la corté con mi cuchillo. Cuando lo hubimos comido todo excepto una pequeña parte como una molleja de pollo, levanté la cara preocupado y le pregunté a mi esposa: ‘¿Estás segura de haber querido que yo hiciera esto? ¿Querías que nos lo comiéramos en la cena?’ Ella contestó, con ceño de sirvienta: ‘Después de haberlo cocinado tan bien, no podíamos hacer otra cosa.’ Me iba a comer el último pedazo cuando desperté.”53

Esta pesadilla arquetípica del padre ogro se actualiza en las pruebas de la iniciación primitiva. Los muchachos de la tribu australiana Murngin, como hemos visto, son aterrorizados primero, y corren a sus madres. El Gran Padre Serpiente pide sus prepucios.54 Esto coloca a las mujeres en el papel de protectoras. Se toca un cuerno prodigio­so, llamado Yurlunggur, que se supone es la llamada del Gran Padre Serpiente que ha salido de su agujero. Cuando los hombres vienen a buscar a los muchachos, las mujeres se arman con lanzas y fingen no sólo luchar sino también gritar y llorar, porque los pequeños van a ser alejados de ellas y “comidos”. La pista de baile triangular de los hom­bres es el cuerpo del Gran Padre Serpiente. Allí se exhiben a los muchachos, durante muchas noches, numerosas dan­zas simbólicas de los diversos antepasados totémicos, y se les enseñan los mitos que explican el orden que existe en el mundo. También se les envía en una larga jornada a los clanes vecinos y distantes, en imitación de los viajes mito­lógicos de sus antepasados fálicos.55 De esta manera, “den­tro” del poder del Gran Padre Serpiente, son introducidos a un interesante mundo nuevo objetivo que los compensa de la pérdida de la madre, y el falo masculino, en vez del pecho femenino, es convertido en el punto central (axis mundi) de la imaginación.

La instrucción en la larga serie de ritos culmina, en la [130] liberación del pene-héroe del muchacho de la protección de su prepucio, a través del terrorífico y doloroso ataque del circuncidador.56 Entre los Arunta, por ejemplo, el bra­mido de toro se oye por todas partes cuando ha llegado el momento de romper con el pasado en forma decisiva. Es de noche, y bajo la luz sobrenatural del fuego, aparecen de pronto el circuncidador y su ayudante. El bramido de toro es la voz del gran demonio de la ceremonia y los dos ciru­janos son su aparición. Con las barbas metidas en la boca, queriendo decir furia, con las piernas bien abiertas y los brazos extendidos hacia adelante, los dos hombres se que­dan perfectamente quietos, el que va a hacer la operación al frente, sosteniendo en la mano derecha el pequeño cu­chillo de pedernal con el cual ha de llevarse a cabo la operación, y su ayudante parado muy cerca detrás de él, de manera que los dos cuerpos se toquen. Entonces un hombre se acerca a través de la luz del fuego, con un escudo en equilibrio sobre su cabeza al mismo tiempo que chasquea el pulgar y el índice de cada mano. Los bramidos de toro siguen haciendo un escándalo tremendo que pueden escu­char hasta las mujeres y los niños en su distante campa­mento. El hombre que lleva el escudo en la cabeza se inclina sobre una de sus rodillas frente al que hace la ope­ración, e inmediatamente uno de los muchachos es levantado del suelo por un grupo de sus tíos que lo llevan con los pies hacia adelante y lo colocan sobre el escudo, mien­tras que en tonos hondos y fuertes se escucha un canto de todos los hombres. La operación se lleva a cabo con rapi­dez y las temibles figuras se retiran inmediatamente de la zona alumbrada; el muchacho, más o menos aturdido, recibe los parabienes y las felicitaciones de los hombres cuya condición ha alcanzado ahora. “Te has portado bien —le dicen— no gritaste”.57

[131] Las mitologías de los nativos australianos enseñan que los primeros ritos de iniciación se hacían de tal manera que todos los jóvenes murieran.58 Ese ritual aparece, entre otras cosas, como expresión dramatizada de la agresión de Edipo de la generación mayor, y la circuncisión como una castración mitigada.59 Pero el rito suministra también el impulso caníbal y parricida del más joven y creciente gru­po de varones, y al mismo tiempo revela el aspecto benigno y generoso del padre arquetípico; pues durante el largo período de la instrucción simbólica, hay un momento en que los iniciados son forzados a vivir sólo de la sangre recién extraída del cuerpo de los hombres mayores. “Los nativos —se nos dice— están particularmente interesa­dos en el rito de la comunión cristiana, y habiéndolo escuchado de los misioneros lo comparan a sus rituales en que beben sangre”.60

“Por la noche vienen los hombres y se acomodan de acuerdo con el orden tribal; el muchacho coloca la cabeza en los muslos de su padre. Si hace el más mínimo movi­miento muere. El padre le cubre los ojos con las manos porque si el muchacho presencia los procedimientos que han de seguir se cree que ambos, su padre y su madre, morirán. Una vasija de barro o de madera se coloca cerca de uno de los hermanos de la madre del muchacho, quien después de haber atado su brazo ligeramente se clava un hueso en la parte más alta y coloca el brazo sobre la vasija hasta que una cierta cantidad de sangre ha escurrido. Luego, el hombre que le sigue hiere su brazo y así sucesivamente hasta que se llena la vasija, que puede contener alrededor de dos litros. El muchacho bebe un buen trago. Si su estómago se rebela, su padre le aprieta la garganta para evitar que vomite la sangre, porque si eso sucede morirán su padre, su madre, sus hermanos y sus hermanas. Lo que queda de la sangre se le echa encima.

Desde este momento, y algunas veces durante una luna entera, el muchacho no puede tomar de alimento más que sangre humana, siguiendo la ley que hizo Yamminga, el antepasado mítico... Algunas veces la sangre se deja [132] secar en la vasija y el guardián la corta en pedazos con un hueso y el muchacho debe comerla empezando por los dos últimos pedazos. Los pedazos deben estar partidos con exactitud o el muchacho morirá.”61

Frecuentemente los hombres que dan su sangre se des­mayan y permanecen en estado de coma durante una hora o más, por debilitamiento.62 “Anteriormente —escribe otro observador— esta sangre que los novicios bebían en el ce­remonial, era obtenida de un hombre a quien se mataba con dicha finalidad, y se comían partes de su cuerpo”.63 “Aquí —comenta el Dr. Róheim— se llega tan cerca como es posible a la representación ritual de la muerte y la ingestión del cuerpo del padre primario”.64

No cabe duda de que a pesar de lo poco inspirados que nos parezcan los desnudos salvajes de Australia, sus ceremoniales simbólicos representan una supervivencia en los tiempos modernos de un increíblemente antiguo sistema de instrucción espiritual; estas evidencias no sólo se encuentran en todas las tierras e islas que bordean el Océano Índico, sino entre las ruinas de los centros arcaicos que tendemos a admitir como la fuente misma de nuestra civilización.65 La sabiduría de los antiguos es difícil de juzgar [133] partiendo de los informes publicados por nuestros observa­dores occidentales. Pero puede verse, comparando las fi­guras del ritual australiano con aquellas de las elevadas culturas que nos son familiares, que los grandes temas, los arquetipos eternos y su efecto sobre el alma permanecen los mismos.

Venid, oh Ditirambos,

Penetrad mi vientre masculino.66

Este grito de Zeus, el que lanza el rayo, a su hijo el niño Dionisos es el Leitmotiv de los misterios griegos de la iniciación del segundo nacimiento. “Y los bramidos de toros venían de un lugar invisible y desde un tambor sale al aire algo como un trueno subterráneo cargado de espanto.”67 La palabra “Dithyrambos”, en sí misma, como epíteto del muerto y resucitado Dionisos, signifi­caba para los griegos “el de la doble puerta”, aquel que había sobrevivido al tremendo milagro del doble naci­miento. Y sabemos que los cantos corales (ditirambos), y los ritos oscuros y sangrientos en celebración del dios, aso­ciados con la renovación de la vegetación, de la luna, del sol y del alma, solemnizados en la estación en que se re­nueva el dios anual, representan los principios rituales de la tragedia ática. En el mundo antiguo esa clase de ritos y mitos abundaban: las muertes y resurrecciones de Tammuz, [134] Adonis, Mitra, Virbio, Attis y Osiris, y de sus va­riadas representaciones animales (cabras y corderos, toros, cerdos, caballos, peces y pájaros) son familiares a todos los estudiosos de religiones comparadas. Los populares juegos de carnaval de Whitsuntide Louts, Green Georges, John Barleycorns y Kostrubonkos, la Despedida del Invier­no, la Entrada del Verano, y la Muerte del Pájaro de Navidad, han continuado la tradición, a modo de festejo, en nuestro calendario contemporáneo;68 y a través de la Iglesia Cristiana (en la mitología de la Caída y la Reden­ción, la Crucifixión y la Resurrección, el “segundo nacimiento” del Bautismo, la palmada iniciadora en la mejilla que es la Confirmación, y el simbólico comer la Carne y be­ber la Sangre) solemnemente y a veces en forma efecti­va, estamos unidos a esas imágenes inmortales de fuerza iniciadora, a través de cuya operación sacramental el hombre, desde el principio de sus días sobre la Tierra, ha disipado los terrores de su fenomenalidad y ha alcan­zado la visión que todo lo transfigura del ser inmortal. “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los to­ros, y la aspersión de la ceniza de la vaca, santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo!”69

Hay una fábula popular de los Basumbwa de África oriental, de un hombre cuyo padre muerto se le apareció, llevando el ganado de la Muerte y lo condujo por un ca­mino que iba hacia abajo, como a una vasta tumba. Llega­ron a una región extensa donde había algunas personas. El padre escondió al hijo y fue a dormir. El Gran Jefe, la Muerte, apareció a la siguiente mañana. Una parte de él era hermosa; pero el otro lado estaba podrido, los gusanos le caían al suelo. Sus ayudantes los recogían y le lavaron las llagas y cuando hubieron terminado, la Muerte dijo: “El que nazca hoy, si viaja, será robado en el camino. La mujer que conciba hoy, morirá con el niño concebido. El hom­bre que siembre hoy, perderá sus cosechas. Aquel que vaya a la selva será comido por el león.”

La Muerte pronunció así la maldición universal y se [135] retiró a descansar. Pero a la mañana siguiente, cuando apareció, sus ayudantes lavaron y perfumaron su parte hermosa, ungiéndola con aceite. Cuando hubieron termi­nado, la Muerte pronunció la bendición: “El que nazca hoy, será rico. La mujer que conciba hoy, dará a luz un hijo que ha de llegar a viejo. El que nazca hoy que vaya al mer­cado y hará buenas compras, comerciará como con ciegos. El hombre que vaya a la selva podrá cazar, es posible que encuentre hasta elefantes. Porque hoy he pronunciado mi bendición.”

El padre le dijo entonces al hijo: “Si hubieras llegado hoy, muchas cosas hubieran entrado en posesión tuya. Pero es muy claro que la pobreza ha sido ordenada para ti. Es mejor que mañana te vayas.”

Y el hijo regresó a su casa.70

El Sol del Mundo Subterráneo, señor de la Muerte, es la otra parte del mismo rey radiante que da y gobierna el día, porque “¿Quién os sustenta, del cielo y la tierra? ¿Quién señorea los oídos y los ojos, y hace salir lo vivo de lo muerto, y hace salir lo muerto de lo vivo, y quién dis­pone los asuntos?”71 Recordamos la fábula Wachaga del hombre muy pobre, Kyazimba, que fue llevado por una vieja al cénit, donde el sol descansa a la mitad del día;72 y allí el Gran Jefe le concedió la prosperidad. Y también recordamos al astuto dios Edshu, descrito en una fábula de la otra costa de África:73 sembrar la disputa era su ma­yor júbilo. Éstas son diferentes visiones de la misma tre­menda Providencia. Están contenidas en él y de él proce­den las contradicciones, el bien y el mal, la muerte y la vida, el dolor y el placer, los dones y las privaciones. Como guardián de la puerta del sol es la fuente de todas las pa­rejas de contrarios. “Y tiene en su poder las llaves del arcano... luego os resucitará para que se cumpla un plazo señalado; luego a Él será vuestra vuelta; luego os mani­festará lo que habíais hecho.”74

El misterio del padre aparentemente contradictorio se [136] nos muestra claramente en la figura de la gran divinidad prehistórica del Perú, llamada Viracocha. Su tiara es el sol; lleva un rayo en cada mano; y de sus ojos descien­den, en forma de lágrimas, las lluvias que refrescan la vida de los valles del mundo. Viracocha es el Dios Universal, el creador de todas las cosas; y sin embargo, en las leyendas de sus apariciones sobre la tierra, se muestra vagando como un mendigo, harapiento y envilecido. Recuerda el Evangelio de María y José dentro de la ciudad de Belén,75 y la historia clásica de Zeus y de Mercurio pidiendo alber­gue a la puerta de la casa de Baucis y Filemón.76 También recuerda al disfrazado Edshu. Éste es un tema que fre­cuenta la mitología, su sentido está en las palabras del Corán: “Dondequiera que os volváis, allí está la faz de Alá”.77 “Aunque está escondido en todas las cosas —di­cen los hindúes—, su Alma no reluce; sólo es, visto por quien tiene vista sutil y un intelecto sutil”.78 “Rompe una vara —dice un aforismo gnóstico— y allí está Jesús”.

Viracocha, al manifestar su ubicuidad de esta ma­nera, participa en el carácter de los más altos dioses uni­versales. Además, su síntesis del dios del sol y del dios de la tempestad nos es familiar. La conocemos a través de los mitos hebreos de Yavé, en quien las características de los dioses están unidas (Yavé, el dios de la tempestad y El, dios solar); también puede verse en la personifica­ción Návajo del padre de los Guerreros Gemelos; es obvio en el carácter de Zeus, así como en el rayo y en el halo de ciertas formas de la imagen del Buddha. Su significado es que la gracia que se derrama en el universo a través de la puerta del sol es la misma que la energía del rayo que aniquila y que es en sí misma indestructible; la luz que des­truye los engaños, del Imperecedero, es la misma luz que crea. Y también en los términos de una polaridad secun­daria en la naturaleza: el fuego que brilla en el sol es el mismo que arde en las tormentas fertilizadoras; la energía que está tras la pareja elemental de contrarios, el fuego y el agua, es una y la misma.

Pero la característica más extraordinaria y profunda­mente conmovedora de Viracocha, esta versión peruana [137] noblemente concebida del Dios Universal, es un detalle peculiarmente suyo, o sean las lágrimas. Las aguas vivas son las lágrimas de Dios. Con esto la intuición del mon­je que desacredita al mundo: “Toda la vida es congoja”, está combinada con la afirmación del padre que origi­na el mundo: “La vida debe ser”. Dándose cuenta plena de la angustia de vivir de las creaturas que están en sus manos, con plena conciencia de la inmensa brutalidad de los dolores, de los fuegos que rompen las entrañas que hay en su universo engañoso, destructor de sí mismo, sen­sual y encolerizado, esta divinidad accede en el acto de proporcionar vida a la vida. Suprimir las aguas seminales sería aniquilar; pero entregarlas es crear este mundo que conocemos. Porque la esencia del tiempo es el cambio, la disolución de la existencia momentánea; y la esencia de la vida es el tiempo. En su misericordia, en su amor por las formas del tiempo, este hombre demiúrgico de los hom­bres hace nacer el mar de los tormentos; pero a causa de la plena conciencia de lo que hace, las aguas seminales de la vida que da son las lágrimas de sus ojos.

La paradoja deja creación, la llegada de las formas del tiempo desde la eternidad, son el secreto germinal del pa­dre. No se puede explicar en forma completa. Por lo tanto, en cada sistema de teología hay un punto umbilical, un talón de Aquiles que ha sido tocado por el dedo de la ma­dre vida, y donde la posibilidad del perfecto conocimiento se debilita. El problema del héroe es penetrar, y con él su mundo, precisamente a través de ese punto, sacudir y ani­quilar ese nudo clave de su existencia limitada.

El problema del héroe que va a encontrar al padre es abrir su alma a tal grado y haciendo caso omiso del terror, que adquiera la madurez para entender cómo las enfermi­zas y enloquecidas tragedias de este vasto mundo sin es­crúpulos adquieren plena validez en la majestad del Ser. El héroe trasciende la vida y su peculiar punto ciego, y por un momento se eleva hasta tener una visión de la fuente. Contempla la cara del padre, comprende y los dos se re­concilian.

En la historia bíblica de Job, el Señor no intenta justi­ficar en términos humanos o de otra especie el mal pago que ha recibido su virtuoso servidor que era “hombre recto y justo, temeroso de Dios y apartado del mal”. No por los pecados de Job sus sirvientes fueron asesinados [138] por las huestes caldeas, ni sus hijos e hijas perecieron aplas­tados debajo de un techo caído. Cuando sus amigos llega­ron a consolarlo declararon, con fe piadosa en la justicia de Dios, que Job debería haber hecho algún mal para me­recer tan terrible castigo. Pero el valeroso, honesto y es­piritual paciente, insiste en que sus hechos han sido bue­nos; por lo tanto, Eliú, que lo consuela, lo acusa de blasfemia, por considerarse más justo que Dios mismo.

Cuando el Señor da su respuesta a Job desde un torbe­llino, no intenta justificar sus hechos en términos éticos, sino que magnifica Su Presencia, ordenando a Job que haga lo mismo en la tierra para incitar a los humanos a seguir el camino del cielo. “Ciñe tu cintura, cual varón; yo te preguntaré, enséñame tú. ¿Aún pretenderás menoscabar mi justicia? ¿Me, condenarás a mí para justificarte tú? ¿Tienes los brazos tú como los de Dios, y puedes tronar con voz semejante a la suya? Revístete, pues, de gloria y ma­jestad, cúbrete de magnificencia y esplendor, distribuye a torrentes tu ira y humilla al soberbio sólo con mirarle. Mira al orgulloso y abátele, y aplasta a los malvados. Ocúl­talos a todos en el polvo y cubre su faz de eternas tinieblas. Yo entonces también te alabaré, y diré que tu diestra es capaz de vencer.”79

No hay palabra que explique ni se hace mención alguna de la sospechosa apuesta con Satán descrita en el capítu­lo I del Libro de Job; sólo una demostración entre truenos y relámpagos del hecho de los hechos, o sea que el hom­bre no puede medir la voluntad de Dios, que deriva de un centro fuera del alcance de las categorías humanas. Las categorías, por supuesto, quedan totalmente destruidas por el Todopoderoso en el Libro de Job, y al final, permanecen destruidas. Sin embargo, para Job la revelación significó la satisfacción del alma. Él era el héroe que, por su valor en la prueba tremenda y su falta de voluntad para some­terse y ceder ante la concepción popular del Altísimo, había demostrado ser Capaz de enfrentar una revelación mayor que aquella que satisfacía a sus amigos. No podemos interpretar sus palabras del último capítulo como las de un hombre meramente intimidado. Son las palabras de quien ha visto algo que sobrepasa cualquier cosa que se haya dicho a modo de justificación. “Sólo de oídas te conocía, [139] mas ahora te han visto mis ojos. Por todo me retracto y hago penitencia entre el polvo y la ceniza.”80 Los que lo han consolado piadosamente quedan humillados; Job es re­compensado con una nueva casa, con nuevos sirvientes, con nuevos hijos e hijas. “Vivió Job después de esto ciento cua­renta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta la cuarta generación, y murió Job anciano y colmado de días.”81

Para el hijo que ha llegado a conocer al padre verda­deramente, las agonías de la prueba pasan con rapidez; el mundo ya no es un valle de lágrimas, sino la perpetua y bendita manifestación de la Presencia. Contrasta con la ira del Dios airado que da a conocer Jonathan Edwards a su grey, la siguiente poesía llena de ternura de los mise­rables ghettos de Europa oriental en ese mismo siglo:

Oh, Señor del Universo

He de cantarte una canción.

¿Adónde puede encontrársete

y adónde no puede encontrársete?

Dondequiera que paso allí estás Tú.

Donde me quedo, allí también estás.

Tú, Tú, y nadie sino Tú.

Si todo va bien, es gracias a Ti.

Si va mal, también es gracias a Ti.

Tú eres, Tú has sido y Tú serás.

Tú has reinado, Tú reinas y Tú reinarás.

Tuyo es el Cielo, Tuya es la Tierra.

Tú llenas las más altas regiones

y Tú llenas las regiones más bajas.

Dondequiera que me vuelvo, Tú, oh, Tú estás allí.82

3. La mujer como tentación

El matrimonio místico con la reina diosa del mundo repre­senta el dominio total de la vida por el héroe; porque la mujer es la vida y el héroe es su conocedor y dueño. Las pruebas que sufre el héroe, preliminares a sus últimas expe­riencias y hechos, son el símbolo de esas crisis de realización por medio de las cuales su conciencia se amplifica y se ca­pacita para resistir la posesión completa de la madre des­tructora, su inevitable desposada. De esa manera sabe que él y el padre son uno solo: él ocupa el lugar del padre.

Así expresado, en los términos más extremos, el proble­ma puede parecer alejado de los asuntos de las creaturas humanas normales. Sin embargo, cada fracaso para en­frentarse a una situación vital debe ser referido, finalmen­te, a una restricción de la conciencia. Las guerras y los arranques de cólera son los recursos de la ignorancia; los arrepentimientos y las iluminaciones que llegan dema­siado tarde. El contenido del mito ubicuo del camino del héroe es el de que ha de servir como modelo general a los hombres y a las mujeres, en cualquier punto de la escala en que se encuentren. Por lo tanto, está formulado en los términos más amplios. La función del individuo es descubrir su propia posición con referencia a esta fórmula humana general y permitir que lo ayude a traspasar los muros, que lo reprimen. ¿Quiénes son y dónde están sus ogros? Ésas son las reflexiones de los enigmas no resueltos de su propia humanidad. ¿Cuáles son sus ideales? Tales son los sínto­mas de su aferrarse a la vida.

En la oficina del psicoanalista moderno las etapas de la aventura del héroe salen a la luz de nuevo en los sueños y alucinaciones del paciente. Desaparece una profundi­dad tras otra de las ignorancias de sí mismo, con el ana­lista representando el papel del ayudante, del sacerdote iniciador. Y siempre, después de las primeras emociones de la iniciación del camino, la aventura se convierte en una [115] jornada de oscuridad, horror, repugnancia y temores fan­tasmagóricos.

El eje de la curiosa dificultad se encuentra en el hecho de que nuestros puntos de vista conscientes de lo que la vida debería ser, pocas veces corresponden a lo que la vida realmente es. Generalmente nos rehusamos a admitir den­tro de nosotros mismos o dentro de nuestros amigos la plenitud de esa fiebre incitante, protegida en sí misma, maloliente, carnívora y lasciva que es la verdadera natu­raleza de la célula orgánica. Más bien tendemos a perfu­mar, a blanquear y a reinterpretar imaginando mientras tanto que todas las moscas en el ungüento y todos los pelos en la sopa son los errores de algún otro ser, bien desagra­dable.

Pero cuando repentinamente se nos revela o se impone ante nuestra atención que cada una de las cosas que pen­samos o hacemos participar necesariamente del olor de la carne, entonces no es poco común que se experimente un momento de repulsión: la vida, los actos de la vida, los órganos de la vida, la mujer en particular como el gran símbolo de la vida, se vuelven intolerables para la extre­mada pureza del alma. “¡Oh, que esta sólida, demasiado sólida carne pudiera derretirse, deshacerse y disolverse en rocío! ¡O qué no hubiese fijado el Eterno su ley contra el suicidio! ¡Oh, Dios! ¡Dios!” Así exclama el gran heraldo de este momento, Hamlet. Y agrega: “¡Qué fastidio­sas, rancias, vanas e inútiles me parecen las prácticas todas de este mundo! ¡Vergüenza de ello! ¡Ah! ¡Vergüen­za! Es un jardín de malas hierbas sin escardar, que crece para semilla; productos de naturaleza grosera y amarga lo ocupan únicamente... ¡Que se haya llegado a esto!”38

El inocente deleite de Edipo después de haber poseído a la reina por primera vez, se convierte en agonía de espíritu cuando descubre quién es ella. Como a Hamlet, lo persigue la imagen moral de su padre. Como Hamlet, se vuelve de las bellas formas del mundo para buscar la oscuridad de un reino más alto que éste poblado por el incesto y el adulte­rio de la madre lujuriosa e incorregible. El que busca la vida detrás de la vida debe ir más allá de ella, sobrepasar las tentaciones de su llamada y tender al éter inmaculado que ella esconde.

[116]

...voz profunda

del dios que repetía: “Edipo, Edipo,

¿qué tardamos en ir? ¡ya mucho tiempo

retrasándote estás!”...39

Cuando este rechazo Edipo-Hamlet permanece para acosar al alma, el mundo, el cuerpo y la mujer sobre todo se convierten en los símbolos ya no de la victoria sino de la derrota. Un sistema ético monásticopuritano, negador del mundo transfigura inmediatamente todas las imágenes del mito. Ya no puede el héroe descansar inocentemente con la diosa de la carne; porque ella se ha convertido en la reina del pecado.

“En tanto que el hombre conserve algún afecto por este cuerpo que es como un cadáver —escribe el monje hindú Shankaracharya—, es impuro y sufre de sus enemigos, así como del nacimiento, la enfermedad y la muerte; pero cuan­do se piensa como un ser puro, como la esencia de Dios y lo Inamovible, se vuelve libre... Alejad de vosotros esta limi­tación del cuerpo que es inerte y sucio por naturaleza. No penséis más en ella. Porque una cosa que ha sido vomitada (como vosotros vomitaréis vuestro cuerpo) sólo puede exci­tar repugnancia cuando se la recuerda.”40

Éste es un punto de vista familiar al Occidente, por las vidas y escritos de los santos.

“Cuando San Pedro observó que su hija Petronila era tan hermosa, obtuvo de Dios el favor de que ella enfer­mara de una fiebre. Un día en que sus discípulos estaban cerca de él, Tito le dijo: ‘Tú curas todas las enfermedades, ¿por qué no haces que Petronila se levante de su lecho?’ Y Pedro le contestó: ‘Porque estoy satisfecho con su con­dición.’ Esto no significaba que no tuviera el poder de curarla, porque inmediatamente le dijo: ‘Levántate Petronila y apresúrate a servirnos.’ La muchacha, curada, se levantó y vino a servirlos. Pero cuando hubo terminado, su padre le dijo: ‘Petronila, vuelve a tu lecho.’ Ella regresó y de nuevo sufrió la fiebre. Más tarde, cuando ella comenzó a perfeccionarse en su amor por Dios, su padre la volvió a la perfecta salud.

En aquel tiempo, un noble caballero llamado Flaco, deslumbrado por su belleza, vino a pedir su mano. Ella [117] contestó: ‘Si deseas casarte conmigo, manda un grupo de doncellas para conducirme a tu hogar’, pero cuando éstas hubieron llegado, Petronila se dedicó al ayuno y a la ple­garia. Después de haber recibido la comunión, cayó en cama, y luego de tres días, entregó su alma a Dios.”41

“Cuando era niño, San Bernardo de Claraval sufría de dolores de cabeza. Una joven vino a visitarlo un día, para calmar sus sufrimientos con canciones. Pero el niño, indig­nado, la envió fuera del cuarto. Dios lo recompensó por su celo, pues se levantó del lecho inmediatamente; ya estaba curado.

El viejo enemigo del hombre, habiendo percibido que el pequeño Bernardo era de disposición tan íntegra, se de­dicó a poner trampas a su castidad. Cuando el niño, sin embargo, instigado por el diablo, permaneció un día mi­rando por algún tiempo a una dama, se ruborizó repentina­mente y se introdujo en el agua helada de una fuente como penitencia, hasta que se helaron sus huesos. Otra vez, cuando dormía, vino a su lecho una joven desnuda. Ber­nardo, al enterarse de su presencia, cedió en silencio la parte de la cama en que yacía y moviéndose hasta el otro lado volvió a dormirse. Habiéndolo tocado y acariciado por algún tiempo, la infeliz muchacha se sintió tan avergon­zada, a pesar de su desvergüenza, que se levantó y huyó a toda prisa, llena de horror de sí misma y de admiración por el joven.

Otra vez, cuando Bernardo con algunos amigos había aceptado la hospitalidad del hogar de cierta rica dama, ella, observando su belleza, fue arrebatada por la pasión de dormir con él. Se levantó esa noche de su cama y vino a colocarse al lado de su huésped. Pero él, tan pronto sin­tió a alguien cerca, empezó a gritar: ‘¡Ladrón! ¡Ladrón!’ Inmediatamente la mujer huyó, todos en la casa desper­taron, encendieron linternas, y todos empezaron a buscar al malhechor. Pero como a nadie se encontró, todos volvie­ron a sus camas y a dormirse, con la sola excepción de esta dama, que, incapaz de cerrar los ojos, de nuevo se le­vantó y se deslizó en el lecho de su huésped. Bernardo empezó a gritar: ’¡Ladrón!’, y de nuevo la alarma y las investigaciones. [118] Después de aquello, se expuso la dama por tercera vez a ser humillada de la misma manera; de modo que finalmente abandonó su malvado proyecto, ya por te­mor o por desaliento. Al día siguiente, los compañeros de Bernardo le preguntaron en el camino por qué tenía tantos sueños con ladrones. Y él les contestó: ‘En verdad tuve que rechazar los ataques de un ladrón, porque mi anfitriona trataba de robarme un gran tesoro, y de haberlo per­dido, nunca hubiera podido recobrarlo.’

Todo esto convenció a Bernardo de que era cosa ries­gosa vivir cerca de la serpiente. Por lo cual decidió aban­donar el mundo y entrar en la orden monástica de los cistercienses.”42

Ni siquiera los muros de los monasterios, ni la lejanía de los desiertos, pueden proteger contra las presencias fe­meninas. Porque en tanto que la carne del ermitaño se aferre a sus huesos y se sienta tibia, las imágenes de la vida están alerta para trastornar su mente. San Antonio, cuan­do practicaba sus austeridades en la Tebaida Egipcia, era perturbado por alucinaciones voluptuosas perpetradas por demonios femeninos atraídos por su soledad magnética. Apariciones de este orden, con flancos de atracción irresis­tible y pechos que anhelan caricias, son conocidas a todos los ermitaños de la historia. “¡Ah, bel ermite! bel ermite!... Si tu posais ton doigt sur mon épaule, ce serait comme une traînée de feu dans tes veines. La possession de la moindre place de mon corps t’emplira d’une joie plus véhémente que la conquete d’un empire. Avance tes lèvres...”43

Escribe Cotton Mather, de Nueva Inglaterra, “El De­sierto que atravesamos para llegar a la Tierra Prometida está todo lleno de feroces serpientes aladas. Pero, bendito sea Dios, ninguna de ellas se ha aferrado a nosotros hasta el punto de confundirnos totalmente. Nuestro camino al cielo pasa entre las Guaridas de los Leones y las Montañas de los Leopardos; hay increíbles manadas de demonios a nuestro paso... Somos pobres viajeros en un mundo que es tanto el Campo del Diablo como la Cárcel del Diablo; un mundo en donde el Diablo ha acampado en cada rincón [119] con Bandas de Ladrones, para atacar a todos aquellos que tienen los rostros vueltos hacia Sión.”44

2. El encuentro con la diosa

La última aventura, cuando todas las barreras y los ogros han sido vencidos, se representa comúnmente como un ma­trimonio místico (ieroj gamoj) del alma triunfante del héroe con la Reina Diosa del Mundo. Ésta es la crisis en el nadir, en el cénit, o en el último extremo de la Tierra; en el punto central del cosmos, en el tabernáculo del templo o en la oscuridad de la cámara más profunda del corazón.

En el oeste de Irlanda todavía se cuenta la historia del príncipe de la Isla Solitaria y de la dama de Tubber Tintye. Con la esperanza de curar a la reina de Erín, el heroico joven decidió ir a buscar tres botellas del agua de Tubber Tintye, la llameante fuente de las hadas. Siguiendo el con­sejo de una vieja sobrenatural que encontró en el camino, y cabalgando sobre un caballo pequeño, delgado, sucio, peludo y maravilloso que ella le dio, cruzó un río de fuego y escapó al peligro que representaba un bosque de árboles que envenenaban al contacto de sus hojas. El caballo pasó con la rapidez del viento los límites del castillo de Tubber Tintye, el príncipe brincó desde el lomo de su cabalga­dura por una ventana abierta y así llegó al interior del castillo, sano y salvo.

“El lugar, que era enorme, estaba lleno de gigantes dor­midos y monstruos de la tierra y del mar, grandes ballenas, anguilas largas y resbaladizas, osos y bestias de todas for­mas y especies. El príncipe pasó cerca de ellos y por encima de ellos hasta que llegó a una gran escalera. Al final de la escalera entró en una cámara donde encontró la mujer más [105] hermosa que había visto, dormida en un diván. “No tengo nada que decirte”, pensó el príncipe y pasó a la próxima, y así miró en doce cámaras y en cada una había una mujer más hermosa que en la anterior. Pero cuando llegó a la cámara decimotercera y abrió la puerta, un relámpago de oro apagó la vista de sus ojos. Estuvo de pie un momento hasta que la vista le volvió y luego entró. En la gran cá­mara brillante había un diván de oro montado sobre ruedas de oro. Las ruedas giraban continuamente y el coche daba vueltas y vueltas, sin detenerse ni de día ni de noche. En el diván yacía la reina de Tubber Tintye y si sus doce donce­llas eran hermosas, no lo parecían junto a ella. A los pies del diván estaba Tubber Tintye, la fuente del fuego. Había una cubierta de oro sobre la fuente y daba continuamente vueltas con el diván de la reina.

‘Por mi honor —dijo el príncipe—, que descansaré aquí un momento’. Y se subió al diván y no lo abandonó por seis días y seis noches.”28

La Dama de la Casa del Sueño es una figura familiar en el cuento de hadas y en el mito. Ya hemos hablado de ella en las formas de Brunilda y la Bella Durmiente.29 Es el modelo de todos los modelos de belleza, la réplica de todo deseo, la meta que otorga la dicha a la búsqueda terrena y no terrena de todos los héroes. Es madre, hermana, amante, esposa. Todo lo que se ha anhelado en el mundo, todo lo que ha parecido promesa de júbilo, es una premo­nición de su existencia, ya sea en la profundidad de los sueños, o en las ciudades y bosques del mundo. Porque ella es la encarnación de la promesa de la perfección; la seguridad que tiene el alma de que al final de su exilio en un mundo de inadecuaciones organizadas, la felicidad que una vez se conoció será conocida de nuevo: la madre confortante, nutridora, la “buena” madre, joven y bella, que nos fue conocida y que probamos en el pasado más remoto. El tiempo la hizo desaparecer y sin embargo exis­te, como quien duerme en la eternidad, en el fondo de un mar intemporal.

La imagen recordada no es sólo benigna, sin embargo, también es la madre “mala”: 1) la madre ausente, inalcan­zable, en contra de quien se dirigen las fantasías agresivas [106] y de quien se teme una igual respuesta agresiva; 2) la ma­dre que obstaculiza, que prohíbe, que castiga; 3) la madre que se apodera del niño que crece y trata de huir; y final­mente 4) la madre deseada pero prohibida (complejo de Edipo) cuya presencia es una incitación a los deseos peli­grosos (complejo de castración); estas imágenes persisten en la tierra escondida del recuerdo de la infancia del adul­to y a veces se convierten en la fuerza más poderosa. Está en la raíz de esas inalcanzables y grandes figuras de diosa, como la casta y terrible Diana, que al realizar la destruc­ción del joven cazador Acteón ilustra el soplo de temor contenido en esos símbolos del deseo reprimido de la mente y del cuerpo.

Acteón tuvo oportunidad de ver a la peligrosa diosa al mediodía, el momento fatal en que el sol detiene su as­cención poderosa y juvenil, se equilibra y empieza su mar­cha misma hacia la muerte. Acteón había dejado a sus com­pañeros descansando con los perros ensangrentados, des­pués de una mañana de perseguir a la caza, y sin ninguna finalidad consciente había avanzado y traspasado sus habi­tuales lugares de caza y había penetrado en los bosques vecinos. Descubrió un valle espesamente poblado de cipreses y pinos. Entró lleno de curiosidad en su espesura. Había una gruta bañada por una fuente suave y borboteante y con una corriente que se abría en un estanque bordeado de cés­ped. Este sombreado escondrijo era el refugio de Diana, que en ese momento se bañaba en medio de sus ninfas, com­pletamente desnuda. Había dejado en la orilla su lanza de caza, su aljaba, su arco flojo, sus sandalias y su túnica. Una de sus ninfas desnudas había anudado sus cabellos; otras derramaban agua desde unas grandes urnas.

Cuando el joven y errante varón entró en el agradable refugio, un alarido de terror femenino se levantó, y los cuerpos se amontonaron alrededor de su ama, tratando de esconderla de los ojos profanos. Pero la cabeza y los hom­bros de ella sobresalían. El joven había visto y seguía viendo. Ella buscó su arco con la mirada, pero estaba fue­ra de su alcance, de manera que rápidamente tomó lo que tenía más a la mano, que era agua, y la echó en la cara de Acteón. “Ahora ya eres libre de decir, si puedes —le gritó enfurecida—, que has visto a la diosa desnuda”.

Le salieron astas en la cabeza. Su cuello se volvió grueso y largo, las puntas de sus orejas se afilaron. Los [107] brazos se convirtieron en patas, y las manos y los pies en cascos. Aterrorizado, huyó, y se maravilló de poder mo­verse con tanta rapidez. Pero cuando se detuvo para tomar aliento y beber y vio su figura reflejada en una fuente transparente se hizo atrás, estupefacto.

Un terrible destino cayó sobre Acteón. Sus propios mas­tines olfatearon al gran ciervo y acudieron aullando por el bosque. En un rapto de júbilo al escucharlos hizo una pausa, luego, espontáneamente se aterrorizó y huyó. Lo si­guieron y gradualmente lo alcanzaron. Cuando habían lle­gado a sus talones y el primero voló a su flanco, él quiso gritar sus nombres, pero el sonido de su garganta no era humano. Lo apresaron entre sus fauces. Cayó y sus pro­pios compañeros de caza, azuzando a los perros, llegaron a tiempo para rematarlo. Diana, que milagrosamente estaba enterada de su fuga y muerte, podía ahora descansar en calma.30

La figura mitológica de la Madre Universal imputa al cosmos los atributos femeninos de la primera presencia, nutritiva y protectora. La fantasía es en principio espontá­nea, porque existe una correspondencia obvia y estrecha entre la actitud del niño hacia su madre y la del adulto hacia el mundo material que lo rodea.31 Pero también ha habido en numerosas tradiciones religiosas un uso pedagó­gico conscientemente controlado de esta imagen arquetípica con la finalidad de purgar, equilibrar e iniciar a la mente en la naturaleza del mundo visible.

En los libros tántricos de la India medieval y moderna [108] la morada de la diosa se llama Mani-dvipa, “La Isla de las Joyas”.32 Su carruaje y su trono están allí, en un bosque de árboles que conceden deseos. Las playas de la isla son de arenas doradas. Son lavadas por las quietas aguas del océa­no del néctar de la inmortalidad. La diosa es roja por el fuego de la vida; la Tierra, el sistema solar, las galaxias de los espacios mayores, están dentro de su vientre. Porque ella es la creadora del mundo, siempre madre y siempre virgen. Ella circunda a lo circundante, nutre a los que ali­mentan y es la vida de todo lo que vive.

También es la muerte de todo lo que muere. Todo el proceso de la existencia queda comprendido dentro de su poder, desde el nacimiento, la adolescencia, la madurez, la ancianidad y la tumba. Es el vientre y la tumba, la puer­ca que come a sus lechones. Así reúne el “bien” y el “mal” exhibiendo las dos formas de la madre recordada, no sólo la personal sino la universal. Se espera que el devoto contemple a las dos con ecuanimidad. A través de este ejercicio su espíritu queda purgado de sus sentimentalis­mos y resentimientos infantiles e inapropiados y su mente abierta a la inescrutable presencia que existe como ley e imagen de la naturaleza del ser, y no primariamente como el “bien” y el “mal”; como el bienestar y la desesperación con respecto a su conveniencia humana infantil.

El gran místico hindú del siglo pasado, Ramakrishna [109] (1836-1886), era sacerdote de un templo recientemente construido a la Madre Cósmica en Dakshineswar, un su­burbio de Calcuta. La imagen del templo presentaba a la divinidad en sus dos aspectos simultáneamente, el terrible y el benigno. Sus cuatro brazos presentaban los símbolos de su poder universal; la mano izquierda superior empu­ñaba un sable ensangrentado, la inferior tenía por el cabello una cabeza humana cercenada; la mano derecha superior estaba levantada en la actitud de quien dice “no me te­máis”; la inferior extendida en ofrenda de bienes. En el cuello usaba un collar de cabezas humanas; su falda estaba formada por brazos humanos; su larga lengua estaba fuera, para lamer la sangre. Ella era la Fuerza Cósmica, la totalidad del universo, la armonía de todas las parejas de contrarios, combinando maravillosamente el terror de la destrucción absoluta con una seguridad impersonal pero materna. Por otra parte, era el río del tiempo, la fluidez de la vida, la diosa que al mismo tiempo crea, protege y destruye. Su nombre es Kali, la Negra; su título, La Barca que cruza el Océano de la Existencia.33

Una tarde tranquila, Ramakrishna vio una hermosa mujer ascender del Ganges y aproximarse al campo en el que él meditaba. Él percibió que ella estaba a punto de dar nacimiento a un niño. En un instante, el niño nació y ella lo amamantó tiernamente. Después, tomó un aspecto ho­rrible, tomó al niño en sus ahora horribles fauces y lo despedazó, masticándolo. Después de habérselo tragado, regresó al Ganges, donde desapareció.34

Sólo los genios capaces de las más altas realizaciones pueden soportar la revelación completa de la sublimidad de esta diosa. Para los hombres de menores alcances, ella reduce sus fulgores y se permite aparecer en formas con­cordantes con las fuerzas no desarrolladas.

Contemplarla en su plenitud sería un terrible accidente para cualquier persona que no estuviera espiritualmente preparada. Como testigo queda el desgraciado caso del joven y vigoroso cier­vo Acteón. Él no era un santo, sino un cazador impre­parado para la revelación de la forma que debe contemplar­se sin las excitaciones y depresiones humanas normales (infantiles) del deseo, de la sorpresa y del temor.

[110] La mujer, en el lenguaje gráfico de la mitología, repre­senta la totalidad de lo que puede conocerse. El héroe es el que llega a conocerlo. Mientras progresa en la lenta ini­ciación que es la vida, la forma de la diosa adopta para él una serie de transformaciones; nunca puede ser mayor que él mismo, pero siempre puede prometer más de lo que él es capaz de comprender. Ella lo atrae, lo guía, lo incita a romper sus trabas. Y si él puede emparejar su signifi­cado, los dos, el conocedor y el conocido, serán libertados de toda limitación. La mujer es la guía a la cima subli­me de la aventura sensorial. Los ojos deficientes la redu­cen a estados inferiores; el ojo malvado de la ignorancia la empuja a la banalidad y a la fealdad. Pero es redimida por los ojos del entendimiento. El héroe que puede tomarla como es, sin reacciones indebidas, con la seguridad y la bondad que ella requiere, es potencialmente el rey, el dios encarnado, en la creación del mundo de ella.

Por ejemplo, se cuenta la historia de los cinco hijos del rey irlandés Eochaid; de cómo, un día que fueron de ca­cería, se encontraron perdidos, cercados por todas partes. Como estaban sedientos, partieron uno por uno en busca de agua. Fergus fue el primero “y llegó a una fuente en donde encontró a una anciana de pie. El aspecto de la vieja era éste: más negro que el carbón era cada pedazo y parte de su cuerpo, de la cabeza al suelo; comparable a la cola de un caballo salvaje era la grisácea y metálica masa del pelo que crecía en la parte superior de su cabeza, tenía en la cabeza una hoz, un colmillo verdoso que se curvaba hasta tocar su oreja y con ella podía cortar la rama verde de un encino en pleno florecimiento; tenía los ojos oscurecidos y nublados de humo; la nariz ganchuda, de aletas amplias; la barriga arrugada y pecosa, de diversas maneras enfer­ma; deformes y torcidas las pantorrillas, que terminaban en pesados tobillos y un par de enormes patas; tenía las rodillas nudosas y las uñas lívidas. Toda la descripción de la dama era de hecho asquerosa. ‘Así eres ¿no es verdad?’, dijo el muchacho. ‘Así mismo soy’, contestó ella. ‘¿Es verdad que estás cuidando la fuente?’, preguntó él, y ella dijo: ‘Es verdad’. ‘¿Me das permiso de llevarme un poco de agua?’ ‘Te lo doy —consintió ella—, pero primero has de besarme en la mejilla’. ‘De ningún modo’, dijo él. ‘Entonces no te he de conceder el agua’. ‘Te doy mi palabra —dijo él—, de que prefiero perecer de sed antes que darte [111] un beso.’ Entonces el joven regresó al lugar adonde estaban sus hermanos y les dijo que no había podido conseguir el agua.”

Olioll, Brian y Fiachra de la misma manera fueron en su busca e igualmente llegaron a la misma fuente. Cada uno de ellos le pidió el agua a la vieja, pero le negó el beso.

Finalmente fue Niall y llegó a la misma fuente. “ ‘¡Déja­me tomar agua, mujer!’, le gritó. ‘Te la daré —dijo ella— si me das un beso.’ Él contestó: ‘No sólo te daré un beso sino que te abrazaré’. Entonces se inclinó a abrazarla y le dio un beso. Cuando terminó dicha operación y él la miró, no había en el mundo entero una joven de porte más gra­cioso, ni universalmente más hermosa que ella: de la cabe­za al suelo, cada una de sus partes podía ser comparada a la nieve recién caída que yace en los surcos; redondeados y exquisitos eran sus brazos, sus dedos largos y delgados; tenía las piernas derechas y de adorable color; dos sanda­lias de bronce blanco embellecían sus pies blancos y suaves y la tierra que pisaba; la ceñía un amplio manto del más fino vellón de color escarlata y en dicho indumento un broche de plata blanca; tenía brillantes dientes como perlas, ojos grandes y regios, la boca roja como el fruto del fres­no. ‘Esto, mujer, es un conjunto de encantos’, dijo el joven. ‘Eso es verdad’. ‘Y ¿quién eres tú?’, insistió él. ‘El Poder Real soy yo’, y pronunció lo siguiente:

‘Rey de Tara. Yo soy el Poder Real...’

‘Ve ahora —dijo ella— a tus hermanos y lleva contigo el agua; de hoy en adelante, para ti y para tus hijos ha de ser para siempre el reinado y la fuerza suprema... Y así como primero me has visto fea, brutal y repugnante, y al final hermosa, así es el poder real: porque sin batallas, sin feroces conflictos no puede ganarse; pero al final, aquel que es rey no importa de qué, se muestra siempre gentil y hermoso.’”35

¿Así es el poder real? Así es la vida misma. La diosa guardiana de la fuerza inagotable, ya sea descubierta por Fergus, o por Acteón, o por el príncipe de la Isla Solitaria, [112] requiere que el héroe esté dotado con aquello que los trovadores y los juglares llamaban un “corazón gentil”. No por el deseo animal de un Acteón, ni por el desdeñoso rechazo de un Fergus, puede ser la diosa comprendida y ser­vida debidamente, sólo con gentileza: awaré (simpatía gentil) se llama en la poesía romántica cortesana del Japón de los siglos décimo a duodécimo.

En corazón gentil Amor anida,

Cual ave en primavera

Del verde bosque anida en la espesura:

Ni el amor hubo vida

Antes que un corazón gentil la hubiera,

Ni un alma generosa

Pudo antes que al Amor formar Natura:

Tan luego como fue el astro del día.

Tan luego fue su luz esplendorosa,

Y antes que fuera el Sol, ser no podía:

Y prende Amor en gentileza luego, Así naturalmente

Como en las llamas el calor del fuego.36

El encuentro con la diosa (encarnada en cada mujer) es la prueba final del talento del héroe para ganar el don del amor (caridad: amor fati), que es la vida en sí misma, que se disfruta como estuche de la eternidad.

Y cuando el aventurero, desde este punto de vista, no es un joven sino una doncella, ella es quien, por medio de sus cualidades, su belleza o su deseo, está destinada a con­vertirse en la consorte de un ser inmortal. Entonces el marido celeste desciende a ella y la conduce a su lecho, ya sea que ella lo quiera o no. Si ella lo rechaza, se ciega para siempre; si lo busca, su deseo encuentra la paz.

La muchacha arapaho que siguió al puerco espín por el árbol que crecía a medida que avanzaban, mereció un sitio junto al pueblo del cielo, donde se convirtió en la esposa de un mancebo celeste. Fue él quien bajo la forma del puerco espín la sedujo para llevarla a su hogar sobrena­tural.

La hija del rey del cuento para niños, al día siguiente de la aventura de la fuente, oyó que llamaban a la puerta de [113] su castillo: la rana había llegado para obligarla a cum­plir su pacto. Y a pesar de su repugnancia, la rana fue a sen­tarse a la silla de su mesa, compartió el alimento de su platito y de su tacita de oro y hasta insistió en ir a dormir con ella en su camita de seda. Enfurecida, ella la levantó del suelo y la estrelló contra la pared. Cuando cayó, desapare­ció la rana y en su lugar apareció el hijo de un rey, con bellos y bondadosos ojos. Luego nos enteramos de que se casaron y fueron conducidos en un hermoso coche al impe­rio del joven, donde fueron rey y reina.

Y de nuevo: cuando Psique hubo llevado al cabo todos los difíciles trabajos, Júpiter mismo le concedió el elixir de la inmortalidad; de manera que para siempre estuvo unida a Cupido, su amado, en el paraíso de la forma perfecta.

La iglesia Ortodoxa Griega y la Católica Romana cele­bran el mismo misterio en la fiesta de la Asunción:

“La Virgen María ha sido elevada al tálamo celestial, donde el Rey de reyes está sentado en un trono estrellado.”

“¿Adónde vuelas, oh Virgen prudentísima? Tu subida [114] es semejante a la aurora que desparrama sus resplando­res. Hija de Sión, toda eres bella y dulce, hermosa como la luna, pura como el sol.”37

1. El camino de las pruebas

Una vez atravesado el umbral, el héroe se mueve en un paisaje de sueño poblado de formas curiosamente fluidas y ambiguas, en donde debe pasar por una serie de pruebas. Ésta es la fase favorita de la aventura mítica. Ha produ­cido una literatura mundial de pruebas y experiencias mila­grosas. El héroe es solapadamente ayudado por el consejo, los amuletos y los agentes secretos del ayudante sobrenatu­ral que encontró antes de su entrada a esta región. O pudiera ser que por primera vez descubra aquí la existencia de la fuerza benigna que ha de sostenerlo en este paso sobrehumano.

Uno de los ejemplos más encantadores y mejor conoci­dos es el de las “tareas difíciles” que Psique tuvo que des­arrollar para recobrar a su perdido amante, Cupido.1 Aquí los papeles principales están invertidos: en vez de que el amante trate de ganar a su desposada, la desposada trata de ganar al amante, y en vez de que un padre cruel retenga a su hija, es la madre celosa, Venus, quien esconde a su hijo, Cupido, de su amada. Cuando Psique se presentó su­plicante ante Venus, la diosa la tomó violentamente por los cabellos y le estrelló la cabeza en el suelo, luego tomó una gran cantidad de trigo, cebada, mijo, semillas de adormide­ra, guisantes, lentejas y frijoles, los mezcló y ordenó a la joven que los separara antes del anochecer. Psique recibió la ayuda de un ejército de hormigas. Venus le dijo después que cortara la lana de oro de cierto peligroso ganado salva­je, de cuerno agudo y mordedura venenosa, que habitaba en un valle inaccesible dentro de un bosque peligroso. Pero una caña verde la instruyó acerca de cómo recoger de las cañas del valle los mechones de oro que dejaba el ganado a su paso. La diosa le pidió después una botella de agua de una fuente helada que estaba en una roca alta como una torre y cuidada por dragones insomnes. Un águila se acercó y [95] llevó a cabo la maravillosa hazaña. Finalmente se le or­denó a Psique que trajera del abismo del mundo subterrá­neo una caja llena de la belleza sobrenatural. Una alta torre le dijo cómo bajar a ese mundo, le dio dinero para Caronte y comida para el Cancerbero y la puso en camino.

El viaje de Psique al mundo subterráneo es una de las innumerables aventuras iguales que emprendieron los hé­roes del cuento de hadas y del mito. Entre las más peligrosas están las de los shamanes de los pueblos que viven más al norte (lapones, siberianos, esquimales y ciertas tribus indias americanas) cuando van a buscar o a recobrar las almas perdidas o desviadas de los enfermos. El shamán de los siberianos se viste para la aventura con un atavío mágico que representa un pájaro o un reno, el principio de la sombra del mismo shamán, la forma de su alma. Su tambor es un animal, su águila, reno o caballo; se dice que vuela o cabalga en él. El bastón que lleva es otro de sus ayudantes. Y lo ayuda una multitud de familiares invisibles.

Un antiguo viajero que se aventuró entre los lapones nos ha dejado una descripción vívida de la terrorífica acción de uno de estos extraños emisarios del reino de la muerte.2 Ya que el otro mundo es el lugar de la noche eterna, el ceremonial del shamán debe tener lugar después del anochecer. Los amigos y vecinos se reúnen en la choza sombría y débilmente alumbrada del paciente y siguen atentamente las gesticulaciones del hechicero. Primero conjura a los espíritus ayudantes; éstos llegan, invisibles para todos menos para él. Dos mujeres, vestidas para el ceremonial pero sin cinturones y llevando tocas de lino, un hombre sin toca y sin cinturón, y una joven no adulta, son sus asistentes. El shamán se descubre la cabeza, se suelta el cinturón y los cordones de los zapatos; se cubre la cara con las manos y empieza a girar en variados círculos. Repentinamente, con gestos muy violentos, grita: “¡Equi­pad al reno! ¡Listo para embarcarse!” Toma un hacha y empieza a golpearse con ella cerca de las rodillas y la mueve en dirección a las tres mujeres. Saca del fuego leños ardiendo con sus manos desnudas, pasa tres veces [96] alrededor de cada una de las mujeres y finalmente cae, “como un muerto”. Durante todo ese tiempo a nadie se le permite tocarlo. Mientras reposa en trance, debe ser vigilado tan estrechamente que ni una mosca debe posarse encima de él. Su espíritu ha partido y ve las montañas sagradas, con los dioses que las habitan. Las mujeres que lo atienden cuchichean una con la otra tratando de adivi­nar en qué parte del otro mundo se encuentra ahora.3 Si mencionan la montaña en que se encuentra, el shamán mueve una mano o un pie. Por fin empieza a volver en sí. Con voz baja y débil dice las palabras que ha escuchado en el otro mundo. Las mujeres empiezan a cantar. El shamán despierta lentamente, declarando la causa de la enfermedad y la forma de sacrificio que debe hacerse. Entonces anuncia la cantidad de tiempo que tomará el paciente para sanar.

“En su laboriosa jornada —dice otro observador—, el shamán tiene que encontrar y que vencer cierto número de obstáculos diferentes (pudak) que no son siempre fá­ciles de superar. Después de haber avanzado por bosques oscuros y ásperas masas de montañas, en donde de vez en cuando encuentra los huesos de otros shamanes y de los animales en que han montado y que se supone han muerto en el camino, llega a una abertura en el suelo. Los estados más difíciles de la aventura empiezan ahora, cuan­do las profundidades del mundo subterráneo y sus mani­festaciones extraordinarias se abren ante él... Después de haber tranquilizado a los guardianes del reino de los muer­tos y de haber pasado sus numerosos peligros, llega al fin ante el Señor del Otro Mundo, Erlik en persona. Los últimos ataques al shamán son horriblemente difíciles, pero si él es suficientemente hábil puede calmar a los mons­truos con promesas de lujosas ofrendas. Este momento del diálogo con Erlik es la crisis del ceremonial. El shamán pasa al éxtasis.”4

[97] “En cada tribu primitiva —escribe el Dr. Géza Róheim— encontramos que el curandero es el centro de la sociedad y es fácil demostrar que este hombre es un neurótico o un psicótico o cuando menos que su arte está basado en los mismos mecanismos que una neurosis o una psicosis. Los grupos humanos son movidos por sus ideas de grupo, y éstas siempre están basadas en la situación infantil.”5 “La situación de infancia es modificada o invertida por el pro­ceso de la madurez modificado de nuevo por el necesario ajuste a la realidad, pero sigue existiendo y aporta esas invisibles ligas de la libido sin las cuales no puede existir ningún grupo humano.”6 Los curanderos, por lo tanto, ha­cen visibles y públicos los sistemas de fantasía simbólica que están presentes en la psique de cada miembro adulto de su sociedad. “Son los jefes de este juego infantil y los conductores iluminados de la angustia común. Ellos luchan con los demonios para que los otros puedan alcanzar la presa y en general luchar con la realidad.”7

Y así sucede que si alguien, en cualquier sociedad, esco­ge para sí la peligrosa jornada a la oscuridad y desciende, intencionalmente o no, a las torcidas curvas de su propio laberinto espiritual, pronto se encuentra en un paisaje de figuras simbólicas (cualquiera de ellas puede tragarlo), que es no menos maravilloso que el salvaje mundo siberiano del pudak y las montañas sagradas. En el vocabulario de los místicos, ésta es la segunda etapa del Camino, la de “pu­rificación del yo”, cuando los sentidos están “humillados y limpios”, y las energías e intereses “concentrados en cosas trascendentales”;8 o en un vocabulario más moderno: éste es el proceso de disolución, de trascendencia, o de tras­mutación de las imágenes infantiles de nuestro pasado personal. En nuestros sueños encontramos todavía los eter­nos peligros, las quimeras, las pruebas, los ayudantes se­cretos y las figuras instructoras, y en sus formas podemos ver reflejado no sólo el cuadro de nuestro presente caso sino también la clave de lo que debemos hacer para sal­varnos.

“Estaba frente a una cueva oscura y quería entrar —fue [98] el sueño de un paciente al empezar su análisis—, y tem­blaba al pensar que pudiera no hallar el camino de regre­so.”9 “Vi una bestia detrás de otra —escribió Emanuel Swedenborg en su libro de sueños, en la noche del 19 de octubre de 1744—, abrían sus alas y eran dragones. Yo volaba sobre ellos, pero uno de ellos me sostenía.”10 El dra­maturgo Friedrich Hebbel escribió, un siglo después (13 de abril de 1844): “En mi sueño, era arrastrado con gran fuerza por encima del mar; había abismos aterradores, y aquí y allá, una roca en la que era posible sostenerse.”11 Temístocles soñó que una serpiente se le enredaba al cuer­po, luego se le subía al cuello y cuando llegaba a su rostro, se convertía en un águila que lo tomaba con sus garras y se lo llevaba, volaba una distancia larga y lo ponía en el báculo de un heraldo dorado que aparecía repenti­namente; se sintió tan a salvo que perdió en seguida su gran angustia y temor.12

Las dificultades psicológicas específicas del individuo que sueña son reveladas con una fuerza y una simplicidad conmovedoras:

“Tuve que subir a una montaña. Había toda clase de obstáculos en el camino. Tuve que brincar sobre una zan­ja, pasar sobre una cerca, y finalmente me quedé quieto porque había perdido el aliento.” Éste es el sueño de un tartamudo.13

“Estaba junto a un lago que aparentaba completa quie­tud, una tempestad vino de pronto y se levantaron altas olas, de modo que mi cara quedó toda salpicada de agua”; éste es el sueño de una joven que temía ruborizarse (ereutofobia) y cuyo rostro, cuando se sonrojaba, se humedecía de sudor.14

“Estaba siguiendo a una muchacha que caminaba delante [99] de mí, por una calle oscura. Podía verla sólo por detrás y admiraba su bella figura. Un poderoso deseo se apoderó de mí y empecé a correr detrás de ella. Repentinamente una viga, como disparada por un resorte, atravesó la ca­lle y me impidió el paso. Cuando desperté, el corazón me latía fuertemente.” El paciente era un homosexual, la viga que se atravesó, un símbolo fálico.15

“Me subí a un coche, pero no sabía manejar. Un hombre que se sentó detrás de mí me dio instrucciones. Finalmen­te todo iba bien y llegamos a una plaza donde esperaba un grupo de mujeres. La madre de mi prometida me recibió con gran júbilo.” El hombre era impotente, pero había encontrado un instructor en el psicoanalista.16

“Una piedra había roto mi parabrisas. Ahora estaba abierta a la tempestad y a la lluvia. Se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿Podría llegar a mi destino en ese co­che?” La que soñaba era una joven que había perdido su virginidad y no podía dejar de tomarlo en cuenta.17

“Vi la mitad de un caballo que yacía en el suelo. Tenía una sola ala y trataba de levantarse, pero no podía.” El paciente era un poeta que tenía que ganar su pan de cada día trabajando como periodista.18

“Un niño me mordía.” El paciente que soñaba sufría de infantilismo psicosexual.19

“Estaba encerrado con mi hermano en un cuarto oscu­ro. Él tenía en la mano un gran cuchillo y yo le tenía miedo. ‘Me vas a volver loco y me mandarás al manicomio’, le dije. Se rió, con malicioso placer y contestó: ‘Siempre estarás atrapado conmigo. Estamos unidos con una ca­dena.’ Me miré las piernas y vi por primera vez una gruesa cadena de hierro que nos unía a mi hermano y a mí.” El hermano, comenta el Dr. Stekel, era la enfermedad del paciente.20

“Voy a pasar un puente muy angosto —sueña una joven de dieciséis años—. Repentinamente se rompe bajo mi peso y yo caigo en el agua. Un policía se echa detrás de mí y me trae con sus fuertes brazos, a la orilla. De repente me [100] parece que soy un cuerpo muerto. El oficial también es muy pálido, como un cadáver.”21

“La persona que sueña está absolutamente abandonada y sola en el profundo agujero de un sótano. Las paredes de su cuarto van volviéndose cada vez más estrechas, hasta que ya no puede moverse.” En esta imagen están combi­nadas las ideas del vientre materno, de la prisión, de la celda y de la tumba.22

“Sueño que tengo que atravesar unos corredores inter­minables. Luego permanezco por largo tiempo en un cuartito que se parece a las bañeras de los baños públicos. Después me obligan a dejarlo, y tengo que atravesar un pasillo húmedo y resbaladizo, hasta que llego a una pequeña puerta enrejada por donde salgo. Me siento como quien acaba de nacer y pienso: ‘Esto significa para mí un rena­cimiento espiritual, logrado por medio de mi análisis.’”23

No cabe la menor duda de que los peligros psicológi­cos, a través de los cuales eran guiadas las generaciones anteriores por medio de los símbolos y ejercicios espiritua­les de su herencia mitológica y religiosa, ahora (si no somos creyentes o, si lo somos, en la medida en que nuestras creencias heredadas no representan los problemas reales de la vida contemporánea) debemos enfrentarlos solos, o en el mejor de los casos con una tentativa, impromptu, y a menudo sin una guía efectiva. Éste es nuestro problema como individuos modernos, “ilustrados”, para quienes todos los dioses y los demonios han sido racionalizados como inexistentes.24 Sin embargo, en la multitud de mitos y [101] leyendas que se han conservado o reunido de diferentes partes de la Tierra, podemos ver delineado algo de nuestro tránsito todavía humano. Para saberlo y beneficiarse con ello, sin embargo, debe el hombre someterse de alguna ma­nera a la purgación y a la renuncia. Y eso es parte de nuestro problema: cómo hacerlo. “¿O creéis que entraréis en el alchenna, y no os llegó el ejemplo de los que pasaron antes que vosotros, a los que cogió el mal y el daño, y se tambalearon...?”25

La narración más antigua que se conoce del paso por las puertas de la metamorfosis es el mito sumerio del des­censo de la diosa Inanna al mundo inferior

Desde la “gran altura” ella dirigió su pensamiento

a la “gran profundidad”,

La diosa, desde la “gran altura” dirigió su pensamiento

a la “gran profundidad”,

Inanna, desde la “gran altura” dirigió su pensamiento

a la “gran profundidad”.

Mi señora abandonó el cielo, abandonó la tierra,

descendió al mundo inferior,

Inanna abandonó el cielo, abandonó la tierra,

al mundo inferior descendió.

Abandonó el dominio, abandonó el señorío,

al mundo inferior descendió.

Se adornó con vestiduras y joyas reales. Ató a su cinturón los siete divinos decretos. Estaba preparada para entrar a “la tierra de donde no se vuelve”, el mundo inferior de la muerte y de la oscuridad, gobernado por su hermana y enemiga la diosa Ereshkigal. Temerosa de que su hermana la matara, Inanna instruyó a Ninshubur, su mensajero, para que fuera al cielo y alzara un clamor y hablara por ella en el salón de asamblea de los dioses si después de tres días no regresaba.

Inanna descendió. Se aproximó al templo de lapislázuli y en la puerta encontró al jefe guardián quien le preguntó quién era y por qué había venido. “Soy la reina del cielo, el lugar donde sale el sol”, contestó. “Si eres la reina del cielo —dijo él—, el lugar donde sale el sol, ¿por qué has ve­nido a la tierra de donde no se vuelve? Al camino de donde los viajeros no regresan ¿cómo ha podido guiarte [102] tu corazón?” Inanna declaró que había venido a asistir a los ritos funerarios del esposo de su hermana, el señor Gugalanna; por lo cual Neti, el guardián, le dijo que espe­rara mientras él iba a avisar a Ereshkigal. Neti recibió instrucciones de abrir las siete puertas a la reina del cielo, y de actuar conforme la costumbre quitándole en cada puerta una parte de su atavío.

Y le dijo a Inanna, la pura:

“Ven, Inanna, entra.”

Cuando pasó por la primera puerta

la shugurra, “corona de la sencillez”,

le fue quitada de la cabeza.

“Dime ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

Cuando pasó por la segunda puerta,

le fue quitado el cetro de lapislázuli.

“Dime ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

Cuando pasó por la tercera puerta,

le fueron quitadas del cuello las cuentas de lapislázuli.

“Dime ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

Cuando pasó por la cuarta puerta

le fueron quitadas las piedras brillantes de su pecho.

“Dime, ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

Cuando pasó por la quinta puerta

le fue quitado el anillo de oro de su mano.

“Dime, ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

[103]

Cuando pasó por la sexta puerta

el pectoral le fue quitado de su pecho.

“Dime, ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

Al pasar por la séptima puerta

todos los atavíos de señorío de su cuerpo

fueron quitados.

“Dime, ¿qué es esto?”

“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido

perfeccionados los decretos del mundo inferior,

oh Inanna, no investigues los ritos

del mundo inferior.”

Desnuda, fue llevada ante el trono. Hizo una profunda inclinación. Los siete jueces del mundo inferior, los Anunnaki, estaban sentados ante el trono de Ereshkigal y cla­varon sus ojos sobre Inanna, los ojos de la muerte.

A su palabra, la palabra que tortura el espíritu,

la mujer enferma se convirtió en cadáver

y el cadáver fue colgado de una estaca.26

Inanna y Ereshkigal, las dos hermanas, luz y oscuridad, respectivamente, representan juntas, de acuerdo con la an­tigua forma de simbolismo, una sola diosa con dos aspectos y su confrontación comprendía el sentido íntegro del difícil camino de las pruebas. El héroe, ya sea dios o diosa, hom­bre o mujer, la figura en el mito o la persona que sueña, descubre y asimila su opuesto (su propio ser insospechado) ya sea tragándoselo o siendo tragado por él. Una por una van rompiéndose las resistencias. El héroe debe hacer a un lado el orgullo, la virtud, la belleza y la vida e inclinarse o someterse a lo absolutamente intolerable. Entonces des­cubre que él y su opuesto no son diferentes especies, sino una sola carne.27

[104] La prueba es una profundización del problema del pri­mer umbral y la pregunta está todavía en tela de juicio: ¿Puede el ego exponerse a la muerte? Porque muchas ca­bezas tiene esta Hidra que nos rodea; si se corta una, aparecen dos más, a menos que un cáustico adecuado se aplique a la parte mutilada. La partida original a la tierra de las pruebas representa solamente el principio del sen­dero largo y verdaderamente peligroso de las conquistas iniciadoras y los momentos de iluminación. Habrá que matar los dragones y que traspasar sorprendentes barre­ras, una, otra y otra vez. Mientras tanto se registrará una multitud de victorias preliminares, de éxtasis pasajeros y reflejos momentáneos de la tierra maravillosa.

1.LA PARTIDA
5. El vientre de la ballena

La idea de que el paso por el umbral mágico es un tránsito a una esfera de renacimiento queda simbolizada en la ima­gen mundial del vientre, el vientre de la ballena. El héroe en vez de conquistar o conciliar la fuerza del umbral es tra­gado por lo desconocido y parecería que hubiera muerto.

Mishe-Nahma, Rey de los Peces,

En medio de su cólera brincó

Fue relampagueando hasta la luz del sol,

Abrió su enorme boca y tragó

Ambos, canoa y Hiawatha.56

dos hileras de dientes de la ballena. Ilustran el hecho de [90] que el devoto en el momento de su entrada al templo sufre una metamorfosis. Su carácter secular queda fuera, lo aban­dona como las serpientes abandonan su piel. Una vez aden­tro, puede decirse que muere para el tiempo y regresa al Vientre del Mundo, al Ombligo del Mundo, al Paraíso Te­rrenal. El mero hecho de que alguien pueda burlar física­mente a los guardianes del templo, no invalida su signifi­cado, porque si el intruso es incapaz de llegar al santuario, en realidad ha permanecido afuera. Aquel que es incapaz de entender un dios, lo ve como demonio, y es así como se le impide que se acerque. Alegóricamente, pues, la entrada al templo y la zambullida del héroe en la boca de la ballena son aventuras idénticas; ambas denotan, en len­guaje pictórico, el acto que es el centro de la vida, el acto que es la renovación de la vida.

“Ninguna creatura —escribe Ananda K. Coomaraswamy— puede alcanzar un más alto grado de naturaleza sin dejar de existir.”59 Por supuesto que el cuerpo físico del héroe puede ser en realidad asesinado, desmembrado y es­parcido por la tierra o el mar, como en el mito egipcio del salvador Osiris, que fue tirado al Nilo dentro de un sarcófa­go por su hermano Set;60 cuando regresó de entre los muer­tos su hermano lo asesinó de nuevo, partió su cuerpo en catorce pedazos y los esparció por la tierra. Los Héroes Ge­melos de los Návajo tuvieron que pasar no sólo por entre las rocas que chocaban, sino por las púas que atraviesan al via­jero, por los cactos que lo hacen pedazos y las arenas ardientes que lo sofocan. El héroe cuya liga con el ego ya está aniquilada, cruza de un lado y de otro los horizontes del mundo, pasa por delante del dragón tan libremente como un rey por todas las habitaciones de su casa. Y allí nace el poder de salvar, porque el haber pasado y haber re­tornado demuestra que, a través de todos los antagonismos fenoménicos, lo Increado-Imperecedero permanece y no hay nada que temer.

Y así es como en todo el mundo los hombres cuya fun­ción ha sido hacer visible en la Tierra el misterio fructificador de la vida, simbolizado en la muerte del dragón, han

[91]

Los esquimales del Estrecho de Behring cuentan que un día Cuervo, el héroe de los engaños, estaba sentado secando sus ropas en una playa, cuando observó que una ballena nadaba pausadamente cerca de la orilla. “La próxima vez que salgas a tomar aire, querida, abre la boca y cierra los ojos”, gritó. Entonces se deslizó rápidamente dentro de su disfraz de cuervo, se puso su máscara de cuervo, se puso bajo el brazo unos leños para el fuego y corrió al agua. La ballena salió e hizo lo que le habían dicho. El cuervo atravesó las quijadas abiertas y fue a dar derecho al gaz­nate de la ballena. La escandalizada ballena brincó y saltó, pero Cuervo permaneció adentro y miró a su alrededor.57 Los zulúes tienen una historia de dos niños y su madre que fueron tragados por un elefante. “Cuando la mujer llegó al estómago del animal, vio grandes bosques y ríos y mu­chas tierras altas; de un lado había muchas rocas, y mucha [89] gente que había construido allí su aldea; también había muchos perros y mucho ganado; y todo estaba dentro del elefante.”58

El héroe irlandés, Finn MacCool, fue tragado por un monstruo de forma indefinida de la especie conocida en el mundo céltico como un peist. La niña alemana, Caperucita Roja, fue tragada por un lobo. Maui, el favorito de la Poli­nesia, fue tragado por su tatarabuela Hine-nui-te-po. Y todo el panteón griego con la sola excepción de Zeus, fue devo­rado por su padre, Cronos.

El héroe griego Heracles, habiéndose detenido en Troya cuando regresaba a su país con el cinturón de la reina de las Amazonas, descubrió que un monstruo, enviado por Poseidón, el dios del mar, asolaba la ciudad. La bestia salía a la playa y devoraba a la gente que huía por la llanura. La bella Hesione, hija del rey, acababa de ser amarrada por su padre a las rocas como un sacrificio propiciatorio, y el gran héroe visitante aceptó rescatarla por un premio. El monstruo, a su debido tiempo, rompió la superficie de las aguas y abrió su enorme boca. Heracles se zambulló en su garganta, le cortó el vientre y dejó muerto al monstruo.

Este motivo popular subraya la lección de que el paso del umbral es una forma de autoaniquilación. Su parecido a la aventura de las Simplegades es obvio, pero aquí, en vez de ir hacia afuera, de atravesar los confines del mundo visible, el héroe va hacia adentro, para renacer. Su des­aparición corresponde al paso de un creyente dentro del templo, donde será vivificado por el recuerdo de quién y qué es, o sea polvo y cenizas a menos que alcance la inmortalidad. El templo interior, el vientre de la ballena y la tierra celeste, detrás, arriba y abajo de los confines del mundo, son una y la misma cosa. Por eso las proximidades y entradas de los templos están flanqueadas y defendidas por gárgolas colosales: dragones, leones, exterminadores de demonios con espadas desenvainadas, genios resenti­dos, toros alados. Éstos son los guardianes del umbral que apartan a los que son incapaces de afrontar los grandes si­lencios del interior. Son personificaciones preliminares del peligroso aspecto de la presencia y corresponden a ogros mitológicos que ciñen el mundo convencional, o a las [92] llevado a cabo en sus propios cuerpos el gran acto simbó­lico, diseminando su carne, como el cuerpo de Osiris, para la renovación del mundo. En Frigia, por ejemplo, en honor del salvador Attis, crucificado y resucitado, se corta un pino el día veintidós de marzo, y se lleva al santuario de la dio­sa-madre, Cibeles. Allí es envuelto en tiras de lana como un cuerpo y adornado con coronas de violetas. La efigie de un joven era amarrada al tronco. Al día siguiente te­nían lugar un lamento ceremonial y toque de trompetas. El veinticuatro de marzo se conocía como el Día de la Sangre: el gran sacerdote sacaba sangre de sus brazos que presen­taba como ofrenda; el sacerdotado inferior danzaba a su alrededor una danza religiosa, bajo el sonido de tambores, cuernos, flautas y címbalos, hasta que en un rapto de éxta­sis, desgarraban sus cuerpos con cuchillos para salpicar el altar y el árbol con su sangre, y los novicios, en imitación del dios cuya muerte y resurrección estaban celebrando, se castraban a sí mismos y se desmayaban.61

Con el mismo espíritu, el rey de las provincias indias del sur de Quilacare, al completar el duodécimo año de su reinado, en un día de solemne festival, construía un tablado de madera y lo cubría con colgaduras de seda. Después de haberse bañado ritualmente en un tanque, con grandes ce­remoniales y al sonido de la música, venía al templo, en donde adoraba a la divinidad. Después subía al tablado y, ante el pueblo, tomaba unos cuchillos afilados y empezaba a cortarse la nariz, las orejas, los labios y todos sus miembros y la mayor cantidad de carne que podía. Todo lo tira­ba a su alrededor, hasta que había perdido tanta sangre que empezaba a desmayarse y finalmente se cortaba la garganta.62

4. El cruce del primer umbral

Con las personificaciones de su destino para guiarlo y ayu­darlo, el héroe avanza en su aventura hasta que llega al “guardián del umbral” a la entrada de la zona de la fuerza magnificada. Tales custodios protegen al mundo en las cuatro direcciones, también de arribaCon las personificaciones de su destino para guiarlo y ayu­darlo, el héroe avanza en su aventura hasta que llega al “guardián del umbral” a la entrada de la zona de la fuerza magnificada. Tales custodios protegen al mundo en las cuatro direcciones, también de arriba a abajo, irguiéndose en los límites de la esfera, actual del héroe, u horizonte vital. Detrás de ellos está la oscuridad, lo desconocido y el peligro; así como detrás de la vigilancia paternal está el peligro para el niño, y detrás de la protección de su socie­dad está el peligro para el miembro de la tribu. La persona común está no sólo contenta sino orgullosa de permanecer dentro de los límites indicados y las creencias populares constituyen la razón de temer tanto el primer paso dentro de lo inexplorado. Así los marinos de las atrevidas cara­belas de Colón rompieron el horizonte del espíritu medie­val, navegando, como lo pensaban, en el océano sin límites del ser inmortal que rodea el Cosmos, como una intermi­nable serpiente mitológica que se muerde la cola,37 y sin embargo, tuvieron que ser convencidos y empujados como niños, porque temían los fabulosos leviatanes, las sirenas, los reyes dragones y otros monstruos de las profundidades. Las mitologías populares pueblan con engañosas y peligrosas presencias cada lugar desierto fuera del tránsito normal de la aldea. Por ejemplo, los hotentotes describen un ogro que ha sido visto ocasionalmente entre los mato­rrales y las dunas. Tiene los ojos en la planta del pie, de manera que para descubrir lo que pasa tiene que echarse sobre manos y rodillas y levantar un pie. El ojo, entonces, mira hacia atrás; de no ser así mira continuamente hacia [78] el suelo. Este monstruo es un cazador de hombres, a quienes hace pedazos con unos dientes crueles tan largos como dedos. Se dice que esta criatura caza en grupo.38 Otra aparición de los hotentotes, el Hai-uri, camina brin­cando sobre montones de matas en vez de rodearlos.39 Una peligrosa figura de una pierna, un brazo y un lado, el medio hombre, invisible desde el lado opuesto, se encuentra en muchos lugares de la Tierra. En el África Central se cuenta que el medio hombre dice a la persona que lo ha encontrado: “Ya que me has conocido, vamos a luchar.” Si es vencido, suplica: “No me mates. Te enseñaré muchas medicinas”; entonces, la persona afortunada se convierte en un magnífico doctor. Pero si el medio hombre (su nom­bre es Chiruwim, “cosa misteriosa”) gana, su víctima muere.40

Las regiones de lo desconocido (desiertos, selvas, ma­res profundos, tierras extrañas, etc.) son libre campo para la proyección de los contenidos inconscientes. La libido incestuosa y la destrudo parricida, son reflejadas en con­tra del individuo y de su sociedad en forma que sugieren tratamientos de violencia y peligrosos y complicados pla­ceres; no sólo como ogros sino como sirenas de belleza misteriosamente seductora y nostálgica. Los campesinos rusos hablan, por ejemplo, de las “mujeres salvajes” de los bosques, que tienen su guarida en las cavernas de la mon­taña y que cuidan de sus hogares como los seres humanos. Son hermosas mujeres, con trenzas espesas y cuerpos peludos. [79] Se echan los pechos sobre los hombros cuando corren y amamantan a sus hijos. Van en grupos. Usan ungüentos preparados de raíces del bosque y cuando se los aplican se vuelven invisibles. Gustan de hacer bailar o de hacer cos­quillas a la gente que se aventura por el bosque, hasta ma­tarla; y aquel que accidentalmente se arriesga en sus danzas invisibles, muere. Por otra parte, si la gente las alimenta, ellas recogen el grano, hilan, cuidan de los niños y arre­glan la casa; y si una joven peina cáñamo para que ellas hilen, le dan hojas que se vuelven de oro. Gustan de los amantes humanos, frecuentemente se casan con jóvenes del campo y se dice que son excelentes esposas. Pero como todas las desposadas sobrenaturales, en el mismo momento en que el esposo ofende en grado mínimo sus caprichosas nociones de la decencia matrimonial, desaparecen sin dejar rastro.41

Un ejemplo más, para ilustrar la asociación libidinosa del ogro peligroso e impío con el principio de la seducción es Dyedushka Vodyanoy, el “Abuelo del Agua” ruso. Es un famoso transformista y se dice que hace que la gente que nada al mediodía o a la media noche se ahogue. Se casa con las jóvenes ahogadas o desheredadas. Tiene especial talento para atraer a sus lagos a las mujeres infelices. Gusta de bailar en las noches de luna. Cuando una de sus mujeres va a tener un hijo, viene a las aldeas a buscar una partera. Puede ser reconocido por el agua que sale de los bordes de sus vestiduras. Es calvo, con una gran barriga, grandes mejillas, con vestiduras verdes y un alto sombrero de cañas; pero también puede aparecer como un atractivo joven o como cualquier personaje bien conocido de la comunidad. Este amo de las aguas no es fuerte en tierra, pero en su propio elemento es supremo. Habita las profundidades de los ríos, las corrientes, los estanques y prefiere las que están cerca de un molino. Durante el día permanece escondido como una vieja trucha o salmón, pero por la noche sale a la superficie, aleteando y brincando como [80] un pez, para llevar su ganado submarino, sus ovejas y caballos, a pastar en tierra o simplemente se sube en la rueda del molino a peinarse sus cabellos verdes y su barba. En la primavera, cuando se levanta de su larga inverna­ción, deshace el hielo de los ríos y los apila en grandes blo­ques. Se divierte destruyendo las ruedas de los molinos. Cuando está de buen humor, lleva peces a las redes del pescador o avisa la llegada de las corrientes. La partera que lo acompaña es ricamente recompensada con oro y plata. Sus hijas son hermosas, altas, pálidas y con un aire de tristeza; vestidas con trajes verdes y transparen­tes, tortura y tormento de los ahogados. Gustan de mecerse en los árboles cantando dulcemente.42

El arcádico dios Pan es el más conocido ejemplo clásico de esta peligrosa presencia que vive fuera de la zona pro­tegida de los límites de la aldea. Silvano y Fauno eran sus equivalentes latinos.43 Él fue el inventor de la zampona que tocaba para las danzas de las ninfas, y los sátiros eran sus compañeros varones.44 La emoción que provo­caba en los seres humanos que por accidente se aventu­raban en sus dominios era el terror “pánico”, un terror repentino y sin causa. Cualquier motivo trivial, una rama que se rompe, el movimiento de una hoja, hará que la mente se estremezca con un peligro imaginario y en el es­fuerzo enloquecido para escapar de su propio inconsciente despierto la víctima expira en su fuga aterrorizada. Sin embargo, Pan era benigno con aquellos que le rendían culto y les concedía los dones de la divina salud de la naturaleza, abundancia a los labriegos, a los pastores y a los pescadores que le dedicaban sus primeros frutos, también daba salud a quienes se acercaban en la forma debida a sus santuarios curativos. También sabiduría, la sabiduría de Omphalos, el Ombligo del Mundo, estaba en su poder; porque el cruce del umbral es el primer paso en la zona sagrada de la fuen­te universal. En Liceo había un oráculo, presidido por la ninfa Erato, inspirada por Pan, del mismo modo que las [81] profetisas de Delfos eran inspiradas por Apolo. Plutarco enumera los éxtasis de los orgiásticos ritos de Pan, junto con el éxtasis de Cibeles, el frenesí báquico de Dionisos, el frenesí poético inspirado por las Musas, el frenesí guerrero del dios Ares (Marte), y el más violento de todos, el fre­nesí de amor, como ilustraciones de ese divino “entusias­mo” que hace perder la razón y libera las fuerzas de la oscuridad destructivo-creadora.

“Soñé —declaró un hombre casado, de mediana edad— que quería entrar en un jardín maravilloso. Pero ante él había un guardián que no me permitía entrar. Vi que mi amiga, la señorita Elsa, estaba adentro y quería tender­me la mano, por encima de la puerta. Pero el guardián lo evitó, me tomó del brazo y me condujo a casa. ‘Debes ser sensato, después de todo —dijo—, sabes que no debes ha­cer eso’.”45

Éste es un sueño que acentúa el primer aspecto del guar­dián del umbral, o sea el protector. Es mejor no sacar al guardián de los límites establecidos. Y sin embargo, sólo atravesando esos límites, provocando el otro aspecto de la misma fuerza, o sea el destructor, pasa el individuo, ya sea vivo o muerto, a una nueva zona de experiencia. En el len­guaje de los pigmeos de las islas Andamán, la palabra oko-jumu (“soñador”, “el que habla de sueños”) designa a aquellos individuos temidos y altamente respetados que se distinguen de sus iguales porque poseen talentos sobre­naturales, que sólo pueden adquirirse con el trato de los espíritus, directamente en la selva, por medio de sueños extraordinarios o por la muerte y el retorno.46 La aventura es siempre y en todas partes un pasar más allá del velo de lo conocido a lo desconocido; las fuerzas que cuidan la frontera son peligrosas; tratar con ellas es arriesgado, pero el peligro desaparece para aquel que es capaz y valeroso.

En las islas Banks, de las Nuevas Hébridas, si un joven [82] al regreso de pescar, en el atardecer, ve sobre una roca “una joven con la cabeza coronada de flores, llamándolo desde un recodo del camino que lleva; y él reconoce el as­pecto de alguna joven de su aldea o de otra vecina, se detiene, vacila y piensa que debe ser una mae;47 entonces mira con más cuidado, y si observa que sus codos y rodi­llas se doblan al contrario de lo que es natural, esto re­vela su verdadero carácter y él huye. Si el joven puede gol­pear a la tentadora con una hoja de dracena ella vuelve a su forma primitiva y se aleja convertida en serpiente.” Pero de estas mismas serpientes, las tan temidas mae, se cree que se convierten en los parientes de aquellos que tie­nen relaciones con ellas.48 Tales demonios, al mismo tiem­po peligrosos y dispensadores de fuerza mágica, deben ser enfrentados por cada héroe que pone un pie fuera de las paredes de su tradición. Dos vívidas historias orientales han de servir para iluminar las ambigüedades de este per­plejo pasaje y mostrar cómo, aunque los terrores retroce­den ante una genuina preparación psicológica, el aventurero [83] demasiado temerario que se atreve más allá de su profundidad puede ser vergonzosamente deshecho.

La primera cuenta de un jefe de caravana de Benarés que se atrevió a conducir una expedición de quinientos ca­rros ricamente cargados en un desierto endemoniado y sin agua. Advertido de los peligros había tomado la pre­caución de colocar en los carros inmensas jarras de agua, de manera que, racionalmente considerado, su proyecto de atravesar sólo sesenta leguas de desierto era factible. Pero cuando estaba a la mitad del camino el ogro que habitaba el desierto, pensó: “Haré que estos hombres tiren el agua que llevan.” De manera que creó un carro que deleitaba el alma; estaba tirado por jóvenes bueyes blancos, con las rue­das llenas de lodo y lo hizo aparecer por el camino en la dirección opuesta. Por delante y por detrás de él marcha­ban los demonios que formaban su comitiva, con las cabe­zas y las ropas mojadas, portaban coronas de lirios de agua azules y blancos, llevaban en sus manos ramos de flores de loto rojas y blancas, iban masticando los tallos fibrosos de los lirios y dejaban huellas de agua y de lodo. Cuando la caravana y el grupo de demonios se hicieron a un lado para dejarse pasar, el ogro saludó al jefe amistosamente. “¿Adón­de vais?” le preguntó cortésmente. A lo que contestó el jefe de la caravana. “Señor, venimos de Benarés. Pero vosotros os acercáis llenos de lirios de agua azules y blan­cos, con flores de loto rojas y blancas en vuestras manos; masticáis los tallos fibrosos de los lirios, venís salpicados de lodo y dejáis caer gotas de agua. ¿Llueve por el ca­mino por donde habéis venido? ¿Están los lagos comple­tamente cubiertos con lirios azules y blancos y con flores de loto blancas y rojas?”

El ogro: “¿Veis aquella línea de bosques verde oscuro? Detrás, todo el campo es una masa de agua; llueve todo el tiempo, los hoyancos están llenos de agua, y por todas partes se ven lagos completamente cubiertos de flores de loto rojas y blancas.” Luego, cuando los carros fueron pa­sando uno detrás del otro, preguntó: “¿Qué artículos lle­váis en ese carro?, ¿y en ese otro? El último parece muy pesado, ¿qué lleváis en él?” El jefe contestó: “Llevamos agua.” “Habéis actuado sabiamente, por supuesto, al traer agua hasta aquí; pero de aquí en adelante no hay necesidad de llevar esa carga. Romped los cántaros, tirad el agua y viajad más de prisa.” El ogro siguió adelante y [84] cuando se perdió de vista, regresó a su propia ciudad de ogros.

El jefe de la caravana, movido por su propia tontería, siguió el consejo del ogro, rompió los cántaros e hizo avan­zar los carros. Más tarde, no encontró ni la más mínima partícula de agua. Por falta de agua para beber los hombres se cansaron. Viajaron hasta ponerse el sol, desuncieron los bueyes, pusieron los carros en círculo y amarraron los bueyes a las ruedas. No había agua para los bueyes, ni atole ni arroz cocido para los hombres. Los hombres debilita­dos se echaron aquí y allá y trataron de dormir. A la media noche, los ogros vinieron de su ciudad, asesinaron a todos los bueyes y los hombres, devoraron su carne, dejando sólo los huesos desnudos, y habiendo hecho así, partieron. Los huesos de las manos de los hombres y todos los otros huesos quedaron esparcidos en las cuatro direcciones y en las cuatro direcciones intermedias; los quinientos carros quedaron intactos.49

La segunda historia es de diferente estilo. Habla de un joven príncipe que acababa de terminar sus estudios mili­tares bajo la dirección de un maestro mundialmente fa­moso. Habiendo recibido, como símbolo de su distinción, el título de príncipe Cinco Armas, aceptó las cinco armas que su maestro le dio, se inclinó y armado con sus nuevas armas, se puso en el camino que llevaba a la ciudad de su padre, el rey. Avanzó hasta que llegó a cierto bosque. La gente que vivía a la entrada del bosque trató de advertirle. “Señor príncipe, no entréis en este bosque —le dijeron—, aquí vive un ogro llamado Cabello Pegajoso; mata a todos los hombres que ve.”

Pero el príncipe era confiado y valeroso como un león de melena. Entró en el bosque y cuando llegó al centro el ogro se le apareció. El ogro había aumentado su estatura a la altura de una palmera; se había creado una cabeza tan grande como una casa de verano con un pináculo en forma de campana, unos ojos como cestos de limosna, dos colmillos como bulbos o capullos gigantes; un pico de hal­cón; la barriga estaba llena de ronchas y las manos y los pies eran verde oscuro. “¿Dónde vas? —le preguntó— ¡De­tente! ¡Eres mi presa!”

El príncipe Cinco Armas contestó sin temor y con gran [85] confianza en las artes y tretas que había aprendido. “Ogro —dijo—, sabía a lo que me exponía cuando entré en este bosque. Harías bien en cuidarte de atacarme, porque atra­vesaré tu carne con una flecha mojada en veneno y te haré caer en tus huellas”.

Habiendo amenazado así al ogro, el joven príncipe puso en su arco una flecha mojada en veneno mortal y la disparó. Cayó en los cabellos del ogro. Luego disparó una detrás de la otra, cincuenta flechas. Todas se pega­ron en los cabellos del ogro. El ogro se sacudió cada una de las flechas, que cayeron a sus pies, y se aproximó al jo­ven príncipe.

El príncipe Cinco Armas amenazó al ogro por segunda vez y levantando su espada, le dio un golpe maestro. La espada, que tenía treinta y tres pulgadas de largo, se pegó a los cabellos de ogro. Entonces el príncipe quiso atrave­sarlo con una lanza, que también se pegó a sus cabellos; al ver que la lanza se había pegado, lo golpeó con un garrote, que también se pegó a sus cabellos.

Cuando vio que el garrote se había pegado, le dijo: “Señor ogro, nunca habéis oído hablar de mí. Soy el prín­cipe Cinco Armas. Cuando entré en este bosque infestado por vos, carros fueron pa­sando uno detrás del otro, preguntó: “¿Qué artículos lle­váis en ese carro?, ¿y en ese otro? El último parece muy pesado, ¿qué lleváis en él?” El jefe contestó: “Llevamos agua.” “Habéis actuado sabiamente, por supuesto, al traer agua hasta aquí; pero de aquí en adelante no hay necesidad de llevar esa carga. Romped los cántaros, tirad el agua y viajad más de prisa.” El ogro siguió adelante y [84] cuando se perdió de vista, regresó a su propia ciudad de ogros.

El jefe de la caravana, movido por su propia tontería, siguió el consejo del ogro, rompió los cántaros e hizo avan­zar los carros. Más tarde, no encontró ni la más mínima partícula de agua. Por falta de agua para beber los hombres se cansaron. Viajaron hasta ponerse el sol, desuncieron los bueyes, pusieron los carros en círculo y amarraron los bueyes a las ruedas. No había agua para los bueyes, ni atole ni arroz cocido para los hombres. Los hombres debilita­dos se echaron aquí y allá y trataron de dormir. A la media noche, los ogros vinieron de su ciudad, asesinaron a todos los bueyes y los hombres, devoraron su carne, dejando sólo los huesos desnudos, y habiendo hecho así, partieron. Los huesos de las manos de los hombres y todos los otros huesos quedaron esparcidos en las cuatro direcciones y en las cuatro direcciones intermedias; los quinientos carros quedaron intactos.49

La segunda historia es de diferente estilo. Habla de un joven príncipe que acababa de terminar sus estudios mili­tares bajo la dirección de un maestro mundialmente fa­moso. Habiendo recibido, como símbolo de su distinción, el título de príncipe Cinco Armas, aceptó las cinco armas que su maestro le dio, se inclinó y armado con sus nuevas armas, se puso en el camino que llevaba a la ciudad de su padre, el rey. Avanzó hasta que llegó a cierto bosque. La gente que vivía a la entrada del bosque trató de advertirle. “Señor príncipe, no entréis en este bosque —le dijeron—, aquí vive un ogro llamado Cabello Pegajoso; mata a todos los hombres que ve.”

Pero el príncipe era confiado y valeroso como un león de melena. Entró en el bosque y cuando llegó al centro el ogro se le apareció. El ogro había aumentado su estatura a la altura de una palmera; se había creado una cabeza tan grande como una casa de verano con un pináculo en forma de campana, unos ojos como cestos de limosna, dos colmillos como bulbos o capullos gigantes; un pico de hal­cón; la barriga estaba llena de ronchas y las manos y los pies eran verde oscuro. “¿Dónde vas? —le preguntó— ¡De­tente! ¡Eres mi presa!”

El príncipe Cinco Armas contestó sin temor y con gran [85] confianza en las artes y tretas que había aprendido. “Ogro —dijo—, sabía a lo que me exponía cuando entré en este bosque. Harías bien en cuidarte de atacarme, porque atra­vesaré tu carne con una flecha mojada en veneno y te haré caer en tus huellas”.

Habiendo amenazado así al ogro, el joven príncipe puso en su arco una flecha mojada en veneno mortal y la disparó. Cayó en los cabellos del ogro. Luego disparó una detrás de la otra, cincuenta flechas. Todas se pega­ron en los cabellos del ogro. El ogro se sacudió cada una de las flechas, que cayeron a sus pies, y se aproximó al jo­ven príncipe.

El príncipe Cinco Armas amenazó al ogro por segunda vez y levantando su espada, le dio un golpe maestro. La espada, que tenía treinta y tres pulgadas de largo, se pegó a los cabellos de ogro. Entonces el príncipe quiso atrave­sarlo con una lanza, que también se pegó a sus cabellos; al ver que la lanza se había pegado, lo golpeó con un garrote, que también se pegó a sus cabellos.

Cuando vio que el garrote se había pegado, le dijo: “Señor ogro, nunca habéis oído hablar de mí. Soy el prín­cipe Cinco Armas. Cuando entré en este bosque infestado por vos, no pensaba en arcos ni en armas parecidas; cuan­do entré en este bosque, pensaba sólo en mí mismo. Ahora voy a golpearos y a convertiros en polvo.” Habiendo dado a conocer su determinación y dando un alarido, golpeó al ogro con su mano derecha. La mano se pegó a los cabellos del ogro. Lo golpeó con la mano izquierda. También se le pegó. Lo mismo sucedió a su pie derecho. Lo golpeó con su pie izquierdo. También se le pegó. Pensó: “Le golpearé con mi cabeza y se ha de convertir en polvo.” Lo golpeó con la cabeza. Y también se le pegó en el cabello del ogro.50

El príncipe Cinco Armas falló cinco veces, se pegó en cinco lugares y colgaba del cuerpo del ogro. Con todo eso, no estaba atemorizado; entretanto, el ogro pensó: “Éste es un hombre león, un caballero de noble nacimiento... no [86] un simple hombre. Porque aunque ha sido atrapado por un ogro como yo, no parece temblar ni estremecerse. En el tiempo que he cuidado de este camino, no he visto nin­gún hombre que lo iguale. ¿Por qué no tendrá miedo?” Sin atreverse a comérselo, le preguntó: “Joven, ¿por qué no tie­nes miedo? ¿Por qué no estás aterrorizado con el miedo a la muerte?”

“Ogro, ¿por qué habría yo de tener miedo? Si se tiene una vida, es absolutamente seguro que se tendrá una muer­te. Es más, tengo en el vientre un trueno. Si me comes, no podrás digerir esa arma. Te romperé por dentro en peda­zos y fragmentos que han de matarte. En ese caso, ambos pereceremos. ¡Por eso no tengo miedo!”

El lector debe saber que el príncipe Cinco Armas se re­fería al Arma del Conocimiento que estaba dentro de él. Este joven héroe no era otro que el Futuro Buddha, en una reencarnación anterior.51

“Lo que dice este joven es cierto —pensó el ogro, aterro­rizado con el miedo a la muerte—. Del cuerpo de este hom­bre león mi estómago no podría digerir ni un fragmento de carne del tamaño de un frijol. ¿Lo dejaré ir?” Y dejó ir al príncipe Cinco Armas. El Futuro Buddha le pre­dicó la Doctrina, lo dominó, lo enseñó a renunciar y luego lo transformó en el espíritu que debía recibir las ofrendas [87] del bosque. Después de amonestar al ogro para que fuera prudente, el joven partió y a la entrada del bosque contó su historia a los seres humanos; luego siguió su camino.52

Como símbolo del mundo al que nos mantienen aferra­dos los cinco sentidos y que no puede hacerse a un lado por las acciones de los órganos físicos, Cabello Pegajo­so fue vencido sólo cuando el Futuro Buddha, desposeído de las cinco armas de su nombre momentáneo y carácter físico, recurrió a la sexta arma, invisible y sin nombre, el trueno divino, el conocimiento del principio trascendente, que está detrás del reino fenoménico de los nombres y de las formas. Entonces cambió la situación. No permaneció atrapado sino que fue libertado; porque pudo recordar que ser era ser libre siempre. La fuerza del monstruo fenomenológico desapareció y aprendió a renunciar. Habiendo aprendido a renunciar se convirtió en divino, un espíritu que tiene derecho a recibir ofrendas, o sea como es el mun­do mismo una vez que se conoce, no en el sentido final, sino como un mero nombre y la forma de lo que trasciende, pero que abarca en forma inmanente todos los nombres y las formas.

La “muralla del Paraíso” que esconde a Dios de los ojos humanos, ha sido descrita por Nicolás de Cusa como cons­tituida por la “coincidencia de los contrarios”; la puerta está vigilada por “el más alto espíritu de la razón que im­pide la entrada hasta que ha sido dominado.”53 Las parejas de contrarios (ser y no ser, la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, el bien y el mal y todas las otras polaridades que atan las facultades a la esperanza y al temor y ligan los órganos de la acción a los actos de defensa y de adqui­sición) son las rocas que chocan (Simplégades) y destru­yen al viajero, pero entre las cuales los héroes siempre pasan. Éste es un motivo conocido por todo el mundo. Los griegos lo asociaban con dos islas rocosas del mar Euxino, que chocaban una contra otra, empujadas por los vientos; pero Jasón, en el Argos, navegó entre ellas, y desde ese momento han permanecido separadas.54 Los Héroes Gemelos [88] de la leyenda Návajo fueron advertidos del mismo obs­táculo por la Mujer Araña; protegidos sin embargo por el polen, símbolo del camino, y por las plumas de águila arrancadas de un pájaro del sol vivo, pudieron superarlo.55

Como el humo de ofrenda que se eleva a través de la puerta del sol, así va el héroe, liberado de su ego, a través de las paredes del mundo; deja al ego atrapado por el del Cabello Pegajoso y sigue adelante.

3. La ayuda sobrenatural

Para aquellos que no han rechazado la llamada, el primer encuentro de la jornada del héroe es con una figura pro­tectora (a menudo una viejecita o un anciano), que propor­ciona al aventurero amuletos contra las fuerzas del dragón que debe aniquilar.

Una tribu del oriente de África, por ejemplo, los Wachaga de Tanganika, cuentan de un hombre muy pobre lla­mado Kyazimba que partió desesperado en busca de la tierra donde nace el sol. Caminó mucho, hasta que se encontró cansado y se detuvo a mirar sin esperanza hacia la dirección de lo que buscaba, cuando oyó que alguien se aproximaba por detrás. Se volvió y vio una mujercita de­crépita. Ella se acercó y le preguntó qué le pasaba. Cuando se lo hubo dicho, lo envolvió en sus vestiduras y se eleva­ron en el aire, hasta que llegaron al cénit, donde el sol se detiene al mediodía. Entonces, con gran estrépito, un gran grupo de hombres vino hasta ese lugar por el lado oriente y en medio de ellos venía un jefe resplandeciente, quien, cuando hubo llegado, mató un buey y se sentó a comer con sus acompañantes. La vieja le pidió ayuda para Kyazimba. El jefe bendijo al hombre y lo envió a su casa, y se cuenta que vivió en la prosperidad desde entonces.27

Entre los indios americanos del suroeste el personaje favorito en este bienhechor papel es una Mujer Araña, una pequeña señora, como una abuela, que vive en el subsuelo. Los Dioses Gemelos de los Navajo, dioses de la guerra, en su camino a casa de su padre, el Sol, apenas habían de­jado su hogar, siguiendo una huella celeste, cuando encon­traron esa maravillosa figurita: “Los muchachos avanza­ban rápidamente en la huella celeste, y poco después de la salida del sol, cerca de Dsilnaotil, vieron que salía humo del suelo. Fueron al lugar de donde el humo se levantaba, y descubrieron que salía de un hoyo de una cámara subterránea. [71] Una escalera, negra a fuerza de humo, se pro­yectaba dentro del agujero. Se asomaron a la cámara y vieron una vieja, la Mujer Araña, que los miró y dijo: ‘Bienvenidos, niños. Entrad. ¿Quiénes sois y de dónde venís caminando juntos?’ Ellos no respondieron, pero bajaron la escalera. Cuando alcanzaron el suelo, ella habló de nuevo, preguntando: ‘¿Adónde vais caminando juntos?’ ‘A ningún lugar en particular —contestaron—; llegamos aquí, porque no teníamos adónde ir.’ Ella repitió la pregun­ta cuatro veces y cada vez recibió una respuesta similar. Entonces dijo: ‘¿Tal vez vais en busca de vuestro padre?’ ‘¡Sí! —contestaron ellos—. Si sólo supiéramos el camino de su casa...’ ‘¡Ah! —dijo la mujer—, el camino de la casa de vuestro padre, el Sol, es largo y peligroso. Muchos monstruos habitan entre aquí y allá, y tal vez, cuando lle­guéis, vuestro padre no os reciba con agrado y quizá os castigará por haber ido. Debéis pasar por cuatro lugares de peligro: las rocas que aplastan al viajero, las cañas que lo cortan en pedazos, los cactos que lo arañan hasta despeda­zarlo y las arenas hirvientes que lo ahogan. Pero os daré algo para vencer a vuestros enemigos y preservar vuestras vidas.’ Les dio un talismán llamado ‘pluma de los dio­ses extranjeros’, que consistía en un arco con dos plu­mas vitales prendidas (plumas arrancadas de un águila viva) y otra pluma vital para preservar su existencia. Tam­bién les enseñó una fórmula mágica, que si era repetida a sus enemigos, aplacaría su cólera: ‘Inclinad vuestros pies con polen. Inclinad vuestras manos con polen. Inclinad la cabeza con polen. Entonces vuestros pies son polen, vues­tras manos son polen, vuestro, cuerpo es polen, vuestra mente es polen, vuestra voz es polen. La huella es hermosa. Quedaos quietos.’”28

La viejecita servicial y el hada madrina son personajes familiares al reino de las hadas europeo; en las leyendas cristianas de los santos ese papel lo representa generalmente [72] la Virgen. La Virgen puede interceder para ganar la merced del Padre. La Mujer Araña con su tela puede domi­nar los movimientos del Sol. El héroe que llega bajo la protección de la Madre Cósmica no puede ser dañado. El ovillo de Ariadna devolvió a Teseo sano y salvo de la aven­tura del laberinto. Esta es la fuerza guía que corre por la obra de Dante en las figuras femeninas de Beatriz y la Vir­gen, y que aparece en el Fausto de Goethe sucesivamente como Gretchen, Helena de Troya y la Virgen. “Eres... vivo manantial de esperanza —reza Dante al final del feliz pasa­je a través de los peligros de los Tres, Mundos—. Eres tan grande, señora, y tanto vales, que todo el que desea alcan­zar alguna gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas. Tu benignidad no sólo socorre al que te implora, sino que muchas veces se anticipa espontánea­mente a la súplica. En ti se reúnen la misericordia, la piedad, la magnificencia, y todo cuanto bueno existe en la criatura.”29

Lo que representa esa figura es la fuerza protectora y benigna del destino. La fantasía es la seguridad, la promesa de que la paz del Paraíso, que fue primero conocida den­tro del vientre materno, no ha de perderse; que sostiene el presente y está en el futuro tanto como en el pasado (es omega y es alfa), que aunque la omnipotencia parezca amenazada por los pasajes de los umbrales y despertares a la vida, la fuerza protectora está siempre presente den­tro del santuario del corazón y existe en forma inmanente dentro o detrás de las extrañas apariencias del mundo. El individuo tiene que saber y confiar, y los guardianes eternos aparecerán. Después de responder a su propia lla­mada y de seguir valerosamente las consecuencias que resultan, el héroe se encuentra poseedor de todas las fuer­zas del inconsciente. La Madre Naturaleza misma apoya la poderosa empresa. Y en tanto que el acto del héroe coin­cide con aquello para lo que su sociedad está preparada, se hallará dirigiendo el gran ritmo de los procesos históricos. “Me siento —dijo Napoleón cuando empezó su campaña contra los rusos— empujado hacia un fin que no conozco. Tan pronto como lo alcance, tan pronto como me vuelva innecesario, un átomo será suficiente para destruirme. [73] Hasta entonces ninguna fuerza humana puede hacer nada contra mí.”30

No es raro que el ayudante sobrenatural tenga forma masculina. En el reino de las hadas puede ser algún pe­queño habitante del bosque, algún hechicero, ermitaño, pas­tor o herrero que aparece para dar al héroe los amuletos y el consejo que requiere. Las mitologías superiores han desarrollado el papel en la gran figura del guía, el maestro, el conductor, el que lleva las almas al otro mundo. En el mito clásico es Hermes-Mercurio; en el egipcio, usualmente es Thoth (el dios ibis, el dios cinocéfalo); en el cristiano, el Espíritu Santo.31 Goethe presenta el guía masculino en Fausto como Mefistófeles, y a menudo se subraya el peligroso as­pecto de la figura “mercurial”, porque él es quien induce a las almas inocentes a los reinos de la prueba. En la vi­sión de Dante esta parte está representada por Virgilio, que cede ante Beatriz en el umbral del Paraíso. Protector y peligroso, maternal y paternal al mismo tiempo, este prin­cipio sobrenatural de la guardia y de la dirección une en sí mismo todas las ambigüedades del inconsciente, signifi­cando así el apoyo de nuestra personalidad consciente en ese otro sistema, más grande, pero también la inescrutabilidad del guía que se hace seguir por nosotros, con peligro de todos nuestros fines racionales.32

[74] El héroe a quien se aparece tal ayudante es típicamente el que ha respondido a la llamada. La llamada, de hecho, ha sido el primer anuncio de la aproximación de este sacerdote iniciador. Pero aun a aquellos que han endurecido sus corazones aparentemente, puede venir el guardián so­brenatural; porque como hemos visto: “Bien puede Alá salvaros.” Y así sucedió, como por azar, que en la vieja y abandonada torre en donde dormía Kamaru-s-Semán, el príncipe persa, había un viejo pozo33 y estaba habitado por una hechicera de la descendencia de Iblis el Maldito, llamada Maimuna, hija de Demaryat, un famoso rey de los genios.34 Como Kamaru-s-Semán seguía durmiendo hasta el segundo tercio de la noche, Maimuna salió de la fuente y quiso ir al firmamento, con la intención de escuchar, al acecho, las conversaciones de los ángeles, pero cuando salió del borde de la fuente y vio que una luz brillaba en la torre, contrariamente a lo que era costumbre, se mara­villó, se acercó, atravesó la puerta y vio el lecho, donde había una forma humana con velas de cera cerca de su cabeza y un mosquitero extendido a sus pies, cerró las alas, se acercó a la cama y levantando la cubierta, descubrió el rostro de Kamaru-s-Semán. Y permaneció inmóvil durante una hora, de admiración y maravilla. Y cuando se recobró [75] exclamó: “¡Loado sea Alá que lo creó y que de todos los creadores es el mejor!” Pues se ha de saber que aquel genio femenino era del número de los genios creyentes, no del de los infieles.

Se prometió que no le haría ningún daño a Kamaru-s-Semán y empezó a preocuparse de que por estar en ese lugar desierto, el príncipe fuera asesinado por alguno de sus parientes, los marid.35 Se inclinó sobre él y lo besó en medio de los ojos y luego colocó la sábana sobre su ros­tro; después abrió sus alas, se remontó en el aire y voló hasta alcanzar el más bajo de los cielos.

Ahora bien, como lo quiso la suerte o el destino, la alada ifritah Maimuna oyó repentinamente a su lado el ruidoso sacudir de unas alas. Dejándose guiar por el sonido, descu­brió que venía de un ifrit llamado Dahnasch. Voló sobre él como un ave de rapiña y cuando él cayó en la cuenta y la reconoció como Maimuna, la hija del rey de los genios, se aterrorizó, los músculos de sus costados temblaron y le imploró piedad. Pero ella lo obligó a declarar de dónde venía a esta hora de la noche. Él contestó que regresaba de las islas del mar de la China, los imperios del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios.

“...Tuve ocasión de ver a la hija de ese rey que es tal, que no creó el Creador otra igual.” Y dedicó grandes alaban­zas a la princesa Budur. “...Tiene una nariz afilada como la hoja de una brillante espada; y una mejillas rubicundas como el vino de púrpura y una boca cuyas labios son corales y rubíes engarzados y cuya saliva es más sabrosa que la miel y apaga con su frescura el fuego de la quemadura y cuya lengua se mueve a impulsos de la inteligencia y siempre dice la palabra discreta; y, para terminar, te diré que; sus pechos turgentes y erguidos son una tentación para el más acostumbrado a dominar sus sentidos, y dos antebrazos, suaves y torneados, como de ellos dijo Al-Ualahán, el poeta nombrado:

Unas muñecas tiene, que si no fuera

porque los brazaletes las aprisionan,

luego en lluvia de plata se derritieran.”

El elogio a su belleza continuó y cuando Maimuna lo hubo [76] escuchado todo, permaneció silenciosa y estupefacta. Dahnasch describió al poderoso rey, su padre, sus tesoros, y los Siete Palacios y también la historia de la negativa al ma­trimonio de su hija. “Y yo, reina mía —continuó el efrit, dirigiéndose a su amiga— voy a verla todas las noches y me extasío contemplando su hermosura y la beso entre sus ojos con mucha ternura, en tanto ella duerme sin inquie­tud alguna; y tanto la amo, que no le hago el menor daño.” Expresó su deseo de que Maimuna fuera con él a China y admirara la belleza, la hermosura, la estatura y la perfección de las proporciones de la princesa. “Y des­pués que la hayas visto podrás, si lo merezco, imponerme el castigo por haberte engañado y declararme cautivo. Que yo todo lo dejo a tu albedrío.”

A Maimuna le indignaba que alguien se atreviera a celebrar a cualquier criatura del mundo después de que ella había mirado a Kamara-s-Semán. Gritó, se rió de Dahnasch y escupió su rostro: “Pues yo esta noche he visto a un joven, que si a verlo llegaras, te daría un patatús y se te haría la boca agua.” Entonces ella lo describió. Dahnasch se mostró incrédulo de que alguien pudiera ser más her­moso que la princesa Budur y Maimuna le ordenó que viniera con ella y mirara.

“Oír es obedecer. Vamos, pues, allá” —accedió Dah­nasch.

Descendieron y entraron en el salón. Maimuna puso a Dahnasch junto a la cama y estirando la mano estiró la colcha de seda del rostro de Kamaru-s-Semán; su rostro alumbraba, relucía, reflejaba y brillaba como el sol nacien­te. Ella lo miró por un momento, luego se volvió a Dahnasch y dijo: “¡Míralo, maldito, y no seas loco rematado; que yo soy hembra y por él he perdido la chaveta!”

“¡Por Alá, mi señora, que tenías razón en tus lisonjas! Pero hay que hacer cuenta también de otra cosa; y es que existe diferencia entre los varones y las hembras. Por Alá que éste tu amado es el que de todas las criaturas más se asemeja a mi adorada en punto a hermosura y perfección y belleza consumada y que el uno y la otra son tal para cual y se diría que entre ambos toda la belleza del mundo se halla repartida.”

La luz se convirtió en tinieblas a los ojos de Maimuna cuando oyó aquellas palabras y le azotó a Dahnasch la cara con las alas, con tal fuerza que por poco acaba con él. Y lo [77] increpó diciendo: “Por el fulgor de su rostro y la majestad de su persona, te conjuro, ¡ye maldito!, a que vayas por tu novia ahora mismo y cargues con ella y aquí te la traigas en cumplimiento de tu palabra.”

Y así, incidentalmente, en un plano del que no tenía conciencia, el destino de Kamaru-s-Semán, el que había rechazado la vida, empezó a consumarse sin intervención de su voluntad consciente.36

2. La negativa al llamado

A menudo en la vida actual y no poco frecuentemente en los mitos y cuentos populares, encontramos el triste caso de la llamada que no se responde; porque siempre es posible volver el oído a otros intereses. La llamada no atendida convierte la aventura en una negativa. Encerrado en el fastidio, en el trabajo duro, o en la “cultura”, el individuo pierde el poder de la significante acción afirmativa y se convierte en una víctima que debe ser salvada. Su mundo floreciente se convierte en un desierto de piedras resecas y su vida pierde todo significado, aun cuando, como el rey Minos, pueda tener éxito a través de un esfuerzo titánico en la formación de un imperio de renombre. Pero toda casa que construya será la casa de la muerte, un laberinto de paredes ciclópeas para esconder a su vista su propio Minotauro. Todo lo que puede hacer es crear nuevos pro­blemas para sí mismo y esperar la aproximación gradual de su desintegración.

“Pues os he llamado y no habéis escuchado... También [62] yo me reiré de vuestra ruina y me burlaré cuando venga sobre vosotros el terror; cuando sobrevenga como huracán el terror, y como torbellino os sorprenda la ruina, cuando sobrevenga la adversidad y la angustia... Porque ese desvío llevará a los simples a la muerte y la prosperidad de los necios los perderá.”11

Time Jesum transeuntem et non revertentem: “Teme el paso de Jesús, porque Él no vuelve.”12

Los mitos y cuentos populares de todo el mundo ponen en claro que la negativa es esencialmente una negativa a renunciar lo que cada quien considera como su propio in­terés. El futuro se ve no en los términos de una serie inevi­table de muertes y nacimientos, sino como un sistema con­creto de ideales, virtudes y finalidades de uno y como si se establecieran y se aseguraran ventajas. El rey Minos retuvo al toro divino cuando el sacrificio hubiera significado sumi­sión a la voluntad del dios de su sociedad; porque prefirió aquello que concibió era su provecho económico. Por eso fracasó en el papel vital que había asumido, ya hemos visto con qué terribles efectos. La divinidad misma se convirtió en objeto de su terror, porque obviamente, si uno es el dios de sí mismo, entonces Dios mismo, la voluntad de Dios, la fuerza que ha de destruir nuestro sistema egocéntrico, se convierte en un monstruo.

Huí de Él bajo las noches y los días,

Huí de Él bajo los arcos de los años;

Huí de Él por el dédalo

De mi propia mente; y en la niebla de lágrimas

Me oculté de Él, y bajo un fluir de risas.13

El individuo es hostigado, de día y de noche, por el ser divino que es la imagen del yo vivo dentro del laberinto cerrado de nuestra propia psique desorientada. Los sende­ros que llevan a las puertas se han perdido; no hay salida. El individuo sólo puede aferrarse a sí mismo furiosamente, como Satán, y estar en el infierno. O doblegarse, dejarse aniquilar por fin, en Dios.

[63]

¡Ah, el más tierno, el más ciego, el más débil!

Yo soy Él a quien has buscado;

Tomas de Ti el amor y a mí me tomas.14

La misma voz perturbadora y misteriosa iba a ser escu­chada en la llamada del dios griego Apolo a la fugitiva doncella Dafne, hija del río Peneo, cuando la perseguía sobre la llanura. “¡Oh ninfa, oh hija de Peneo, espera!”, la deidad la llamaba como la rana a la princesa del cuento de hadas. “Yo que te persigo no soy tu enemigo. No sa­bes de quién huyes, por esa razón huyes. Corre más lenta­mente, te lo suplico, y detén tu fuga. Yo también te seguiré más lentamente. Ahora detente y pregunta quién te ama.”

“Hubiera dicho más —dice la historia—, pero la don­cella continuó su fuga aterrorizada y lo dejó con las pala­bras en los labios, y aún en su carrera parecía hermosa. Los vientos desnudaron sus miembros, las brisas contrarias hicieron volar sus ropas mientras corría y un aire ligero mantenía sus cabellos flotando detrás de ella. Su belleza fue acrecentada por la fuga. Pero la caza llegó a su fin, porque el joven dios no quiso perder el tiempo en palabras mimosas y urgido por el amor la persiguió velozmente. Así como el sabueso de las Galias que ha visto un ciervo en la llanura y busca su presa con pies alados, y el ciervo su salvación; así él, a punto de apresarla, pensaba que la tenía y rozaba sus talones con las fauces abiertas; pero ella que no sabía si ya había sido capturada, apenas escapaba de las afiladas garras y dejaba atrás las fauces que casi se cerraban sobre ella; así corrían el dios y la doncella, el uno empujado por la esperanza y la otra por el temor. Pero él corría más rápidamente, llevado por las alas del amor, no le daba descanso, colgado sobre sus hombros esquivos y respirando sobre el pelo que flotaba sobre su cuello. Ya no tenía fuerza y pálida de terror y completamente deshecha por el cansancio de su rápida fuga, viendo cerca las aguas del río, su padre, gritó: ‘¡Oh, Padre, ayúdame! Si tus aguas aposentan la divinidad, cambia y destruye esta belleza con la cual he atraído demasiado.’ Apenas había hablado cuando un entumecimiento se apoderó de sus miembros y sus costados suaves se cubrieron con una delgada corteza. Su cabello se convirtió en hojas y sus brazos en ramas. Sus pies, hasta ahora tan suaves, se convirtieron [64] en nudosas raíces, y su cabeza no era ya sino la copa de un árbol Sólo quedó su fulgurante belleza.”15

Éste es, sin duda, un final triste y sin recompensa. Apolo, el sol, el dios del tiempo y de la madurez, abandonó su persecución y en cambio denominó al laurel su árbol favorito y recomendó irónicamente sus hojas a los que confeccionaban las coronas de la victoria. La joven se ha­bía refugiado en la imagen de su padre y allí había encontrado protección, como el marido fracasado cuyo sueño de amor maternal lo preservaba del estado que entrañaba el unirse a una esposa.16

La literatura del psicoanálisis abunda en ejemplos de esas fijaciones desesperadas. Lo que representan es la im­potencia de prescindir del ego infantil con su esfera de relaciones y de ideales emotivos. El individuo se encierra en las paredes de su infancia, el padre y la madre son los guardianes del umbral y el alma débil, temerosa de algún castigo,17 fracasa en su intento de atravesar la puerta y renacer en el mundo exterior.

El doctor Jung habla de un sueño que se asemeja muy estrechamente a la imagen del mito de Dafne. El sueño es del mismo joven que se encontró (supra, p. 58) en la tierra de las ovejas, es decir, en la tierra de la dependencia. Una voz dentro de él decía: “Tengo que alejarme del padre”, luego, unas cuantas noches después: “Una serpiente tra­za un círculo alrededor del que sueña y él permanece como un árbol, inmóvil en la tierra.”18 Ésta es una imagen del círculo mágico dibujado alrededor de la personalidad por la fuerza del padre que sustenta la fijación, que equivale al dragón.19 Brunilda, de la misma manera, permaneció en su estado de hija durante años, con la virginidad protegida por el círculo de fuego del padre de todos, Wotan. Durmió en la intemporalidad hasta el arribo de Sigfrido. La Bella Durmiente fue obligada a dormir por una bruja celosa (imagen inconsciente de la madre malvada). Y no sólo la joven, sino todo su mundo permaneció dormido, hasta que al fin, después de “muchos, muchos años”, vino [65] un príncipe a despertarla: “El rey y la reina (imágenes conscientes de los buenos padres), que volvían a casa y entraban al vestíbulo, se quedaron dormidos, y con ellos el reino entero. Todos los caballos dormían en los establos, los perros en el patio, las palomas en el techo, las moscas en las paredes, el fuego del hogar se quedó quieto y adormilado y el asado dejó de hervir. Y el cocinero, que iba a tirar de los cabellos al pinche porque había olvidado algo, lo dejó ir y cayó en profundo sueño. Y el viento se calmó y ni una sola hoja se movía en los árboles. Alrededor del castillo empezó a crecer una muralla de espinas que cada año era más alta y que finalmente encerró todo el feudo. Creció más alta que el castillo, de manera que nada podía verse, ni siquiera el gallo de la veleta.”20

Una ciudad persa fue una vez “petrificada en piedras”, el rey y la reina, los soldados, los habitantes y todo, porque el pueblo no quiso escuchar la llamada de Alá.21 La mujer de Lot se convirtió en estatua de sal por haber vuelto la cabeza cuando había recibido la llamada de Yavé.22 Y ahí está la fábula del Judío Errante, condenado a permanecer en la tierra hasta el día del juicio porque cuando Cristo pasó a su lado llevando la cruz, este hombre, que estaba entre la gente que bordeaba el camino, gritó: “¡Más rápido! ¡Date un poco de prisa!” El Salvador, desconocido e insultado, se volvió y le dijo: “Voy, pero tú permanecerás aquí esperando hasta mi regreso.”23

Algunas de las víctimas permanecen hechizadas para siempre (por lo menos, eso se dice), pero otras están destinadas a ser salvadas. Brunilda fue preservada para el héroe que le correspondía y la Bella Durmiente fue rescatada por un príncipe. También el joven que había sido transformado en árbol soñó posteriormente en una mujer desconocida que le señalaba el camino, como una misteriosa guía, a desconocidos senderos.24 No todos los que vacilan están perdidos. La psique tiene muchos secretos en reserva. Y no se descubren a menos que sea necesario. De manera que algunas veces el predicamento que sigue a una negativa [66] obstinada a la llamada, demuestra ser la ocasión de una revelación providencial de algún insospechado principio de liberación.

La introversión voluntaria, de hecho, es uno de los recursos clásicos del genio creador y puede emplearse como un recurso deliberado. Lleva las energías psíquicas a lo profundo y activa el continente perdido de las imágenes infantiles inconscientes y arquetípicas. El resultado, por supuesto, puede ser una desintegración más o menos com­pleta de la conciencia (neurosis, psicosis; la fuga de la hechizada Dafne), pero por otra, si la personalidad es ca­paz de absorber e integrar las nuevas fuerzas se habrá experimentado un grado casi sobrehumano de autoconciencia y de control dominante. Éste es un principio básico de las disciplinas hindúes del yoga. Ha sido también el camino de muchos espíritus creadores de Occidente.25 No puede describirse cabalmente como una respuesta a una llamada específica. Es más bien una negativa deliberada y aterradora a dar otra respuesta que no sea la más honda, la más alta y la más rica a la demanda todavía desconocida de un vacío interior en espera; una especie de golpe total, o rechazo a los términos que ofrece la vida, como resultado de lo cual una fuerza transformadora lleva el problema a un plano de nuevas magnitudes, donde repentina y final­mente se resuelve.

Éste es el aspecto del problema del héroe ilustrado en la maravillosa aventura de las Mil y una noches del prín­cipe Kamaru-s-Semán y la princesa Budur. El príncipe, [67] joven y hermoso, el único hijo del rey Shahramán de Persia, rechazaba persistentemente las repetidas sugestiones, peti­ciones, demandas y finalmente mandatos de su padre, de que actuara en forma normal y tomara una esposa. La primera vez que se le planteó la cuestión el joven respon­dió: “Has de saber ¡ye padre mío! que a mí el matrimonio no me ofrece ningún atractivo. Pues sobre sus engaños y perfidias muchos libros he leído y muchos dichos he oído. Como el poeta dijo:

Si deseáis saber cómo las hembras son,

preguntádmelo a mí, que en ello soy doctor.

Y yo os digo que, en cuanto al hombre le blanquea

el pelo y en su bolso se acaban las monedas,

huyen de él las mujeres cual de la peste negra.

Y dijo también otro poeta:

Déjate de mujeres y conságrate a Alá;

el mozo que a las hembras sin freno se abandona,

prepárase una vida llena de malestar.

Que son tales las hembras, que al más pintado engañan

por más listo que sea; pues ellas lo son más.

Y luego en prosa llana, díjole el joven a su padre: ‘Des­de ahora te digo, padre mío, que jamás consentiré en casarme y a ello nunca me avendré, aunque la copa de la muerte me dieran a beber’.”

Cuando el sultán Shahramán oyó estas palabras de su hijo la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos y se llenó de desconsuelo; pero por el gran amor que le tenía no quiso repetir sus deseos ni se indignó, sino que le mostró toda clase de bondades.

Después de un año, el padre repitió su pregunta, pero el joven persistió en su negativa con otros versos de los poetas. Entonces el rey consultó a su visir. “¡Ye monarca glorioso! —respondióle el visir—. Lo que yo creo ahora deber aconsejarte es que aguardes a que pase otro año, en el cual no has de insistir sobre el tema matrimonial; y cuando ese año sea cumplido y pienses hablarle otra vez de casorio a tu hijo, no lo hagas a solas con él, sino en presencia de toda la corte regia, delante de toda la asam­blea de emires y visires, y no en secreto como hasta aquí hiciste.”

Cuando llegó el momento, sin embargo, y el rey Shahramán [68] dio su mandato en presencia de la corte, el príncipe inclinó la cabeza un momento, luego la levantó en dirección

a su padre y movido por locura juvenil y por ignorancia infantil, replicó: “Ya te he dicho, padre mío, que estoy decidido a no casarme jamás, aunque el cáliz de la muerte hubiera de apurar. Y he de decirte con franqueza que eres hombre de muchos años y de juicio escaso, pues ya antes de ahora me pediste dos veces que accediese a tomar es­posa y ambas te respondí lo mismo que hoy te acabo de decir. ¡Así que, por lo visto, chocheas y no vales ni para gobernar una piara de ovejas!” Así diciendo, Kamaru-s-Semán descruzó las manos de detrás de su espalda y se levantó las mangas hasta arriba de los codos ante su pa­dre, porque estaba furioso y dijo muchas otras palabras a su señor, sin saber lo que decía en la confusión de su espíritu.

El rey se sintió confundido y avergonzado, pues esto sucedió en presencia de la asamblea de los grandes y de los oficiales del reino, en ocasión de una gran ceremonia del Estado. Pero después, la majestad del reinado tomó posesión de él, le habló a gritos a su hijo y lo hizo temblar. Luego llamó a los guardas que estaban a su lado y ordenó: “¡Apresadlo!” Ellos se adelantaron y le echaron mano y atándolo lo trajeron ante su señor, que les ordenó que le sujetaran los codos a la espalda y de esta manera lo presen­taran ante él. El príncipe inclinó la cabeza lleno de temor y de aprensión, con la frente y la cara empapadas de sudor; la vergüenza y la confusión lo atormentaban vivamente. Entonces su padre lo insultó y lo envileció gritando: “¡Guay de ti, ye mi hijo, hijo bastardo y mal educado! ¿Cómo tienes la insolencia de contestarme así, delante de esta asamblea, en presencia de mis chambelanes y mis genera­les? ¡En verdad careces de la educación más elemental! ¿Por ventura no comprendes que si lo que acabas de hacer, lo hubiera hecho uno de mis vasallos, no habría salido tan bien librado?” El rey ordenó a sus soldados que soltaran sus codos y que lo aprisionaran en una torre de los casti­llos que guarnecían las fronteras.

Tomaron al príncipe y lo encerraron en una vieja torre, donde había una sala destruida y en el medio una fuente derribada; después de haberla limpiado trajeron un lecho y lo cubrieron con tapices y colocaron a su cabecera una almohada. Luego trajeron un mosquitero grande y encendieron [69] candelas, porque aquel lugar estaba oscuro aun durante el día. Finalmente, los soldados hicieron entrar a Kamaru-s-Semán y pusieron un eunuco en la puerta, y cuando todo estuvo hecho, el príncipe se dejó caer en el sofá con el espíritu triste y acongojado, culpándose y arre­pintiéndose de la injuriosa conducta que había tenido con su padre.

Mientras tanto, en el distante imperio de la China, la hija del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios, se hallaba en un caso parecido. Cuando se conoció su belleza y su fama y su nombre se extendieron a los países vecinos, todos los reyes la pidieron en matri­monio a su padre y él lo había consultado con ella, pero a la princesa le disgustaba hasta la palabra misma de ma­trimonio. “Ye padre mío, no tengo la menor intención de casarme y no me casaré en la vida; porque siendo yo seño­ra y reina, que sobre las gentes impera, no voy a querer un marido que sobre mí mande a su albedrío” Y mientras más pretendientes rechazaba, más crecía el interés de los solicitantes y toda la realeza de las islas de la China man­daba regalos y rarezas a su padre con cartas en que la pedían en matrimonio. Él insistía una y otra vez, aconse­jándola con respecto a sus esponsales, y ella siempre rehu­saba. Y él se llenó de perplejidad en lo que concernía a su actitud y a los reyes sus pretendientes. De manera que le dijo: “Está bien. Si realmente estás decidida a no ca­sarte en tu vida, yo nada en contra he de decir, pero absten­te en adelante de entrar y salir.” Acto seguido la internó en su cámara y encomendó su guarda a diez ancianas y le prohibió ir a los Siete Palacios. Además, aparentó estar in­dignado con ella y envió cartas a todos los reyes, hacién­doles saber que los genios le habían producido un ataque de locura.26

Con un héroe y una heroína que siguen la senda nega­tiva y entre ellos todo el continente de Asia, ha de reque­rirse un milagro para consumar la unión de esta pareja eternamente predestinada. ¿Podrá dicha fuerza romper el hechizo de negación a la vida y aplacar la cólera de los dos padres infantiles?

La respuesta a esta pregunta es la misma a través de todas las mitologías del mundo. Porque como se escribió [70] frecuentemente en las sagradas páginas del Corán: “Bien puede Alá salvaros.” El único problema es saber cuál será el mecanismo del milagro. Y ése es un secreto que sólo se revelará en las páginas posteriores de este cuento de Las mil y una noches.

1. La llamada de la aventura

“Hace mucho tiempo, cuando los deseos podían todavía conducir a algo, vivía un rey con sus hijas que eran todas hermosas; pero la más joven era tan hermosa que el mis­mo sol, que había visto tantas cosas, se maravillaba cada vez que brillaba sobre su rostro. Cerca del castillo de este rey había un gran bosque oscuro y en este bosque, debajo de un viejo limonero, había una fuente y cuando el día es­taba muy caluroso, la hija del rey iba al bosque y se sentaba a la orilla de la fresca fuente. Para entretenerse llevaba una pelota de oro, la lanzaba a lo alto y la recogía, pues éste era su juguete favorito.

Sucedió un día que la pelota de oro de la princesa no cayó en la manita extendida en el aire, sino que pasó a través de ella, rebotó en el suelo y fue rodando directa­mente al agua. La princesa la siguió con los ojos, pero la pelota desapareció, y la fuente era profunda, tan pro­funda que el fondo no podía verse. Entonces empezó a llorar y su llanto fue cada vez más fuerte, pues nada podía consolarla. Mientras estaba lamentándose de esta manera, oyó que alguien le hablaba: ‘¿Qué te pasa, princesa? Lloras tanto que hasta las piedras se compadecerían.’ Ella miró a su alrededor para ver de dónde venía la voz y encontró una rana, que asomaba fuera del agua su cabeza gorda y fea. ‘Eres tú, vieja Ama del Agua —dijo—. Lloro por mi pelota de oro, que cayó en la fuente.’ ‘Tranquilízate, no llo­res —contestó la rana—. Yo puedo ayudarte. Pero ¿qué me darás si te devuelvo tu juguete?’ ‘Lo que quieras, querida rana —le contestó—, mis ropas, mis perlas y mis joyas y has­ta la corona de oro que llevo.’ La rana dijo: ‘No quiero ni tus ropas, ni tus perlas, ni tus joyas, ni tu corona de oro, pero si cuidas de mí y me dejas ser tu compañera de juegos y tu amiga, si me dejas sentar a tu lado en tu mesita, comer de tu platito de oro, beber en tu tacita y dormir en tu camita, me sumergiré y te traeré tu pelota de oro.’ ‘Muy bien’, dijo ella. ‘Te prometo todo lo que quieras si me das [54] la pelota’, pero pensó: ‘Cuánto habla esa rana tonta. Vive en el agua con los de su especie y nunca podría ser la com­pañera de un ser humano.’

Tan pronto como la rana hubo obtenido la promesa, hundió su cabeza y se sumergió y poco después regresó nadando: tenía la pelota en la boca y la puso sobre la hierba. La princesa se ensoberbeció cuando vio su hermoso juguete. Lo levantó y se fue corriendo. ‘Espera, espera —gritó la rana—, llévame contigo, no puedo correr como tú.’ Pero de nada le sirvió aunque croaba tan fuertemente como podía. Ella no le prestó la menor atención sino que apresuró el paso y pronto se hubo olvidado completamente de la pobre rana, que seguramente tuvo que saltar de nuevo al agua.”1

Este es un ejemplo de una de las formas en que puede empezar una aventura. Una ligereza —aparentemente ac­cidental— revela un mundo insospechado y el individuo queda expuesto a una relación con poderes que no se entien­den correctamente. Como Freud ha demostrado,2 los erro­res no son meramente accidentales. Son el resultado de deseos y conflictos reprimidos. Son ondulaciones en la su­perficie de la vida producidas por fuentes insospechadas. Y éstas pueden ser muy profundas, tan profundas como el alma misma. El error puede significar un destino que se abre. Así sucede en este cuento de hadas, donde la desaparición de la pelota es el primer signo de que algo le va a suceder a la princesa, la rana es el segundo, y la promesa no cumplida es el tercero.

Como una manifestación preliminar de las fuerzas que empiezan a estar en juego, la rana que aparece como por milagro puede ser denominada el “mensajero”; la crisis de su aparición es la “llamada de la aventura”. La llamada del mensajero puede ser para la vida, como en el presente ejemplo, o como en un momento posterior de la biografía, para la muerte. La llamada podría significar una alta empresa histórica. O podría marcar el alba de una ilumi­nación religiosa. Como la han entendido los místicos mar­ca lo que puede llamarse “el despertar del yo”.3 En el caso [55] de la princesa del cuento de hadas no significa otra cosa que el advenimiento de la adolescencia. Grande o pequeña, sin que tenga importancia el estado o el grado de la vida, la llamada levanta siempre el velo que cubre un misterio de transfiguración; un rito, un momento, un paso espiritual que cuando se completa es el equivalente de una muerte y de un renacimiento. El horizonte familiar de la vida se ha sobrepasado, los viejos conceptos, ideales y patrones emocionales dejan de ser útiles, ha llegado el momento de pasar un umbral.

Son típicos de las circunstancias de la llamada el bos­que oscuro, el gran árbol, la fuente que murmura y el asqueroso y despreciable aspecto del portador de la fuerza del destino. Reconocemos en esta escena los símbolos del Ombligo del Mundo. La rana, el pequeño dragón, es el equivalente infantil de la serpiente del mundo inferior cuya cabeza sostiene la Tierra y que representa las fuerzas demiúrgicas del abismo que procrean la vida. La rana regresa con la pelota de oro del sol, cuando acababan de apresarla sus aguas oscuras y profundas; en este momento se asemeja al Gran Dragón Chino del Oriente, llevando al sol naciente en sus mandíbulas, o a la rana en cuya cabeza cabalga el hermoso joven inmortal, Han Hsiang, llevando en una canasta los melocotones de la inmortalidad. Freud ha sugerido que todos los momentos de angustia reprodu­cen los dolorosos sentimientos de la primera separación de la madre, la respiración ahogada, la congestión sanguí­nea, etc., de la crisis del nacimiento.4 Recíprocamente, todos los momentos de separación y de renacimiento producen angustia. Ya sea cuando la hija del rey tiene que ser arran­cada de la felicidad de la unidad dual establecida con el Rey Papá, o Eva la hija de Dios, que ha madurado lo suficiente para abandonar el idilio del Paraíso, o de nuevo, el futuro Buddha supremamente concentrado para romper con los horizontes del mundo ya creado; todo esto no es más que las imágenes arquetípicas activadas que simbolizan peligro, reafirmación, prueba, iniciación y la extraña san­tidad de los misterios del nacimiento.

La rana repulsiva y rechazada o el dragón del cuento de hadas trae la esfera de oro en la boca; porque la rana, la [56] serpiente, el rechazado, es la representación de esa profundidad inconsciente (tan profunda que el fondo no se ve), donde se acumulan todos los factores, leyes y elemen­tos de la existencia que han sido rechazados, no admitidos, no reconocidos, ignorados, no desarrollados. Ésas son las perlas de los fabulosos palacios submarinos de los genios del agua, de los tritones y otros guardianes marinos; las joyas que dan luz a las ciudades demoníacas de los mundos ocultos; las semillas de fuego en el océano de inmortalidad que sostiene la Tierra y la rodea como una serpiente; las estrellas en el regazo de la noche inmortal. Ésas son las pe­pitas del montón de oro del dragón, las vigiladas manzanas de las Hespérides; los filamentos del Vellocino de Oro. El heraldo o mensajero de la aventura, por lo tanto, es a menu­do oscuro, odioso, o terrorífico, lo que el mundo juzga como el mal, pero que si uno pudiera seguirlo, se abriría un camino a través de las paredes del día hacia la oscuri­dad donde brillan las joyas. El heraldo puede ser una bestia, como en el cuento de hadas, donde representa la reprimida fecundidad instintiva que hay dentro de nos­otros, o también una misteriosa figura velada, lo desco­nocido.

Se cuenta la historia del rey Arturo, por ejemplo, y se dice cómo se preparó para ir a cazar con sus caballeros: “Tan pronto como llegó al bosque el rey vio un gran ciervo ante sus ojos. ‘Voy a cazar este ciervo’, dijo el rey Arturo, espoleó su caballo y lo persiguió mucho tiempo, y a base de esfuerzo estaba a punto de cazar el ciervo; pero la per­secución había durado tanto tiempo que su caballo perdió el aliento y cayó muerto; entonces un paje dio al rey otro caballo. Cuando el rey se dio cuenta de que había perdido al ciervo y a su caballo muerto, se sentó cerca de una fuente y cayó en grandes meditaciones. Cuando estaba sentado le pareció escuchar el aullido de unos lebreles de caza, en número de treinta. Con ellos vio llegar la bestia más extraña que había visto u oído; la bestia se acercó a la fuente y bebió, y el ruido de su vientre era igual al de treinta parejas de lebreles; pero mientras la bestia bebía no hubo ruido en su vientre; luego la bestia partió con un gran ruido, de lo cual el rey mucho se maravilló.”5

[57]

También tenemos el caso, tomado de una parte muy diferente del mundo, de una muchacha arapaho de las llanuras de Norteamérica. Espió a un puerco espín que estaba cerca de un álamo. Trató de herir al animal, pero él se escondió detrás del árbol y empezó a trepar. La mu­chacha lo siguió, pero el animal siempre estaba fuera de su alcance: “Bueno —dijo—. Voy a subir para capturar al puerco espín porque quiero sus púas, y si es necesario subiré hasta la punta.” El puerco espín llegó a la punta del árbol, pero cuando ella se acercó y ya iba a echarle mano, el álamo creció repentinamente y el puercoespín siguió subiendo. Miró hacia abajo y vio a sus amigos llamándola e insistiendo [58] en que bajara; pero como ya estaba bajo la influen­cia del puerco espín y tuvo miedo de la gran distancia entre ella y el suelo, continuó subiendo, hasta que se convirtió en una mancha para aquellos que la veían desde abajo, y junto con el puerco espín finalmente alcanzó el cielo.6

Dos sueños serán suficientes para ilustrar la aparición espontánea de la figura del heraldo en la psique que está madura para su transformación. El primero es el sueño de un joven que busca el camino que ha de orientarlo ha­cia un nuevo mundo: “Estoy en una pradera verde donde pacen muchas ovejas. Es la tierra de las ovejas. En la tierra de las ovejas se yergue una mujer desconocida y señala el camino.”7 El segundo es el sueño de una joven cuya amiga íntima ha muerto recientemente de consun­ción; ella teme contagiarse de la enfermedad: “Estaba en un jardín lleno de flores, el sol iba a ponerse con un brillo color de sangre. Entonces apareció ante mí un caba­llero negro, de aspecto noble, que me habló con una voz seria, profunda y aterradora: ‘¿Quieres ir conmigo?’ Sin esperar mi respuesta me tomó de la mano y me llevó con él.”8

Ya sea sueño o mito, hay en estas aventuras una atmós­fera de irresistible fascinación en la figura que aparece repentinamente como un guía, para marcar un nuevo pe­ríodo, una nueva etapa en la biografía. Aquello que debe enfrentarse y que es de alguna manera profundamente familiar al inconsciente —aunque a la personalidad cons­ciente sea desconocido, sorprendente y hasta aterrador— se da a conocer, y lo que anteriormente estaba lleno de signi­ficados se vuelve extrañamente vacío de valores: como el mundo de la hija del rey, con la rápida desaparición de la pelota de oro dentro de la fuente. De aquí que aun cuando el héroe vuelva por un tiempo a sus ocupaciones familiares, puede encontrarlas infructuosas. Una serie de signos de fuerza creciente se hará visible entonces, hasta [59] que las llamadas ya no puedan desoírse, como en la siguien­te leyenda de “Las cuatro señales” que es el ejemplo más celebrado de la llamada a la aventura en la literatura mundial.

El joven príncipe Gautama Sãkyamũni, el Futuro Buddha, había sido protegido por su padre de todo conocimien­to de la vejez, de la enfermedad, de la muerte y del mo­nacato, porque temía despertar en él pensamientos de renunciación a la vida, pues había sido profetizado a su na­cimiento que sería el emperador del mundo o un Buddha. El rey, prejuiciado en favor de la vocación real, dio a su hijo tres palacios y cuarenta mil bailarinas para conservar su mente apegada al mundo. Pero esto sólo sirvió para adelantar lo inevitable, porque cuando era relativamente joven, su juventud consumió todos los campos de los goces carnales y maduró para la otra experiencia. Cuando el príncipe estuvo preparado, los heraldos aparecieron auto­máticamente:

“Cierto día el Futuro Buddha deseó ir al parque y le dijo a su cochero que alistara la carroza. El hombre trajo una carroza elegante y suntuosa y después de adornarla rica­mente, colocó en los arneses cuatro hermosos caballos de la sangre de Sindhava, tan blancos como los pétalos de los lotos blancos, y anunció al Futuro Buddha que todo estaba preparado. El Futuro Buddha subió a la carroza que era como un palacio para los dioses y se dirigió al parque.

‘El momento de la iluminación del príncipe Siddhartha se acerca —pensaron los dioses— debemos hacerle una se­ñal’, y convirtieron a uno de ellos en un anciano decrépito, con los dientes rotos, el cabello gris, el cuerpo torcido e in­clinado, que se apoyaba en un bastón y temblaba, y se lo mostraron al Futuro Buddha, pero en forma que sólo él y el cochero pudieran verlo.

Entonces el Futuro Buddha dijo a su cochero: ‘Amigo, dime quién es este hombre. Ni siquiera su pelo es como el de los otros hombres.’ Y cuando oyó la respuesta, dijo: ‘Vergüenza de nacer, si todo aquel que ha nacido ha de hacerse viejo.’ Y con el corazón agitado regresó y ascendió a su palacio.

‘¿Por qué ha regresado mi hijo tan pronto?’, preguntó el rey.

Señor, ha visto a un viejo —fue la respuesta—, y porque lo ha visto quiere retirarse del mundo.’

[60]

‘¿Quieres matarme, que dices esas cosas? Que prepa­ren inmediatamente unas representaciones para que las vea mi hijo. Si podemos lograr que disfrute del placer dejará de pensar en retirarse del mundo.’ Entonces el rey mandó que su guardia se extendiera media legua en cada di­rección.

Otro día, que el Futuro Buddha deseó ir al parque, vio a un hombre enfermo que los dioses le habían enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el corazón agitado y ascendió a su palacio.

El rey hizo la misma pregunta y dio la misma orden que había dado antes y aumentó su guardia y la colocó a tres cuartos de legua en redondo.

Y otro día que el Futuro Buddha volvió al parque, vio un hombre muerto que los dioses le habían enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el corazón agitado y ascendió a su palacio.

Y el rey hizo la misma pregunta y dio las mismas órdenes que había dado antes y extendió la guardia de nuevo y la colocó una legua en redondo.

Y otro día en que el Futuro Buddha volvió a ir al par­que, vio un monje, cuidadosa y decentemente ataviado, que los dioses le habían enviado y le preguntó a su cochero: ‘Dime, ¿quién es ese hombre?’ ‘Señor, ése es uno de los que se han retirado del mundo’, y el cochero empezó a cantar las alabanzas del retiro del mundo. La idea del retiro del mundo fue del agrado del Futuro Buddha.”9

Este primer estadio de la jornada mitológica, que hemos designado con el nombre de “la llamada de la aventura”, significa que el destino ha llamado al héroe y ha transferi­do su centro de gravedad espiritual del seno de su sociedad a una zona desconocida. Esta fatal región de tesoro y peligro puede ser representada en varias formas: como una tierra distante, un bosque, un reino subterráneo, o bajo las aguas, en el cielo, una isla secreta, la áspera cresta de una montaña; o un profundo estado de sueño; pero siempre es un lugar de fluidos extraños y seres polimorfos, tormen­tos inimaginables, hechos sobrehumanos y deleites impo­sibles. El héroe puede obedecer su propia voluntad para llevar al cabo la aventura, como hizo Teseo cuando llegó [61] a la ciudad de su padre, Atenas, y escuchó la horrible historia del Minotauro; o bien puede ser empujado o lle­vado al extranjero por un agente benigno o maligno, como Odiseo, que fue transportado por el Mediterráneo en los vientos del encolerizado dios Poseidón. La aventura puede comenzar como un mero accidente, como la de la princesa del cuento de hadas; o simplemente, en un paseo algún fenómeno llama al ojo ocioso y aparta al paseante de los frecuentados caminos de los hombres. Los ejemplos se multiplican, ad infinitum, desde cualquier rincón del mundo.10

PRÓLOGO

EL MONOMITO
4. El ombligo del mundo

El efecto de la aventura del héroe cuando ha triunfado es desencadenar y liberar de nuevo el fluir de la vida en el cuerpo del mundo. El milagro de esta fluencia puede representarse en términos físicos como la circulación de la sustancia alimenticia, en términos dinámicos como una corriente de energía, y espiritualmente como una manifes­tación de la gracia. Tales variedades en la imagen se alternan fácilmente y representan tres grados de concentración de la única fuerza vital. Una cosecha abundante es el signo de la gracia de Dios; la gracia de Dios es el alimento del alma; la luz del relámpago es el presagio de la lluvia fertilizante y al mismo tiempo la manifestación de la energía de Dios puesta en movimiento. Gracia, sustancia alimenticia, energía, son derramadas sobre el mundo vivo, y adonde no caen, la vida se descompone en muerte.

El torrente surge de una fuente invisible y su punto de entrada es el centro del círculo simbólico del universo, el Punto Inmóvil de la leyenda del Buddha,46 alrededor del cual puede decirse que el mundo gira. Bajo este punto se halla la cabeza de la serpiente cósmica que sostiene la Tierra, el dragón, símbolo de las aguas del abismo que son la divina energía creadora de la vida y sustancia del demiurgo; el aspecto generador del mundo del ser inmortal.47 El árbol de la vida, por ejemplo, el universo mismo, crece en este punto. Está enraizado en la oscuridad que lo sostiene, el dorado pájaro del sol vive en su copa, un arroyo, la fuente inagotable bulle a sus pies. La figura puede ser también la de una montaña cósmica, con la ciudad de los dioses, como un [45] loto de luz, sobre su cumbre; y en su base, las ciudades de los demonios, iluminadas por piedras preciosas. O bien la figura puede ser la del hombre o la mujer cósmicos, (por ejemplo el Buddha mismo o la diosa danzarina hindú Kali) sentados o de pie en este punto, o clavados en el árbol (Attis, Jesús y Wotan), porque el héroe como encarnación de Dios es el ombligo del mundo, el centro umbilical al través del cual las energías de la eternidad irrumpen en el tiempo. De este modo el ombligo del mundo es el símbolo de la creación continua; el misterio del manteni­miento del mundo por medio del continuo milagro de la vivificación que corre dentro de todas las cosas.

Entre los pawnees del norte de Kansas y del sur de Nebraska, durante el ceremonial de Hako, el sacerdote dibuja un círculo con la punta del pie. “El círculo representa un nido —se ha informado que dice el sacerdote—, y se dibu­ja con la punta del pie porque el águila construye su nido con sus garras. Aunque estamos imitando al pájaro que hace su nido, hay otro significado de esta acción; pensa­mos en Tirawa haciendo el mundo para que la gente viva en él. Si vais a una colina alta y miráis alrededor, veréis que el cielo toca la tierra por todas partes y dentro de esta envoltura circular vive la gente. De manera que los círcu­los que hemos hecho no son sólo nidos, sino que también representan el círculo que Tirawa ha hecho para señalar el lugar en que vivan los pueblos. Los círculos son también para el grupo emparentado, para el clan y para la tribu.”48

El reino del cielo descansa en las cuatro esquinas de la Tierra, algunas veces sostenida por cuatro cariátides que pueden ser reyes, enanos, gigantes, elefantes o tortugas. De aquí la tradicional importancia del problema matemático de la cuadratura del círculo: contiene el secreto de la transformación de las formas celestes en las terrenas. El hogar en la casa, el altar en el templo, es el centro de la rueda de la Tierra, el vientre de la Madre Universal, cuyo fuego [46] es el fuego de la vida. La abertura en el techo de la casa, o la corona, el pináculo o la linterna de la cúpula, es el centro o punto medio del cielo, es la puerta del sol, a través de la cual las almas regresan del tiempo a la eternidad, como el olor de las ofrendas quemadas en el fuego de la vida, y elevadas en los ejes del humo ascendente del cen­tro de la Tierra al centro de la rueda celestial.49

Una vez lleno de esa manera, el sol es el recipiente donde come Dios, el cáliz inagotable, colmado de la sus­tancia del sacrificio, cuya carne es alimento y cuya sangre es bebida.50 Al mismo tiempo es el que nutre a la especie humana. El rayo solar que enciende el fuego simboliza la comunicación de la divina energía al vientre del mundo y es de nuevo el eje que une y hace girar las dos ruedas. A través de la puerta del sol la circulación de la energía es continua. Dios desciende y el hombre asciende por ella. “Yo soy la puerta, el que por mí entrare se salvará, y entrará y saldrá y hallará pasto.”51 “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él.”52

Para las culturas que todavía se nutren en la mitología, el paisaje, como cada una de las fases de la existencia humana, toma vida por medio de las sugerencias simbólicas. Las colinas y los bosques tienen protectores sobrenaturales y están asociados con episodios populares bien conocidos en la historia local de la creación del mundo. En diversos lugares constituyen santuarios. El lugar en que ha nacido un héroe, donde ha realizado sus hazañas o donde ha regresado al vacío, es señalado y santificado. Allí se le erige un templo, con el cual se significa e inspira el milagro de la centralizad perfecta; porque éste es el lugar donde se inicia la abundancia. Porque alguien en este lugar descubrió la eternidad. Por lo tanto, ese sitio puede servir como sostén para una meditación fructífera. Ese tipo de templo se construye, por lo general, simulando las cuatro direcciones del horizonte del mundo y el santuario o altar en el centro es el símbolo del Punto Inagotable. Aquel que entra al conjunto del templo y se acerca al santuario, está imitando la proeza del héroe original. Su finalidad es reproducir el [47] modelo universal para evocar dentro de sí mismo el recuerdo de la forma que es el centro y la renovación de la vida.

Las ciudades antiguas están construidas como templos, con portales en las cuatro direcciones, mientras que en el centro está el santuario principal del divino fundador de la ciudad. Los ciudadanos viven y trabajan dentro de los confines de este símbolo. Con el mismo espíritu los dominios de las religiones nacionales y mundiales están centrados alrededor del eje de alguna ciudad madre: el rei­no cristiano de Occidente alrededor de Roma, el del Islam alrededor de la Meca. Las reverencias que hace tres veces al día la comunidad de Mahoma están dirigidas como los rayos de una rueda del tamaño del mundo al centro de la Kaaba y así se construye un gran símbolo viviente de la “sumisión” (islam) de todos y de cada uno a la voluntad de Alá. “Ciertamente Tú —leemos en el Corán—, Tú eres el sabedor de los secretos.”53 Hay otra posibilidad: un gran templo puede ser establecido en cualquier parte. Porque en última instancia el Todo está en todas partes y cualquier lugar puede convertirse en asiento del poder. Cualquier brizna de hierba puede asumir en el mito la figura del salvador y conducir al vagabundo al sancta, sanctorum de su propio corazón.

El Ombligo del Mundo es ubicuo. Y como es la fuente de toda la existencia, produce la plenitud mundial del bien y del mal. La fealdad y la belleza, el pecado y la virtud, el placer y el dolor, son igualmente producidos por él. “Para el dios, todo es bello, y bueno y justo —dice Heráclito—, los hombres, por el contrario, tienen unas cosas por justas y otras por injustas”.54 De aquí que las figuras a que se rinde culto en los templos del mundo no sean de ninguna manera siempre bellas, siempre benignas o ni siquiera necesariamente virtuosas. Como la deidad del libro de Job, trascienden las escalas de los valores humanos. Del mismo modo la mitología no destaca como su héroe más grande al hombre meramente virtuoso. La virtud no es sino el preludio pedagógico de la visión ulterior culminante, que está más allá de cualquier pareja de conceptos. La virtud oprime al yo centrado en sí mismo y hace posible la centralidad [48] transpersonal; pero cuando eso ha sucedido ¿qué habrá después del dolor y del placer, del vicio o de la virtud, ya sea de nuestro yo o de otro? Se percibe entonces la fuerza trascendente que vive en todos, que en todos es maravillosa y que merece nuestra profunda obediencia en forma absoluta.

Porque como dijo Heráclito: “Lo distendido vuelve a equilibrio; de equilibrio en tensión se hace bellísimo coajuste, que todas las cosas se engendran de discordia.”55 O, como también ha dicho el poeta Blake: “El rugir de los leones, el aullar de los lobos, la cólera del mar huracanado y la espada destructiva, son trozos de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.”56

Esta dificultad puede observarse vívidamente en una anécdota de Yoruba (África Occidental) contada de Edshu, la divinidad engañadora. Un día, este extraño dios caminaba por un sendero en medio de dos campos. “Vio un labriego trabajando en cada uno de ellos y se propuso jugar con los dos. Se puso un sombrero que era rojo de un lado y blanco del otro, verde por delante y negro por detrás, (éstos son los colores de las cuatro direcciones del mundo; Edshu es la personificación del centro, del axis mundi, del Ombligo del Mundo); de manera que cuando los labriegos regresaron a su aldea, uno le dijo al otro: ‘¿Viste pasar ese viejo con el sombrero blanco?’; el otro contestó: ‘El sombrero era rojo.’ Y el primero dijo: ‘No, era blanco.’ ‘Era rojo’, insistió su amigo, ‘lo vi con mis propios ojos’. ‘Debes de estar ciego’, declaró el primero, ‘Debes estar borracho’, contestó el otro. La disputa creció y llegaron a los golpes. Cuando iban a acuchillarse fueron llevados por sus vecinos ante el juez. Edshu estaba en medio de la multitud que presenciaba el juicio y cuando el juez no pudo decidir de qué lado estaba la justicia, el viejo engañador se desenmascaró, expuso lo que había hecho y mostró el sombrero. ‘No tenían más remedio que pelear’, dijo. ‘Así lo quise yo. Sem­brar la discordia es mi más grande júbilo.’”57

[49]

El moralista se llenaría de indignación y el poeta trágico de compasión y temor; la mitología rompe la vida entera en una vasta y horrible Divina Comedia. Su risa olímpica no tiene nada de escapista, sino que es dura, con la dureza de la vida misma, que podemos suponer es la dureza de Dios, el Creador. La mitología en este sentido hace que la actitud trágica aparezca hasta cierto punto histórica y el juicio meramente moral limitado. Esta dureza se equilibra con la seguridad de que todo lo que vemos no es sino el reflejo de una fuerza perdurable, a la cual no alcanza el dolor. Por eso estas fábulas son despiadadas y no conocen el terror; están penetradas del júbilo de un anonimato trascendente que se mira a sí mismo en todos los egos combatientes y centrados en sí que nacen y mueren en el tiempo.

3. El héroe y el dios

El camino común de la aventura mitológica del héroe es la magnificación de la fórmula representada en los ritos de iniciación: separación-iniciación-retorno, que podrían recibir el nombre de unidad nuclear del monomito.

El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos. Prometeo ascendió a los cielos, robó el fuego de los dioses y descendió. Jasón navegó a través de las rocas que chocaban para entrar al mar de las maravillas, engañó al dragón que guardaba el Vellocino de Oro y regresó con el vellocino y el poder para disputar a un usurpador el trono que había heredado. Eneas bajó al fondo del mundo, cruzó el temible río de los muertos, entretuvo con comida al Cancerbero, guardián de tres cabezas, y pudo hablar, finalmente, con la sombra de su padre muerto. Todas las cosas le fueron reveladas: el destino de las almas, el destino de Roma, que estaba a punto de fundar, y de qué manera podría evitar [36] o soportar todas las aflicciones.36 Volvió al mundo a través de una puerta de marfil a realizar sus deberes.

Una representación majestuosa de las dificultades del oficio del héroe y de su sublime importancia cuando es concebida profundamente y llevada a cabo con solemnidad, la encontramos en la leyenda de las Grandes Batallas del Buddha. El joven príncipe Gautama Sãkyamuni partió secretamente del palacio de su padre en el principesco corcel Kanthaka, pasó milagrosamente por la puerta vigilada, cabalgó en medio de la noche alumbrado por las antorchas de cuatro veces sesenta mil divinidades, atravesó con ligereza un río majestuoso de mil ciento veintiocho codos de ancho, y después con un solo golpe de su espada cortó sus reales cabellos y el cabello que le quedó, de dos dedos de largo, se rizó hacia la derecha y permaneció pegado a su cabeza. Vistió las ropas de los monjes, atravesó el mundo como un mendigo y durante estos años en que en apariencia vagaba inútilmente, adquirió y trascendió los ocho estados de la meditación. Se retiró a una ermita, sometió sus fuerzas seis años más a la gran batalla, llevó su austeridad hasta el extremo y cayó en una muerte aparente de la que poco después se recobró. Luego volvió a la vida menos rigurosa del vagabundo asceta.

Un día se sentó bajo un árbol, estaba contemplando la parte oriental del mundo y el árbol se iluminó con las luces que él irradiaba. Una joven llamada Sujata vino y le ofreció arroz con leche en una taza de oro y, cuando tiró la taza vacía en el agua, flotó corriente arriba. Ésta fue señal de que el momento de su triunfo había llegado. Se levantó y avanzó por un camino que había sido adornado por los dioses y que tenía mil ciento veintiocho codos de ancho. Las serpientes, los pájaros y las divinidades de los bosques y de los campos le ofrendaron flores y perfumes celestiales, los coros celestiales le dieron su música y los diez mil mundos fueron invadidos de perfumes, guirnaldas, armonías y aclamaciones, porque él estaba en camino al Gran Árbol de la Iluminación, el Árbol Bo, bajo el cual redimiría al universo. Se colocó con firme resolución bajo el Árbol Bo, en el Punto Inmóvil, e inmediatamente se le acercó Kama-Mara, el dios del amor y de la muerte.

El peligroso dios apareció montado en un elefante y [37] portando armas en sus mil manos. Estaba rodeado por su ejército que se extendía doce leguas ante él, doce a la derecha, doce a la izquierda, y a su espalda cubría los confines del mundo; además, tenía nueve leguas de estatura. Las deidades protectoras del Universo huyeron, pero el Futuro Buddha permaneció inmóvil debajo del Árbol. En­tonces el dios lo atacó, tratando de romper su concentración.

El Antagonista envió sobre el Redentor viento huraca­nado, rocas, truenos y llamas, armas humeantes de acerados filos, carbones ardientes, ceniza caliente, lodo hirviendo, arenas quemantes y profunda oscuridad, pero los proyectiles se convertían en flores celestiales y en ungüentos, por la fuerza de las diez perfecciones de Gautama. Mara entonces envió a sus hijas Deseo, Anhelo y Lujuria, rodea­das de voluptuosos servidores, pero la mente del Gran Ser no se distrajo. El dios finalmente puso en duda su derecho de sentarse en el Punto Inmóvil, arrojó coléricamente su disco agudo como navaja de afeitar y ordenó al ejército que se despeñara sobre él. Pero el Futuro Buddha sólo movió la mano para tocar el suelo con las puntas de los dedos y así ordenó a la diosa de la tierra que atestiguara su derecho a sentarse donde estaba. Ella lo hizo con cien, con mil, con cien mil alaridos y el elefante del Antagonista cayó sobre sus rodillas en obediencia al Futuro Buddha. El ejército se dispersó inmediatamente y los dioses de todos los mundos esparcieron guirnaldas.

Habiendo ganado esa victoria preliminar antes de ponerse el sol, el conquistador adquirió en la primera vigilia de la noche el conocimiento de sus existencias anteriores, en la segunda vigilia, el ojo divino de la visión omnisciente, y en la última la comprensión de la cadena de las causas. Experimentó la iluminación perfecta al romper el día.37

Durante siete días Gautama, ahora el Buddha, el Iluminado, permaneció inmóvil en bienaventuranza; por siete días permaneció apartado y sentado en el punto en el que había recibido la iluminación; por siete días caminó entre el lugar donde estuvo sentado y el lugar donde estuvo de pie; por siete días se alojó en un pabellón amueblado por los dioses y revisó toda la doctrina de la causalidad y la liberación; por siete días se sentó bajo el árbol donde la joven Sujata le había traído arroz con leche en un recipiente de oro y allí meditó sobre la doctrina de la dulzura del Nirvana; se dirigió a otro árbol y una gran tempestad rugió por siete días, pero el Rey de las Serpientes surgió de las raíces y protegió al Buddha con su caperuza extendida; finalmente, el Buddha se sentó por siete días bajo un cuarto árbol disfrutando todavía de la dulzura de la liberación. Entonces puso en duda que su mensaje pudiera ser comunicado, pensó retener la sabiduría para sí mismo, pero el dios Brahma descendió del cénit a implorarle que se convirtiera en el maestro de los dioses y de los hombres. El Buddha fue así persuadido a mostrar el camino.38 Y regresó a las ciudades de los hombres, donde vivió entre los ciudadanos del mundo otorgándoles el inestimable bien del conocimiento del camino.39

El Antiguo Testamento registra un hecho comparable en su leyenda de Moisés, quien al tercer mes de la partida del pueblo de Israel de las tierras de Egipto, llegó con toda su gente al Monte Sinaí y allí Israel levantó sus tiendas contra las laderas de la montaña. Y Moisés fue hacia Dios [39] y el Señor lo llamó de la montaña. El Señor le dio las Tablas de la Ley y le ordenó que volviera con ellas a Israel, el pueblo del Señor.40

La leyenda popular judía dice que durante el día de la revelación diversos ruidos se escucharon desde el Monte Sinaí. “Relámpagos, acompañados por un estrépito de cuernos siempre mayor, aterrorizaron al pueblo y lo hicieron temblar. Dios inclinó los cielos, movió la tierra y sacudió el centro del mundo, de manera que las profundidades temblaron y los cielos se atemorizaron. Su esplendor pasó los cuatro portales del fuego, del temblor, de la tempestad y del granizo. Los reyes de la tierra temblaron en sus pala­cios. La tierra misma pensó que había llegado el momento de la resurrección de los muertos y que tendría que dar cuenta de la sangre que había absorbido, de los asesinatos, y de los cuerpos de las víctimas que había cubierto. La tierra no entró en calma hasta que escuchó las primeras palabras del Decálogo.

Los cielos se abrieron y el Monte Sinaí, libertado de la tierra, se levantó en el aire hasta que su cumbre se perdió en los cielos, mientras que una espesa nube cubrió sus laderos y tocó los pies del Trono Divino. A un lado de Dios aparecieron veintidós mil ángeles con coronas para los levitas, la única tribu que había permanecido fiel a Dios, mientras que el resto adoraba al Becerro de Oro. En el segundo lado había sesenta miriadas tres mil quinientos cincuenta ángeles y cada uno llevaba una corona de fuego para cada uno de los israelitas. En el tercer lado había el doble de este número de ángeles y en el cuarto los ángeles eran sencillamente innumerables. Porque Dios no apareció en una dirección, sino en todas simultáneamente, lo que, sin embargo, no impedía que su gloria abarcara tanto el cielo como la tierra. A pesar de estas innumerables multitudes, no estaba lleno el Monte Sinaí, no había tumulto, había sitio para todos.”41

Como veremos, la aventura del héroe, ya sea presentada con las vastas, casi oceánicas imágenes del Oriente, o en las vigorosas narraciones de los griegos, o en las majestuosas leyendas de la Biblia, normalmente sigue el modelo de la unidad nuclear arriba descrita; una separación del [40] mundo, la penetración a alguna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla con más sentido. Todo el Oriente fue bendecido por el don que les entregó Gautama Buddha, su maravillosa enseñanza de la Buena Ley, así como el Occidente lo ha sido por el Decálogo de Moisés. Los griegos referían la existencia del fuego, el primer soporte de la cultura humana, a las hazañas trascendentes de su Prometeo, y los romanos la fundación de su ciudad, centro del mundo, a Eneas, después de su partida de la Troya derrotada a través de su visita al pavoroso mundo inferior de los muertos. En todas partes, sin que importe cuál sea la esfera de los intereses (religiosa, política o personal), los actos verdaderamente creadores están representados como aquellos que derivan de una especie de muerte con respecto al mundo y lo que sucede en el intervalo de la inexistencia del héroe, hasta que regresa como quien vuelve a nacer, engrandecido y lleno de fuerza creadora, hasta que es aceptado unánimemente por la especie humana. Por consiguiente, nos ocuparemos de seguir una multitud de figuras heroicas a través de las etapas clásicas de la aventura universal, con objeto de revisar las revelaciones eternas. Esto nos ayudará a entender no sólo el significado de las imágenes vigentes en la vida contemporánea, sino la unicidad del espíritu humano en sus aspiraciones, poderes, vicisitudes y sabiduría.

Las siguientes páginas presentarán en forma de una aventura compuesta las historias de los portadores simbólicos y mundiales del destino de todos los hombres. La primera gran etapa, que es la de la “separación” o partida, será mostrada en la primera parte, capítulo primero, en cinco subdivisiones: 1) “La llamada de la aventura”, o las señales de la vocación del héroe; 2) “La negativa al llamado”, o la locura de la huida del dios; 3) “La ayuda sobrenatural”, la inesperada asistencia que recibe quien ha emprendido la aventura adecuada; 4) “El cruce del primer umbral”, y 5) “El vientre de la ballena”, o sea el paso al reino de la noche. La etapa de las “Pruebas y victorias de la iniciación” aparecerá en el capítulo segundo en seis subdivisiones: 1) “El camino de las pruebas”, o del aspecto peligroso de los dioses; 2) “El encuentro con la diosa” (Magna Mater), o la felicidad de la infancia recobrada; 3) “La mujer como tentación”, el pecado y la agonía de [41] Edipo; 4) “La reconciliación con el padre”; 5) “Apoteosis”, y 6) “La gracia última”.

El regreso y la reintegración a la sociedad, que es indispensable para la circulación continua de la energía espiritual dentro del mundo, y que, desde el punto de vista de la comunidad, es la justificación del largo retiro del héroe, es usualmente lo que ante él se presenta como el requisito más difícil. Porque si ha alcanzado, como el Buddha, el profundo reposo de la completa iluminación, existe el peligro de que la bienaventuranza de esta experiencia aniquile el recuerdo, el interés y la esperanza en las penas del mundo; y también que el problema de mostrar el camino de la iluminación a los hombres envueltos en sus dificultades económicas parezca demasiado arduo. Por otra parte, si el héroe, en vez de someterse a todas las pruebas de la ini­ciación, se ha precipitado a su meta por medio de la violencia, de la estratagema y de la suerte, como Prometeo, y ha entregado al mundo la gracia que deseaba, “es posible que las fuerzas que ha desequilibrado reaccionen duramente y sea castigado en forma interna y externa, encadenado, como Prometeo, en la roca de su propio inconsciente violado. O si, haciendo una tercera suposición, el héroe regresa salvo y por su voluntad, pudiera encontrarse con una incomprensión o un desprecio tan absolutos de parte de aquellos a quienes ha venido a ayudar, que su carrera se hundirá. El tercero de los siguientes capítulos concluirá el estudio de estas posibilidades bajo seis subdivisiones: 1) “La negativa al regreso” o el mundo negado; 2) “La huida mágica”, o la fuga de Prometeo; 3) “El rescate del mundo exterior”; 4) “El cruce del umbral del regreso”, o la vuelta al mundo normal; 5) “La posesión de los dos mundos”; y 6) “Libertad para vivir”, la naturaleza y función de la gracia última.42

El complicado héroe del monomito es un personaje de cualidades extraordinarias. Frecuentemente es honrado por la sociedad a que pertenece, también con frecuencia es [42] desconocido o despreciado. Él y el mundo, o él o el mundo, en el que se encuentra sufren de una deficiencia simbólica. En los cuentos de hadas esto puede ser un detalle tan nimio como la carencia de cierto anillo de oro, mientras que en la visión apocalíptica, la vida física y espiritual de toda la Tierra se representa como caída o a punto de caer en la ruina.

Típicamente, el héroe del cuento de hadas alcanza un triunfo doméstico y microscópico, mientras que el héroe del mito tiene un triunfo macroscópico, histórico-mundial. De allí que mientras el primero, que a veces es el niño menor o más despreciado, se adueña de poderes extraordinarios y prevalece sobre sus opresores personales, el segundo vuelve de su aventura con los medios para lograr la regeneración de su sociedad como un todo. Los héroes tribales o locales, como el emperador Huang Ti, Moisés o el azteca Tezcatlipoca entregan su dádiva a un solo pueblo; los héroes universales, como Mahoma, Jesús, Gautama Buddha, traen un mensaje para el mundo entero.

Ya sea el héroe ridículo o sublime, griego o bárbaro, gentil o judío, poco varía su jornada en lo esencial. Los cuentos populares representan la acción heroica como física; las religiones superiores dan sentido moral a las hazañas; sin embargo, es asombrosa la poca variedad que se encuentra en la morfología de la aventura, en los personajes que intervienen, en las batallas ganadas. Si uno u otro de los elementos básicos del arquetipo queda omitido de un cuento de hadas, leyenda, ritual o mito, se halla implícito de uno u otro modo. Y la omisión misma puede ser muy significativa para la historia y la patología del caso, como pronto veremos.

La parte segunda, “El ciclo cosmogónico”, muestra la gran creación y destrucción del mundo que se entrega como revelación al héroe triunfador. El capítulo I, Emanaciones, trata de la creación de las formas del universo a partir del vacío. El capítulo II, El nacimiento de virgen, es una revisión del papel creador y redentor de la fuerza femenina, primero en la escala cósmica, como la Madre del Universo, después en el plano humano, como la Madre del Héroe. El capítulo III, Transformaciones del héroe, sigue el curso de la historia legendaria de la raza humana a través de sus etapas típicas, con la aparición del héroe en diversas formas de acuerdo con las necesidades cambiantes [43] de la raza. Y el capítulo IV, Disoluciones, habla del final previsto, primero para el héroe, y luego para el mundo visible.

El ciclo cosmogónico se presenta con asombroso paralelismo, en los escritos sagrados de todos los continentes,43 y da a la aventura del héroe un giro nuevo e interesante, porque ahora aparece que la peligrosa jornada es una labor no de adquisición sino de readquisición, no de descubrimiento sino de redescubrimiento. Se revela que las fuerzas divinas buscadas y peligrosamente ganadas han estado siempre dentro del corazón del héroe. Él es “el hijo del rey”, que ha llegado a saber quién es; de aquí que haya entrado al ejercicio de su propia fuerza, “hijo de Dios”, que ha sido enseñado a apreciar cuánto significa ese título. Desde este punto de vista el héroe es el símbolo de esa divina imagen creadora y redentora que está escondida dentro de todos nosotros y sólo espera ser reconocida y restituida a la vida.

“Porque aquel que se ha convertido en muchos, permanece Uno solo indivisible, pero cada una de sus partes es toda de Cristo”, leemos en los escritos de San Simeón el joven (949-1022 d. C. “Lo vi en mi casa —sigue el santo—, entre todos los objetos diarios apareció Él inesperadamente, se unió y se confundió inefablemente conmigo; se unió a mí sin que hubiera cosa alguna entre nosotros, como el fuego al acero y la luz al cristal. Y Él me hizo como fuego y como luz. Y yo me convertí en aquello que había visto y contemplado desde lejos. No sé como relataros este milagro... Soy hombre por naturaleza y Dios por la gracia de Dios.”44

Una visión comparable a ésta se describe en el apócrifo Evangelio de Eva. “Estaba yo en un alto monte y vi un hombre gigante y otro raquítico. Y oí así como una voz de trueno. Me acerqué para escuchar y me habló diciendo: ‘Yo soy tú y tú eres yo; dondequiera que estés, allí estoy yo. En todas las cosas estoy desparramado y de cualquier [44] sitio puedes recogerme, y, recogiéndome a mí, te recoges a ti mismo’.”45

Ambos, el héroe y su dios último, el que busca y el que es encontrado, se comprenden como el interior y el exterior de un solo misterio que se refleja a sí mismo como un espejo, idéntico al misterio del mundo visible. La gran proeza del héroe supremo es llegar al conocimiento de esta unidad en la multiplicidad y luego darla a conocer.

2. Tragedia y comedia

“Las familias felices son todas iguales; las que no lo son, tienen su propia manera de infelicidad.” Con estas ominosas palabras, el conde León Tolstoi inició la novela de la destrucción espiritual de su heroína moderna, Ana Karenina. Durante las siete décadas que han pasado desde que aquella perturbada esposa, madre y amante apasionada­mente ciega se arrojó entre las ruedas del tren —terminan­do así con un acto simbólico de lo que ya había pasado en su alma, su tragedia de desorientación—, un ditirambo constante y tumultuoso de novelas, noticias periodísticas e ignorados gritos de angustia se han sucedido en honor al toro-demonio del laberinto: el aspecto destructivo, colérico y enloquecedor del mismo dios que, cuando muestra su bondad, es vivificador principio del mundo. La novela moderna, como la tragedia griega, celebra el misterio de la destrucción, que en el tiempo es la vida. El final feliz es satirizado justamente como una falsedad; porque el mundo tal como lo conocemos, tal como lo hemos visto, no lleva más que a un final: la muerte, la desintegración, el desmembramiento y la crucifixión de nuestro corazón con el olvido de las formas que hemos amado.

“Piedad es el sentimiento que paraliza el ánimo en presencia de todo lo que hay de grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con el ser paciente. Terror es el sentimiento que paraliza el ánimo en presencia de todo lo que hay de grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con la causa secreta.”28 Como Gilbert Murray ha señalado en el prefacio a la traducción de Ingram Bywater de la Poética de Aristóteles,29 la catarsis trágica (la “purificación” o “purgación” de las emociones del especta­dor de la tragedia a través de su experiencia de la compasión y el terror) corresponde a una catarsis ritual anterior (“la purificación de la comunidad de las corrupciones y venenos del año que acaba de terminar, de los viejos contagios de la muerte y del pecado”), lo cual era función de la comedia festiva y de misterio dedicados al desmembrado [32] dios-toro, Dionisos. El espíritu meditativo se une, en el misterio de la obra de teatro, no con el cuerpo que en ella muere, sino con el principio de vida constante que lo alber­gó por un tiempo y que por ese tiempo era la realidad plasmada en una aparición (que corresponde al que sufre y a la causa secreta) en el substratum en el que nuestros yos se disuelven cuando “la tragedia que rompe el rostro del hombre”30 ha partido, destrozado y disuelto nuestra estruc­tura mortal.

Aparece, aparece, cualquiera que sea tu forma y tu nombre,

¡Oh, Toro de la Montaña, Serpiente de las Cien Cabezas, León de la Llama ardiente!

¡Oh Dios, Bestia, Misterio! ¡Ven!31

Esta muerte de los contenidos lógico y emocional de nuestra importancia provisional en el mundo del espacio y del tiempo, este reconocimiento de la vida universal que nos hace despojarnos de nuestro interés en nosotros para ponerlo en ella, que vibra y celebra su victoria justamente en el beso de nuestra propia aniquilación, este amor fati, amor al destino que es inevitablemente la muerte, constitu­ye la experiencia del arte trágico: de allí su júbilo, el éxtasis redentor:

Mis días han pasado, yo, el sirviente,

el iniciado en el rito de Zeus;

Donde vaga el Zagreo de media noche, vago yo;

He soportado su grito como el trueno;

He cumplido sus rojos y sangrantes festejos;

He sostenido la llama de la Gran Madre Montaña;

Estoy libertado y nombrado por nombre

El Baco de los Sacerdotes envueltos en mallas.32

La literatura moderna se ha dedicado en gran parte a hacer una observación valerosa y exacta de las figuras en­fermizas y rotas que pululan ante nosotros, a nuestro alre­dedor y en nuestro interior, donde se ha reprimido el impulso natural de protestar en contra del holocausto, de proclamar las culpas o anunciar las panaceas, ha encontrado [33] realización la magnificencia de un arte trágico más potente para nosotros que el arte griego: la tragedia realis­ta, íntima e interesante desde varios aspectos, de la de­mocracia, donde se muestra al dios crucificado con su cara lacerada y rota en las catástrofes no sólo de las grandes casas sino de los hogares más comunes. Y no hay ninguna creencia hecha sobre el cielo, la futura felicidad y la com­pensación para sobrellevar la majestad amarga, sino la oscuridad más absoluta, el vacío de la insatisfacción, que reciben y se comen las vidas que han sido expulsadas del vientre sólo para fracasar.

En comparación con todo esto, las historias breves de las realizaciones que hemos logrado parecen lastimosas. Demasiado bien sabemos cuánta amargura de fracaso, de pérdida, de desilusión y de insatisfacción irónica circula en la sangre hasta de los seres más envidiados del mundo. De aquí que no estemos dispuestos a asignar a la comedia el alto rango de la tragedia. La comedia como sátira es acep­table, como diversión es un agradable medio de escape, pero el cuento de hadas de la felicidad ya no puede ser tomado seriamente en cuenta; pertenece a la “tierra del nunca jamás” de la infancia, protegida de las realidades que bien pronto serán conocidas en forma terrible; así como el mito del cielo eterno sólo tiene vigencia para los viejos, cuyas vidas están detrás de ellos y cuyos corazones tienen que ser preparados para pasar el último portal del tránsito a la noche; pero ese serio juicio occidental moder­no está fundado en un malentendido total de las realidades representadas en el cuento de hadas, en el mito y en las comedias divinas de la redención. Éstas, en el mundo antiguo, se consideraban de más alto rango que la tragedia, de verdad más profunda, de realización más difícil, de estructura más sólida y de revelación más completa.

El final feliz del cuento de hadas, del mito y de la divina comedia del alma deben leerse no como una contradicción, sino como la trascendencia de la tragedia universal del hombre. El mundo objetivo sigue siendo lo que era, pero como el énfasis ha cambiado dentro del sujeto, se nos muestra transformado. Donde antes contendían la vida y la muerte se manifiesta ahora un ser perdurable, tan indiferente a los accidentes del tiempo como el agua que hierve en un recipiente lo es al destino de una burbuja, o como lo es el cosmos a la aparición y desaparición de una galaxia [34] de estrellas. La tragedia es el rompimiento de las formas y de nuestra unión con ellas; la comedia es el júbilo bárbaro, descuidado e inagotable de la vida invencible. Así las dos son términos de un solo tema mitológico y de la experiencia que las incluye y en la cual se unen: el camino hacia abajo y el camino hacia arriba (káthodos y ánodos) que juntos constituyen la totalidad de la reve­lación que es la vida y que el individuo debe conocer y amar si ha de sufrir la purgación (kátharsis-purgatorio) del contagio del pecado (desobediencia a la voluntad divina) y de la muerte (identificación con la forma mortal).

“Todas las cosas cambian; nada muere. El espíritu ambula de aquí para allá, y ocupa el marco que le place... Porque aquello que una vez existió ya no es, y lo que no era ha llegado a ser. Así, el enorme círculo de movimiento ha girado una vez más.”33 “Sólo de los cuerpos en los cuales habita este yo eterno, imperecedero e incomprensi­ble, se dice que tienen un fin.”34

Es asunto propio de la mitología y de los cuentos de hadas revelar los peligros específicos y las técnicas del oscuro camino interior que va de la tragedia a la comedia. Por ello los incidentes son fantásticos, “irreales”: repre­sentan triunfos psicológicos, no físicos. Aun cuando la leyenda trate de un personaje histórico, los hechos de su victoria se manifiestan, no en forma acorde con la realidad de la vida, sino en visiones como las de los sueños; porque no se trata de que tal y tal hazaña se hayan realizado en la Tierra; se trata de que antes de que dicha hazaña se haya verificado en la Tierra, hay otra cosa primaria y de mayor importancia que ha tenido que pasar por el la­berinto que todos conocemos y visitamos en sueños. La tra­vesía del héroe mitológico puede ser, incidentalmente, concreta, pero fundamentalmente es interior, en profundidades donde se vencen oscuras resistencias, donde reviven fuerzas olvidadas y perdidas por largo tiempo que se preparan para la transfiguración del mundo. Cuando esta hazaña se realiza, la vida ya no sufre desesperadamente bajo las terribles mutilaciones del desastre ubicuo, agravado por el tiempo, terrible a través del espacio; sino que, todavía visible en su horror, con gritos de angustia todavía tumultuosos, queda [35] penetrada con el conocimiento de un amor que todo lo invade y todo lo alimenta y con el conocimiento también de su propia fuerza inconquistada. Los reflejos de la luz que arde invisible dentro de los abismos de su materia normalmente opaca, avanzan con un estruendo creciente. Las terribles mutilaciones son vistas entonces sólo como sombras de una inmanente e imperecedera eternidad; el tiempo cede su lugar a la gloria y el mundo canta con la voz de sirena de las esferas, voz prodigiosa, angélica, pero tal vez finalmente monótona. Como las familias felices, los mitos y los mundos redimidos son todos iguales.

1. El mito y el sueño

Sea que escuchemos con divertida indiferencia el sortilegio fantástico de un médico brujo de ojos enrojecidos del Congo, o que leamos con refinado embeleso las pálidas traducciones de las estrofas del místico Lao-Tse, o que tratemos de romper, una y otra vez, la dura cáscara de un argumento de Santo Tomás, o que captemos repentinamente el brillante significado de un extraño cuento de hadas esquimal, encontraremos siempre la misma historia de forma variable y sin embargo maravillosamente constante, junto con una incitante y persistente sugestión de que nos queda por experimentar algo más que lo que podrá ser nunca sabido o contado.

En todo el mundo habitado, en todos los tiempos y en todas las circunstancias, han florecido los mitos del hombre; han sido la inspiración viva de todo lo que haya podido surgir de las actividades del cuerpo y de la mente humanos. No sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta, por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten sobre las manifestaciones culturales humanas. Las religiones, las filosofías, las artes, las formas sociales del hombre primitivo e histórico, los primeros descubrimientos, científicos y tecnológicos, las propias visiones que atormentan el sueño, emanan del fundamental anillo mágico del mito.

Lo asombroso es que la eficacia característica que conmueve e inspira los centros creadores profundos reside en el más sencillo cuento infantil, como el sabor del océano está contenido en una gota y todo el misterio de la vida en el huevo de una pulga. Porque los símbolos de la mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo, intacta, la fuerza germinal de su fuente.

¿Cuál es el secreto de la visión eterna? ¿ De qué profundidades de la mente se deriva? ¿Por qué la mitología [12] es la misma en todas partes, por debajo dejas diferencias de vestidura? ¿Qué nos enseña?

Actualmente muchas ciencias contribuyen al análisis de este enigma. Los arqueólogos exploran las ruinas de Iraq, Honán, Creta y Yucatán. Los etnólogos interrogan a los ostiacos del río Obi y a los bubis de Fernando Poo. Una generación de orientalistas ha abierto para nosotros recientemente los escritos sagrados del Oriente, y también las fuentes prehebreas de nuestra Sagrada Escritura. Mientras tanto, otra multitud de eruditos, continuando investigaciones iniciadas el siglo pasado en el campo de la psicología de los pueblos, trata de establecer las bases psicológicas del lenguaje, del mito, de la religión, del desarrollo artístico y de los códigos morales.

Sin embargo, lo más extraordinario de todo son las revelaciones que han surgido de las clínicas para enfermedades mentales. Los escritos atrevidos, y que verdaderamente marcan una época de los psicoanalistas, son indispensables para el estudioso de la mitología; porque, piénsese lo que se piense de las detalladas y a veces contradictorias interpretaciones de casos y problemas específicos, Freud, Jung y sus seguidores han demostrado irrefutablemente que la lógica, los héroes y las hazañas del mito sobreviven en los tiempos modernos. Como se carece de una mitología general efectiva, cada uno de nosotros tiene su panteón de sueños, privado, inadvertido, rudimentario pero que obra en secreto. La última encarnación de Edipo, el continuado idilio de la Bella y la Bestia, estaban esta tarde en la esquina de la Calle 42 con la Quinta Avenida, esperando que cambiaran las luces del tránsito.

“Soñé —escribió un joven norteamericano al autor de una publicación periodística asociada—, que estaba reparando nuestro tejado. De pronto oí la voz de mi padre que me llamaba desde abajo. Me volví repentinamente para oírlo mejor, y al hacerlo, el martillo se me cayó de las manos, resbaló por el tejado en declive y desapareció por el borde. Oí un golpe fuerte, como el de un cuerpo que cae.

Terriblemente asustado, bajé por la escalera. En el suelo estaba mi padre muerto, con la cabeza ensangrentada. Desesperado, sollozante, empecé a llamar a mi madre. Ella salió de la casa y me abrazó. ‘No te preocupes, hijo, fue un accidente, tú cuidarás de mí ahora que él no existe’. Cuando me besaba, desperté.

[13] Soy el hijo mayor de nuestra familia y tengo veintitrés años. He estado separado de mi esposa desde hace un año; no pudimos vivir juntos. Quiero mucho a mis padres y nunca he tenido dificultades con mi padre, pero él insis­te en que vuelva a vivir con mi esposa y yo no podría ser feliz con ella. Y nunca lo seré.”1

Este marido fracasado revela, con una inocencia verdaderamente maravillosa, que en vez de empujar sus energías espirituales hacia el amor y hacia los problemas de su matrimonio, se ha quedado inactivo en los secretos rincones de su imaginación, con la ahora ridículamente anacrónica situación dramática de su primera y única complicación emocional, la del triángulo tragicómico de la primera infancia: el hijo contra el padre por el amor de la madre. Al parecer, la más permanente de las disposiciones de la mente humana es la que se deriva de que, de todos los animales, somos los que nos alimentamos durante más tiempo del pecho materno. Los seres humanos nacen demasiado pronto; están incapacitados para enfrentarse con el mundo. En consecuencia, su única defensa frente a un universo de peligros es la madre, bajo cuya protección se prolonga el período intrauterino.2 De aquí que el niño dependiente y su madre constituyan meses después de la catástrofe del parto una unidad dual, no sólo física sino también psicológicamente.3 Cualquier ausencia prolongada de la madre causa tensión en el niño, e impulsos agresivos correspondientes; también cuando la madre se ve obligada a oponerse al niño provoca respuestas agresivas. De esta manera, el primer objeto de la hostilidad del niño es idéntico al primer objeto de su amor, y su primer ideal (que [14] a partir de entonces permanece como la base inconsciente de todas las imágenes de felicidad, belleza, verdad y perfección) es el de la unidad dual de la Virgen y el Niño.4

El infortunado padre es la primera intrusión radical de otro orden de realidad en la beatitud de este restablecimiento terreno de la excelencia de la situación dentro del vientre; la primera impresión que se tiene de él, por lo tanto, es de enemigo. A él se trasfiere la carga de agresión que estaba originalmente ligada a la madre “mala” o ausente, mientras que el deseo ligado de la madre “buena”, presente, nutricia y protectora lo conserva (normalmente) ella misma. Esta fatal distribución infantil de los impul­sos de muerte (thánatos: destruido) y de amor (eros: libido), es la base del ahora célebre complejo de Edipo, que Sigmund Freud señaló hace alrededor de cincuenta años como la gran causa de nuestro fracaso como adultos en cuanto a comportarnos como seres racionales. Como dice el Dr. Freud: “El rey Edipo, que ha matado a su padre y tomado a su madre en matrimonio, no es sino la realización de nuestros deseos infantiles. Pero, más dichosos que él, nos ha sido posible, en épocas posteriores a la infancia, y en tanto en cuanto no hemos contraído una psiconeurosis, desviar de nuestra madre nuestros impulsos sexuales y olvidar los celos que el padre nos inspiró.”5 Y añade: “Todas las perturbaciones morbosas de la vida sexual pueden considerarse justificadamente como inhibiciones del desarrollo.”6

...Y no te asuste

lo de las bodas de tu madre: de otros

lo mismo cuentan, sí, también... en sueños...

Quien de esas vaciedades más se ríe

mejor la entiende y pasa más tranquilo.7

[15]

La lamentable perplejidad de la esposa de un hombre cuyos sentimientos en vez de madurar permanecieron encerrados en el amor de la primera infancia puede juzgarse por el aparente absurdo de otro sueño moderno; y es aquí donde comenzamos a sentir que entramos al reino del antiguo mito, pero con un giro curioso.

“Soñé —escribió una mujer preocupada—, que un caballo blanco me seguía por donde iba. Yo le tenía miedo y trataba de apartarlo. Me volví para ver si todavía me seguía y pareció haberse convertido en un hombre. Le dije que entrara a una peluquería para que le cortaran la melena y él lo hizo. Cuando salió se veía como un hombre, pero tenía cascos y cara de caballo y me seguía por donde yo iba. Se me acercó más y yo desperté.

Soy una mujer casada, de treinta y cinco años, con dos hijos. He estado casada durante catorce años y tengo la seguridad de que mi marido me es fiel.”8

El inconsciente manda a la mente toda clase de brumas, seres extraños, terrores e imágenes engañosas, ya sea en sueños, a la luz del día o de la locura, porque el reino de los humanos oculta, bajo el suelo del pequeño compartimiento relativamente claro que llamamos conciencia, insospecha­das cuevas de Aladino. No hay en ellas solamente joyas, sino peligrosos genios: fuerzas psicológicas inconvenien­tes o reprimidas que no hemos pensado o que no nos hemos atrevido a integrar a nuestras vidas, y que pueden perma­necer imperceptibles. Pero por otra parte, una palabra ca­sual, el olor de un paisaje, el sabor de una taza de té o la mirada de un ojo pueden tocar un resorte mágico y enton­ces empiezan a aparecer en la conciencia mensajeros peli­grosos. Son peligrosos porque amenazan la estructura de seguridad que hemos construido para nosotros y nuestras familias. Pero también son diabólicamente fascinantes por­que llevan las llaves que abren el reino entero de la aven­tura deseada y temida del descubrimiento del yo. La des­trucción del mundo que nos hemos construido y en el que vivimos, y de nosotros con él; pero después una maravi­llosa reconstrucción de la vida humana, más limpia, más [16] atrevida, más espaciosa y plena... ésa es la tentación, la promesa y el terror de esos perturbadores visitantes noc­turnos del reino mitológico que llevamos adentro.

El psicoanálisis, la ciencia moderna que lee los sueños, nos ha enseñado a atender a estas imágenes insustanciales. También ha encontrado la manera de permitirles realizar su obra, o sea, deja que las peligrosas crisis del desarrollo del yo pasen bajo el ojo protector de un iniciado en la cien­cia y en el lenguaje de los sueños, quien representa el papel y el personaje del mistagogo o guía de almas, el médico de los primitivos santuarios selváticos dedicados a la prue­ba y la iniciación. El médico es el maestro moderno del reino mitológico, el conocedor de todos los secretos ca­minos y de las palabras que invocan a las potencias. Su papel es precisamente el del sabio viejo de los mitos y de los cuentos de hadas, cuyas palabras servían de clave para el héroe a través de los enigmas y terrores de la aventura sobrenatural. Él es quien aparece y señala la brillante es­pada mágica que ha de matar al dragón, quien habla de la novia que espera y del castillo donde están los tesoros, el que aplica el bálsamo curativo a las más mortales heri­das y finalmente despide al conquistador, de regreso al mundo de la vida normal, después de la gran aventura en la noche encantada.

Cuando volvemos, con esta imagen en la mente, a con­siderar los numerosos rituales extraños que se informa tuvieron lugar en las tribus primitivas y en las grandes civilizaciones del pasado, resulta claro que su finalidad y su efecto real era conducir a los pueblos a través de los difíciles umbrales de las transformaciones que demandan un cambio de normas no sólo de la vida consciente sino de la inconsciente. Los llamados ritos de “iniciación”, que ocupan un lugar tan prominente en la vida de las sociedades primitivas (ceremoniales de nacimiento, nombre, pubertad, matrimonio, entierro, etc.), se distinguen por ser ejercicios de separación formales y usualmente severos, donde la mente corta en forma radical con las actitudes, ligas y normas de vida del estado que se ha dejado atrás.9 Después sigue un intervalo de retiro más o menos prolongado, [17] durante el cual se llevan a cabo rituales con la finalidad de introducir al que pasa por la aventura de la vida a las formas y sentimientos propios de su nuevo estado, de manera que cuando, finalmente, se le considera maduro para volver al mundo normal, el iniciado ha de en­contrarse en un estado similar al de recién nacido.10

Muy asombroso es el hecho de que un gran número de las imágenes y ceremonias rituales correspondan a las que aparecen automáticamente en el sueño desde el momento en que el paciente psicoanalizado comienza a abandonar sus ideas fijas de la niñez y a avanzar en el futuro. Entre los aborígenes de Australia, por ejemplo, uno de los rasgos [18] principales de la prueba de iniciación es el rito de la circuncisión por medio del cual el muchacho en la pubertad es separado de la madre y llevado a la sociedad y la ciencia secreta de los hombres. “Cuando un muchacho de la tribu murngin va a ser circuncidado, sus padres y los viejos le dicen: ‘El Gran Padre Serpiente huele tu prepucio y lo pide.’ Los muchachos creen que esto es literalmente cierto, y se aterrorizan en extremo. Usualmente se refugian en su madre, en la madre de su madre o en algún otro pariente femenino favorito, porque saben que los hombres están or­ganizados para llevarlo al terreno de los hombres, donde la gran serpiente brama. Las mujeres se lamentan en alta voz junto a los muchachos durante la ceremonia; esto es para que la gran serpiente no se los trague.”11 Ahora o­servamos su contraparte desde el inconsciente. “En un sueño —escribe el Dr. C. G. Jung—, un paciente encontró la siguiente escena: Una serpiente saltó de una cueva humeda y mordió al paciente en la región genital. Este sueño tuvo lugar en el instante en que el paciente se convenció de la verdad del análisis y comenzó a liberarse de las ataduras de su complejo materno.”12

Siempre ha sido función primaria de la mitología y del rito suplir los símbolos que hacen avanzar el espíritu humano, afín de contrarrestar aquellas otras fantasías humanas constantes que tienden a atarlo al pasado. De hecho, el porcentaje tan alto de neuróticos entre nosotros se debe a que nos negamos a recibir esa efectiva ayuda espiritual. Permanecemos aferrados a las imágenes no conjuradas de nuestra infancia y por ello poco dispuestos a pasar las etapas necesarias de nuestra edad adulta. En los Estados Unidos hay inclusive un pathos de énfasis invertido: la finalidad es no envejecer sino permanecer joven; no madurar lejos de la Madre, sino aferrarse a ella. De manera que mientras los maridos adoran las reliquias de su infancia, siendo los abogados, los comerciantes o las mentes privilegiadas que sus padres quisieron que fueran, sus esposas, aún después de catorce años de casados y con dos [19] hermosos niños ya crecidos, andan en busca del amor, que puede venir a ellas sólo de los centauros, de los silenos, de los sátiros y otros íncubos concupiscentes de la calaña de Pan, ya sea como en el segundo de los sueños mencionados, o como en nuestros populares templos de la diosa del amor, rociados de vainilla, en las caracterizaciones de los últimos héroes de la pantalla. El psicoanalista tiene que llegar, finalmente, a reafirmar la probada sabiduría de los viejos, las enseñanzas predictivas de los médicos danzantes enmascarados y los médicos brujos circuncidadores; y encontramos, como en el sueño de la mordedura de serpiente, que el simbolismo eterno de la iniciación se produce espontáneamente en el momento en que el paciente se libera. Evidentemente, hay algo en estas imágenes iniciadoras tan necesario a la psique, que si no se las suple desde afuera, a través del mito y del ritual, tendrá que anunciarse de nuevo, por medio del sueño, desde adentro; de otro modo nuestras energías permanecerán encerradas en un cuarto de juguete banal y anacrónico, como en el fondo del mar.

Sigmund Freud subraya en sus escritos los diferentes pasos y dificultades de la primera mitad del ciclo de la vida humana, los de la infancia y de la adolescencia, cuando nuestro sol se eleva hacia su cénit. C. G. Jung, en cambio, enfatiza las crisis de la segunda parte, cuando, para poder avanzar, la esfera brillante debe someterse a su descanso y desaparecer, al fin, en el vientre nocturno de la tumba. Los símbolos normales de nuestros deseos y temores se han convertido en sus opuestos en este crepúsculo de la biografía; porque el reto ya no viene de la vida sino de la muerte. Lo que es difícil de abandonar, entonces, no es el vientre sino el falo, a menos que el cansancio de la vida se haya apoderado del corazón y como anteriormente se atendió al atractivo del amor, se atienda ahora a la llamada de la muerte que promete la paz. Es un círculo completo, de la tumba del vientre al vientre de la tumba; una enigmática y ambigua incursión en un mundo de materia sólida que pronto se deshace entre nuestros dedos, como la sustancia de un sueño. Y al volverse a mirar a lo que había prometido ser nuestra aventura única, peligrosa, imposible de predecir, sólo encontramos que el final es una serie de metamorfosis iguales por las que han pasado hombres y mujeres en todas las partes del mundo, en todos los siglos, de todos los siglos de que se guarda memoria [20] y bajo todos los variados y extraños disfraces de la civilización.

Se cuenta, por ejemplo, la historia del gran Minos, rey de la isla de Creta en el período de su supremacía comecial, que contrató al celebrado arquitecto Dédalo para que inventara y construyera un laberinto con el objeto de esconder en él algo de lo cual el palacio estaba al tiempo avergonzado y temeroso. Porque en la historia figura un monstruo, nacido a Pasifae, la reina. Se dice que el rey Minos estaba dedicado a atender batallas importantes para proteger las rutas comerciales; mientras tanto, Pasifae había sido seducida por un toro magnífico, blanco como la nieve y nacido del mar. Lo cual no era en realidad sino lo que la madre de Minos había permitido que le sucediera a ella: la madre de Minos era Europa y es bien sabido que fue un toro quien la llevó a Creta. El toro había sido el dios Zeus y el privilegiado hijo de aquella unión era el mismo Minos, ahora respetado por todos y servido con veneración. ¿Cómo iba a saber Pasifae que el fruto de su propia indiscreción sería un monstruo, este hijo con cuerpo humano pero con cabeza y rabo de toro?

La sociedad culpó gravemente a la reina, pero el rey tenía conciencia de que parte de la culpa era suya. El toro en cuestión había sido enviado hacía tiempo por el dios Poseidón, cuando Minos contendía con sus hermanos por el trono. Minos había sostenido que el trono era suyo por derecho divino y había pedido al dios que mandara un toro del mar, como señal, y había sellado la plegaria con el juramento de sacrificar al animal inmediatamente, como ofrenda y símbolo de servidumbre. El toro apareció y Minos subió al trono; pero cuando pudo apreciar la majestad de la bestia que se le había enviado, pensó en las ventajas que le traería el ser dueño de tal ejemplar y decidió arriesgar una sustitución mercantil, que supuso que el dios no tomaría en cuenta. Por lo tanto, ofrendó en el altar de Poseidón el mejor toro blanco que poseía y agregó el otro a su ganado.

El imperio cretense había prosperado grandemente bajo el sensato gobierno de este celebrado legislador y modelo de virtudes públicas. Cnosos, la capital, se convirtió en el centro espléndido y elegante de la más importante fuerza comercial del mundo civilizado. Las flotas cretenses iban a todas las islas y los puertos del Mediterráneo; las mercancías [21] de Creta eran alabadas en Babilonia y en Egipto. Los pequeños y atrevidos barcos también atravesaban las columnas de Hércules hacia el mar abierto e iban costeando hacia el norte para traer el oro de Irlanda y el estaño de Cornwall,13 y también hacia el sur, rodeando el saliente del Senegal, hacia la remota Yoruba y los distantes mercados de marfil, oro y esclavos.14

Pero en palacio, la reina había sido inspirada por Poseidón con una irrefrenable pasión por el toro y había logrado que el artista de su esposo, el incomparable Dédalo, le construyera una vaca de madera que engañara al toro, en el cual se ocultó de buena gana y el toro fue engañado, La reina dio a luz un monstruo, el cual, al paso del tiempo, empezó a convertirse en un peligro. Y Dédalo fue llamado de nuevo, esta vez por el rey, para que construyera la tremenda cárcel del laberinto, con pasajes ciegos, con el objeto de esconder aquella cosa. Tan perfecta fue la invención que Dédalo mismo, cuando la hubo terminado, difícilmente pudo regresar a la entrada. Allí se encerró al Minotauro y desde entonces fue alimentado con mancebos y doncellas vivos, arrebatados como tributo a las naciones conquistadas por el dominio cretense.15

De acuerdo con la antigua leyenda, la falta original no fue de la reina sino del rey, y él no pudo culparla, porque recordaba lo que había hecho. Había convertido un asunto público en un negocio personal, sin tener en cuenta que el sentido de su investidura como rey implicaba que ya no era meramente una persona privada. La devolución del toro debería haber simbolizado su absoluta sumisión a las fun­ciones de su dignidad. El haberlo retenido significaba, en cambio, un impulso de engrandecimiento egocéntrico. Así el rey elegido “por la gracia de Dios”, se convirtió en un peligroso tirano acaparador. Así como los ritos tradicionales de iniciación enseñaban al individuo a morir para el pasado y renacer para el futuro, los grandes ceremoniales de la investidura lo desposeían de su carácter privado y lo investían con el manto de su vocación. Ese era el ideal, ya se tratara de un artesano o de un rey.

[22] Por el sacrilegio de haber rehusado el rito, el individuo se separaba como unidad de la unidad mayor de la comunidad entera; el Uno se disgregaba en los muchos y éstos se combatían los unos a los otros, luchando cada uno por sí mismo, y podían ser gobernados sólo por la fuerza.

La figura del Monstruo-Tirano es conocida en las mitologías, en las tradiciones populares, en las leyendas y hasta en las pesadillas, en todo el mundo, y sus características son esencialmente las mismas. Él es el avaro que atesora los beneficios generales. Es el monstruo ávido de los voraces derechos del “yo y lo mío”. Los estragos por él provocados están descritos en la mitología y en el cuento de hadas y son de universales consecuencias dentro de sus dominios. Éstos pueden reducirse a su habitación, a su psique torturada, a las vidas que contamina con el toque de su amistad y de su ayuda o puede alcanzar a toda su civilización. El ego desproporcionado del tirano es una maldición para sí mismo y para su mundo aunque sus asuntos aparenten prosperidad. Aterrorizado por sí mismo, perseguido por el temor, desconfiado de las manos que se le tienden y luchando contra las agresiones anticipadas de su medio, que son en principio los reflejos de los impulsos incontrolables de adquisición que se albergan en él, el gigante de independencia adquirida por sí mismo es el mensajero mundial del desastre, aún en el caso de que en su mente alienten intenciones humanas. Donde pone la mano surge un grito, sino desde los techos de las casas, sí, más amargamente, dentro de cada corazón; un grito por el héroe redentor, el que lleva la brillante espada, cuyo golpe, cuyo toque, cuya existencia libertará la tierra.

No se puede estar de pie, ni tenderse, ni sentarse

Ni siquiera hay silencio en las montañas

Sino secos truenos estériles sin lluvia

Ni siquiera hay soledad en las montañas

Sino hoscos rostros enrojecidos que desprecian y regañan

En las puertas de casas de barro agrietado.16

El héroe es el hombre de la sumisión alcanzada por sí mismo. Pero sumisión ¿a qué? Ése es precisamente el enigma que tenemos que proponernos y que constituye en todas partes la virtud primaria y la hazaña histórica que el héroe realizó. El Profesor Arnold J. Toynbee indica en su estudio [23] en seis volúmenes sobre las leyes del surgimiento y la desintegración de las civilizaciones,17 que los cismas en el alma y los cismas en el cuerpo social no han de resolverse con programas de retorno a los días pasados (arcaísmo), o por medio de programas que garanticen un futuro idealmente proyectado (futurismo) ni tampoco por el trabajo tenaz y realista de encadenar todos los elementos destructivos. Sólo el nacimiento puede conquistar la muerte, el nacimiento, no de algo viejo, sino de algo nuevo. Dentro del alma, dentro del cuerpo social, si nuestro destino es experimentar una larga supervivencia, debe haber una continua recurrencia del “nacimiento” (palingenesia) para nulificar las inevitables recurrencias de la muerte. Porque por medio de nuestras victorias, si no sufrimos una regeneración, el trabajo de Némesis se lleva a cabo: la perdición nace del mismo huevo que nuestra virtud. Así resulta que la paz es una trampa, la guerra es una trampa, el cambio es una tram­pa, la permanencia es una trampa. Cuando llegue nuestro día por la victoria de la muerte, la muerte cerrará el círculo; nada podemos hacer, con excepción de ser crucificados y resucitar; ser totalmente desmembrados y luego vueltos a nacer.

Teseo, el héroe que mató al Minotauro, vino a Creta de fuera como símbolo y brazo de la creciente civilización de los griegos. Era lo nuevo y lo vivo. Pero también es posible buscar el principio de regeneración y encontrarlo dentro de los muros mismos del imperio del tirano. El profesor Toynbee usa los términos de “separación” y “transfiguración” para describir la crisis por medio de la cual se alcanza la más alta dimensión espiritual, que hace posible reanudar el trabajo de creación. El primer paso, separación o retirada, consiste en una radical trasferencia de énfasis del mundo externo al interno, del macro al microcosmos, un retirarse de las desesperaciones de la tierra perdida a la paz del reino eterno que existe en nuestro interior. Pero este reino, como lo conocemos por el psicoanálisis, es precisamente el inconsciente infantil. Es el reino que penetramos en los sueños. Lo llevamos dentro de nosotros eternamente. Todos los ogros y los ayudantes secretos de nuestra primera infancia están allí, toda la magia de la niñez. Y lo que es más importante, todas las potencialidades vitales que nunca [24] pudimos traer a la realización de adultos; esas otras porciones de nuestro ser están allí; porque esas semillas de oro no mueren. Si sólo una porción de esa totalidad perdida pudiera ser sacada a la luz del día, experimentaríamos una maravillosa expansión de nuestras fuerzas, una vívida renovación de la vida, alcanzaríamos la estatura de la torre.

Es más, si pudiéramos sacar algo olvidado no sólo por nosotros mismos sino por toda nuestra generación o por toda nuestra civilización, traeríamos muchos dones, nos convertiríamos en los héroes del día de la cultura, en personajes de importancia no sólo local sino histórico-mundial. En una palabra, la primera misión del héroe es retirarse de la escena del mundo de los efectos secundarios, a aquellas zonas causales de la psique que es donde residen las verdaderas dificultades, y allí aclarar dichas dificultades, borrarlas según cada caso particular (o sea, presentar combate a los demonios infantiles de cada cultura, local) y llegar hacia la experiencia y la asimilación no distorsionada de las que C. G. Jung ha llamado “imágenes arquetípicas”.18 [25] Éste es el proceso conocido en la filosofía hindú y budista como viveka, “discriminación”.

Los arquetipos que han de ser descubiertos y asimilados son precisamente aquellos que han inspirado, a través de los anales de la cultura humana, las imágenes básicas del ritual, de la mitología y de la visión. Estos “seres eternos del sueño”19 no deben ser confundidos con las figuras simbólicas personalmente modificadas que aparecen en las pesadillas y en la locura del individuo todavía atormentado... El sueño es el mito personalizado, el mito es el sueño despersonalizado; tanto el mito como el sueño son simbólicos del mismo modo general que la dinámica de la psique. Pero en el sueño las formas son distorsionadas por las dificultades peculiares al que sueña, mientras [26] que en el mito los problemas y las soluciones mostrados son directamente válidos para toda la humanidad.

El héroe, por lo tanto, es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales. De esta manera las visiones, las ideas y las inspiraciones surgen prístinas de las fuentes primarias de la vida y del pensamiento humano. De aquí su elocuencia, no de la sociedad y de la psique presentes y en estado de desintegración, sino de la fuente inagotable a través de la cual la sociedad ha de renacer. El héroe ha muerto en cuanto a hombre moderno; pero como hombre eterno —perfecto, no específico, universal— ha vuelto a nacer. Su segunda tarea y hazaña formal ha de ser (como Toynbee declara y como todas las mitologías de la humanidad indican) volver a nosotros, transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida.20

“Caminaba sola por los confines de una gran ciudad, por calles destruidas y enlodadas, con oscuras casitas a los lados —escribe una mujer moderna, al describir un sueño que ha tenido—. No sabía dónde estaba, pero me gustaba explorar; escogí una calle que estaba terriblemente lodosa y conducía a lo que debe de haber sido una alcantarilla abierta. Seguí adelante entre las hileras de casuchas y entonces descubrí un pequeño río que corría entre donde yo estaba y un lugar alto y firme donde había una calle pavimentada. Éste era un río hermoso y perfectamente claro, que corría sobre el césped. Podía ver la hierba moverse bajo el agua. No había manera de cruzarlo, por eso fui a una casita y pedí un bote. Un hombre me dijo que me ayudaría a cruzar. Sacó una cajita de madera que puso en la orilla del río y yo vi en seguida que por medio de esta caja podía brincar fácilmente al otro lado. Supe que el peligro [27] había pasado y quise recompensar generosamente al hombre que me auxilió.

Cuando pienso en este sueño, tengo la sensación de que no era necesario escoger el camino que yo tomé, sino que pude haber hecho una cómoda caminata por calles pavimentadas. Había querido ir por aquella parte destruida y lodosa porque prefería la aventura, y habiendo comenzado tenía que seguir adelante... Cuando pienso con cuánta persistencia tenía que seguir adelante en el sueño me parece que debo de haber sabido que había algo bueno al final, como aquel río lleno de hierba y la calle alta segura y pavimentada que estaba detrás. Pensándolo en esos términos es como la determinación de nacer —o mejor dicho, de nacer de nuevo— en una especie de sentido espiritual. Tal vez algunos de nosotros tienen que atravesar caminos oscuros y desviados antes de poder encontrar el río de la paz o el camino alto al destino del alma.”21

La persona que tuvo ese sueño es una distinguida artista de ópera, y como todos los que han elegido, no los caminos seguros y ya experimentados del día, sino la aventura de la llamada especial y apenas audible que viene a aquellos cuyos oídos están abiertos tanto hacia adentro como hacia afuera, tuvo que hacer su camino sola, atravesar dificultades poco comunes, “por calles destruidas y lodosas”, conoció la negra noche del alma, “la selva oscura en medio de la jornada de nuestra vida”, de Dante, y las amarguras del fondo del infierno:

Por mí se va a la ciudad del llanto;

Por mí se va al eterno dolor;

Por mí se va hacia la raza condenada.22

Lo más notorio de este sueño es que reproduce al detalle el dibujo básico de la fórmula mitológica universal en el camino del héroe. Esos motivos de hondo significado de los peligros, de los obstáculos y de la buena fortuna en [28] el camino, los encontraremos implícitos en las siguientes páginas en cien formas diferentes. Primero, el paso sobre la alcantarilla abierta,23 luego el del río perfectamente claro corriente sobre el césped,24 la aparición de una persona bien dispuesta que le ayuda en el momento crítico,25 y finalmente el suelo alto y firme detrás de la última corriente, (el Paraíso Terrenal, la ribera del Jordán):26 éstos son los temas eternamente repetidos de la maravillosa canción de la elevada aventura del alma. Y todo aquel que se ha atrevido a escuchar y a seguir la llamada secreta ha conocido las asechanzas del tránsito peligroso y solitario:

El agudo filo de una navaja, difícil de atravesar,

Un difícil camino es éste... ¡lo dicen los poetas!27

La autora del sueño es ayudada a pasar el agua por el don de una pequeña caja de madera, que toma el lugar dentro del sueño del esquife o del puente, formas más usuales. Éste es el símbolo de sus propios talentos y virtudes especiales, los cuales la han llevado a través de las aguas del mundo. Esta persona no nos ha dado ninguna lista de sus asociaciones, de manera que no sabemos qué contenido especial hubiera podido revelar la caja; pero ciertamente corresponde a una variedad de la caja de Pandora —ese divino don de los dioses a la mujer hermosa, lleno con las semillas de todos los problemas y de las bendiciones de la existencia, pero también provista de la virtud sustentante, la esperanza.

Con su ayuda, la autora del sueño cruza a la otra orilla. Y por un milagro parecido, así sucederá [29] con aquellos cuyo trabajo es el difícil y peligroso oficio del descubrimiento de sí mismo y de su desenvolvimiento, pues han de atravesar el océano de la vida.

Una multitud de hombres y mujeres escogen el camino menos aventurado de las rutinas cívicas y tribales relativamente inconscientes. Pero estos viajeros también se salvan en virtud de las ayudas heredadas y simbólicas de la sociedad, los ritos de iniciación, los sacramentos portadores de la gracia, entregados a la antigua humanidad por sus redentores y que han funcionado por milenios. Sólo aquellos que no conocen la llamada interior ni la doctrina externa se hallan en trance verdaderamente desesperado; es decir, casi todos nosotros en el momento actual, en que nos perdemos en este laberinto de adentro y de afuera del corazón. ¿Dónde está la guía, esa graciosa virgen, Ariadna, para entregarnos la sencilla clave que nos dará valor para encarar al Minotauro y los medios para volver a la libertad cuando el monstruo haya sido encontrado y muerto?

Ariadna, la hija del rey Minos, se enamoró del hermoso [30] Teseo cuando lo vio desembarcar del bote que había traído al lastimoso grupo de mancebos y doncellas atenienses para el Minotauro. Encontró la manera de hablar con él y le dijo que le daría los medios de salir del laberinto si le prometía llevársela de Creta y hacerla su esposa. Él lo prometió así. Ariadna pidió ayuda al hábil Dédalo, por cuyo arte el laberinto había sido construido y había sido posible a la madre de Ariadna dar a luz su habitante.

Dédalo le dio sencillamente un ovillo de hilo de lino, el cual debería ser amarrado a la entrada por el héroe ex­tranjero y desenrollado conforme avanzara. Es poco, en realidad, lo que necesitamos. Pero sin ello, la aventura dentro del laberinto es desesperada.

Esta ayuda está al alcance de la mano. Y es muy curioso que el mismo científico que al servicio del rey culpable había sido el cerebro que concibió el horror del laberinto, con la misma facilidad pudo servir para alcanzar la meta de la libertad. Durante siglos Dédalo ha representado el prototipo del artista científico: ese fenómeno humano curiosamente desinteresado, casi diabólico, por encima de los lazos normales del juicio social, dedicado a la moral no de su tiempo sino de su arte. Él es el héroe de los caminos del pensamiento, de corazón entero, valeroso, lleno de fe en que la verdad, cuando él la encuentre, ha de darnos la libertad.

Ahora debemos volvernos a él, como hizo Ariadna. La fibra de su hilo de lino la ha tomado de los campos de la imaginación humana. Siglos de agricultura, décadas de selección diligente, trabajo de numerosas manos y de numerosos corazones, han entrado en la labor de cortar, seleccionar e hilar este cordel apretadamente torcido. Y lo que es más, ni siquiera tenemos que arriesgarnos solos a la aventura, porque los héroes de todos los tiempos se nos han adelantado, el laberinto se conoce meticulosamente; sólo tenemos que seguir el hilo del camino del héroe. Y donde habíamos pensado encontrar algo abominable, encontraremos un dios; y donde habíamos pensado matar a otro, nos mataremos nosotros mismos; y donde habíamos pensado que salíamos, llegaremos al centro de nuestra propia existencia; y donde habíamos pensado que estaríamos solos, estaremos con el mundo.