La historia narra las experiencias de un joven profundamente interesado en la estructura del cuerpo humano y el origen de la vida, un tema que siempre ha sido un misterio. Asiste a la universidad, donde debe buscar nuevos amigos y enfrentarse a un entorno desconocido, lo cual le resulta difícil debido a su vida hogareña y protegida.
La filosofía natural es lo que ha forjado mi destino. Deseo, pues, en esta
narración explicar las causas que me llevaron a la predilección por esa
ciencia.
Cuando mi padre se convirtió en esposo y padre, las obligaciones de su nueva
situación le ocupaban tanto tiempo que dejó varios de sus trabajos públicos
y se dedicó por entero a la educación de sus hijos
Su hija lo cuidaba con el máximo cariño, pero veía con desazón que su
pequeño capital disminuía con rapidez y que no había otras perspectivas
Beaufort había tomado medidas eficaces para esconderse, y mi padre tardó
diez meses en descubrir su paradero.
Durante muchos años mis antepasados habían sido conseje-
ros y jueces, y mi padre había ocupado con gran honor y buena reputación
diversos cargos públicos.
CAPITULO 2
Uno de los fenómenos que más me atraían era el de la estructura del cuerpo
humano y la de cualquier ser vivo. A menudo me preguntaba de dónde ven-
dría el principio de la vida. Era una, pregunta osada, ya que siempre se ha
considerado un misterio.
al comenzar la semana siguiente recordé la información que sobre las
conferencias me había dado el señor Krempe, y aunque no pensaba escu-
char al fatuo hombrecillo pronunciando sentencias desde la cátedra, me
vino a la memoria lo que había dicho sobre el señor Waldman, al cual aún
no había conocido por hallarse fuera de la ciudad.
En la universidad hacia la que me dirigía debe-
ría buscarme mis propios amigos y valerme por mí mismo. Hasta aquel
momento mi vida había sido extraordinariamente hogareña y resguar-
dada, y esto me había creado una invencible repugnancia hacia los ros-
tros desconocidos. Adoraba a mis hermanos, a Elizabeth y a Clerval; sus
caras eran «viejas conocidas»;
La muerte de mi madre y mi cercana marcha nos deprimía,
pero Elizabeth intentaba reavivar la alegría en nuestro pequeño círculo.
Desde la muerte de su tía había adquirido una nueva firmeza y vigor.
Elizabeth había cogido la escarlatina, pero la enfermedad no era grave y
se recuperó con rapidez. Muchas habían sido las razones expuestas para
convencer a mi madre de que no la atendiera personalmente, y en un prin-
cipio había accedido a nuestros ruegos